El 17 de mayo fue asesinado Cristian Talero en Empalme Graneros. Era hijo de Oscar Talero, un queridísimo dirigente de la comunidad Qom de Rosario. Nuestras palabras y acompañamiento para exigir justicia por su hijo.
María Cruz Ciarniello
Supimos del asesinato de Cristian Talero el viernes al mediodía. Su muerte daba cuenta de otro crimen en un barrio humilde de la ciudad. Allí, en unas vías que separan las realidades simulando ser diferentes encontraron su cuerpo. La crónica de aquella mañana parecía ser una de las tantas que engrosan la sección policial de los medios. La naturalización de cada crimen, por más bronca que provoque, está latente como una marca Rosario instalada entre nosotros.
Ninguna muerte es una más. Cada asesinato se lleva nombres e historias, en su mayoría de varones, jóvenes y de sectores populares. El tridente doloroso de una urbe atrapada en un remolino de violencia, ausencia de políticas inclusivas y el negocio del narcotráfico, con complicidades judiciales y policiales.
Esta vez, el nombre era el del hijo de un compañero.
– Asesinaron al hijo de Talero, – nos dijeron. Ernesto Oscar Talero es un respetadísimo dirigente de la comunidad Qom de Rosario. Un militante y un compañero. Un hombre sereno, calmo y contundente en sus ideas. Un andador de los pasillos de los barrios donde se asientan las comunidades originarias en Rosario. Oriundo del Chaco, Oscar sabe contar de su tierra, de los saberes ancestrales, del Impenetrable, de lo que se avanzó en estos años y de lo que aún falta en políticas indígenas. Oscar es un tozudo que pelea por cambiar realidades históricamente desiguales.
Muchas veces lo visitamos en el Centro Comunitario QADHUOQTE. Allí una vez nos contó de la Revista Miradas Abiertas, un maravilloso proyecto parido al interior de su comunidad. Otro día conversamos de lo que fue el documental Punto Qom; una propuesta audiovisual que nos sumerge en la cultura y en la vida y la familia de los Talero, acá en Rosario y allá, en su pueblo natal. En otra oportunidad, charlamos de la salita de informática que nuestra organización, el Nodo Tau, instaló en el centro comunitario, sabiendo de las enormes dificultades que tienen las comunidades, como la de Oscar, para lograr el acceso a internet. Una tarde de domingo llegamos hasta la canchita para celebrar, junto a la banda Farolitos, el último día de libertad de los Pueblos Originarios. Hablamos hace tiempo de la defensa de la tierra, su tierra en Empalme Graneros y hace un año atrás nos contaba, sumido en el dolor, del crimen de Imer en Villa Bermejito, su sobrino de 12 años.
Ese viernes, ya no hubo tarde ni noche. Las muestras de solidaridad inundaron el perfil de facebook de Oscar, como si ese muro virtual nos permitiera acercarnos en un momento donde las palabras carecen de su sentido, porque pareciera que todo está demás. En el Instituto Médico Legal, numerosas organizaciones y referentes de otras comunidades acompañaron a Talero y su familia. El barrio, en esa noche lluviosa, se había quedado sin voz.
El asesinato a golpes del hijo de Oscar, Cristian, no es un hecho aislado. La violencia y la injusticia estructural se hace carne en los barrios rosarinos con uno de sus dolorosos emergentes: la resolución de conflictos con armas de fuego o golpizas hasta provocar la muerte, cuando no es la policía la que gatilla para fusilar a los pibes.
Lili, militante de Ate, decía mientras caminábamos hasta los Tribunales, exigiendo Justicia por David Moreira:
-En el Cementerio La Piedad, los empleados no dan a basto.
Lo mismo sucede en la morgue judicial. Conmovida, y triste, hablaba de la desigualdad que hasta en la muerte se hace carne. Golpeada, también, por los tantos entierros de pibes jóvenes a los que tuvo que asistir y por esas lápidas que dan cuenta de sus cortas edades.
El abrazo de enREDando y Nodo Tau –como el de muchos- hacia Oscar es infinito. Que la muerte de Cristian no descanse en el olvido y, por fin, haya Justicia. Su crimen no ocurrió en el norte del país ni en aisladas comunidades del monte. Al hijo de Oscar Talero lo molieron a golpes en un barrio de Rosario, en la provincia de Santa Fe, la misma ciudad que tiene más de 115 asesinatos en lo que va del año y con una tendencia que nos roba la esperanza; la curva, aunque nos duela, sigue siendo ascendente.