El Titiritero de Banfield
Sergio Mercurio es el Titiritero de Banfield. Un artista comprometido y un viajero que camino Latinoamérica durante doce años para descubrirla y descubrirse. “Antes me daba vergüenza decir esto, hoy por hoy estoy aprendiendo a respetarme a mi y a entender que la cosa que me ha tocado ser en esta vida es ser artista.”
Nota publicada en enREDando en el año 2007, por Ana Ines Laurenti (Publicada en el libro Ser, en el andar)
Entro a la sala de teatro en medio de los preparativos de lo que iba a ser la función de títeres para adultos de Sergio Mercurio que se presentó por primera vez en Rosario en la Escuela de Teatro y Títeres, organizado por alumnos de 4to año. Me acomodé entre sillas de escuela y mate amargo a esperar charlar con el Titiritero de Banfield sobre sus sueños, sus viajes y su arte que lo hacen una persona sensible, un artista movilizado por las postergaciones sociales, inquieto por saber, conocer y conocerse, un viajero que caminó Latinoamérica durante doce años para descubrirla y descubrirse, para encontrarla y encontrarse, para sentirla, vivirla y habitarla.
Mientras observa el montaje de las luces que va a utilizar en su espectáculo, no se distrae de nuestro encuentro para contar que “El Titiritero de Banfield es alguien que aparece después de un viaje, es una respuesta que encontré. En esta idea de recorrer toda América, sucedió que me asaltaron todas las preguntas existenciales y fui perdiendo verdades, me fui quedando cada vez más chiquito sobre todo en la confrontación con otras culturas. Entonces en un momento había perdido tantas referencias, que lo único que yo sabía era que venia de Banfield. Y de todas las cosas que decía que iba a hacer viajando lo único que hacía era títeres, por eso me llamé el Titiritero de Banfield. Fue como un manotazo de ahogado.”-confiesa entre risas.
Se toma unos segundos para pensar y elige cada respuesta con la misma convicción que lo llevó a caminar cada rincón de América del sur en compañía de sus muñecos de goma espuma que fueron naciendo en pueblos, trenes y plazas. “El viaje por América, aparte de una búsqueda personal, tiene que ver con una necesidad que me surge en un viaje anterior a África en el 89 preocupado por la realidad social. Me marco mucho ese viaje, cada vez que pasa más tiempo es más fundacional en mi vida. Ahí me di cuenta de que no sabía nada de América, todo el tiempo me hacían preguntas y me empezó a pesar mucho esa ignorancia y empecé a sentir que era terrible y que no iba a poder convivir con eso, entonces en un momento dije basta y volví con la idea en la cabeza: tenía que conocer América Latina y poder tener una opinión.”
Entre tantas reflexiones que le dejó este viaje, se le oye con mucha fuerza cuando afirma que “A Latinoamérica hay que descubrirla todavía, es rica, misteriosa, diferente, amigable. Cuanto más la caminás más te das cuenta lo que no sabés y es sorprendente. Estás todo el tiempo conviviendo con una cultura que fue muy avanzada y que no tenés la menor idea de lo que dice porque se ocuparon de decirnos que no te tiene que interesar. Estamos todo el tiempo pisando la historia.” Pide permiso para interrumpir la charla y se va a probar las luces que rápidamente le direccionan en los lugares que necesitará para contar sus historias, las de la gente que conoció en el andar, esos fragmentos y anécdotas de vida que se hacen carne en los muñecos impactantes algunos por sus tamaños reales, por sus gestos marcados, sus expresiones de enojo, risa, dolor y nostalgia. La función está a punto de comenzar.
Sin olvidar de intercambiar opiniones y preguntas con el público, es Bobi, como su otro “yo”, quien lo enreda en peleas superfluas pero también lo sumerge en temas como la locura, el otro diferente, el origen, las búsquedas, el amor. Cacho es el viejo que todos queremos tener al lado cuando nos hace falta un consejo de alguien que se curtió demasiado en la vida y entre cigarros arriesga teorías sobre la soledad. También aparece Beto, que sin soltar la botella de cerveza mantiene al público en una carcajada constante al grito de ¡Salud! y por momentos deja paralizado al auditorio ante alguna acusación que dispara sobre alguien y luego vuelve a fluir la risa mientras se escurren algunos comentarios tragicómicos de sus experiencias. La abuela Margarita es una viejita simpáticamente roñosa, casamentera y sorda cuando lo cree necesario, aunque no pierde el gesto maternal al acunar y consolar al niño ya joven que desea emprender un viaje largo y profundo por lugares desconocidos.
En un momento de la función irrumpe en escena un silencio muy fuerte y el titiritero desaparece tras la figura enorme de un habitante nativo que camina entre la gente lentamente, se detiene frente a un niño que le extiende la mano, también él lo observa fijo a los ojos, sigue andando y repasa los rostros que lo miran sin entender, se detiene nuevamente y parece temblar como si llorara por dentro. Ahí recordé cuando Sergio me decía que “Todo el tiempo se van gestando cosas que no entendés ni sabés, el movimiento que hay en América Latina es imponente, es impresionante y que podes no percibirlo porque acá hubo muchas culturas que sobrevivieron por hacer una resistencia pasiva, por ejemplo no hablar, no decir nada y hacen su historia, como en Bolivia, eso es muy fuerte.”
Las emociones se intensifican y el titiritero logra la magia del arte al dejar una huella en el espectador, ya no se puede ser el mismo al atravesar por experiencia tan sensible. “No se si el arte o los artistas pueden modificar a la sociedad, yo lo que puedo confirmar es que el arte a mí me modificó y que sólo por esa razón, que está mezclada un poco con esperanza, es por la que yo me dedico a hacer arte, para tocar a alguien igual que otro me toco a mi.”
Descreído de toda institucionalización del arte, asegura que “Hay muchos artistas y proyectos artísticos que no sirven para nada, cosas formalmente buenas y concretamente terribles, son posturas que no se pueden arremangar los pantalones y meter las patas en el barro, no pueden hacer nada y eso me da vergüenza. No formo parte de ninguna asociación de nada porque ya formé y no quiero saber más nada con eso. Está buenísimo ir a explicarle a un coronel que yo quiero hacer un espectáculo de títeres en el cuartel y lo que es más loco es que a veces te entienden y el secretario de cultura no. Hay algo que está fallando.”
Cansado de los segmentos, las divisiones y los escenarios convencionales, el titiritero de Banfield se propuso unir las puntas, realizando funciones en cárceles, en minas, cuarteles, fábricas, hospitales psiquiátricos. “Me parece increíble que todo tenga que estar separado, lo que trato de hacer todo el tiempo es juntar, no se por qué estamos separados en América Latina, entonces no puedo estar hablando, agarré un bolso y me fui, lo hice y me costó un montón.” –y agrega: “Intenté juntar, pasar informaciones de otros lados, generar dudas, preguntas porque los ghettos crean discursos, crean modelos falsos entonces yo como artista me propongo relacionarme con no artistas.”
“Lo que más me llena es estar en lugares chiquitos, inesperados, trabajar en los bares, de repente hacer una función en un lugar donde un tipo no vio nunca nada en su vida, quizás te va mal en la función y hay uno que quedó totalmente trastornado con eso, lo modificaste. Creo que cuando vas al encuentro de lo que no está tan pautado te pasan cosas fuertes y creo que el genio de los títeres para adultos que yo elegí no está trabajado, entonces me parece que las emociones que suceden son fuertes y novedosas para la gente, le pasan cosas raras con los títeres, eso está bueno.”
En constante búsqueda, no se deja llevar por recetas encontradas ni lugares cómodos, se desafía todo el tiempo al generar otras expresiones artísticas como son el libro de viaje que escribió a la vuelta “De Banfield a México” o bien el documental que rodó sobre la historia de vida de Efigenia Rolin que es “conocida en Curitiba (Brasil) como la mujer de papel de caramelo. No es para nada metafórica la afirmación, se pone un vestido viejo y por encima pega de diferentes maneras papeles de caramelo.” Esta experiencia “es lo más concreto que he hecho como artista” –explica y luego confiesa: “Antes me daba vergüenza decir esto, hoy por hoy estoy aprendiendo a respetarme a mi y a entender que la cosa que me ha tocado ser en esta vida es ser artista.”
Bobi
“El es un tipo triste y yo un tipo divertido entre los dos hacemos una nostalgia que causa gracia”
(Bobi en el diario de viaje de Sergio Mercurio)
“A Bobi lo construí viajando en bicicleta por argentina con un amigo, tratando de buscar un lugar en el mundo. Llevábamos un colchón y lo empecé a cortar en un tren. Y un sociólogo boliviano me hizo entender que en realidad Bobi se convirtió en mi lugar en el mundo. En los tres espectáculos míos está Bobi, en la trilogía con la que atravesé América y como me dijo un brasilero “Una vez en la plaza de Banfield van a hacer la estatua de Bobi y una cosa borrosa atrás”, es algo que me superó y que incluso me ha hecho desaparecer, todos se acuerdan de él, es que él ya se salió de mi porque queda en la gente totalmente registrado y me ven a mi y no saben quien soy, eso me da orgullo, está buenísimo porque yo quería ser titiritero y no un personaje famoso, quería que se acuerden de mis personajes, eso lo disfruto. Pero tiene su faceta negativa también porque yo en un momento pensé que no iba a poder desapegarme de Bobi, ser otra cosa, hacer otra cosa si no lo hacía con él. Digamos que yo le debo mucho al chabón este, a Bobi. No me siento responsable en ser yo el que lo hice. Realmente lo respeto, como a todos los títeres, pasa que él tiene eso de ser el primero, él tiene esa fuerza. Hemos cambiado mucho y toda esta contradicción y esta pelea constante que tengo, él me ha ayudado a conocerme a mí, porque creo que él me conoce realmente. Alguna vez he pensado cuando yo me muera… ¿quién realmente me conoce…? y yo siento que en la memoria de goma espuma de él, algo mío va a quedar.” Si los lectores están de acuerdo, es momento de apagar el grabador.