Falleció Andrés Carrasco
Andrés Carrasco tal vez pasó a la historia como el científico que demostró la toxicidad del glifosato en Argentina desafiando a Monsanto. Sin dudas, ese pudo ser su principal contribución a la lucha ambiental, pues fue como Jefe de Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA una voz experta que escuchó a los pueblos fumigados. Pero el suelo por el cual pudo sembrar esta semilla es una visión crítica del rol del conocimiento científico, en el marco de un modelo político y económico que concibe a la ciencia como proveedora de tecnología para la acumulación de capital.
Ayer Darío Aranda escribió para La Vaca la crónica que comienza cinco años atrás. Fue el momento en que se conocieron por una entrevista que llegó a ser tapa de Página/12. Era el contexto post «conflicto del campo» por el cual había llegado a hacerse conocido el glifosato, el agroquímico (agrotóxico, como nos confirmaría la investigación científica) asociado a la sojización del país. Esa nota aparecida en un contexto propicio (Darío nos cuenta que el diario no quiso publicar una nueva entrevista con él) fue un hito que desencadenó un debate en otro nivel, en el buen sentido de la palabra
Sucedió lo impensado para las corporaciones del agronegocio. Un científico (de las «ciencias exactas») con la suficiente trayectoria y autoridad como Andrés Carrasco había comprobado con investigaciones propias que el glifosato no era el insumo amigable que quería vendernos Monsanto. Eso de por sí ya dice mucho. Sin embargo, quiero destacar aquí algo más importante, desde cierto punto de vista. Andrés Carrasco era muy consciente (muy crítico) de su rol como científico. Sabía que la ciencia es el lenguaje de la Modernidad, y también que el conocimiento es otra cara del poder.
Ciencia y compromiso
Por ello lo repetía siempre: “No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un laboratorio”. Este postura sobre su propio trabajo resulta lo más trascendente, ya que nos deja como legado un posicionamiento crítico sobre el lugar de la tecnociencia en la crisis ambiental y civilizatoria. Como decíamos en ese entonces: «puso en evidencia que el conocimiento científico no es ajeno a los intereses económicos, que también operan en los medios de comunicación y los discursos que circulan legítimamente por la sociedad».
Como fuimos conociendo luego, este era el propio pensamiento de Andrés Carrasco. Fue cada vez más común verlo en diversas charlas, donde escapa el estereotipo del científico («objetivo y neutro») para ofrecerse como un científico que trabaja con seriedad y con compromiso junto con organizaciones sociales. Un científico del pueblo. Especialmente, de los pueblos fumigados, que necesitaban su palabra autorizada para que empiecen a «creer» en su testimonio sobre el drama que vivían a diario: niños intoxicados, gravemente enfermos, muertos.
Por eso vale rescatar su pensamiento lúcido sobre la ciencia: «La adopción de tecnologías es tan poderosa y poco inocente como la espada colonial. Con ellas se condicionan irreversiblemente modos de producción y el uso de recursos naturales. Y para ello la tecnología es diseñada a medida de las formas productiva hegemónicas de las corporaciones». En este mismo sentido: «los relatos que se estructuran alrededor de la llamada `sociedad del conocimiento´ resignifican sistemas e instituciones públicas para generar conocimiento-mercancía», nos decía en un artículo del 2011.
Conocimiento en disputa
Así como al menos la sociedad tiene en claro luego del debate por la Ley de Medios que la información puede convertirse en mercancía, también el legado de Carrasco puede dejarnos en claro que el conocimiento científico también puede ser una mercancía al servicio de las corporaciones. Ello fue lo que entendió rápido el Ministro de Ciencia, Lino Barañao, quien primero pidió que el Comité de Ética del CONICET juzgara a Carrasco. Como la información se filtró y no pudo seguirse, se inició el trabajo de un Comité de Ética sobre el glifosato, pero fuertemente condicionado por el gobierno.
Entonces, como parte de esta contienda en la cual la producción científica también entra en relación con las condiciones de producción de ese conocimiento (condicionamientos económicos, ideológicos) Andrés Carrasco tuvo malas y buenas experiencias. Una de las malas le sucedió en Chaco, en 2010, cuando políticos locales impidieron una presentación junto a otro científico comprometido, Hugo Lucero, Jefe del Área de Bioquímica Molecular de la Universidad Nacional del Noreste. Ambos lograron exponer su experiencia en el programa Científico Industria Argentina, en la propia Televisión Pública.
Un científico ambientalista
El mismo artículo continuaba: «El atractivo del determinismo radica en que ofrece explicaciones científicas creíbles a las contradicciones civilizatorias generadas por el capitalismo. Si los OGM son plenamente aceptable en su explicación científica no tenemos que pensar en los efectos a mediano plazo sobre el medioambiente, biodiversidad, salud humana, efectos socioeconómicos, etc. Ni lo que ellos representan en términos de negocio global de alimentos, la apropiación, privatización y monopolio de las semillas por parte de las grandes transnacionales, ni la desigual [distribución ]de ingresos»
Y más aún: «Nos quieren hacer creer que todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia o mejor suplantándola con una ciencia limitada y sin reflexión critica. Una manera de abstraerse de las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad, poniéndola al servicio del poder dominante». Por ello la idea del progreso universal es cuestionada. Por ello señalamos este pensamiento como su legado más importante: «El ambientalismo, no es una mala palabra o una postura caprichosa consumada por eco-terroristas delirantes. Es una posición ideológica que perfora el dogmatismo científico legitimante».
Ver también:
Darío Aranda / La Vaca: «Andrés Carrasco, científico y militante: gracias» (2014)