Por Carlos Del Frade, publicada en Agencia Pelota de Trapo
A fines de 2013 y principios de 2014, la Conferencia Episcopal Argentina, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el Ministerio de Defensa y la mayoría de los gobiernos provinciales, descubrieron que el narcotráfico se está devorando la vida de cientos y cientos de pibas y pibes.
Y que en algunas zonas del país, como en el Gran Rosario pasa algo grave, muy grave, desde hace tiempo.
Cabe una pregunta: ¿Dónde estaban cuando los sacerdotes y las monjas, ciertos abogados y otros tantos fiscales, la militancia social y especialmente las pibas y los pibes gritaban esta realidad desde los años ochenta, treinta años atrás?.
Voces al primer año de la democracia recuperada:
-El poxi viene bien para aguantar los golpes de la cana -dice el gorrión de diez años mientras devora las medialunas y demora el café con leche para el epílogo de la charla con el periodista.
La democracia apenas alumbraba en la ciudad “cuna de la bandera”.
-Lo llevamos en una bolsita y nos sirve para correr más rápido cuando le sacamos un paquete de pastillas al kioskero. Incluso te da menos frío -asegura el otro pibe.
La nota apareció en el desaparecido diario “Rosario”.
Era 1984.
¿Qué se habrá hecho de aquellos pibes?.
Las calles asistieron a movilizaciones, reclamos, represiones, estado de sitio por los saqueos y centenares de cuerpitos elásticos capaces de gambetear automóviles, lustrar zapatos, vender flores, robar migajas y escapar. Una y otra vez. Escapar.
Escaparle a la miseria, a la cana, a los profetas de un dios lejano.
Y en ellas, en esas calles, también se multiplicaron los canas.
Los ratis, como le decían los pibes.
Nadie escuchó a esos pibes.
O, mejor dicho, los despreciaron.
Otros pibes decidieron cantar su realidad:
«Donde en cada calle hay una banda diferente
Se enfrentan entre ellos y tiene que correr la gente
Mientras la droga avanza y acaba con la juventud
Los que la venden se enriquecen y no tienen inquietud»
Esos versos, en ritmo de hip hop, cantaba Ariel Alejandro Ávila, en el invierno de 2009, cuando solamente tenía quince años.
Formaba parte de un grupo que se hacía llamar “La Profecía”.
El miércoles 12 de febrero de 2014 lo asesinaron a tiros frente a su casa, en Campbell al 1100 bis, en el corazón de un ex barrio obrero, Empalme Graneros, en la ciudad de Rosario.
Ariel tenía 21 años. Solamente 21 años.
Tampoco lo quisieron escuchar.
Eso si, ahora su canción recorre distintos sitios por Internet.
La crónica de los diarios dice que los vecinos destruyeron el bunker de venta de drogas ubicado a metros del lugar donde le robaron la vida al enamorado del hip hop.
-Que le pase esto a pibes como Ariel, al que se le dieron herramientas para que saliera de una realidad signada por la vulnerabilidad, te hace bajar los brazos. Ariel estaba obsesionado por ese quiosco de venta de drogas. Nos decía: «Eso hay que sacarlo. No puede estar acá. Hay que quemarlo, tumbarlo, eliminarlo. Eso no puede estar acá – le dijo Lisandro Rodríguez Rossi, su profesor de música en la escuela secundaria de Génova y Cullen, el lugar donde Avila aprendió a cantar hip hop, al diario “La Capital”.
El costo de hablar 30 años después de lo que vienen gritando desde el fondo de los barrios las mujeres, los hombres y los pibes, no solamente se mide por el tamaño de la hipocresía de las instituciones, sino también por la obscena cantidad de sangre joven derramada.
Fuente: “Ciudad blanca, crónica negra. La historia política del narcotráfico en el Gran Rosario”, libro del año 2000, del autor de esta crónica – Diario “La Capital”, de Rosario, domingo 16 de febrero de 2014.