La experiencia de un conjunto de organizaciones que en Villa Banana, junto a los vecinos, lograron apropiarse de un espacio para realizar actividades comunitarias. Además, un repaso por una productiva y alternativa forma de construir un hogar.
Por Martín Stoianovich
El dato llegó a este cronista corriendo como un rumor más de aquellos que andan de boca en boca con la necesidad de crecer desde el pie y diseminarse en el resto de la sociedad. Se trataba de la iniciativa de un grupo de jóvenes que junto a los vecinos del barrio habían derribado un búnker de venta de drogas para apropiarse del espacio y hacer de él algo más que una máquina servil a la muerte y la desigualdad.
No bastó con ese dato y la cuestión se profundizó en conocer un poco más. Ver dónde, cómo, por qué y cuándo acontecían estos sucesos y principalmente quiénes eran los protagonistas. Acaso lo esencial como para encarar algún artículo periodístico que ayudara a la difusión, y a eso me inclinaba poco a poco mientras indagaba algo más e intentaba comunicarme con los sujetos de esta historia.
Corría la mitad del 2013 y los asesinatos vinculados al narcotráfico eran cada vez más en Rosario, afectando como siempre a las barriadas populares que bien desde abajo se la rebuscan para sobrevivir a las indiferencias cotidianas. Y desde allí venía esta historia, desde el corazón de la Villa Banana en el barrio Triángulo de la zona oeste de la ciudad. Los encargados: las agrupaciones Cuba MTR, Juventud Revolucionaria Che y la agrupación estudiantil Tupac, junto a los vecinos del barrio que no se envuelven en banderas partidarias ni logos políticos, sino que lo hacen en la esperanza de salir hacia adelante en la búsqueda de una vida un poco más digna.
Me comuniqué con los chicos de las organizaciones, les hice llegar mi interés por dar una mano en la difusión de esta movida. Arreglamos, entonces, en encontrarnos en la Facultad de Humanidades y Artes, de la calle Entre Ríos al 700, una mañana bien temprano para llegar al barrio en colectivo y poder aprovechar toda la jornada. Ellos iban a trabajar, y yo también.
El recorrido, a bordo del 122 verde de la línea Semtur, lo hice con dos muchachos, de los más jóvenes probablemente, estudiantes de la carrera Comunicación Social, y militantes de Tupac. Mientras íbamos recorriendo las calles de Rosario, y advirtiendo los bruscos cambios que suponen los traspasos de las avenidas principales sobre todo en el adentramiento a la zona de los barrios, estos pibes me comentaban algunos detalles más que continuaban dándole riqueza a esta experiencia. Lo que se encontraban haciendo las agrupaciones y los vecinos del barrio en aquel territorio que meses atrás había pertenecido a la mafia organizada del narcotráfico, era un centro comunitario donde a futuro se realizarían actividades para los más chicos y no tanto. Pero no sólo eso, sino que la construcción, un poco por cuestiones económicas y otro poco por lo que implica esquivar a más no poder los gastos muchas veces excesivos impuestos por los manuales del capitalismo, se realizaba con materiales alternativos pero no por ello menos eficaces. También me comentaron de la relación con los adolescentes del barrio que habían estado involucrado en el consumo y la venta de drogas, de las complicidades policiales, y del temor de los propios vecinos. Sin dudas, cuestiones que iba a tener que profundizar ni bien llegara al sitio en cuestión.
Una vez allí
Las últimas cuadras del recorrido fueron por la Avenida Presidente Perón, sobre la cual descendimos a la altura del 4600 en inmediaciones del Centro de Distrito Oeste “Felipé Moré”. Ahí nos esperaba Nicolás, de Cuba MTR, quien nos acompañaría en las próximas tres cuadras hasta la incipiente construcción. Me explicaban que más allá de que la relación con el barrio comenzaba a afianzarse, no había que perder la precaución y en lo posible andar por allí siempre acompañado, preferentemente con alguien reconocido en los pasillos del lugar. Días atrás había llovido y por este motivo la tierra de las calles se encontraba algo húmeda aún, mientras que otros sectores eran puro barro.
Comunidad Rebelde se está construyendo en un espacio cuyo frente da a la vía del tren que atraviesa el barrio. Así también sucede con centenares de otras casitas y ranchos que tienen como jardín, y muchas veces espacio de juego para los chicos, a aquel camino que cada tanto tiembla con el paso del ferrocarril. Aproximadamente dos metros, como mucho, separan a las casas de las estructuras metálicas que componen la vía.
Cuando llegué, lo primero que vi fue una montaña de tierra en la puerta, desde la cual un grupo de chiquitos colaboraban entre risas llenando botellas y llevándolas al interior del lugar. Otros, más grandes, daban vuelta por el sitio con carretillas repletas de tierra que traían de una montaña aún más grande que había a la vuelta de la construcción. Me recibió el resto de los integrantes de las agrupaciones y algunos vecinos que ya rondaban por la zona dando una mano. Acordamos las entrevistas pertinentes para más adelante, pero lo que interesaba por entonces era comenzar la jornada intensa de trabajo. Y en eso anduvimos un rato largo, yendo y viniendo con carretillas de tierra hasta que, aprovechando un descanso con algunos mates de por medio, pudimos encontrarnos para explorar un poco más la historia de este fenómeno.
El inicio
Corría diciembre de 2012 y la situación, aún como sucede ahora a poco más de un año, no daba para más. El triple crimen en Villa Moreno en las primeras horas de enero de aquel 2012 había abierto el telón de un año con crímenes vinculados al narcotráfico que todavía hoy no cesa. Sino todo lo contrario, hay cada vez más muertes vinculadas al ajuste de cuentas entre bandas, a robos en búnkeres, o al fatal gatillo fácil de la policía que como institución tambalea entre la complicidad y la inoperancia, y que generalmente tiene como víctimas a los vecinos de los barrios más vulnerables, con los más jóvenes como blanco predilecto. En Villa Banana no había ningún tipo de excepción sino que, por el contrario, cada vez más puestos de ventas de drogas se iban asentando, y ante la falta de acción política los vecinos debieron reaccionar.
Nicolás contó aquella vez que con el surgir del narcotráfico como actividad principal en el barrio, el búnker de drogas se fue convirtiendo en un espacio más en la cotidianeidad del vecino. “Esto supone un problema grande en cada familia por el hecho de que los pibes están en la calle o las señoras tomando mate en la vereda y ven autos y motos desconocidos que entran y salen todo el día”, explicaba por entonces Nicolás. La situación había comenzado a desbordarse con el incremento de robos y el peligro en crecimiento al que eran expuestas familias enteras. Las organizaciones que trabajan en el barrio decidieron realizar las denuncias necesarias al gobierno municipal pero, tal como lo relataba Nicolás, no había respuesta inmediata a ninguno de los llamados de atención.
Fue la falta de acción desde al ámbito político lo que tornó la situación menos sostenible, y derivó como consecuencia en la necesidad de tomar una decisión que, como alternativa, le hiciera frente a aquel presente. “Se aprovechó un día de diciembre que quedó vacío el lugar y con los vecinos se empezó a derrumbar las paredes que tenían 60 centímetros de ancho”, recordaba Nicolás. Fueron varios días de trabajo de demolición hasta que quedó el espacio apropiado para comenzar a trabajar en la construcción del centro comunitario. La decisión que sentenció el futuro del espacio se tomó a través de una asamblea barrial en la cual quedó expuesta la necesidad de un nuevo ámbito donde se desarrollaran talleres para los niños y niñas, cursos de capacitación en oficios, y otras actividades que refugien a los vecinos del barrio de la crudeza que implica vivir en los barrios menos tenidos en cuenta de la ciudad.
Mientras tanto, la actividad del narco continuó. Nicolás admite que estuvieron rondando por la zona, observando nuevos lugares para comprar terrenos y reinstalarse. Éste es, quizás, el punto débil de la lucha en soledad de las organizaciones contra el narcotráfico: podrán derribar un búnker pero la raíz del tejido seguirá vigente. Y aquí se ponen en juego las responsabilidades políticas y judiciales que de alguna u otra forma permiten que esta problemática no se detenga. De todos modos es el ejemplo lo que sirve, porque un espacio que abra sus puertas para contener a los vecinos garantiza que no habrá un chico o una chica en la calle, y se habrá ganado entonces una pulseada de tantas por enfrentar. “Gracias a esto cambió mucho la relación entre los vecinos. Todos aportan un grano de arena y así se construyen lazos de amistad, de solidaridad y trabajo en equipo. Antes nadie se saludaba con nadie, ahora mejoró la comunicación entre nosotros”, sintetizaba una joven del barrio llamada Noelia.
Construyendo Comunidad Rebelde
Los pilares de la construcción del centro comunitario son dos arquitectos que ya tienen experiencia en este tipo de trabajo. Mare es una mujer joven que anteriormente participó en la urbanización de favelas en Brasil y que hoy quiere replicar sus aprendizajes en Argentina. “El tema de los materiales alternativos surge como mejor opción a raíz de no tener presupuestos. Pero el único motivo de esto no es construir el lugar, sino enseñarle a los vecinos que se puede esquivar al sistema, que ellos pueden mejorar sus condiciones de vida sin esperar que el Estado responda”, explicaba Mare a este cronista mientras un pequeñito llamado Nahuel enternecía la entrevista con su mirada pícara intentando participar de la charla. Para lo mismo, durante la semana además de la construcción, los arquitectos encabezan un taller donde enseñan a los vecinos los métodos claves de la arquitectura alternativa.
“La construcción se basa en una estructura de paredes de palets, y un contrapiso de botellas de plástico rellenas con tierra apisonada que queda muy resistente”, explicaba Mare por aquellos días. Hoy, tal como cuentan desde la organización, se avanzó varias etapas. Ya están elevadas las paredes y comenzada la elaboración del techo, sostenido mediante tirantes sobre los cuales se va a poner adobe, una técnica tan antigua como eficaz que consiste en la mezcla de barrio y paja. Sobre el piso ya construido se aplicaría una capa de adobe con cemento para estabilizarlo. Este proceso también va en el techo y puede servir sobre todo para reemplazar a la chapa, que es fría en invierno, caliente en verano, poco estética y a veces difícil de conseguir. “Para estabilizar el adobe se le pone un cinco por ciento de cemento, y para que el palets no absorba el agua de la lluvia se la impermeabiliza con aceite de cocina quemada”, detallaba con precisión Mare en aquellos días en los que en la mayor parte de Comunidad Rebelde se caminaba sobre tierra.
Vale destacar, como dato no menor, que este emprendimiento se encaró con un presupuesto inicial de cinco mil pesos, más distintos tipos de colaboraciones a través de la donación de materiales. De esta forma, Mare explicaba un poco la esencia de este tipo de construcciones: “No se trata sólo de aprender a construir con materiales alternativos, sino de transformar la conciencia de que no todo tiene que seguir al sistema. Si no te quedás con la idea de que todos los materiales son costosos y la casa nunca puede quedar terminada o estar linda. Se puede tener algo digno con muy poco y es cuestión de voluntad”.
El crecimiento y la continuidad del día a día.
Comunidad Rebelde nació a mazazos, derribando un espacio destinado a la corrupción y la complicidad del poder económico, político y policial. La falta de acción por parte de los gobiernos ante los reclamos y las denuncias reiteradas, la presencia sospechosa de la policía según lo relatan incansablemente los vecinos del barrio, fue lo que movilizó a los vecinos a actuar por su propia cuenta. Nació a mazazos y con el mismo envión y el mismo compromiso continúa creciendo a nivel barrial y difundiendo su experiencia a lo largo y ancho del resto de la ciudad.
Tal es así que a nivel mediático lograron cautivar las cámaras y los diarios principales de Rosario cuando los futbolistas Nahuel Guzmán de Newell´s y Manuel García de Rosario Central fueron presentados como padrinos del centro comunitario. Actividades como estas acompañaron a la recuperación del potrero del barrio como espacio de encuentros entre los vecinos a través de torneos de fútbol mixtos y otras actividades relacionadas al deporte. Así también, a principios de diciembre de 2013, realizaron un concurrido festival de música llamado “La vie en Rock” en el cual participaron importantes grupos musicales de la ciudad. Para esto, contaron con la mano en la difusión de distintas personalidades reconocidas a nivel internacional que adhirieron a la maratón cultural, tales como el actor Diego Capusotto y el músico Manu Chao.
Así se mantiene en pie y creciendo un centro comunitario nacido a partir de los restos y daños que dejó un kiosco de drogas. Desde Comunidad Rebelde constantemente continúan invitando al ciudadano a sumarse a esta experiencia, dando una mano en aquel rincón de Villa Banana o bien replicando el ejemplo en cada uno de los lugares donde sea posible. Mientras tanto sigan existiendo las desigualdades propias del sistema y sus ambiciones, el narcotráfico y sus problemáticas derivadas como consecuencias continuarán vigentes. Pero, asimismo, también irán surgiendo estas experiencias que buscan, desde abajo, crecer en conjunto por un futuro más digno que no quede sólo en la utopía.
2 comentario
EXCELENTE NOTA.
Muy bueno dar a conocer como un barrio puede organizarse para quitarle espacio al narcotráfico y trabajar con fines comunitarios
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