En el juicio contra criminales de lesa humanidad de San Nicolás que actuaron durante la dictadura, declaró José María Budassi, un sobreviviente que pasó por numerosos Centros Clandestinos de Detención y vio en varios de estos a diferentes víctimas de la causa. El proceso, a cargo del Tribunal Oral Federal N° 2 de Rosario, tuvo su segunda jornada de audiencias testimoniales en el Concejo Deliberantes nicoleño.
Por María Virginia Bertetti
Treinta y cinco años pasaron para estos pasos que dio hacia el estrado José María Budassi este miércoles, el “Cholo” para todo el mundo. Víctima y testigo de un terrorismo de Estado que consideró que militar en los barrios con su grupo de compañeros de la secundaria era un delito que le dejaría cinco años de cárcel en su curriculum vitae (mayo del 77 hasta diciembre del 82. Cinco años y un compromiso de por vida, que no pudieron silenciar.
Con su voz pausada y su cara de buen tipo, el Cholo comenzó a narrar su historia, la cual en un punto del camino se une con la Regina Spotti, una de las desparecidas cuyo caso se investiga en el juicio. Ella le dijo a través de las paredes de un oscuro chupadero “¿Gordo?, ¿Gordo?, ¿Sos vos?”. Una voz que sigue resonando en sus oídos y lo llevaron a estar sentado en ese estrado, contando su verdad.
Los inicios
Nacidos y criados en Córdoba, a partir del año ’71 los Budassi eligieron el norte bonaerense para su nueva vida. “Cuando llegué acá –contó José María– me había anotado en el Comercial pero no tuve banco y se presentó la oportunidad de ingresar al colegio Don Bosco, donde cursé mis estudios desde 1972 a 1975. El período en que me tocó hacer la secundaria coincidió con el período democrático desde el ’73 al ’76 y luego con el inicio de la dictadura. El compromiso social era parte de la cultura de los estudiantes. Así di mis primeros pasos en el Movimiento Juvenil Diocesano, de los 15 a los 17. Mi tarea estaba vinculada a la iglesia y al trabajo social”. Realmente un cuadro peligroso, según la mirada de algunos.
Un viaje donde convivieron durante un mes y medio en un pueblito de pescadores de la provincia de Santa Fe lo marcó y significó una bisagra en la vida de Budassi. “Ahí entendimos, con el entusiasmo de esa edad, que la militancia social era necesaria”, aclaró. En el año 75 se constituyó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), con mucha influencia de gente como el Monseñor Carlos Ponce de León. Justamente, uno de los principales contrincantes del obispo nicoleño era Saint Amant, quien ahora está finalmente en el banquillo.
Budassi relató que llegó a estar un año en Rosario como estudiante de Medicina, viviendo en pensiones y militando en los barrios. Hacia fin del 76, cuando ya las condiciones de militancia rosarina eran más que difíciles, decidió volverse al pago, a estudiar y de paso trabajar en la panadería de sus padres. Hasta que llegó la noche negra, la más temida.
El horror
Era un cuatro de mayo de 1977, ya de noche en San Nicolás y con un otoño bien frío. José María solía ir caminando hasta su casa con uno de sus compañeros, para pedirle las llaves de la camioneta a su padre y alcanzarlo hasta su casa. Esa noche desviaron hasta la casa de Pablo Martinez, y en su lugar encontraron a su hermana, un poco extrañada porque Pablo no había regresado. Entonces el Cholo retoma calle Almafuerte para volver a su casa. Pero esa vuelta iba a demorarse cinco años.
“A la altura de Almafuerte y Garibaldi veo un Ford Falcon celeste medio cruzado sobre la calle con el capot levantado como si tuviera un problema y una persona a su lado haciéndome señas para que me acercara y yo, muy inocentemente, me detuve”, recordó el Cholo. “Me apuntaron con un arma y me hicieron bajar. Primero pensé que me querían llevar la camioneta, pero después me di cuenta que me querían llevar a mi. Me comenzaron a golpear, y yo me resistí y empecé a gritar. En la esquina está el Bar Pancho e hice tanto escándalo que los parroquianos salieron y vieron el momento en que me subieron al Falcon y me llevaron. Conocieron mi camioneta y me reconocieron a mi e inmediatamente le avisaron a mi familia. Siempre digo que si me hubiese pasado en Rosario hoy posiblemente no estaría acá”, comentó ante el tribunal.
El espanto ya era parte de su vida y había entrado en ella sin pedir permiso. La primer parada será en un sitio sin identificar, posiblemente en el B° Alcoholera, como yendo hacia Somisa. Lo bajaron del auto, lo desnudaron y le robaron sus pertenencias. La tortura no se hizo esperar y buscaron quebrarlo de las peores maneras posibles. Cholo se detuvo en su relato y reflexionó: “más que información lo que buscaban era destruirnos como personas, obligarnos a traicionarnos a nosotros mismos y a los que nos rodeaban”.
El calvario continuó, teniendo a la desesperación acostada en su misma celda, al escuchar como torturaban a los recién llegados. Eso lo llevó a luchar por su vida como nunca antes.
“De la desesperación me descontrolé, me desaté y me bajé de la cama sacándome las vendas –recordó José María–. Vi que era una pieza vacía con una ventana que tenía un mosquitero viejo. Lo arranqué con las manos, salí por la ventana y comencé a correr. Estaba totalmente desnudo. Golpeé en una casa y salió una mujer, que cuando me vio comenzó a gritar así que seguí corriendo hasta que llegué a la ruta. La crucé y ya las piernas no me daban más. Había un obrador y ahi me tiré. Cuando me doy vuelta me están apuntando con un arma. Con la desesperación no me di cuenta que me seguían. Yo pensé que en ese momento me mataban”. Pero no, lo subieron a un auto y se lo llevaron a otro lugar.
Regina
Ahí fue que empezó a pedir para ir al baño cuando alguien reconoció su voz y lo llamó. “¿Gordo?, ¿Gordo?, ¿Sos vos?”. Era la voz de Regina Spotti, a quien habían arrancado de la casa que compartía con su compañero Víctor Almada el 21 de abril. Fue ella la que le dijo que estaban en la Brigada de Investigaciones y quien se convirtió en su interlocutora hasta el domingo en que Budassi estuvo en esa celda. “Ella me preguntó por sus hijos y si su compañero estaba vivo”. Al día de hoy, el Cholo es la única persona que la escuchó con vida por esos días, algo que, en sus palabras, signó su vida.
A Regina la había conocido en el verano del ́75, militando en los barrios. La represión de la Triple A ya se hacía sentir hasta en San Nicolás y las agrupaciones tenían que utilizar mecanimos de control y seguridad. Es por eso que Regina era Carmen, o simplemente “La Gorda”.
El camino hacia la “legalización”
Budassi está seguro de haber estado en la Brigada hasta el domingo por un detalle anecdótico: “A mi viejo le gustaba mucho el tango y miraba los sábados a la noche el programa Grandes Valores del Tango. En la celda en que estaba yo había una ventana que daba a una especie de cocina y escuche que estaban viendo ese programa, así que el sábado a la noche yo estuve ahí”.
El derrotero continuó en otro lugar sin identificar claramente, o que según los indicios se ubicaría en la ruta 21, cerca de la fábrica de llantas “Protto”. Al permanecer vendados, privados de la visión, los demás sentidos se identificaban y cada sonido era una señal. De uno de esos días, que duraron una semana, el Cholo recordó cuando estuvo en un salón grande, con otros detenidos, unos cinco o seis, donde el jefe de la patota dio una arenga orgullosa, afirmando que “la situación estaba manejada”. El nuevo destino de Budassi y Martinez estaba definido y un nuevo camino iniciaba esa misma noche, aunque aún no lo sabían.
“Después –relató Budassi–, aprendí que ese día se decidía que se hacía con nosotros. A Pablo y a mi nos metieron en los baules de los autos y del resto no supimos más nada. Era la madrugada del 25 de mayo, si mal no recuerdo. En un momento nos bajan y nos hacen subir al vehículo. A mi me ponen al volante y a Pablo en el asiento del acompañante. Nos hacen sacar las vendas y nos ponen un reflector muy potente. Nos dicen que tenemos que seguir y que atrás venía otro auto y que no nos mandáramos una macada o íbamos a poner en riesgo nuestra vida. No teníamos ni idea donde estábamos ni que iba a pasar con nosotros”. Un camino de madrugada, un destino incierto, dos amigos enfréntándose a lo desconocido.
“En una curva comienzan a aparecer soldados conscriptos y al final había un control militar. Los
del primer vehículo les dicen unas palabras y siguen camino, a nosotros nos hacen frenar a un
costado. Estábamos totalmente zaparrastrosos, con ropa que no era nuestra y no nos habíamos
bañado en veinte días. El oficial nos interroga y nos pide los documentos, que obviamente no
teníamos y cuando hacen abrir el baúl había un arsenal, lleno de armas y panfletos. Eso más que una mala noticia era una buena noticia. Dejábamos la condición de desaparecidos, nuestra familia iba a poder saber donde estábamos”, rememoró José María. Un giro de la historia, que permitió que el Cholo relate esto en la sala de audiencias.
Las cárceles y la vuelta a casa
Más de una semana pasarían en la Comisaría Primera de Junín José María y Pablo, para luego ser trasladados a la Unidad Penal N° 3 de San Nicolás, donde no quedaron a disposición del Ejecutivo, sino del Jefe del Área Militar. En Junín donde aun siguieron detenidos en forma clandestina, en un momento un policía le preguntó desde la puerta de la celda su nombre, y luego agregó, frente a la respuesta de Cholo, “vos sos el que pidió el obispo”. Efectivamente, Ponce de León había intercedido ante las autoridades militares por él y por Pablo Martínez.
A los pocos días de estar en la UP 3 de San Nicolás lo llevaron a una oficina en la parte delantera del penal donde lo aguardaba el Mayor Ricardez, segundo en la cadena de mando en la zona. Lo esperaba con un ejemplar del diario “El Norte” abierto donde se leía claramente el titular “Falleció el Monseñor Ponce de León en un accidente”. Ahí mismo el Cholo supo que la noticia era diferente, al cura lo habían matado.
La estadía duró hasta abril del ’78, cuando lo trasladaron a Devoto, donde le realizaron un Consejo de Guerra, más o menos en la época del mundial de fútbol. “Me condenaron a ocho años por asociación ilícita, esa es la justicia que tuve”. Un mes en La Plata y de ahí un nuevo traslado a uno de los más oscuros penales del país: Sierra Chica.
Con la Comisión de DD.HH. pisándoles los talones, se trasladaron por esos días a todos los presos políticos a La Plata y a la recién estrenada cárcel de Caseros. Budassi fue llevado a La Plata en abril del 79 y no saldrá de allí hasta la navidad del ’82, cuando Bignone le conmuta la pena. Un camino a casa de demoró cinco años y medio.
Militante de Derechos Humanos, José María Budassi, el Cholo, espera el inicio de la causa por la que fue víctima, la que aún no tiene fecha exacta de inicio. Mientras tanto, trabaja a destajo por la Memoria, la Verdad y la Justicia