Fútbol, juegos y reflexiones para profundizar el cambio
En un contexto social muy particular, donde las cúpulas policiales y los gobiernos organizan la escena, los mismos de siempre son señalados como culpables. La estigmatización se hace fuerte en las calles mientras que en las barriadas populares el trabajo social continúa reflejando otra realidad y reclamando sus derechos.
Por Martín Stoianovich
Los televisores, los diarios y las radios hablan de una situación social complicada a nivel nacional. La policía, en distintas provincias, toma el autoacuartelamiento como supuesto método de protesta por mejores salarios. Se producen robos sistemáticos en supermercados y locales de distintos rubros. La agenda mediática, como consecuencia, dice que son saqueos provenientes de los vecinos de los barrios más carenciados. Por otra parte, distintas investigaciones y causas judiciales nombran a varios jefes policiales como cómplices de los cada vez más grandes tejidos del narcotráfico.
La situación es complicada, sí. El pueblo desinformado y los poderes armados llevando al extremo sus ambiciones. Como consecuencia, la sociedad toda apunta como culpable a los humildes que, una vez más, vuelven a caer en las macabras estrategias del sistema.
Pero mientras acontece este caldeado diciembre, que poco tiene que ver con el diciembre en fuego de doce años atrás, los barrios rosarinos muestran un presente algo distinto al que el discurso dominante genera. Un presente con problemáticas tan peligrosas y dañinas como silenciadas. Sólo basta con conocer el territorio del día a día, escuchar el relato y reconocer las historias de vida que pretenden ser oídas para así poder fortalecer la esperanza de que ciertas realidades algún día cambiarán.
Ludueña
La intersección de Teniente Agneta y Casilda es algo más que una referencia geográfica. Ahí, en el corazón del barrio Ludueña, se encuentra el centro Comunidad Sagrada Familia, lugar que frecuentemente alberga a distintas organizaciones sociales en sus trabajos cotidianos. En esta oportunidad, domingo 8 de diciembre, se trató de una actividad organizada por la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud, conjunto de organizaciones que se unieron para trabajar contra la posible baja de edad de imputabilidad en el nuevo régimen penal juvenil. El fin es dejar en claro que los menores no son peligrosos, sino que están en peligro, y ante esto comenzar a darle forma al pedido de declaración de emergencia.
Fue así que se juntaron en este punto de Rosario jóvenes y niños de distintos barrios, como Bella Vista, Ludueña, Villa Banana y República de la Sexta, que trabajan con las organizaciones que integran la Asamblea. Se reunieron desde muy temprano, y recibieron el domingo desayunando y jugando a la pelota en el potrero ubicado frente a la Sagrada Familia. La jornada consistiría en un torneo de fútbol que pudiera reunirlos, otras actividades recreativas, y un taller para, sobre el final, reflexionar acerca de la situación fundamental por la que se convocó a esta actividad.
Mientras que el Secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, y el Gobernador santafesino Antonio Bonfatti sobrevolaban Ludueña y el resto de la ciudad en helicópteros, y mientras patrulleros de la gendarmería desfilaban por las calles rosarinas, los apuntados de siempre dejaban a un lado sus gorras para poder cabecear la pelota sin problemas. Jugaban al fútbol, se reían. Jóvenes que, lógicamente, hacían cosas de jóvenes. Hicieron cinchadas, saltaron la soga y jugaron a una suerte de carnaval adelantado para aplacar un poco al terrible calor que agobiaba desde temprano. Los más chiquitos pintaban máscaras y corrían por ahí, sin máscaras pero pintados ellos de pies a cabeza.
Reflexiones
“Ellos deberían estar entre nosotros”, denuncia una pintada hecha a fibrón en la pared de una de las habitaciones de la comunidad. A su alrededor, los retratos de Javier de 23, Miguel de 17, Alejandro de 17 y Omar de 14, inmortalizan a cuatro jóvenes más de los que no pudieron sobrevivir a las diferencias eternas. Adicción a drogas duras, víctimas de abusos policiales, vinculaciones a delitos que sólo terminan con la muerte, y distintas problemáticas de las que estos chicos no pudieron escapar. “Ese es mi primo”, avisa con suave voz una diminuta niña a este cronista desde arriba de una silla, y señala a Omar. Las fotos de estos jóvenes están protegidas por las imágenes de quienes en vida también los protegían y de los que, a la larga y de distintas formas, también se convirtieron en víctimas directas. Pocho Lepratti y Mercedes Delgado custodian a estos pibes que no pudieron estar en la jornada.
En los talleres se reflexionó, se buscó el relato y la historia de vida del barrio. De todos los barrios, porque la distancia física no distingue de ninguna manera la realidad de los barrios en donde el narcotráfico abunda, donde la presencia policial es corrupta y abusiva, y donde el tiempo de los pibes no se utiliza en educación sino que se pierde en distintas formas de afrontar el día a día.
“Acá perdimos tres amigos en menos de un mes, por la droga, por los robos, por la policía” destacaba Emilce, una joven del barrio Ludueña. Ella padeció, en otros tiempos, las consecuencias de llevar una vida con derechos no encontrados, con necesidades no satisfechas que llevan a uno a buscar refugio donde más pronto se encuentre. “Yo estuve internada por las drogas, en rehabilitación, porque me mandó mi familia. No es fácil dejarla de un día para otro y muchos pibes han muerto. Acá tenés el acceso fácil, si hasta la policía te vende”, señalaba Emilce ante la mirada de sus compañeros.
Javier, de barrio Godoy, es otro muchacho que tuvo ideas para compartir. Habló de cómo se siente cuando camina por el centro rosarino, de cómo se cruzan de calle o lo miran mal. “Me condicionan como persona”, señaló. A su vez, contó que a cuatro casas de la suya hay un búnker y que la complicidad policial para su funcionamiento y permanencia es evidente.
Más tarde, cuando se compartieron las posturas de los grupos que trabajaron en el taller, se reflejó un pedido en común. Todos apuntaron a lo mismo de siempre, a las consecuencias de políticas fallidas, de corrupción, a la miseria organizada. “Lo que no queremos que haya en nuestro barrio: muertes, búnker, policía corrupta, asesina y abusiva, violencia, niños sin futuro”, exclamaron. De distintas formas lo mostraban: gritándolo, reflejándolo en canciones y en actuaciones. Se plasmaba así la necesidad de plantear que el peligro no está en los pibes, sino que ellos son las víctimas de las ambiciones y los atropellos de las cúpulas políticas y policiales.