Ricardo “Riqui” Meneguzzi tenía 21 años cuando en 1977 fue asesinado en la zona sur de Rosario por una patota de la dictadura. Su hermano Carlos recuperó unos cuadernos de primaria de Riqui y con ellos se reencontró con una parte de su infancia.
Fotos: Mariana Terrile y Archivo Carlos Meneguzzi
Carlos Meneguzzi estaba con Ani, su mujer, limpiando su casa de barrio República de La Sexta, cuando sonó el teléfono y del otro lado la voz de una mujer cortó su rutina y lo cacheteó al pasado. Era domingo, 14 de noviembre de 2021, cuando Beatriz Trepat le habló por primera vez:
—Mirá, vos no me conocés, pero yo tengo unos cuadernos de tu hermano Riqui.
—¿Unos cuadernos?
—Sí, de la primaria. Mi mamá era su maestra.
Carlos se quedó en silencio, como si las palabras se le hubieran enredado en la garganta. Ricardo “Riqui” Meneguzzi era su hermano menor, casi dos años más chico, asesinado el 27 de enero de 1977 por una patota de la dictadura en la zona sur de Rosario.
Beatriz siguió.
—Bueno, yo te los quiero dar. Quiero que los tengas vos.
Riqui murió a los 21 años. Pero a Carlos ahora una voz lo invitaba a reencontrarse con la infancia de su hermano. Tres cuadernos con sus dibujos, con la letra de un nene practicando el silabeo y los primeros ejercicios de matemática. Volver a ese tiempo de la niñez donde, como escribió el poeta Fernando Pessoa, había cumpleaños, uno era feliz y nadie había muerto.
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En 1956 se produjo en la Argentina la última epidemia de poliomielitis, que en un país con poco más de la mitad de la población actual afectó a unas 6500 personas. Se la conoció como la “debilidad de las extremidades inferiores”, por las secuelas que dejaba en los recién nacidos. Ricardo Meneguzzi tenía entonces 8 meses de vida y una polio feroz le atrofió los músculos de la pierna izquierda. Una pierna lacia y más flaca que la otra. Una huella y una mochila que iba a cargar por el resto de su vida.
Había nacido en Elortondo el 29 de junio de 1955 y cuando se confirmó su diagnóstico su mamá Nelly Galasso se mudó junto a Riqui a Rosario. Pero el tratamiento era largo y con el tiempo toda la familia se trasladó a la ciudad.
En uno de los cuadernos de la infancia de Riqui hay una tarjeta con letras impresas que dice “El primer cumpleaños”. En la línea de puntos, su mamá Nelly completó: “Fue muy triste, pues estaba enfermo, hacía un mes había salido del Hospital de Niños. Estábamos con mamita en casa de Isolina y Pepe Abratte. De regalos tuve muchos juguetes y lo pasé acostadito, pues todavía no podía caminar”. Ricardo era el menor de tres hermanos: Carlos era un año y medio mayor y Graciela -que hoy vive en Barcelona- le llevaba cuatro años.
Carlos Meneguzzi suspira, como si tomara impulso para recordar al pequeño Riqui, a su hermanito. El que fue antes de su ingreso a la facultad, el que fue antes de la militancia, el que fue antes de la dictadura, el que fue mucho antes de la muerte.
“Para él lo de la pierna fue una marca muy difícil de sobrellevar en muchos momentos de su vida”, dice Carlos sobre su hermano, quien durante años se atendió a diario en el Instituto de Lucha Antipoliomielítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar) y que a lo largo de su vida tuvo que someterse a doce operaciones.
En “Dejame que te cuente”, el libro editado por el Museo de la Memoria con la historia de Riqui, la periodista Sonia Tessa cuenta que de chico él no quería usar pantalones cortos en la escuela. La mirada de los otros chicos a veces era muy cruel. Su madre lo consolaba: “Que te miren. Te van a mirar un día, te van a mirar dos y después ya está. Y si te preguntan les decís: ‘Sí, porque yo cuando era bebé tuve poliomielitis y la pierna me quedó así’. Chau, se acabó. Es tu pierna, te sirve. Otros chicos tienen las orejas grandotas o la nariz grande o son chuecos o son panzones y cada uno es como es”.
Los tres hijos del matrimonio entre José Meneguzzi y Nelly Galasso hicieron la primaria en la Escuela N° 53 “Bernardino Rivadavia”, de Juan Manuel de Rosas al 1200. Allí fue que Riqui tuvo de docente a Dorita Musciattti, la maestra que durante años guardó sus cuadernos.
Por ciertas firmas y anotaciones, Carlos cree que los cuadernos de Riqui eran parte de los documentos que cada año la docente tenía que presentar ante el Ministerio de Educación, a modo de ejemplo del trabajo realizado en el año. Quizás la prolijidad del más chico de los hermanos Meneguzzi haya sido el motivo por el que la maestra los conservó toda su vida. Por el tipo de ejercicios pareciera que son del primer ciclo de la primaria. En uno de los cuadernos hay un sello que dice Tribunal de Calificaciones y una fecha: 1963, cuando Ricardo tenía 8 años.
Dos años después nació en Rosario Beatriz Trepat, la hija de la señorita Dora. Beatriz es ceramista y artista plástica radicada en París. Cuando falleció su mamá regresó a la Argentina y fue allí que, entre los papeles de su madre docente, se reencontró con los cuadernos de Riqui. Aquellos que tanto había visto en su infancia y que a esta altura eran un lejano recuerdo. Verlos otra vez, casi intactos pese al paso del tiempo, la impulsaron a buscar a la familia Meneguzzi. Y gracias a amigos en común logró contactar a Carlos, también artista plástico de la ciudad.
Después de aquel llamado de noviembre de 2021, quedaron en encontrarse en el bar El Cairo para la entrega de los cuadernos. Ella le dijo que necesitaba dárselos. Que había sido un honor que su mamá los haya guardado todo este tiempo, pero que después de décadas, sentía la necesidad de que regresen a la familia Meneguzzi. En ese encuentro la mujer le contó que su mamá recordaba a Riqui como un nene inteligente y voluntarioso. Que le encantaba cómo hacía las tareas de la escuela, y que por eso los había conservado. Para Beatriz, aquellas hojas rayadas habían sido una presencia cotidiana en su niñez. De chica era “muy despelotada” y más de una vez su mamá Dorita le mostraba los cuadernos de Riqui y le decía: “¿Ves? así tenés que hacer”. Adoraba a su exalumno. Años después, a uno de sus hijos la maestra le puso de nombre Ricardo.
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Carlos toma uno de los cuadernos y lo hojea sin prisa, como saboreando cada recuerdo que le activa la letra o un dibujo infantil de Riqui. Se acordaba que era muy prolijo y muy ordenado con sus cosas, pero no que era así desde tan chiquito.
En un cuartito, en la terraza de su casa, Carlos conserva la valija de madera que Riqui fabricó en el taller de carpintería de la escuela. Dentro de esa especie de cofre están los recipientes redondos donde Riqui guardaba las canciones que grababa de pibe. Sentado solo en su habitación, capturaba su voz con un diminuto aparato Sony de carrete abierto.
En una de las etiquetas se lee “Muchacha ojos de papel”. También hay una carpeta de tapas verdes que, a modo de fichero, ordena las canciones. En letra cursiva, apenas inclinada hacia la derecha, se lee: Cinta 2, lado 2, “Audaz como el amor”, de Jimmy Hendrix. Cinta 4, lado 1, “Cantata Sudamericana” de Mercedes Sosa. Son hojas tipo Rivadavia, gruesas, rayadas, con los ojalillos intactos.
Cinta 5, lado 1, “Confesiones de invierno”, de Sui Generis. El tema es de 1973, pero la prolija anotación de Riqui es del 11 de agosto de 1974. La canción fue una de las pocas que Nelly logró digitalizar para conservar la voz y el rasgueo de guitarra de su hijo en una cinta. La música para Ricardo era uno de los ríos de su vida y cuando terminó la secundaria empezó a cursar música en la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
A principios de 2024, Pichi de Benedictis se comunicó con Carlos. Otra vez una llamada por teléfono traía a Riqui al presente.
—Che Carlos, te quiero pedir algo, pero no sé cómo lo vas a tomar.
—Qué pasa, dale.
—¿Viste que está esa cinta de Riqui donde él canta “Confesiones de invierno”, de Charly García? Bueno, con los chicos queremos hacerle un homenaje. Ponerle la música y volver a cantar con él.
Los chicos eran Charly Pagura, Irene Cervera, Pichi de Benedictis y Alberto Callaci, a quienes Riqui conoció en la universidad. El sí de Carlos fue instantáneo y le pasó la grabación. El 24 de marzo de 2024, para el Día de la Memoria, Carlos subió a su canal de YouTube la grabación donde la melodiosa voz de su hermano canta el tema de Sui Generis. Su registro, el de sus 18 años, suena nítido con los arreglos de sus amigos. “Y la radio nos confunde a todos, sin dinero la pasaré mal, si se comen mi carne los lobos, no podré robarles la mitad”, entona limpio. En algunos pasajes se aprecia el coro que acompaña tenue. Suave. Y después retoma solitario: “Solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien”.
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La militancia, la música, los viajes y los amigos eran motores en la vida de Riqui. De aquellos años hay una foto en blanco y negro de Riqui junto a Richard Bessone y Oscar “Busi” Bouvier. La foto es de junio o julio de 1974 y fue sacada en Ushuaia, en un viaje a dedo que los tres amigos iniciaron en enero de ese año con destino al sur. En la capital fueguina vivieron un tiempo en una casa donde, entre otros, vivía un muchacho de Rosario. Varias décadas más tarde Carlos Meneguzzi recibió por email esa foto cargada de memoria.
En abril de 2018, en la vereda frente a la Escuela Dante Alighieri, la clase 73 de alumnos de la escuela colocó baldosas con los nombres de sus compañeros víctimas del Terrorismo de Estado: Oscar “Busi” Bouvier, Sergio “Turco” Jalil, Adriana “Paula” Bianchi y Riqui Meneguzzi, todos ellos asesinados entre 1976 y 1977.
Para enero de 1977 Carlos hacía casi un año y medio que no veía a su hermano más chico. En la Dante Alighieri, Riqui se había sumado a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), y más tarde empezó a militar en Montoneros. Según apunta Carlos, por su problema en la pierna Riqui cumplía sobre todo tareas de traslado de material de propaganda, pero no estaba incorporado a la lucha armada. Para el verano que encontró la muerte, Riqui hacía dos años que había pasado a la clandestinidad.
“Yo los recuerdos que tengo de mi hermano son de un niño y un adolescente, nunca fue un hombre grande ni fue un viejo. Pero uno se va olvidando y te quedan flashes”, dice Carlos.
Primer flash: Carlos maneja una bicicleta y lleva a Riqui en el caño. Son dos niños que van agarrados bien firmes del manubrio y avanzan veloces. Hasta que un desnivel en el cordón los desparrama sobre la vereda. Después del porrazo, las risas. Las carcajadas que Carlos no las olvida más.
Segundo flash: los Meneguzzi ahora están jugando a la pelota en el parque Urquiza, a pocas cuadras de su casa. Pese a la dificultad en su pierna, Riqui se arremanga los pantalones e intenta trotar. La izquierda asoma flaca y la arrastra un poco pero corre igual.
Polaroids de recuerdos brumosos que lleva clavados en la memoria.
Una de las últimas veces que lo vio fue en la casa de su hermana. Rondaba la idea de su abuela de juntar dinero para que Riqui pueda exiliarse en el exterior. Cuando se lo propusieron él rechazó la propuesta. “Estaba triste, casi deprimido, porque iban cayendo sus compañeras y compañeros. Ya la cosa estaba muy mal, pero él dijo ‘me quedo a correr la suerte de mis compañeros’. Y se quedó”. En otra charla, cara a cara solo con su hermana, le dijo: “A mí no me van a agarrar vivo, yo no me la voy a aguantar”. El miedo a la tortura lo acechaba.
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La madrugada del 27 de enero de 1977, Riqui fue asesinado en un operativo conjunto entre el Ejército y la policía de Feced, cuando lo fueron a buscar a una pensión de Sarmiento al 3700. Allí también vivía Germán Bianchi y el sacerdote salesiano Miguel Angel Nicolau.
La noche del 27 de enero, la casa fue rodeada por varios autos. Cuando escucharon el estruendo que venía de la calle, los muchachos que vivían en la pensión intentaron escapar por la terraza. Riqui escapó por la cortada Mozart y trató de llegar hasta avenida San Martín, pero no pudo. En esa callecita que serpentea curva entre Sarmiento y San Martín lo acribillaron a balazos.
Dicen que antes de que lo detengan el cura Nicolau alcanzó a gritar que era sacerdote. Nunca más se supo de su paradero, aunque algunos testimonios lo ubican detenido en el Servicio de Informaciones de la exJefatura de Policía de Rosario.
El sábado 28 de enero, en su primera página, el diario La Capital publicaba la versión oficial de los hechos. Bajo el título “Extremistas han sido abatidos en nuestro medio”, hablaba que “fuerzas legales realizaron un procedimiento en la finca situada en Sarmiento 3781 de esta ciudad, ante la información que en el lugar funcionaba un refugio de delincuentes subversivos”. La noticia, realizada en base a un comunicado del Comando del II Cuerpo de Ejército, señalaba que se arrojaron gases lacrimógenos en el interior de la vivienda y que entonces “tres delincuentes lograron evadirse”, pero que uno de ellos “fue detectado en la intersección del pasaje Mozart y avenida San Martín”, y que cuando “se disponía a arrojar una granada de mano fue abatido en el lugar”. El texto habla de un enfrentamiento, aunque los vecinos lo negaron.
Tres días más tarde, cuando los Meneguzzi fueron a la pensión a recoger las pertenencias de Ricardo, una mujer les cerró la puerta en la cara. Carlos recuerda que, a través de la puerta, le dijo: “No queremos causar ningún problema, solo quiero saber si hay algo de mi hermano y nos vamos”. Entonces la puerta se abrió y los recibió un señor calvo, que en la cabeza tenía una gasa sujetada con cinta adhesiva. La curación de una herida. El hombre habló.
—¿Quién era su hermano?
—Era el rubiecito de rulitos, que tenía una pata flaquita.
—Ah, sí sí. Lo mataron acá a la vuelta.
Tras una breve pausa, el hombre les dijo: “Mirá, yo no sé qué era tu hermano, no me importa. Acá siempre fueron muy amables, muy respetuosos, de dar una mano a mi señora. Ahora, de los perros hijos de puta que entraron acá esa noche yo no me voy a olvidar mientras viva”.
Y ni bien terminó de decir esa frase se señaló la herida en la cabeza y continuó: “Esto que tengo acá me lo hicieron ellos, porque uno de los tipos me dio un culatazo. Y a mi mujer la tiraron al piso y le gritaron ‘vos te encamás con los montoneros, vieja puta’. Y la empezaron a fajar”. También les contó que su hijo, un chico de 16 años, esa noche había conseguido una changa como sereno de una obra en construcción. “Sino también lo hubiesen fusilado junto con su hermano, porque no preguntaron nada cuando entraron”.
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En la casa de Ricardo hay una foto de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario, y entre ellas está su mamá. En la primera fila, las madres con los pañuelos blancos en la cabeza. Nelly se asoma un paso atrás, con el pelo rubio descubierto. Durante mucho tiempo ella sintió que no era correcto llevar el pañuelo: a diferencia de las otras madres, ella sí había podido recuperar el cuerpo de su hijo. Había podido enterrarlo, había podido duelarlo. Hasta que, en una marcha, Nelma Jalil sacó un pañuelo de su cartera y se lo obsequió. Sergio Jalil, su hijo, había sido compañero de Riqui en la escuela y a los 20 años fue una de las víctimas de la Masacre de Los Surgentes.
En el libro “Relatan las Madres”, Nelly cuenta que cuando alguna escuela la invitaba a hablar con los chicos ella les decía: “Riqui estaba lleno de sueños y proyectos, le gustaba tocar la guitarra, era rebelde como ustedes, era alegre, salía a bailar con sus amigos, se reunía en casa con ellos; nada fuera de lo común, no lo imaginen como un héroe”.
En uno de los estantes de su casa, Carlos guarda un libro que Riqui le regaló a Nelly. Es un ejemplar sin tapa de “Remedio para melancólicos”, de Ray Bradbury, en una edición amarillenta de 1972 de la vieja Editorial Minotauro. En la primera página, escrito en birome, una dedicatoria en imprenta mayúscula: “Te quiero. Riqui”.
El diciembre de 2023 se inauguró en el país una nueva etapa política, con un gobierno que a, a diferencia de los anteriores, tiene una marcada postura negacionista del Terrorismo de Estado y que propone una revisión de las políticas de memoria.
“Frente a este contexto —dice Carlos Meneguzzi— la respuesta rápida es decir que me llevo mal con este presente, pero no me asusta. Esto que está pasando tiene patas muy cortas. Es una embestida muy fuerte, con mucho poder económico detrás, pero no pasarán. Hay muchísima gente que no lo va a permitir, mucha más de lo que uno piensa. Y conozco infinidad de jóvenes que no tienen nada que ver con esto”.
En el documental “Arderá la memoria”, que relata la historia de las Madres de la Plaza 25 de Mayo de Rosario, Nelly Galasso cuenta, con voz quebrada, que una vez habló con Riqui de su militancia: “Él me dijo ‘yo no estoy en esto por odio, no odio a nadie, pero mientras haya un chico en la calle o un obrero explotado yo voy a pelear’. Y como yo pienso lo mismo le dije ¡adelante!”.