Villa Banana es un territorio cargado de historias y de construcción comunitaria. La mayoría de sus organizaciones han sido visitadas por Enredando a lo largo de más de veinte años. En esta oportunidad, nos sumergimos en algunas de estas experiencias sin ánimo de agotar un mapa que, al mismo tiempo, está en construcción permanente. Muchos de los espacios con anclaje en territorio no forman parte de esta crónica porque afortunadamente esas referencias son muchas. El abordaje integral de la salud, la educación, el laburo, las redes, la cultura. La organización popular tiene la potencia de quienes se juntan para hacer cosas. Se podría pensar en una reversión positiva de aquella idea nefasta de la justicia por mano propia. En estos casos, lo propio es lo común y los actores son colectivos. Sobrevuela la unión para conseguir cosas que de otro modo no llegarían. Ahí reside la fuerza que intentamos narrar en estas líneas. La práctica situada y la crónica de territorio.
La noticia policial relatará los hechos. Se describirá la escena del crimen, se mencionarán sospechosos, testigos, víctimas y victimarios. Se levantarán vainas servidas. Se tejerán hipótesis. Se señalarán los puntos rojos. Se hablará de barrios peligrosos. El mapa del delito. Y mucho más temprano que tarde se pasará a otro tema. Y en una de esas se volverá a hablar de ese barrio sólo en caso de ser necesario para mencionar sospechosos, testigos, vainas, hipótesis y puntos rojos. Pero, ¿qué pasa cuando aparentemente no pasa nada? ¿Cómo es la dinámica cotidiana, la construcción comunitaria que en principio no es noticiable?
En una nota de Enredando del 2023 relevamos las distintas actividades que desarrollan en la Escuela Popular Corazón de Barrio, espacio de la organización Causa nacido y criado en la bisagra que se forma entre los barrios Villa Banana y Bella Vista, oeste rosarino. Volver a los lugares permite dar cuenta del movimiento, el ritmo, el crecimiento. Para muestra, algunos botones: hoy luce terminado el piso que habían iniciado el año anterior con las baldosas construidas en un taller llevado adelante en este mismo lugar. Es la base colorida y sólida que pisan los más pequeños que ahora corren por el espacio de Valparaíso 2555. Más allá lucen las barandas de las escaleras que fueron hechas en el taller de herrería. Hay un diálogo permanente entre lo simbólico y lo concreto: los pies pisan y las manos se agarran de lo hecho por mano propia.
El 29 de noviembre pasado la Escuela Popular Corazón de Barrio organizó una jornada a modo de muestra de fin de año. “Sentimos la necesidad de contar y mostrar qué pasa acá. Nos pareció que la mejor manera era vivenciar las diferentes tareas, actividades y experiencias que llevamos adelante junto al barrio, junto a otras organizaciones, a la comunidad. En esta jornada están expresadas casi todas las tareas que llevamos adelante en un mismo momento y en un mismo lugar. Acá estamos, en este caos”, introduce Guillermo Campana.
´Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos deterministas con gran sensibilidad a las condiciones iniciales´. Esta es la definición física y matemática de la palabra caos. En este caso, el caos implica movimiento en un lugar habitado. Guillermo Campana habla de los problemas buscados. Y usa la metáfora playera: “Permanentemente estamos surfeando. Desde que venimos al barrio hace un montón siempre nos hemos reído de que éramos agentes del caos. Y trabajábamos con eso”. Desde ese lugar fueron construyendo a lo largo de los años. “Vamos trabajando sobre los líos, sobre las problemáticas que afectan a la comunidad, cada vez más diversa, más compleja. Tratando de construir herramientas que puedan darle respuesta a esas complejidades”, resume Guillermo.
Además del crecimiento de la demanda que viene teniendo el equipo de salud comunitaria (ver más adelante), en la Escuela Corazón de Barrio sostienen diversos talleres, el espacio de infancias y el de juventudes. En 2023 se organizaron en cuadrillas de trabajo y avanzaron con obras de urbanización en el barrio que luego se frenaron con el cambio de gobierno. Llegaron a resolver lo que estaba a su alcance: las instalaciones intra domiciliarias de las dos manzanas que habían quedado afuera del plan de urbanización oficial. Eso lo terminaron y todas las casas tienen las conexiones hechas. Pero falta que la EPE haga las conexiones y coloque las columnas. También quedaron pendientes algunas obras que pretendían hacer más transitables los pasillos.
Hoy luce terminado el piso que habían iniciado el año anterior con las baldosas construidas en un taller llevado adelante en este mismo lugar. Hay un diálogo permanente entre lo simbólico y lo concreto: los pies pisan y las manos se agarran de lo hecho por mano propia.
Desde el gobierno nacional se viene desarrollando una feroz política del hambre. Con el discurso de terminar con los “curros” y los intermediarios, se fueron recortando y suspendiendo, entre muchas otras cosas, las partidas a comedores populares. Realidades paralelas que conviven como fresco de la época: los alimentos en los depósitos y en los barrios los malabares. ¿Cómo impacta el nombrado ajuste en el llano? ¿Cuál es el ritmo de la demanda alimentaria?
“La asistencia alimentaria ha crecido mucho, hacen magia los compañeros y compañeras para tratar de dar respuesta a la creciente necesidad del territorio”, describe Guillermo. Si bien desde Causa nunca tuvieron vínculo con Nación, ese recorte les impacta indirectamente porque quienes recibían alimentos secos en otro lado ahora les piden a ellos.
Alberto Romano forma parte de la comisión de alimentos de la organización desde hace cinco años. Se encarga de distribuir la mercadería en los 14 comedores y merenderos que tiene Causa en distintos barrios de la ciudad. Explica que coordinan con la Provincia y que la comisión de alimentos hace el cálculo de lo que le corresponde a cada comedor según el volumen de población. La mercadería que envía la Provincia la reciben en la Escuela Corazón de Barrio y luego la distribuyen. Explica que la tarjeta institucional está estancada y que, en paralelo al discurso oficialista que festeja la baja de la inflación, de octubre a noviembre las cosas aumentaron en un valor de $144.000, lo que equivale al monto total que recibe cada merendero.
“Nosotros somos una herramienta intermediaria entre el Estado y los comedores. Es lo que Milei quiere barrer. Se re equivoca. Lo que faltaba era control. Parece que es más fácil sacar los alimentos que controlar. La gente pasa necesidades pero a él no le importa”. Las Delicias, Molino Blanco, Cabín 9…Alberto empieza a enumerar los distintos puntos donde la organización tiene sus catorce comedores y merenderos. Al lado de Alberto está Rosa, cocinera que sostiene hace veintidós años uno de esos comedores en el barrio 23 de febrero donde se alimentan 257 familias y 728 chicos.
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Carlos hace 36 años que vive en el barrio, justo enfrente de la Escuela Popular. Labura en el comedor pero también coordina el taller de carpintería que empezó aquel día en que le tocaron el timbre. Desde la organización estaban haciendo recorridas para empezar algunas charlas con los vecinos. Desde ese timbre está involucrado en muchas tareas. “Estoy en toda la organización”, dice, sintético. “Una gran experiencia”, agrega. “Hacer todo esto es un gran logro, crearlo de cero porque no había nada. Esto lo conozco como la palma de mi mano. Crecer en espacio, crecer uno mismo también”, va soltando Carlos.
En paralelo al discurso oficialista que festeja la baja de la inflación, de octubre a noviembre las cosas aumentaron en un valor de $144.000, lo que equivale al monto total que recibe cada merendero.
En el comedor los miércoles cocinan y entregan 180 raciones. Y el taller de carpintería se da miércoles y viernes en el Galpón de las Juventudes que tienen en este mismo lugar.
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– Hay que romper el hielo, Guille. ¿Vos lo rompés?-. Facundo Peralta le pide a Guillermo que se haga presente en el escenario para dar inicio a la radio abierta que acompaña la jornada de fin de año. Guille hará lo propio, romperá el hielo, contará cosas, responderá las preguntas que pensaron lxs chicxs del taller de Comunicación que funciona en la Escuela. Pero antes, se explayará sobre algunas cuestiones que hacen a la actualidad del barrio en relación con los tiempos violentos. Vale la aclaración: esta serie de entrevistas fueron hechas los últimos meses de 2024. “Hace poquito mataron a un pibe acá a dos cuadras. Hay una tensa calma y expresiones de violencia cada tanto. Hay mucha hostilidad policial, mucho patrullaje y pibes detenidos sin ninguna razón. Eso está pasando en el barrio y en toda la ciudad”.
Las próximas líneas suponen un salto hacia adelante en el tiempo:
«Descansa en paz, Frijo. Hiciste todo lo que pudiste para remontar una vida que se presentó muy dura desde muy temprano. Te recordaré siempre como una muy buena persona. Un pibito sensible q extrañó mucho a su mamá. Un abrazo a la familia, siempre vamos a estar». Estas palabras corresponden a un posteo que hizo en las redes Facu Peralta, militante de Causa, a raíz del triple crimen que tuvo lugar en el barrio.
Pero volvamos al tiempo inicial de la crónica, sobre fines de 2024, cuando aún no pasó el triple crimen, cuando todavía Facu Peralta no escribió ese posteo, cuando Guille aún no rompió el hielo, cuando faltan dos meses para que Damián y Fabián Alejandro Soplan vayan junto a Eliana Deasis y familia a tomar tereré a la sombra de ese árbol en el playón municipal.
Guillermo Campana aporta su visión de conjunto. Se refiere a los aparentes acuerdos que hay entre la policía y ciertos sectores para que no se desmadre. Pero aclara que de todas maneras los homicidios y los tiroteos suceden con cierta frecuencia. Las declaraciones de Guillermo se adelantaron a los hechos, probablemente porque conoce de lo que está hablando. Posterior a esta entrevista, se cometieron 19 asesinatos durante enero en Rosario. “Por ahí no aparece tanto en los medios. Esa es la otra cara, es cierto que los homicidios han bajado, es un dato de la realidad, pero hay otra violencia que al no mostrarse parece que no existe”.
Otra de las cosas que no suelen relatarse en los medios masivos es lo relativo a la organización barrial y comunitaria que se tejen en los distintos rincones de Rosario. Guillermo habla de la vinculación que tienen con las entidades públicas, los centros de salud, las escuelas. “Buscamos permanentemente el encuentro con otras organizaciones. A nivel local hay espacios multisectoriales. Estamos tejiendo y fortaleciendo todas las redes por abajo, entre organizaciones e instituciones públicas que pretendan darle una mano al pueblo y estar del lado de los sectores populares”.
“Zafé”, dice Guillermo al ver que en el escenario ya hay gente por hablar en el micrófono.
– Guillermo Juan Campana-, se escucha por los altoparlantes a modo de anuncio…
“No zafé”, dice entre risas y recorre los metros que lo separan del escenario…
– Veo algunas caras, puedo contar algunos chismes, no sé si es el momento, tengo varios…-, Guille hace lo que pide el momento: rompe el hielo y da inicio a la transmisión de la radio abierta convocando al encuentro. – Pido que se vaya acercando la gente, que tomen asiento porque les queremos contar qué pasa en la Escuela Corazón de Barrio-.
Pide un aplauso para quienes terminaron de armar el escenario minutos antes del comienzo de la actividad. – Las barandas de la escalera también se terminaron anoche. Este es un espacio verdaderamente autogestivo, todas las paredes y los ladrillos los fuimos colocando junto a la comunidad, las baldosas las hicieron los pibes en su taller, este espacio es del taller de radio y comunicación que funciona en la Escuela-.
Alejandro Maidana, quien junto a Gisela Gentile coordina el Taller de Radio y Comunicación, les da el pase a Brenda y Nerea, dos jóvenes integrantes del taller que ofician de entrevistadoras…
– Somos Brenda y Nerea, del curso de Radio y Comunicación, y vamos a hacer una pequeña entrevista para saber un poco más de la Escuela y sus orígenes…¿Cómo surgió la Escuela?-.
– La Escuela surgió como un sueño-, empieza Guillermo. – Surgió como un proyecto, una idea, una locura de los compañeros y compañeras de Causa que veíamos en este espacio la necesidad de construir un lugar para habitar con los jóvenes y las infancias con las que veníamos hace muchísimo tiempo. También para recuperar este terreno que estaba tomado y siendo utilizado para otras finalidades que no eran beneficiosas para el barrio…-.
“Estamos tejiendo y fortaleciendo todas las redes por abajo, entre organizaciones e instituciones públicas que pretendan darle una mano al pueblo y estar del lado de los sectores populares”
Mientras Guillermo va contando la historia, los vecinos escuchan atentamente. Recuerda que la construcción empezó en plena pandemia, en mayo de 2020, primero con los pozos y los cimientos. “Mientras construíamos el edificio también íbamos construyendo lazos y comunidad”.
Corazoncito y motor
La calle 27 de Febrero aún no había sido abierta, el lugar era un gran asentamiento, la escuela –que era muy chiquita- había empezado a funcionar en lo que eran los galpones del ferrocarril: las aulas eran de madera y el patio de la escuela estaba abierto al barrio. Por eso, eran situaciones cotidianas los vecinos pasando con los carros por el medio del patio o los chicos yéndose corriendo a sus casas durante el período de adaptación.
Esa es la foto de cuando María Florencia Acosta empezó a trabajar en la Escuela Particular Incorporada N° 1422 «Marcelino Champagnat». Al viejo siglo aún le quedaban dos años; Florencia era muy joven porque recién se recibía. Desde ese tiempo a esta parte cambiaron muchas cosas, como también cambiaron las tareas y responsabilidades de Florencia que hoy acumula veintisiete años trabajando en la escuela y doce años cumpliendo funciones de cargo directivo. Florencia es la vicedirectora del nivel inicial y de la escuela primaria.
Cuando la escuela empezó a funcionar en 1993 sólo había un aula de catequesis. Con el tiempo se fueron sumando más familias y fue ahí cuando la congregación de los hermanos Maristas, con su colegio en las calles céntricas de Oroño y Córdoba, pensaron que debían construir una escuela que albergara a aquellas infancias que quedaban por fuera del sistema educativo, ya sea por sobre edad o por diversas complejidades. Empezaron con dos galpones del ferrocarril y al aula de catequesis se le sumó un multigrado. Cuando entró Florencia cinco años después ya se había sumado el nivel inicial con sala de cinco. Al año siguiente agregaron la sala de cuatro. Y en 2009 empezó a funcionar el secundario.
Florencia recuerda que durante un tiempo recibían mucha ayuda de los padres del colegio Maristas. Por ejemplo, con algunos que trabajaban en el poder judicial armaban jornadas de documentación, porque en ese tiempo no estaba el Distrito Oeste. O iban padres odontólogos y médicos y atendían en el barrio.
“Fue un cambio radical en todo el barrio cuando se abrió el Distrito Oeste y la calle 27 de Febrero. Empezamos a tener chicos que ya venían documentados. Era mucho más fácil acceder a los trámites municipales y a la atención médica porque empezaron a funcionar los centros de salud distribuidos en distintas zonas del barrio”, reconstruye Florencia haciendo un ejercicio de memoria.
“Acá es donde elijo porque tiene un peso más allá de lo educativo. Hay un compromiso social y una cuestión ideológica que le da otro sentido a nuestra profesión. El corazoncito y el motor para levantarte todos los días y seguir remándola”
Aquella postal inicial hoy es bien distinta: entre nivel inicial y primario son 550 alumnxs, y sumando el nivel secundario son 750. Hay dos divisiones de cada grado, el primer ciclo funciona por la tarde y de cuarto a séptimo por la mañana. En nivel inicial hay sala de tres, cuatro y cinco en ambos turnos.
Florencia explica que la escuela es un referente muy importante para el barrio, que mucha gente busca su lugar porque saben que si bien es privada no se cobra cuota y además tienen acceso a muchos servicios como el comedor escolar, un equipo de orientación con psicóloga, trabajadora social, fonoaudióloga y maestra integradora. También hay jornada ampliada, espacios de coro, los talleres del Nueva Oportunidad que funcionan con chicos que dejaron la secundaria. “La escuela presta un espacio para que funcionen esos talleres. Hay un EEMPA donde generalmente van a estudiar las mamás de los chicos mientras sus hijos están en la escuela”.
Las complejidades actuales con las que deben lidiar diariamente tienen que ver con situaciones de familias fragmentadas que viven en barrios distintos, algunas familias que escapan del narcotráfico, muchas situaciones de violencia de género por las que también llegan escapando de otros barrios, padres ausentes, abuelas a cargo de nietos, muchos casos de escasez alimentaria, chicos con hambre.
Sobre la cuestión alimentaria, Florencia remarca que muchos comedores de la zona ya no están, que en muchas familias los varones son albañiles o trabajan en la construcción y hoy están sin trabajo. Que en otros casos tienen trabajo pero no les alcanza para sostener una familia. A pesar de articular mucho con instituciones del barrio, sobre todo con el centro de salud, Florencia dice que “se ve mucho los vaciamientos de espacios”. “Vemos una falta de propuestas para ofrecerles a las familias. No hay muchos espacios para ofrecer y que no estén en la calle”. Apunta sobre la marca de época que impone el individualismo. “Algunos grupos de personas se siguen reuniendo, juntando, la pelean en cooperativas. Pero hay mucho individualismo, eso de separar para reinar”.
La calle 27 de Febrero aún no había sido abierta, el lugar era un gran asentamiento, la escuela –que era muy chiquita- había empezado a funcionar en los galpones del ferrocarril: las aulas eran de madera y el patio de la escuela estaba abierto al barrio. Por eso, eran situaciones cotidianas los vecinos pasando con los carros por el medio del patio o los chicos yéndose corriendo a sus casas durante el período de adaptación.
Uno de los termómetros de la situación económica y social lo marca el comedor escolar, que empezó funcionando en una parte del galpón del ferrocarril y en su momento se tuvo que agrandar por la cantidad de chicos que entraron en la escuela. Ese espacio ampliado, durante un tiempo, se llenaba a la mitad. Por eso, les daban permiso para entrar a chicos que no eran de la escuela. Pero esa situación cambió y el verano pasado debieron controlar los ingresos porque se llenaba. “Estamos funcionando con tres turnos en el comedor y los tres están completos. Muchas familias te dicen que es la única comida que reciben en el día. Es feo tener que decirle a niños que no pueden entrar porque no son de la escuela”, cuenta Florencia.
En la charla aparece un común denominador de las demás entrevistas: las cosas que se van haciendo y consiguiendo dependen exclusivamente de la organización de las personas que están en las instituciones y organizaciones. “Son iniciativas de las personas que trabajan en esos espacios. No es algo que venga del Estado”, dice Florencia.
Frente a todo, ella elije el lugar que ocupa todos los días. “Acá es donde elijo porque tiene un peso más allá de lo educativo. Hay un compromiso social y una cuestión ideológica que le da otro sentido a nuestra profesión. El corazoncito y el motor para levantarte todos los días y seguir remándola”.
Rondando las cinco de la tarde una persona sale y cierra el portón de la escuela, y este lugar que hasta hace un rato fue ruido, grito, barullo y vida, descansa hasta mañana. Con el sol todavía arriba, dos niños patean unos penales en el playón municipal lindante con la escuela, el mismo playón en el que dos meses después y a la misma hora se producirá el triple crimen que pondrá un fin apresurado a las vidas de Damián Soplan (43), su pareja Eliana Deasis (36) y Fabián Alejandro Soplán (25), primo de Damián. En este mismo playón, el domingo 9 de febrero de 2025, otros dos pibes que también estarán peloteando lograrán correr y escapar de las balas.
Un mundo aparte
Los pibes van y vienen en bicicleta; uno de ellos hace un esfuerzo para llegar al manubrio y pedalea parado buscando el equilibrio moviendo las caderas de forma acompasada de lado a lado. Las pocas personas que circulan se sientan en los respiros que va dejando la sombra. Algunos vecinos charlan. Más allá, un puesto de ropa montado en la vereda al buen estilo feria americana; más acá, en la esquina de Valparaíso y Rueda, un caballo pastando.
“Acá decimos que tenemos un mundo aparte. Vienen compañeros con problemas, se charla. Somos nuestros propios psicólogos, despejamos nuestra cabeza. Venís, trabajás y charlás. La charla es lo más importante que hay en el grupo”. Marcela forma parte del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos) de Rosario. Cuando tenía quince años empezó como carrera junto al Manco Mieres –uno de los fundadores del Movimiento en la ciudad-. Cuando dejó de existir la tracción a sangre, armaron esta cooperativa de la que Marcela es referente.
Justo en la ochava de Lima al 2.700 hay una ventana con rejas blancas desde la cual venden lo que producen en esta unidad productiva que ya tiene diez años. Arriba de la ventana fijaron un cartel con los logos del MTE y de la UTEP: ´Cooperativa de Trabajo Dignidad Cartonera´. Unos metros más adelante, la tiza blanca sobre el pizarrón funciona de spoiler: ´Hay pan con chicha $1.200. Rosquita docena $1.500´.
Hoy amasó las rosquitas Mabel; Carlos hace el pan, con y sin chicharrón. “Hacemos más con chicha porque es el que más sale. Tenemos nuestro cuadernito que le decimos la cuentita del vecino. Nos vamos ayudando entre nosotros”, cuenta Marcela.
Alrededor de Marcela todos escuchan atentamente. Son cinco mujeres y Carlos, el panadero del grupo, a quién le tocó mudarse del barrio cuando hicieron la apertura de calles con el Plan Abre. “Desde el noventa que estamos viviendo acá, cuando era todo un zanjón y no había ni calles, ni alumbrado, nada. Era una sola calle, 27 de Febrero, y esto era todo pasillo”, dice Marcela, que con sus 36 años señala y dibuja en el aire el barrio con las manos.
“Cuando arrancamos acá era un ranchito, cuatro por cuatro, lo único que teníamos eran chapas y las arañas del techo. Era un cuartito chiquitito y ahí teníamos nuestro horno y el mechero”. Arrancaron haciendo pizzas, empanadas, rosquitas y panes. Con la plata que entraba pudieron ir comprando algunas cosas. Hasta que lograron presentar un proyecto para levantar el lugar de material. El mechero inicial aún lo conservan, pero el espacio cambió mucho también a raíz del Plan Abre. “Nos sacaron este pedazo que ocupaba la vereda (señala el perímetro con la mano) para hacer la apertura de la calle, y le ganamos la parte donde ahora está la cocina”.
Durante todo el mes van vendiendo y anotando, y cuando se cierra el cuaderno y se saca lo que se gastó, reparten las ganancias en partes iguales. “Laburo hay. Por ahí cuesta un poco vender. Si no se vende acá, las chicas salen a caminar con las bandejas”. El grupo de panificación trabaja dos veces por semana, lunes y miércoles. Y además de esta unidad productiva, hay dos cuadrillas que hacen limpieza en el barrio. En total son alrededor de 28 personas.
Un kilo de harina, un puñado de grasa, un poco de chicharrón, sal, levadura, amasar y dejar leudar. El proceso es similar para el pan y para las rosquitas. Cuando aún no tenían el mechero, juntaron la plata cocinando sobre el fuego. “Hoy estamos equipados, tenemos la sobadora y la amasadora, pero no las podemos usar por el tema de la luz, la tensión es muy baja y salta todo”.
Lo que no sale en los diarios. Eso es lo que dice Marcela que quiere contar. “Con este gobierno se ven muchas más criaturas con hambre. Antes con mil pesos te comprabas un puré, un paquete de fideos y la carne o la verdura. Con esa plata comías un guiso y ahora no te alcanza ni para un paquete de fideos. Mientras, el Presidente vive de viajes”.
Describe la situación de los chicos en el barrio, a quienes dice que les cuesta mucho. “Muchos piensan que estudiar no les sirve para nada. Se suben a un carro, van a juntar cartón. Y ahí empieza: dicen que con el cartón no ganan nada y que ganan más estando de soldados. Después terminan presos o muertos”. Marcela se quiebra. Pero quiere contar lo que ve, lo que siente, lo que duele en el barrio. Toma aire, se recupera y sigue. “Los lugares (venta de droga) siempre estuvieron activos. De las puertas del barrio para afuera nadie los ve. Pero nosotros estamos acá y sí los vemos. La venta sigue normal. Es muy poca la gente que te comprende. Por ahí escuchás “estos choros de mierda”, pero no saben lo que pasan esas criaturas. Es un vicio feo y pagan el pato los pibes”. Recuerda que de chica iba sábados y domingos al cine porque era gratis. “Entretenías tu cabeza en otra cosa. Hoy en día los chicos no tienen nada. Está muy poco el Estado y duele ver a los chicos en esa situación”.
Primera línea
A las dos y media de la tarde hay un sol siestero que plancha el paisaje visual y sonoro. Arriba de la fachada del edificio de Amenábar 4122 hay un cartel de la Asociación Vecinal. Más abajo, en letras blancas sobre un fondo rojo se lee: ´Centro de salud N° 14 Avellaneda Oeste´. Adentro del edificio la postal cambia y nadie duerme: algunos esperan, otros caminan, conversan, reciben pedidos o anotan cosas. Una de esas personas es Gabriela Mana, psicóloga y coordinadora del Centro de Salud (CS), que en este momento busca un lugar libre para poder charlar.
– Gabi, antes de irte, necesito las agujas subcutáneas, las naranjitas-, le pide alguien mientras ella va subiendo las escaleras.
– No sé si hay agujas arriba, creo que las bajé, ¿qué numero son?-.
– 16/5-.
– Listo, ahora me fijo. Mientras revisemos lo que nos mandaron-, pide Gabriela, quien asumió las tareas de coordinación en 2019 en este CS en el que trabaja desde el 2002.
“En relación al equipo del CS se avanzó muchísimo. Hoy nos podemos pensar como un equipo interdisciplinario trabajando en atención primaria de la salud. Hace veinte años este modo de trabajo no existía, era cada cual en su consultorio, horarios fragmentados, sin reuniones de equipo”. Gabriela va mapeando la estructura del CS en el que trabajan entre dieciocho y veinte personas: seis médicos (tres generalistas, una clínica y dos pediatras), un trabajador social, dos psicólogas, dos personas en servicios generales que se ocupan de la limpieza, dos enfermeros a la mañana y dos a la tarde, auxiliares de farmacia y administración en ambos turnos. A ese equipo se suma el dispositivo matricial de salud mental que está conformado por psiquiatría, psicología y un operador comunitario. También tienen convenio con la Facultad de Psicología por el cual una psicóloga hace sus prácticas de posgrado de especialización en psicología clínica, institucional y comunitaria. Sumado a todo esto, reciben a cinco estudiantes de medicina que están haciendo su práctica final.
De lunes a viernes durante varias horas por más de veinte años. Todo ese pedazo de tiempo pasó hasta ahora Gabriela en este centro de salud. Todo eso conoce. Desde ese lugar enuncia, traza líneas y destaca las principales problemáticas: derechos vulnerados y consumo problemático.
Gabriela habla pausado y piensa cada palabra mientras va contando la dinámica de trabajo. Sus horas las reparte entre gestión y asistencia. Además de gestionar la coordinación, atiende pacientes. Siente que siempre le faltan un par de horitas. Advierte que se hace lo que se puede con lo que se tiene. Y sabe que si bien hay muchas cosas por mejorar, el hecho de haberse podido conformar como un equipo les ayuda a enfrentar, acordar y acompañar toda la demanda que les llega que, aclara, es mucha y variada.
Gonzalo Ghio es trabajador social y forma parte del plantel desde hace un año. Dice que siempre la referencia es el centro de salud. Y cuenta que en la pandemia fue la única institución que quedó funcionando en el territorio. “Es como la trinchera”, propone, y explica que todo el sistema asistencial en Rosario está sostenido sobre APS (Atención Primaria de la Salud). “Cualquier referencia con vulneración de derechos, la referencia es el centro de salud. Lo mismo con la cuestión educativa, con lo penal, con lo asistencial. A su vez, para el sistema de salud la referencia siempre es el territorio. Para cualquier intervención del segundo o tercer nivel nos llaman a nosotros”.
Si bien hay cuestiones que hacen a la especificidad de la profesión, Gonzalo aclara que “terminás atajando todo”, desde las cuestiones más básicas como los trámites de ANSES o las pensiones por invalidez, hasta temas de salud más complejos. Eso implica aprender la mecánica para orientar los distintos procesos. “Somos militantes de la salud pública, defendemos esto. Somos garantes del derecho al acceso a la salud. Si uno entiende eso, lo otro está implícito. No nos vamos a inmolar pero la gente la está pasando muy mal, está muy herida, muy golpeada, muy maltratada”. Gonzalo se refiere a las organizaciones sociales que se bancaron la pandemia, los narcos, la crisis. “La gente es muy sabia, lo reconoce, sabe dónde puede recurrir y que hay cosas que nos exceden”. Sobre los alcances y los límites, plantea que sin políticas públicas no existe la salud pública, ni el trabajo social ni la psicología. “Sin política pública es imposible. Eso también la gente lo entiende. Hay una cuestión que se hace adentro y otra cuestión que se hace arriba”.
La Vecinal presta este edificio de dos plantas para que haga las veces de Centro de Salud. Pero el espacio es compartido con el Ministerio de Educación (funciona un aula radial), y con odontología que no es una especialidad que corresponde al CS sino un convenio entre la Vecinal y la Facultad de Odontología. No contar con espacio propio lógicamente supone un problema. “Lo edilicio no nos está acompañando. Nos estamos acomodando para ver qué compañero cede el consultorio, dónde, de qué manera. Los pacientes no deberían subir escaleras y tenemos dos consultorios en planta alta. Abajo hay sólo dos consultorios. Hay que estar haciendo malabares”, describe Gabriela.
En este momento hay más de 2.600 historias clínicas, cada una de las cuales corresponde a una unidad familiar. Por lo tanto, son más de 10.000 personas (una ciudad) las que circulan por el CS, que a pesar de estos números es chico en comparación con otros. Cuando dice que son como dos triángulos superpuestos, Gabriela dibuja con las manos las figuras en el aire. Comparten población con el CS Staffieri, el Casal y el Champagnat, que son municipales, y a nivel provincial con el Centro de Salud N° 9 y el N° 13. Aunque en los hechos no suceda así, en los papeles el área de referencia del CS 14 es Avellaneda, Seguí, Felipe Moré y Gálvez.
De lunes a viernes durante varias horas por más de veinte años. Todo ese pedazo de tiempo pasó hasta ahora Gabriela en este centro de salud. Todo eso conoce. Desde ese lugar enuncia, traza líneas y destaca las principales problemáticas: derechos vulnerados y consumo problemático.
Gonzalo suma que actualmente está pasando algo similar a la pandemia en el sentido de que reciben familias que tienen obra social pero que no están pudiendo pagar el co-seguro. “Eso nos genera una dificultad con los recursos porque no nos alcanza lo que tiene que ver con medicación, atención, recursos humanos”. Gabriela hace referencia a que esas familias con obra social se tienen que ir hasta el centro, tomar dos o tres colectivos, pagar un co-seguro. “Nosotros los tomamos en el CS, pero después el proceso de atención queda trunco si por ejemplo tenemos que hacer una derivación a un hospital de referencia”. Cuenta lo que les pasa por ejemplo con los pacientes de PAMI, con quienes atienden lo agudo y acompañan el proceso de atención de alguna enfermedad crónica, pero luego no pueden derivar porque no siempre el hospital Centenario recibe esos pedidos.
El programa REMEDIAR, que era de Nación, afuera. El programa ACOMPAÑAR, que implicaba un aporte económico para mujeres en situación de violencia de género para que pudieran alcanzar cierto grado de independencia y salir de los círculos de violencia, afuera. El programa PATROCINAR, que garantizaba abogadas con perspectiva de género que patrocinaban situaciones de abuso sexual infantil, afuera. También dejaron de funcionar los Centros de Acceso a la Justicia y hubo recortes en la Secretaría Nacional de Familia (SENAF) y en ANSES.
Gonzalo señala como un signo de época el fenómeno de los trabajadores pobres. “Antes el que no accedía era el trabajador informal, el que vivía de changas. Pero esto del trabajador registrado pobre es un fenómeno más nuevo”. En la radiografía también aparece la crisis alimentaria, con familias que no tienen para comer y con las organizaciones sociales cuya asistencia tampoco alcanza. “En otros momentos de crisis las organizaciones sociales tenían algunos recursos como para emparchar. Ahora no tienen nada, los convenios con los organismos asistenciales alcanzan para muy poco y la demanda cada vez es más alta”.
Todo lo que falta. Todo lo que hay. En el haber Gabriela enumera las articulaciones que sostienen con la Municipalidad, con los equipos de fortalecimiento, con servicio local. Pero las redes también son a nivel intra barrial. “El barrio tiene muchas organizaciones, eso es muy característico de esta parte de zona oeste. Tenemos espacios intersectoriales donde nos reunimos mensualmente instituciones y organizaciones. Articulamos con las escuelas, con Aldeas Infantiles, con Casa de Todos, con el Centro Cuidar San Francisquito, con el club 20 amigos”.
***
Martín está solo sentado en una de las mesas del club tomando un té caliente para mitigar los efectos de un estado gripal. Además de su presencia, hay una muchacha que está limpiando los pisos de este lugar que al estar vacío parece más grande. Martín sale a recibir, entra y prende algunas luces.
Integrante de la Comisión del Club 20 amigos, pasa sus días en este espacio de Felipé Moré al 3.400. “Prácticamente estoy todo el día acá. Abrimos a las ocho y cerramos a la una, a las cuatro abrimos de vuelta y cerramos a las ocho de la noche”. Cada día, Martín llega pasadas las siete y media de la mañana, empieza a mover y prender todo. Van llegando los chicos que hacen los cursos del Nueva Oportunidad: panificación, peluquería canina, herrería y peluquería. Preparan el desayuno. Después llegan las personas que limpian, preparan la merienda y entre las cinco y seis de la tarde suceden las demás actividades: taekwondo, tela, karate, boxeo, ajedrez.
Si bien al club algunos entran con pañales, el rango de edades abarca en su mayoría de cuatro a doce años. En boxeo son alrededor de 10 chicos, en tela 20, en taekwondo 18, en karate 12. Por las mañanas circulan en los talleres entre 30 y 40. Y en total son más de 100.
Además del desayuno, hay dos días a la semana que dan la merienda y otros dos días en que ofrecen una comida. Martín dice que la demanda “se les fue de las manos”. “Antes eran diez o quince chicos y hoy son arriba de cincuenta. No terminás de contar. Este último año creció muchísimo”.
Él vive cerca del club, y si bien está hace más de diez años, recién en el último tiempo se sumó de lleno a integrar la comisión junto a otras quince personas que sostienen todo. “Somos cuatro o cinco que estamos todo el día acá adentro trabajando activamente”. Intenta explicar las geografías que delimitan territorios cuyas fronteras se desdibujan bastante en la práctica. “Triángulo, Villa Banana, Moderno, La Boca. Es un quilombo”, dice. Muchas de las organizaciones, instituciones y espacios comparten población. Además del 20 amigos, en el barrio trabajan activamente el Club Garay y los clubes Triángulo y Moderno.
Un poste de hierro pintado de verde con tres fierros pequeños cruzados transversalmente y un alambre que une todos los elementos forman el esqueleto de lo que en unas horas se convertirá en un arbolito navideño.
Martín muestra orgulloso cada rincón como quien muestra su casa nueva. Cuenta sobre las obras que se fueron haciendo en los últimos años como los baños e invita a subir a la planta alta donde hay un gran salón y algunas habitaciones. En uno de esos espacios planificaron hacer un estudio de radio y streaming, pero por lo pronto la obra no avanzó porque, dice Martín, se fue todo a las nubes. “Todo esto es nuevo, hicimos todos los pisos”, comenta señalando el SUM. En otra habitación hay estanterías donde descansan muchos juguetes de madera que construyeron hace tiempo en el taller de carpintería. La planta baja también tiene diferentes espacios. En una de esas habitaciones tenían armada una biblioteca con muchísimos libros hasta que un día de tormenta fuerte entró agua por el techo. Como suele suceder en estos espacios, tuvieron que barajar y dar de nuevo.
Los distintos elementos y herramientas que hay en los ambientes dan cuenta de los oficios que se enseñaron en el club tiempo atrás, como el taller de carpintería o el de herrería. Más allá del patio está el lugar donde entrenan boxeo.
Un poste de hierro pintado de verde con tres fierros pequeños cruzados transversalmente y un alambre que une todos los elementos forman el esqueleto de lo que en unas horas se convertirá en un arbolito navideño. “Hoy íbamos a armar el arbolito en la plaza”. Al preguntarle por el tiempo verbal que pone en duda la acción, responde: “Estamos viendo porque hay mucha mugre”. Todos los años arman con los chicos el arbolito en el cantero de la plazoleta que está al lado del club. Martín ya mandó fotos pidiendo que fueran a limpiarla. Si bien todavía se ve la basura desparramada, vale el spoiler: en unas horas se juntarán los chicos, sacarán las mesas del club afuera, compartirán la merienda y armarán el arbolito.
Casita
Un año antes de que empezara a funcionar la Escuela Champagnat, en el barrio San Francisquito -que está separado de Villa Banana por el Boulevard Avellaneda- ocurrió un hecho que puso en alerta a las organizaciones con base en la zona: habían matado a un nene. La gente empezó a juntarse para ver qué hacer frente a este emergente que sacó a la superficie toda una serie de violencias. Como general e históricamente sucede en los barrios populares de Rosario, frente a la bronca y la impotencia, las personas se organizan.
Marta Vitta, conocida como Marty, venía trabajando en la comunidad María Madre de la Civilización del Amor, que hoy es una escuela primaria y secundaria de barrio Alvear. Marty integró el grupo inicial que en 1994 terminó fundando Casa de Todos, en calle Constitución 2945, entre Rueda y Amenábar. Desde entonces pasaron muchos equipos de trabajo y ella siguió estando durante treinta años, hasta que ahora se está retirando de forma presencial para seguir colaborando con la cuestión administrativa de forma virtual, con el tema banco, compras y pago de viáticos. También colabora en la redacción de proyectos.
“El primer objetivo que nos proponíamos era desnaturalizar las formas de violencia”. Marty cuenta que con el tiempo fueron avanzando sobre ese objetivo inicial y que la sociedad fue permitiendo que se visibilicen esas situaciones de violencia. “Ese es un cambio muy positivo que veo, poder desnaturalizar el trato a las infancias y a las mujeres”. Explica que todos los dispositivos, las actividades y los talleres históricamente se dirigieron hacia esos horizontes de encontrarse, ser escuchado y respetar las diferencias. “Un lugar de promoción de encuentro, de derechos, de posibilidad de expresión. No solamente trabajar con la violencia física sino con la violencia en todas sus formas”.
Para Marty “vale la alegría de poder mantener la esperanza”. “Lo que sea para pensar que hay cositas que sí son posibles, vale todo el laburo que uno pueda hacer”
A la institución van aproximadamente unas 50 familias que sumarán alrededor de 150 personas que además de San Francisquito llegan desde barrio Alvear y Villa Banana. Nuevamente las fronteras son difusas y los límites no están marcados por las calles; las redes son familiares e institucionales. “Casa de Todos trabaja muy articuladamente con la comunidad Mensajeros de Jesús, con la escuela Champagnat, con el centro de salud 14, con el jardín Sueños con Futuro”. Además, han formado ´Encuentros Comunitarios´, que es una red de organizaciones.
Marty explica que las actividades se van co-gestando todos los años, que lo que sucede depende del equipo, de la gente y de las propuestas. El año pasado funcionó un taller de ritmo y movimiento donde trabajan mucho con lo corporal, un espacio de yoga, otro de baile. También se conformó el ballet de folklore de Casa de Todos en donde participan desde chiquitos de tres años hasta personas de setenta. Hay una experiencia que se llama Casita de Saberes, donde se trabaja con las problemáticas de aprendizaje. Marty cuenta: “Lo que da un sentido al trabajo es la mirada desde la educación popular. También hay cursos de carpintería y de cocina. Y está Sabadolandia, que es un taller de juegos. Vamos resonando con lo que se va proponiendo”.
Algo que destaca en la charla es la forma de construir que tienen en Casa de Todos, siempre de manera asamblearia. Desde hace treinta años, se juntan una vez por mes y ahí se cocina cada movimiento. “Se va reflexionando sobre lo que se hace”, agrega Marty. “Eso es algo que siempre estuvo, la reunión mensual y a veces quincenal. No hay nadie que dirija. Siempre va a haber lucha de poderes porque el algo inherente al ser humano. Te confronta todo el tiempo a vos misma. Siempre buscando el consenso”.
Para Marty “vale la alegría de poder mantener la esperanza”. “Lo que sea para pensar que hay cositas que sí son posibles, vale todo el laburo que uno pueda hacer”.
El lenguaje siempre modela. En este caso, da cuenta del lugar de referencia que por la prepotencia de trabajo ocupa el espacio en el territorio. Lo que inicialmente se denominaba como Casa de Todos, con el tiempo pasó a ser Casita de Todos y actualmente es nombrado como Casita. De ahí, la pregunta que hacen los chicos cuando pasan por el lugar:
– Hoy, ¿hay Casita?-.
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– Es tu esencia y es semilla, y está adentro nuestro por siempre-. En el escenario prueban sonido.
– ¿Podemos subir la voz de él acá adentro?-. El sol todavía pega fuerte y da de lleno sobre los músicos que en un rato compartirán algunas canciones. La Escuela Corazón de Barrio empieza a poblarse. Pasan personas llevando bandejas gigantes llenas de pizza con el queso rebosante.
– Se hace vida con el sol y en la Pachamama florece. Se hace vida con el sol y en la Pachamama florece.
Roberto empezó a militar en Causa haciendo afiliaciones al partido y al año, en 2022, empezó a tener vínculo con los vecinos a partir de ser uno de los nexos con los trabajadores de las cuadrillas que hicieron las conexiones eléctricas en las casas. Él vive Roullión y Segui, a unas veinte cuadras, pero dice que el vínculo con los vecinos le da mucha felicidad. “Me siento muy feliz estando acá”.
De martes a viernes acompaña los talleres de carpintería y herrería. Y además participa en el equipo de salud, sobre todo acompañando a los jóvenes. “Me quedé acá porque siento que es mi lugar. Tuve una vida de consumo y ahora estoy tratando de apoyar a los jóvenes que tienen dicho problema. Con la charla, el acompañamiento, el día a día, la constancia”. Cada tanto le caen mensajes a la una o dos de la madrugada. Roberto, que debe hablar fuerte porque el sonido del escenario está muy alto, dice que trata de acompañar en todo momento. Y cuenta que justo ayer estuvo hablando con la madre del chico que ahora está cantando en el escenario.
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En la radio abierta están haciendo una entrevista al equipo de salud de la Escuela, quienes van socializando una radiografía del cuadro agudo de situación, hablando de la crisis económica donde el achicamiento del Estado cada vez es más brutal, al tiempo que van desapareciendo las políticas que daban cierto respaldo. Refieren al aumento exponencial de las demandas y a la gravedad de las cuestiones que deben atender. “Cansados de golpear distintas puertas y no encontrar soluciones. Tratamos de ordenar cada situación con las herramientas que tenemos para que empiece a funcionar un poco por fuera del Estado, tratando de organizarnos”. Pedido de turnos médicos que no consiguen, mucha demanda de salud mental y los efectores públicos que están colapsados.
Cuando baje del escenario, Paula Carmona -psicóloga especialista en terapia cognitivo-conductual- comentará algunas cuestiones que hacen al trabajo que realiza desde hace un año y medio en el dispositivo de salud mental comunitario. “Físicamente estamos acá jueves a la tarde, viernes a la mañana y después siempre a disposición”. El equipo se completa con dos abogados, una trabajadora social y dos acompañantes.
Paula dice que “el marco principal es el consumo problemático”, pero que cuando llegan esas demandas por consumo “se abre un abanico de otro montón de cuestiones familiares que son co-existentes al consumo”. En el último año no sólo se multiplicó la demanda, sino también la complejidad de las situaciones. “Tuvimos cuestiones mucho más graves que tiempo atrás. Llegan con problemas de niñez, de intervención del Estado, niños en riesgo. Ahora no hay respuestas, la gente necesita un espacio de salud mental pero los efectores están colapsados”.
Uno de los indicadores que plantea Paula pinta de lleno la situación. “Antes veníamos y teníamos entrevistas pactadas, ahora es un desborde de trabajo. Estamos entrevistando y tenemos gente esperando. El teléfono estallado: ´Hola, soy fulana, una persona del barrio me habló de ustedes, tengo este problema, tengo a mi hijo en consumo, tengo a mi hijo preso´”.
A modo de ejemplo, cuenta una situación en la cual dos niñas fueron al espacio de juego libre y contaron que hacía dos días que no comían. “Ahí se arma el vínculo con nosotros: se incorporan a la olla popular que se hace los miércoles a la noche, se les empieza a dar un bolsón de alimentos mensuales y toma intervención el equipo de salud. Nos entrevistamos con el director de la escuela para que estuviera al tanto de la situación y con los médicos. Le damos luz al caso que por ahí se sabe pero no en profundidad”.
La función de articular es una de las claves del trabajo en territorio. Paula dice que “hay mucha gente que está sola”. Aclara que es importante no irse a la casa pensando en todo lo que no se pudo hacer. “Nos tenemos que quedar con lo que sí podemos: estar, reclamar, insistir, mandar mensajes, hacer seguimiento, acompañar”.
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Manuela hace doce años que vive en el barrio y se sumó a la Banateca en 2017. Dice que estando en la organización ve cosas que antes no veía. “Se ve mucho abandono por todos lados. El Estado oculta muchas cosas. La gente de la villa la está pasando mal. Da mucha bronca que nos sigan tirando tierra”.
Ella se encarga junto a otras dos jóvenes de la gestión de trámites. Sacan los turnos para el registro civil, para tramitar el DNI, entregan los formularios. El año pasado el espacio funcionó dos veces por semana en la Banateca, y para este año proyectan sumar dos días más en la Escuela.
En total, en la biblioteca popular son entre doce y trece personas repartidas en distintos espacios: apoyo escolar, trámites, biblioteca, taller de murga. “Con la oportunidad que me dieron estoy más que feliz”, confiesa Manuela en relación al hecho de sumarse a la organización. “Progresé. Tratamos de ayudar con lo que podemos. Que lo poco que se consigue sea para los chicos”.
Los chicos de los que habla Manuela hoy están copando la parada. Son los que marcan el pulso del evento. Afuera del espacio de primera infancia, un cartel avisa: ´La gurisada´. Dentro del salón algunos niños dibujan, otros pintan, otros deambulan. Avanza la tarde y la fiesta sucede. En la calle, tres pibes pelotean. Del otro lado de las rejas que hicieron en el taller de herrería, suena música bien rosarina. La sombra gana terreno y el sol pierde protagonismo.
Brenda creció en Villa Banana haciendo los talleres que coordinaban “los chicos de Causa”. Recuerda que en 2003 empezaron a dar apoyo escolar. Cuenta que cuando formó una familia estuvo viviendo en otro lugar y que durante diez años pasó “momentos muy difíciles”. “La organización me ayudó a darme cuenta de que no estaba bien la situación en la que estaba viviendo. Las compañeras de Causa me ayudaron a salir de esa relación en la cual no podía ni siquiera ver a mi familia”. Dice que para ella Causa significa mucho. “Me ayudaron a sacar a mis hijos de ese ambiente. Muchas de las mujeres que viven en el barrio pasan por esas situaciones y estaría bueno que también puedan salir con ayuda”.
Después del alejamiento, en 2017 Brenda volvió y se sumó al espacio de cuidados al que van más de veinte chicos de entre 2 y 17 años. Son cinco las compañeras que sostienen ese espacio. “En general son las mujeres las que deben sacar todo adelante. Muchos chicos te dicen que las madres no pueden, que tienen que ir a trabajar y los tienen que dejar solos. Yo tengo tres hijos y lo saco adelante sola. Es complicado si no tenés ayuda”.
Una chica interrumpe la entrevista porque la buscan a Brenda, necesitan a alguien de la Banateca para una tarea. Ella pide que la esperen unos minutos. Antes de irse, contará que el espacio de cuidados funciona los martes de 14:30 a 17 y los jueves de 13:30 a 16:30. Dirá que cuando van los chicos, algunos juegan al fútbol, otros pintan y otros juegan con los juguetes. Que hay días que están más alborotados y entonces hacen apoyo escolar, que tratan de que lean, que les enseñan los números. “Muchos de los chicos de diez u once años no saben leer o no saben sumar. Algunos no saben el abecedario”.
Sobre la situación en el barrio, Brenda comenta que “cada vez se ven más chicos en la calle consumiendo” y que “eso a veces los lleva a delinquir”. “Todos dicen que está muy calmado pero yo que estoy con los chicos lo veo muchísimo más que antes. Desde el año pasado se duplicó. Vienen y te dicen ´seño, no comí´, ´seño, no fui a la escuela y no desayuné´”. Para Brenda se tratar de aunar fuerzas. “Ponernos todos juntos y tirar para el mismo lado. Y tratar de que estos chicos tengan un futuro. Siempre les digo cuando vienen: la escuela es de ustedes”.