Mara y Fede, una pareja travesti – trans de Rosario, apuestan a un rubro comercial hipermasculinizado y proponen una nueva estética para dialogar con la presunta clientela heterosexual. “En ningún momento queremos sacar lo puto, somos esto”, dicen.
Fotos: Fer Der Meguerditchian
Es como un enorme collage repleto de chirimbolos, cosos y ganchitos. El olor a metal antiguo y a madera se entrevera con el perfume cítrico de alguna clienta. Las banderas del orgullo y de la comunidad trans dan la bienvenida a La Ferretería. Así, en femenino y con artículo, como se usa en el pueblo, o como hablan las maricas. Una manera de desafiar a un rubro tradicionalmente dominado por hombres heterosexuales, blancos y de clase media.
“En ningún momento queremos sacar lo puto y parecer una ferretería formal, somos esto”, dice Mara. Hablamos sin tapujos mientras Fede, su compañero, atiende a algún rezagado que llega el último viernes de diciembre a la tardecita buscando una lamparita, un tornillito o alguna cosita, todo sin demasiada precisión en el lenguaje. Con una sonrisa descifra el pedido y como si fuera poco, en alguna pausa, nos acerca una taza con cerveza. En el mostrador hay una tablita de fiambres. ¿Quiere comer algo señora? le dicen a una mujer que espera su turno.
Todo ocurre en tiempos y modos travestis, incluso esta crónica. Enciendo el grabador pero es una mera formalidad porque la charla con Mara y Fede sucede con la naturalidad de un grupo de amigas que se reúnen a cotorrear. Conozco algunos detalles de la historia, creo saber las razones que los llevaron a embarcarse en esta aventura, pero necesito saber por qué una ferretería y no un bazar, una tienda de ropa, un gabinete de masajes o una disco.
Mara me explica que viene de una familia de mayoristas ferreteros y conoce el negocio a la perfección. Durante años, previo a su transición, se ocupó de los temas administrativos del negocio familiar hasta que fue expulsada cuando transparentó su identidad de género. Con el tiempo regresó y se impuso a los prejuicios que pesan sobre la humanidad disidente ¿por qué antes sí y ahora no?. Se reinventó como vendedora en la calle, tuvo miedo, pensó en dejar todo, hasta que volvió a transformarse en una pieza central de la empresa.
Cuando se enamoró de Fede, supo que el camino no estaba allanado; ser una pareja de personas trans en Argentina aún tiene sus costos. Él la venía pasando mal en su trabajo como asistente en un geriátrico del centro rosarino. La situación fue más espesa cuando dio a luz a Irene. En pleno puerperio, los patrones y el personal jerárquico intensificaron el hostigamiento: le cambiaban arbitrariamente los turnos, lo llamaban en femenino y en las comunicaciones oficiales utilizaban su nombre anterior. Querían que se vaya.
Una tarde Fede se descompuso. Hacía tiempo que sufría ataques de pánico, su cuerpo empezaba a revelarse a la violencia sistemática de sus empleadores. “Cuando llamé para avisar que no iba a ir a trabajar porque lo teníamos que internar nos volvieron a maltratar. Ahí dije basta, esto se tiene que terminar”, cuenta Mara. Esa misma tarde habló con los dueños de un local de Pueyrredón y Santa Fe que vendía el fondo de comercio y les hizo una oferta para quedarse con el negocio. Quería sacar a su compañero del infierno y darle un oficio. Misión cumplida.
Un año y medio después, La Ferretería no solo se transformó en un medio de vida para la familia, sino también en un punto de encuentro para la comunidad LGTBIQ+ que se mezcló, como quien no quiere la cosa, con la clientela del barrio. “El día que Miya Vargas (militante travesti) se recibió de enfermera pasó por acá y terminó abrazándose y llorando con una mujer que escuchó su historia y se emocionó. Pensó que era una amiga nuestra”, recuerdan.
Fede, por su parte, aprendió el oficio de ferretero y se mueve ahora como pez en el agua entre las estanterías atiborradas de extraños y complejos adminículos que parecen multiplicarse hacia el infinito. “Ahora me siento más tranquilo y todos los días aprendo algo nuevo. Es una profesión hermosa”, confiesa. Casi siempre está sonriente y tiene un porte gentil que no mengua con el paso de las horas. Mara sigue atenta todos los movimientos. Es el alma mater de un proyecto que excede las pretensiones comerciales.
“Nosotras tenemos bastante marcada nuestra identidad, está la bandera del orgullo, la bandera travesti, la foto de Evita, tenemos stickers de Cristina. Seguramente hay gente que no viene por esta razón, pero en el barrio hay un montón de ferreterías, pueden elegir tranquilamente otra”. Pero casi siempre vuelven y los datos de atención en el local son reveladores: el 70% son feminidades según un análisis de la cantidad de transferencias realizadas en los últimos meses.
Frente al estereotipo del ferretero con la libretita, la camisa de grafa y los lentes en mitad de la nariz, Mara y Fede imponen una nueva estética y desde allí dialogan con el mundo. “Acá está todo travestizado. Nosotras pudimos quebrar esa idea de que una ferretería tiene que ser un lugar solo de tipos y de cavernícolas que no tienen ni siquiera para mandarte un whatsapp.” No es solo la tecnología, son también los modos y las formas las que invitan a volver y a quedarse en el lugar.
Como el caso de la mujer que viaja especialmente desde Granadero Baigorria, una ciudad lindera a Rosario, porque dice que se siente cómoda con el trato que le dispensan, o la estudiante brasileña que logró romper las barreras del lenguaje y sentirse en un lugar seguro. O la historia de Miltón, un obrero de la construcción al que asistieron después de haber caminado durante horas con la goma de la bicicleta pinchada y se volvió un incondicional.
“Acá está todo travestizado. Nosotras pudimos quebrar esa idea de que una ferretería tiene que ser un lugar solo de tipos y de cavernícolas que no tienen ni siquiera para mandarte un whatsapp.”
Por supuesto que también están aquellos que aprovechan la buena onda para clavar el aguijón: “Un tipo me vio en shorcito, en remera y con tetas. Me decía ‘hermosa, reina, princesa’ pero después me sustantivó en masculino y me dijo ‘gracias papito’. Yo creo que lo que más funciona ahí es el cachetazo travesti. Te prepoteo ahí al toque y vos respondé”, sentencia Mara. Fede asiente con la cabeza y agrega que hay personas “a las que no le entra una bala”, pero sostiene que la mayoría de los clientes no son así.
Pero en La Ferretería, además, suceden otras cosas: tras bambalinas hay reuniones de activismo por la diversidad sexual, encuentros casuales que derivan en proyectos de trabajo y por supuesto muchos tejes y manejes porque Mara también es productora cultural independiente y junto a Igna Campos son las responsables de Capra Producciones. Desde allí gestaron el festival Nación Trava cuyo debut aconteció en las vísperas de la noche mileísta y rápidamente se transformó en un espacio de resistencia al neoliberalismo.
“Tenemos una oficina con tres pizarrones, un escritorio, una cafetera y un ventilador. Desde ahí armamos el Nación Trava de este año, que fue la segunda edición. También hicimos el Festival Carrilche y dos carnavales”, resume. Pese a los embates de la economía, Mara nunca se resignó y pelea por ser la travesti gestora cultural de Rosario, más allá de haberse amigado con el negocio de la ferretería. En su currículum se anota también el haber sido manager de la cantante travesti rosarina, Ayelén Beker.
Para el futuro, Mara y Fede son contundentes: quieren ampliar el local “y darle trabajo a alguna compañera que lo necesite”. También admiten que quieren disfrutar, nunca es gratuito habitar un cuerpo travesti – trans. “Si hay algo en lo travesti que nos debemos es pensar un poco en la estabilidad, ¿no? Queremos tener un poco de paz y disfrute en donde no tengamos que estar pensando todas las mañanas si llegamos a pagar el alquiler o no”.
Contacto: https://www.instagram.com/laferreteria.721/