A cuarenta y seis años de la masacre en la cárcel de Devoto que, en plena dictadura dejó 65 presos asesinados (y heridas a otros 88) se está llevando a cabo el juicio a tres de los responsables penitenciarios del brutal ataque. El camino emprendido por la abogada Claudia Cesaroni para que la más cruda matanza carcelaria de nuestro país sea caratulada crimen de lesa humanidad. La voz de los sobrevivientes, un grito ahogado que clama justicia.
Fotos: https://masacreenelpabellonseptimo.wordpress.com/
“¡Me asfixio! ¡Dios!
Pienso en mi cara… se está quemando, ahora, mi cara… ¡Dios!
Una explosión y los colchones se prenden fuego y nos quemamos vivos…” dice la canción Pabellón Séptimo (relato de Horacio), que compuso el Indio Solari, buscando rescatar del olvido la peor matanza cometida por personal carcelario en el penal de Devoto.
El horror comenzó la noche anterior, con una discusión entre un guardia cárcel y Tolosa, uno de los presos que se negó a apagar la tv. A la madrugada fueron a buscarlo, querían sacarlo para “hablar” pero el detenido se negó a salir. Por la mañana, el 14 de marzo de 1978, al pabellón íntegro lo sorprendió una requisa desmedida, -con el doble de personal- y totalmente violenta. Entraron a los gritos, y comenzaron a golpearlos. Algunos, con cadenas. Los insultaron y reprimieron. Los balearon y gasearon. Buscando protegerse, los detenidos acercaron colchones a las puertas. Se desconoce cómo se inició el fuego; pudo haber sido una granada de gas lacrimógeno o los quemadores a querosene que los presos usaban. En unos minutos, el pabellón ardió con ellos dentro. Los detenidos fueron encerrados: los dejaron morir asfixiados y carbonizados. Son sesenta y cinco las víctimas contabilizadas en aquel agujero negro de crueldad. A los que pudieron escapar, los siguieron golpeando en el trayecto hasta los pabellones de castigo. Quienes sobrevivieron, hoy están testimoniando en el juicio cuatro décadas demorado.
“(..) La requisa el doble del personal, serían 70 personas, entraron gritando, puteando, denigrado y pegando con palos y cadenas. Yo me fui al fondo, miré hacia atrás y vi que estaban golpeando a mis compañeros. Empiezan como defensa a correr las camas en círculo para parar la barbarie que estaban haciendo los milicos, para que se vayan. Se fueron, quedamos solos y pensamos que pasó. Se fueron para arriba y empezaron a tirar gases. Atino, con la adrenalina encima a correr de acá para allá. En un momento veo a un compañero, Hugo Barzola que se agarra el cuello con una gillete que teníamos para afeitarnos y se degüella, corro y le agarro fuerte la cabeza, grito pidiendo auxilio pero no; no había auxilio para nadie”-. (Fragmento del testimonio brindado en el juicio por el sobreviviente Juan Norberto Olivero)
El derrotero hacia la ¿justicia?
Silenciada durante más de treinta años, la masacre de Devoto, llegó finalmente a juicio oral y público, proceso iniciado el 9 de octubre pasado en los tribunales de Comodoro Py. En el banquillo quedan tres de los imputados: el exdirector del Instituto de Detención de Devoto, Juan Carlos Ruiz; el ex jefe de la División Seguridad Interna, Horacio Martín Galíndez, y Gregorio Zerda, celador; todos ellos acusados por su responsabilidad en los delitos de tormentos seguidos de muerte, éstos dos últimos reconocidos por los sobrevivientes como quienes comenzaron a tirar contra los presos indefensos. La causa, instruida por el juez federal Daniel Rafecas, -a cargo de los casos de crímenes de lesa humanidad del Primer Cuerpo del Ejército durante la última dictadura-, fue elevada a juicio en 2020. En ese lapso, murió impune el cuarto acusado, Carlos Aníbal Sauvage, jefe de la Sección Requisa de la División Seguridad Interna. La fiscalía está a cargo de Abel Córdoba y el Tribunal será integrado por Nicolás Toselli, Adriana Palliotti y Daniel Obligado.
La abogada Claudia Cesaroni desarmó la versión oficial que hablaba del motín de los presos, les adjudicaba el secuestro de un guardia cárcel y los responsabilizaba por el inicio del fuego. La justicia no investigó y el hecho fue conocido como el motín de los colchones. Debieron pasar treinta años: junto a las víctimas, la colega Natalia D Alessandro y el equipo del Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC), Cesaroni logró la reapertura de la causa (un expediente archivado de once cuerpos) y la posibilidad de que se llegue a la instancia de juicio oral. Del proceso en el que figura como querellante representando a familiares y sobrevivientes, también participan las querellas institucionales de parte de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y la Liga Argentina por los Derechos Humanos.
Convencida de que existe una mirada parcial sobre lo ocurrido en las cárceles de nuestro país en período dictatorial, la letrada busca poner en discusión, además, la doble vara social que entiende que solo los presos políticos fueron víctimas de vejámenes, maltratos y tortura. Investigó, leyó (su primer acercamiento fue el libro del criminólogo Elías Neuman, Crónica de muertes silenciadas. Villa Devoto, 14 de marzo de 1978), y buscó. En 2013 publicó su aporte al caso, el libro Masacre en el Pabellón Séptimo y motorizó la investigación judicial.
«El motín de los colchones es un tema que empecé a conocer cuando trabajaba en la Secretaria de Derechos Humanos, en la Procuración Penitenciaria» explica Cesaroni en diálogo con EnREDando.
“Conocí ese caso, leí el libro de Neumann. Tenía dos clientes en el pabellón, y en base a uno de los testimonios, para mí el más válido porque Horacio lo brinda a dos días de la mascare frente a su abogado en libertad condicional; es decir, es el más completo, el más cercano. El que un sobreviviente puede contar porque ya está en libertad y se lo cuenta a su abogado. Todos los otros testimonios que también son muy valiosos, de los 95 sobrevivientes y se lo brindan al propio personal penitenciario. Imagínate eso, declaran a los dos, tres días, medio quemados, algunos en el hospital le cuentan lo que pasó a personal penitenciario y aun así es muy impresionante. Muchos de ellos cuentan lo que pasó; que nos tiraron tiros, nos disparaban, tiraron gases, que los reventaban a golpes, que les decían quémense como ratas. Lo volví a leer y me pareció increíble el valor de esa gente; nadie era militante, eran delitos comunes y se plantan y cuentan lo que pasó. A todos le preguntan, la intencionalidad del servicio penitenciario era hacer responsable a un preso; Jorge Omar Tolosa de todo lo que había pasado, como que era un líder. Eso refleja la época y la intencionalidad de que la culpa recayera en un preso que se había negado la noche anterior a apagar el televisor, lo que desencadenó la situación. Veían el Mundo del espectáculo, veían una película de un motín a bordo de un barco, extensa. Hubo un intercambio entre ellos, y lo van a buscar a la madrugada, nosotras equiparamos esa búsqueda como un secuestro porque lo van a sacar del pabellón a las tres de la mañana para “conversar”. El tipo se niega, segunda rebeldía y a la mañana entra una requisa sumamente violenta. Veo la respuesta de los presos como heroica porque en plena dictadura, desesperados, hartos de que los caguen a palos, empujan la requisa hacia afuera, la corren, no toman rehenes, no lastiman a nadie, les contestan con disparos, gases lacrimógenos, prenden fuego y ahí mueren 65 personas. 59, porque algunos mueren después. Cuando veo ese caso, me pregunto cómo es que no lo tomen como un caso de lesa humanidad. Queda ahí. En 2011 me contacto casualmente con Hugo Cardoso, (uno de los sobrevivientes) y vemos una película, El túnel de los Huesos y nos contactamos con el director; Nacho Garassino, cada uno por su lado. La película cuenta una fuga de la cárcel (los que se fugan pasan sobre huesos) y al final una escena dice estos podrían ser los huesos de víctimas del motín de los colchones. Esto es una señal. Le cuento a Hugo que me llama mucho la atención, le cuento una noticia que había encontrado en 2008, y en ese marco nos ponemos a desarchivar la causa, que estaba en la justicia ordinaria. Cuando leemos la causa nos damos cuenta que ahí estaba todo, solo faltaba entender que esas víctimas eran tan víctimas de un crimen de lesa humanidad como si hubieran estado ahí por razones políticas”, explica la letrada.
-Hay una interpretación sesgada siempre que se distingue entre presos comunes y políticos. Contame ese recorrido en este caso que también busca interpelar esa mirada social sobre unos hechos u otros, ¿no?
-Totalmente. No tiene que ver el origen de la detención sino lo que el Estado hizo con ellos. Empezamos un recorrido, nos presentamos ante el juez Rafecas, tanto el fiscal Delgado como el juez Rafecas, – nos tocaron dos de los más respetados de Comodoro Py-, nos dijeron que no lo consideraban un delito de lesa humanidad por tanto no lo debía juzgar el fuero federal. Apelamos esa decisión, fuimos a la instancia superior, y en agosto de 2014 la justicia federal de nos da la razón. En el medio pasaron 10 años y murieron varios sobrevivientes. Es importante destacar que ese personal penitenciario era el mismo para los presos comunes que para los presos políticos. En ese momento no había varones presos políticos pero quedaban unas 1000 presas políticas. ellas sufrían todo un plan de aniquilamiento físico y psíquico. Varias de ellas cuentan que Galíndez y Ruiz les decían ustedes de acá van a salir muertas o locas. Y era el mismo personal, no había otro. No había un servicio penitenciario de dos cabezas. Hay, además, una continuidad del manejo de las fuerzas, siempre hago unas comillas, no me gustan mucha la denominación presos comunes, los delitos son comunes, no lo son con connotación política. Hay una mirada social muy distinta, una doble vara. Cuando saco el libro, me importar rescatar el valor de esa rebeldía; la rebeldía de no apago el televisor, no quiero salir a la madrugada, se quieren llevar a un compañero y lo defendemos, la puta madre; es una tremenda rebeldía e indisciplina en plena dictadura, es una rebeldía política. No importa que los presos no supieran lo que eran los Montoneros, el ERP, ni nada. Me parece que esa mirada significa reducir al terrorismo de Estado. Rafecas dice que no hubo genocidio sino politicidio, que el objetivo de la dictadura era perseguir militantes políticos y a mí me parece un reduccionismo eso, te podían secuestrar por ser amigo, amante o porque se querían quedar con tus bienes, o estabas en una libreta.
Fragmentos del espanto
«Con los colchones ardiendo la policía se fue, la goma espuma prendida chorreaba, todo estaba ardiendo, y no se podía respirar. Era todo silencio, se habían ido todos de la pasarela, estábamos nosotros nada más y el fuego. No abrieron más, pasaron unos 40 o 50 minutos, donde uno no podía estar, yo me desmayé, luego me desperté, me volvía desmayar, sólo se veía el humo, el calor irrespirable, el piso era todo vómitos, sangre, pellejos humanos, cadáveres, ya en ese mismo momento tenía que haber unos 40 muertos seguro”, testimonió el sobreviviente Alberto Rafael Ricca a la justicia.
Nadie apagó el fuego ni les permitió salir del pabellón, señalaron las víctimas de la barbarie. “Lo único que hizo el Servicio Penitenciario fue dejamos morir cocinados, asfixiados y cuando quisimos respirar asomándonos por las ventanas nos bajaban a balazos”, contó Hugo Cardozo. Cuando se terminó de consumir lo que había en el lugar, el incendio se apagó solo. Así lo relató Cardozo: “Los 15 que llegamos al baño éramos solo lamento, dolor. Abrí como pude una canilla y el agua estaba cortada, la única que había era la de un piletón que tenía jabón y me zambullí a tomar esa agua, a refrescarme para parar el dolor, las quemaduras, hasta que sentimos que empezaron de afuera a los gritos diciendo corran las camas hijos de puta, corran las camas y salgan de a tres. Algunos compañeros mayores se pusieron a correr camas para liberar la puerta y sentimos inmediatamente cuando salieron los primeros una sucesión de golpes, quejidos y gritos. Llegué hasta el frente de la reja y mirando al piso con las manos en la nuca y lo único que vi fue un cordón policial que se prolongaba en ese pasillo de 6 o 8 metros con personal con todos los elementos para golpear, hasta candados, y ahí me puse las manos en la nuca, y me largué a la carrera mientras era golpeado por esa gente, que tenía uniformes de distintos colores”.
“Si fuera por mí, las mataría a todas pero tengo orden de los militares de aniquilarlas psíquicamente; de aquí saldrán todas locas”. (Frase dicha por el Director de Villa Devoto, prefecto Juan Carlos Ruiz, a las presas políticas durante audiencias)
«Trato de protegerme pero seguían los tiros; se escuchan ráfagas de ametralladora. Veo algunos muchachos heridos con bala. Colocamos las camas para tratar de parar la visión de los penitenciarios que seguían tirando con ametralladora, seguían disparando a los colchones con ametralladoras y lanza gases. De pronto veo que los colchones se prenden fuego. veo un compañero que se sube a tomar aire y de afuera del pabellón lo balean; cae. Ya no veo casi nada, siento el calor del fuego, veo un halito de luz en el fondo, trato de saltar, creo que llego a tocar la ventana y el fuego me quema las manos. Me caigo, quedo en el piso, es impresionante el calor, no recuerdo cuanto tiempo pasó, fueron los minutos más largos de mi vida. se va disipando el humo y no hubo asistencia de nadie el fuego se apagó solo”. (Fragmento del testimonio brindado en el juicio por el sobreviviente Juan Norberto Olivero)
El valor de hablar
Juan Norberto Olivero tenía veinte años aquella fatídica mañana del 14 de marzo de 1978. Estuvo preso durante casi toda la dictadura y recuperó su libertad en 1983, en los albores de la incipiente democracia. Salvo a su esposa, jamás le contó a nadie lo sucedido dentro de los muros del penal. Un día, se compró una notebook y se puso a buscar información: así llegó hasta Claudia Cesaroni.
«Ingresé a Devoto con 18 años, fui alojado en los pabellones de menores, donde están los presos de 18 a 21 años. Al tiempo, en libertad, me entero a través de una notebook que me compre, quería saber lo que había pasado, lo que había quedado en el olvido, no se nombraba en ningún lado. Estudié internet y empecé a googlear: no salía nada, hasta que escribí pabellón séptimo y apareció el libro de Claudia. Le hablé y nos encontramos en un café, en el Congreso en un bar. Era la segunda persona a la que yo le contaba, la única que sabía era mi mujer, ni mis chicos. Yo soy albañil, soy un poco cerrado; nunca había contado, nada ellos me veían las manos quemadas y les decía que había sido un accidente en un incendio”, cuenta Olivero a EnREDando.
Juan Norberto cuenta que fue reparador poder dar testimonio; que sintió el reconocimiento “enorme de poder decir, sacar algo de adentro, lo que me movilizó mucho, estuve nervioso, estaba medio acelerado, y pude contar en lo personal lo que realmente vi ese día”.
“Hace unos años tuvimos una visita, fuimos con Claudia donde estudian los detenidos; era ir a contarles. un muchacho me preguntó qué sentía haber vuelto y me mató; me puse a llorar, no sabía qué contestarle. Yo tuve suerte para contarla, aunque te quedan secuelas psicológicas. Trabajé casi toda la vida del albañil, con las manos quemadas. En un tiempo tenía pesadillas y luego, como que lo tenía olvidado, no pensé más, hasta antes del juicio que volví a soñar”.
Días atrás, en la visita de inspección ocular habilitada desde el juicio, se desató una nueva represión frente a las quejas de detenidos y familiares, en la que un joven perdió un ojo y muchos presos fueron lastimados. Allí, a dos pabellones de la masacre, cuarenta y seis años más tarde, la impunidad de los uniformados dice presente, una vez más. Quedan semanas de juicio; se puede asistir vía presencial o seguir las audiencias de través de La Retaguardia.
3 comentario
Gracias por la nota, fue impactante conversar y contar lo que realmente viví esa mañana del 14 de marzo de 1978. Solo se que vivo para contar la masacre del pabellón séptimo. Cómo crimen de lesa humanidad. Ahora espero una condena ejemplar para estos asesinos HDP. Abrazo María soledad.
Gracias a vos, Juan por la claridad de tus palabras. Nunca es sencillo brindar testimonio, revivir el horror.. Aún así, que sea reparador en algún sentido para vos y cada una de las víctimas. Un abrazo, sostenemos el férreo pedido de justicia