El triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses fue festejado por el gobierno argentino como un logro propio, luego de casi un año de gestión que se ha caracterizado por un giro radical en materia de política exterior. El panorama para nuestro país es incierto, aunque algunas señales en términos simbólicos y de acumulación política pueden advertirse con mayor claridad en comparación a beneficios tangibles y concretos de la nueva relación bilateral.
El enfoque del presidente Javier Milei fronteras afuera obedece a su propia proyección como una figura destacada dentro del movimiento conservador internacional. Así lo han demostrado sus discursos en foros internacionales, eventos políticos en el exterior y acciones concretas en el plano de los organismos multilaterales. Si bien durante la última campaña electoral en Argentina el mandatario aseguró que el país se alinearía irrestrictamente con Estados Unidos e Israel en el sistema internacional, la radicalización de la política exterior argentina debe entenderse fundamentalmente en el afán del Jefe de Estado por convertirse en el exponente más importante de lo que él mismo llama “las ideas de la libertad”.
Es allí donde Milei aprovecha cada ocasión en la que la Argentina está llamada a intervenir internacionalmente para romper consensos, abandonar posiciones históricas, y desdeñar metas vinculadas al interés nacional. Así se ha demostrado, por ejemplo, la votación en la ONU del 11 de noviembre, en la cual Argentina fue el único país en votar en contra de una resolución que defendía la protección de los derechos de comunidades originarias en una variedad de cuestiones; resolución que tuvo el voto a favor, por ejemplo, de los Estados Unidos de América.
Otro ejemplo fue la ruptura de la posición histórica de Argentina con respecto al bloque económico contra Cuba, por el cual fue destituida de su cargo la ex Canciller Diana Mondino, la cual quedará en la historia como una ministra que combinó errores no forzados con aspectos poco coincidentes con la seriedad que requiere representar a nuestro país en el sistema internacional. El uso del Mercosur como amplificador de las ideas libertarias, algunas concesiones frente al Reino Unido con respecto a la soberanía de Malvinas, y las tensiones con China y Brasil por meros posicionamientos ideológicos, son muestras de ello.
De todas maneras, para entender estos movimientos hay que intentar comprender el núcleo de ideas que confluyen en el ecosistema libertario. El presidente considera que los grandes organismos multilaterales, al igual que los medios de comunicación y ciertos sectores del capitalismo global defienden la “hegemonía cultural de la izquierda”. Un claro ejemplo es esta votación en la ONU sobre los pueblos originarios. Y allí es donde está el principal punto de contacto con el trumpismo. No en su concepción de la economía, mucho menos en el nacionalismo que profesa el presidente electo de Estados Unidos. Son estas las pistas que nos señalan que posiblemente haya un proceso de acumulación político-ideológica y una disminución del aislamiento internacional que tiene Argentina hoy, pero no mucho más.
Sobre tangibles e intangibles
Es materia opinable, pero probablemente sea difícil encontrar a alguien que crea que hay un objetivo más importante para nuestro país, en materia de política exterior, que encontrar la salida a la situación económica grave que el país atraviesa generada por la restricción externa, la falta de divisas y el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En ese plano, hay un antecedente. Durante 2018, cuando Mauricio Macri era el presidente argentino y Donald Trump ocupaba la Casa Blanca por primera vez, el mandatario estadounidense fue clave para que el FMI otorgue el préstamo de más de 40.000 millones de dólares al país, utilizado para financiar la fuga de capitales y la timba financiera en nuestra economía a expensas del sector productivo. Ese proceso fue tomado por aquellos comunicadores y políticos cercanos al gobierno para considerar que el nuevo gobierno norteamericano mediará ante el Fondo para ayudar a la Argentina.
No obstante, hay que entender que el Fondo se metió en un problema con nuestro país al otorgar ese préstamo, que se tradujo en cero si hablamos de proyectos de infraestructura, ayuda social, cambios en la matriz productiva o cualquier cosa que se asemeje a un beneficio concreto y tangible. Cuando el préstamo es impagable, el problema es tanto del deudor como del acreedor. Es a partir de allí donde no puede considerarse como una apuesta segura que Trump defina, por su sola voluntad, un beneficio para nuestro país en la encrucijada por paliar los niveles de endeudamiento externo.
Por otro lado, hay que tener en consideración que Trump llega al poder con una fortaleza, una estructura y una legitimidad muchísimo más significativas que las que tuvo hace ocho años, cuando accedió al Salón Oval por primera vez. El Senado y muy probablemente la Cámara de Representantes estarán dominadas por el Partido Republicano, que hoy responde prácticamente en su totalidad a la figura de Trump, a diferencia de lo que sucedió anteriormente. La Corte Suprema tiene una mayoría conservadora de 6 a 3. Y, en términos políticos más que institucionales, lo abultado de la victoria y el impedimento (al menos por ahora) de buscar un eventual tercer mandato hacen pensar que la Casa Blanca tendrá mucha más determinación en la búsqueda de sus objetivos políticos.
Es en ese marco donde hay que pensar hacia dónde quiere llevar Donald Trump a la economía estadounidense. Recordemos que el importante triunfo electoral del pasado 5 de noviembre tuvo, como principal motivo, el descontento de amplios sectores de la ciudadanía de Estados Unidos con la economía. Tanto fue así que el país modelo de la institucionalidad de la democracia liberal occidental pareció olvidar los sucesos del 6 de enero de 2021, cuando Trump llamó a tomar el Capitolio para evitar ceder el poder luego de perder las elecciones. En ese contexto, donde la economía manda, es complicado no pensar en una administración estadounidense que no ajuste las clavijas en materia de protección arancelaria de manera transversal, intervención en los precios de los productos primarios y cierto abroquelamiento de su economía, en el afán de fortalecer su industria nacional. Allí, parece difícil hacer coincidir las posiciones aperturistas y de desregulación total que defiende el gobierno argentino con estas posibles transformaciones de la política económica de Estados Unidos. A pesar de eso, el foco está puesto en otro lugar.
El espejo del norte
El gobierno argentino sí tiene razones para festejar en el plano del proceso de acumulación política que le permite el triunfo de Trump en Estados Unidos. Milei, al igual que el próximo presidente de Estados Unidos, entiende que hay un orden global al cual hay que combatir y se ubica a la vanguardia de ese movimiento en detrimento del interés nacional. Una postura que puede sintetizarse en la idea del “anti-progresismo”. Trump entiende, al igual que Milei, que la cultura de la izquierda ha homogeneizado el sistema. La perspectiva de género, las políticas en materia de defensa de la igualdad étnica y racial, el respeto a las diversidades sexuales, la lucha contra el cambio climático y un largo etcétera, son anomalías a combatir por estos grupos y es allí donde encuentran un punto de partida. Son posiciones que chocan contra la perspectiva, paradójicamente, más liberal en términos de elecciones de vida de los individuos y, en algunos casos, en su accionar en el fuero privado.
Lo que Trump promete, y es lo que seduce a Milei, es el objetivo de dar vuelta el sistema. Otorgarle un carácter refundacional a su presidencia. Borrar las reglas existentes y escribir unas reglas nuevas. Que lo que era impensado hace algunos años, entre en el orden de lo posible. Es allí donde entran figuras como Elon Musk, en su carácter de operador en el mundo de las redes sociales donde se dibuja un campo de batalla que ya ha superado, en términos de volumen e incidencia, a los medios tradicionales de comunicación y a las estructuras de poder dentro del propio bloque del capital.
Musk representa un nuevo modelo de magnate capitalista que juega abiertamente y sin ningún disimulo en la vida política de los países, sin tampoco esconder su afán en intervenir en ello. Desafiar la verdad y la complejidad del debate político para crear un nuevo sentido común que aporte a sembrar en la sociedad esa necesidad de romper todo y crear un nuevo orden desde allí. Lo que se denomina destrucción creativa. “Novus Ordo Seclorum”, tuiteó Musk la noche que Trump ganó. “Nuevo orden de los tiempos” o “de los siglos”, dependiendo cómo se interprete la traducción del latín. Es ahí donde Milei puede conseguir un aliado en el plano internacional que tribute a esa necesidad de nuevo orden, descartando todo lo anterior.
Parte de este ecosistema de ideas es lo que acerca a Milei de Trump y lo que hará, uno supone, disminuir el aislamiento internacional en el cual se encuentra Argentina hoy. Esto no parece importarle al gobierno argentino. Tampoco le importó a Jair Bolsonaro, que se quedó sin su único aliado cuando Trump perdió con Biden en 2020 y vio cómo se alejaba un posible acompañamiento de Washington al capítulo brasileño de la toma del Capitolio, dos años y dos días después de aquel tremendo 6 de enero de 2021. En la mente de estos dirigentes, no importan las diferencias en materia económica, o si uno pertenece a una derecha más nacionalista y otro a una más libertaria. Si algunos ponen el foco en lo militar y la seguridad, mientras que otros hacen del ultraliberalismo económico un dogma religioso. Lo que importa es el afán de destruirlo todo para crear algo nuevo, sin importar los costos que ello implique al interior de sus sociedades. En Brasil se vio con la pandemia y la violencia política, mientras que en Estados Unidos tomó notoriedad, por ejemplo, con el conflicto racial. Es cuestión de tiempo descubrir qué tipo de conflicto se desatarán en los próximos años a partir de la intención de dinamitar todo para la concepción de un nuevo orden más amigable con la voluntad de estos dirigentes.
Qué esperar
Es evidente que el gobierno argentino buscará erigirse como el mejor alumno en la cruzada trumpista de crear un orden nuevo. El anuncio de Marco Rubio como próximo Secretario de Estado habla de una intención por parte de Donald Trump de otorgarle el manejo de su política exterior a un halcón de origen latino que tiene, dentro de sus prioridades, el vínculo con América Latina. Esto es una buena noticia para Milei, que recibió al actual senador por Florida hace algún tiempo.
Por otra parte, el pragmatismo que había mostrado el gobierno en su relación con Beijing posiblemente sea revisado. Milei pasó de decir que “no haría ningún tipo de acuerdo con comunistas” a anunciar un viaje a China en enero y a elogiar que el gobierno de Xi Jinping no pide nada a cambio para la construcción de consensos. Con la llegada de Trump al poder en Estados Unidos, habrá que ver si el Presidente revisa esa giro pragmático en pos de no generar malestares en el norte.
Argentina organizará, el año que viene, la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), un foro del movimiento ultraconservador internacional que reúne a Trump, el clan Bolsonaro, el Vox español, entre otros. Es número puesto que dicho evento reviste mayor importancia para el presidente argentino que el G-20 a realizarse en Río de Janeiro o la próxima Cumbre del Mercosur. Será un escenario que nos de algunas pistas sobre qué mundo piensan estos dirigentes, con un Trump conductor y fortalecido en la Casa Blanca.
Las elecciones estadounidenses refuerzan quizás algunas tendencias que venimos observando en varios países, y que pueden tener su correlato en la política nacional argentina. Se ha demostrado, una vez más, que las posiciones más radicalizadas han fagocitado al electorado tradicional de la centroderecha y la han obligado a posicionarse más cerca de los ultras que del centro. Allí, la principal mala noticia es para el PRO de Mauricio Macri, que ve cómo Estados Unidos es un caso más de irrelevancia de opciones “moderadas” dentro del campo conservador vis a vis el fortalecimiento de las fuerzas de extrema derecha.
Finalmente, si algo puede servir el espejo del norte para encontrar tendencias globales, también suena el teléfono para el peronismo. Un Donald Trump asediado por la Justicia de su país puso el foco en el malestar económico de los ciudadanos dejando sin fuerza a discusiones ligadas a las configuraciones institucionales de la democracia y las agendas ligadas a reivindicaciones sectoriales. Esto quizás impulse, dentro del campo opositor, un cambio de las prioridades en términos discursivos de cara al año electoral que comienza en un mes y medio.
Argentina es el aliado hemisférico predilecto y acrítico de Estados Unidos en estos tiempos, sin importar si la semana pasada era Trump el que ganaba o si los demócratas revalidaban mediante la elección de Kamala Harris. Lo que posibilita el triunfo republicano es un aumento en la consideración del poder político norteamericano sobre el gobierno argentino, con el cual buscará hacer tándem en el proceso de destrucción creativa que se han propuesto llevar a cabo.