Las elecciones en Venezuela abrieron un nuevo escenario de la crisis política que caracteriza al país desde la muerte de Hugo Chávez Frías en 2013 y que ha subido y bajado de intensidad hasta el día de hoy. La proclamación de la victoria de Nicolás Maduro en los comicios, por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE), entra en directa colisión con la incapacidad del gobierno de demostrar en las actas dicho resultado, además de no poder brindar detalles que cualquiera espera de una elección. El saldo, algunas semanas después, arroja protestas, muertos y la incertidumbre respecto a que Venezuela pueda retomar el rumbo de la estabilidad política.
Fotos: AP y X
Venezuela es un país que en las últimas décadas fue utilizado por ciertos actores para hacer politiquería, acusaciones sin fundamento y análisis sobre la política latinoamericana que no tuvieron ni tienen nada que ver con la realidad de nuestro continente. El chavismo fue, desde sus comienzos hasta el 2014, un proceso político repleto de virtudes y defectos, pero que planteaba un horizonte distinto a los pueblos de América Latina, despojados históricamente de cualquier posibilidad de alcanzar un futuro digno. Chávez consagró constitucionalmente la prohibición de la represión al pueblo de Venezuela, por nombrar una sola cuestión de carácter disruptivo que caracterizó a este proceso. Pero está claro que la reivindicación de un proceso político no implica la justificación de cualquier cosa que se haga en la actualidad.
En lo que tiene que ver con Venezuela, sobrevolaron dos percepciones en relación al proceso electoral que fue definido como el más trascendental de los últimos años, por su carácter potencialmente disruptivo. Por un lado, una sensación de que el gobierno de Nicolás Maduro podía perder claramente las elecciones. La oposición venezolana, representada en la candidatura de Edmundo González Urrutia, pero comandada y liderada por María Corina Machado, había decidido jugar electoralmente, sortear obstáculos, y buscar alternativas para disputar el poder. Hacer política, para decirlo rápidamente.
Previamente, la justicia electoral había impedido que Machado se postule a un cargo público y había vetado la candidatura de su primera elegida, Corina Yoris, en otro inteligente movimiento, en la búsqueda de generar una fuerte narrativa eligiendo a una tocaya. Finalmente, tuvo que aceptar que González Urrutia sea quien ponga la cara en la boleta a sabiendas de que una nueva proscripción podía quitarle al proceso electoral la legitimidad que había logrado tras negociaciones, acuerdos, y algunas concesiones realizadas por ambas partes.
Por otro lado, también en este plano de las percepciones, se dejaba entrever que el diálogo de sordos había terminado. Con la apertura del proceso electoral, el levantamiento de algunas sanciones económicas por parte de Estados Unidos, el incipiente proceso de negociación para una posible transición, y algunas declaraciones públicas realizadas por la dirigencia del madurismo y la oposición, había señales de que podía llevarse a cabo una elección “normal”, con reglas de juego claras, con un sistema difícil de vulnerar, y con la voluntad de aceptar los resultados de ambas partes. Sobre ello versaron las negociaciones que tuvieron lugar en México, en Qatar y en Barbados.
Lo concreto es que la jornada transcurrió de manera tranquila, pero aproximadamente a la 1:30 de la mañana del lunes 29, el Presidente del CNE Elvis Amoroso anunció, sin mostrar ningún tipo de documentación, archivo, gráfico, o acta, que Maduro había ganado con el 51.2% de los votos contra el 44.2% de González Urrutia. El anuncio fue rápidamente rechazado por Machado y su candidato, y se abrió un escenario de incertidumbre que se mantiene al día de hoy. Acusaciones cruzadas, falta de verificación de los resultados anunciados por ambas partes, y una conflictividad social que tiene serias chances de agravarse más de lo que ya está, con el riesgo de volver a escenas como las de 2014 o 2016.
El riesgo era cierto: los anuncios por parte del gobierno de imputar como delito condenable a cualquiera que arroje cifras por adelantado y que no sean del CNE, sumado a la negativa de invitar a algunos veedores internacionales (una figura por de más laxa y muchas veces sobrevalorada), daban a entender que las declaraciones en dirección a una posible cesión del poder en caso de derrota de Maduro podían llegar a quedar en eso: declaraciones. Lo que nunca se esperaba era que la Revolución Bolivariana, aquel proceso comandado y fundado por Chávez en el año 1998 cuando ganó la Presidencia de Venezuela, iba a dilapidar uno de los pocos atributos democráticos que aún tenía para mostrar: el de siempre respetar la voluntad popular expresada en las urnas. Quizás las actas aparezcan, pero habiendo pasado más de 20 días de la jornada de votación, todo indica que el gobierno venezolano no tiene cómo demostrar que una mayoría social lo ha respaldado en las urnas, como sucedió en todas y cada una de las elecciones que ganó.
La región: un cúmulo de voluntades
La crisis venezolana es una cuestión de política interna para la mayoría de los países de América del Sur, y de gran parte del resto de América Latina por una sencilla razón: 8 millones de venezolanos salieron de su país en los últimos años. Un cuarto de su población. Algo que constituye el costado más doloroso de todo este proceso, si uno escucha los testimonios de gran parte de la población de Venezuela que allí se quedó. La atención que los diferentes gobiernos le otorgan al tema se explica porque el agravamiento de la crisis puede ser un factor de presión nuevamente sobre las fronteras, en un contexto en el cual la cuestión migratoria se ha vuelto prioritaria en la agenda regional.
A partir de los hechos del 28 de julio, hubo una distintos posicionamientos: aquellos que dieron por cierta la versión de Maduro, como Bolivia, Nicaragua, Honduras y Cuba, entre otros; aquellos que alegaron fraude desde el primer momento, como fue el caso del gobierno argentino o el de Perú; y aquellos que se inclinaron por una posición cauta y exigieron que se muestren las pruebas de lo que el CNE había anunciado. Brasil, Colombia y México son los países que encabezan las acciones, de manera coordinada, bajo esa solicitud inicial. Esta posición, también asumida en un primer momento por el gobierno de los Estados Unidos, no solamente se corresponde con el afán de hacer algún aporte que sume realmente a destrabar este conflicto, sino que también abre la posibilidad de que haya algún tipo de negociación o acuerdo. ¿Qué incentivo tendría Nicolás Maduro de sentarse a negociar con gente que defiende lo certero de su derrota, en lugar de exigir a todas las partes que demuestren su versión de los hechos?
Lo cierto es que hoy vemos en la región un cúmulo de voluntades, muchas veces contrapuestas, debido principalmente a la falta de esquemas regionales que sirvan de foro para un encuentro común, un abordaje consensuado y una salida negociada. Otra genialidad de los gobiernos conservadores de la región que, inútilmente y sin lograr sus metas, paralizaron y detonaron los distintos espacios de concertación regional para abocarse a una presión coordinada sobre el gobierno de Venezuela que lejos estuvo de lograr sus objetivos. Solo hace falta recordar lo que fue el Grupo de Lima y sus logros, que se contabilizan en cero, ni siquiera en la perspectiva de sus propios impulsores como Mauricio Macri, Sebastián Piñera o Iván Duque.
Un espacio regional donde se sienten Lula da Silva, Gustavo Petro, Luis Lacalle Pou y Javier Milei, por citar cuatro mandatarios de la región, es un espacio donde la obligación de llegar a un acuerdo podría realizar un aporte significativo a la situación de bloqueo que se vive hoy en Venezuela. En estos momentos, también hay que ejercitar la memoria y acordarse de aquellos que dinamitaron los esquemas regionales en pos de dividir aún más a los pueblos de Sudamérica.
Los pecados originales
La oposición venezolana jugó de forma inteligente en el transcurso de la campaña. El periodista Joaquín Sánchez Mariño, que realizó distintas coberturas sobre la situación social, política y económica de Venezuela, recordaba hace algunos meses lo que decía Sun Tzu en su célebre escrito El Arte de la Guerra: “El enemigo más peligroso es aquel que se encuentra acorralado”. Fue a partir de allí que la oposición abandonó las posturas más intransigentes y comenzó a abogar por generar las condiciones que dieran lugar a un mínimo de garantías que les permitan hacer política, encontrarse con la gente y presentarse como alternativa electoral.
No obstante, y en un ejercicio similar de lamento en retrospectiva que ensayamos al hablar de la falta de un esquema como UNASUR, hoy la oposición de Venezuela paga los costos de las estrategias anteriores que, lejos de ser democráticas o ancladas en un apoyo popular mayoritario, fracasaron en su afán de deponer al madurismo del poder.
En 2014 se inició un proceso conocido como “La Salida”. María Corina Machado y Leopoldo López fueron los grandes impulsores de esta estrategia que básicamente consistía en sacar a Nicolás Maduro del poder como sea, desconociendo el ajustado triunfo electoral que el Presidente había obtenido sobre Henrique Capriles luego de la muerte de Hugo Chávez. Vinieron las guarimbas. Enfrentamientos en las calles. Muerte y violencia. ¿El resultado? Maduro siguió en el poder, López exiliado y Machado de vuelta a la intrascendencia.
Cinco años más tarde, y luego de ganar las legislativas de 2015 y de haberse abstenido de participar en las presidenciales de 2018 luego de que el gobierno creó la Asamblea Constituyente para “paralelear” al Poder Legislativo, la oposición venezolana cambió de planes: optaron por nombrar a un gobierno propio reconociendo al diputado Juan Guaidó, en su carácter de Presidente de la Asamblea Nacional, como Presidente encargado (o interino) de Venezuela. ¿El resultado? Maduro siguió en el poder. Y si bien Guaidó fue reconocido por medio centenar de países, no controló ni un centímetro del territorio venezolano, aunque sí lo hizo con activos del Estado en el extranjero, con un manejo poco claro. Guaidó hoy es una figura de nula relevancia en el escenario político de Venezuela.
Entonces, si la realidad demostró en varias ocasiones que cualquier estrategia intransigente –que incluyeron conspiraciones con Washington, intentos de cooptación de las Fuerzas Armadas y atentados con drones– no funcionaron, ¿por qué Nicolás Maduro no se va a atornillar al poder? La propia experiencia demostró que ni los fallidos ataques contra su figura, ni los bloqueos a la economía venezolana lograron mover un centímetro al mandatario de su postura en no correrse de Miraflores.
Podríamos incluir otro “pecado original” como la irresponsabilidad de romper el consenso democrático. Si Donald Trump, Jair Bolsonaro, o aquellos que apoyaron el golpe de Estado en Bolivia durante 2019 van a desconocer un resultado electoral que fue validado, demostrado y reafirmado, ¿por qué el madurismo no haría lo mismo? Toda acción irresponsable, tarde o temprano, termina teniendo consecuencias, muchas veces indeseadas para aquellos que las cometen.
El empate catastrófico
El ex Vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera es un dirigente que combinó siempre teoría y praxis, sustentado en una brillantez y claridad notables. Algo que no abunda en la América Latina de hoy. Hace un tiempo escribió: “El empate catastrófico (…) se caracteriza por tres cosas: confrontación de dos proyectos políticos nacionales de país, dos horizontes de país con capacidad de movilización, de atracción y de seducción de fuerzas sociales; confrontación en el ámbito institucional –puede ser en el ámbito parlamentario y también en el social– de dos bloques sociales conformados con voluntad y ambición de poder, el bloque dominante y el social ascendente; y, en tercer lugar, una parálisis del mando estatal y la irresolución de la parálisis”.
Hoy vivimos en Venezuela una reedición de este empate catastrófico. Una renovación del bloqueo político. Quizás es demasiado pronto para caracterizar al bloque social opositor como “ascendente”, pero todo indica que han logrado reunir a una masa crítica que busca un cambio político en Venezuela; incluso contando con el apoyo muchísimas personas que han apoyado, votado, militado y defendido el proceso de la Revolución Bolivariana y el legado de Hugo Chávez en el pasado.
Es demasiado pronto para arriesgar un desenlace, aunque en el horizonte comienza a dibujarse una situación similar a la de 2019, con Maduro controlando el país y sin legitimidad en el exterior, sustentado solo en aquellos países que desafían a la hegemonía occidental, aunque queden bien lejos de las costas venezolanas, como China, Rusia o Irán.
La realidad es que la responsabilidad mayoritaria la tiene el gobierno venezolano y su presidente, quienes hace tiempo dibujan un cuadro nacional donde el conflicto es significativamente mayor que las conquistas o avances logrados
Pero, al fin y al cabo, esa responsabilidad no deja de ser compartida. Se dibuja así una triste continuidad de un proceso político que deslumbró a la política latinoamericana y que, con luces y sombras, había sido imposible de ignorar. Un proceso que, sobre todo en los últimos años, se caracterizó por ejercer una infinidad de prácticas cuestionables, pero que nunca había desobedecido el sagrado mandato de la voluntad popular por intermedio de las urnas. Algo que fue valorado, hasta el fin de sus días, por el ex Presidente Chávez.
La solución, claro está, es que los venezolanos vivan en paz, con servicios públicos que funcionen, que la gente pueda comer, trabajar, desarrollarse, y que aquellos que tuvieron que abandonar su Patria puedan regresar. Pocos hablan de estas metas como el objetivo principal. Quizás de esto debemos aprender todos, cómo está aprendiendo hoy la oposición venezolana: que los consensos rotos y las posiciones intransigentes tienen consecuencias que pagaron con sus fracasos constantes y, en la actualidad, con su rescatable labor política que parece no haber servido para ganar. Pero también hay que cuidarse de no caer en la trampa de defender lo indefendible. La vida siempre da vueltas y Venezuela es una dolorosa muestra de ello.
1 comentario
Excelente nota! Muy esclarecedora para una situación compleja. Felicitaciones Santiago
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