En barrio Alvear se ubica la Biblioteca Popular Lisandro de la Torre, nacida al calor del 2001 pero que dejó de funcionar aproximadamente trece años después. El lugar fue recuperado en el 2018 por un grupo de jóvenes que reacondicionó la casa, arregló pisos y techos, rescató libros deteriorados por la humedad y abrió sus puertas para todo el barrio. Este año además de los talleres y el CAEBA que funcionan en la sede, fabricaron un prototipo de biodigestor que genera biogás y fertilizante natural. El objetivo es aprender, multiplicar la experiencia y promover su uso en comedores populares.
Pala, revoque, tierra, escombros. Arreglar techos, limpiar pisos. Operativo rescate de decenas de libros durante meses para recuperarlos del deterioro y la humedad. Después: reabrir las puertas de un espacio que supo ser bastión cultural en barrio Alvear: la Biblioteca Popular Lisandro de la Torre.
Alrededor de 10 jóvenes fueron los protagonistas de la restauración de un lugar que agonizaba en el olvido: no fue tarea fácil recuerdan Mariel Ottonello y Bárbara Bercovich mientras compartimos un café dulzón en lo que ahora es el salón principal de la biblioteca. El lugar es una vieja casa venida a menos debido a su abandono durante tantos años. Los últimos papeles legales datan del 2014 y las chicas suponen que fue hasta ese entonces que la biblioteca, nacida al calor del 2001, funcionó como institución. Luego devino un cierre silencioso hasta que un grupo de pibes y pibas que ya militaban política y socialmente dando clases de apoyo escolar en el barrio, decidió tomar la posta y asumir la responsabilidad de poner en marcha la biblioteca popular.
“Empezamos a trabajar en normalizar los papeles y arreglar los problemas edilicios para recuperar algunos espacios de la casa. En ese entonces, habíamos solicitado la habilitación para realizar algunos cursos pero nos agarró la pandemia”. Y con el aislamiento obligatorio, las actividades que de a poco comenzaban tomar forma se paralizaron. Aún así, el grupo de jóvenes no bajó los brazos. Durante la pandemia se organizaron para asistir fundamentalmente a comedores del barrio. “Había muchas ollas populares que surgían en ese momento para responder a la emergencia. En Vía Honda 2 por ejemplo, se alcanzaron a entregar 500 raciones cada vez que se cocinaba”, recuerda Mariel. En ese contexto fue cómo comenzaron a diseñar un prototipo de biodigestor que tres años después cobraría impulso luego de que el proyecto resultase ganador en una convocatoria de iniciativas sustentables de la Fundación del Grupo Petersen.
“En ese momento veíamos que había comedores que no podían cocinar porque no tenían gas ni leña. Entonces ese fue el puntapié para pensar esa iniciativa pero lo hicimos sin plata y con tiempos acotados por lo que el proyecto en ese momento se truncó”, señalan las dos jóvenes que integran la Comisión Directiva de la Biblioteca Lisandro de la Torre.
Un lugar de puertas abiertas
Barrio Alvear recuperó un espacio para sus vecinos y vecinas. Así lo entienden quienes ahora coordinan sus actividades e invitan a ser parte de la biblioteca. “Después de la pandemia empezamos a caminar el barrio para invitar a vecinos que se fueron sumando a tejido, zumba, karate. El salto de calidad lo dimos el año pasado cuando arreglamos el techo donde se llovía mucho. La razón de la biblioteca es ser un espacio de encuentro”. Con ese objetivo buscan consolidar actividades y talleres para todas las edades. Además, en la biblioteca funciona todas las tardes uno de los CAEBA -primaria para adultos- que dependen del gobierno provincial. “Lograr esa habilitación fue muy importante”, dice Bárbara y suma algo clave: la participación vecinal. Es que la mayoría de los docentes de los talleres, que van desde karate para niños hasta cumbia para los más grandes, son los propios vecinos de barrio Alvear.
La biblioteca se encuentra ubicada a solo una cuadra de Boulevard Seguí, sobre la calle 24 de septiembre entre Constitución y Castellanos. Su frente ya no pasa desapercibido. Donde antes había una pared pintada de color rosa, ahora hay un mural de flores y animales realizado por la Asociación de Mujeres Muralistas de Rosario. Todavía, a esa altura, el barrio cuenta con acceso a algunos servicios pero la realidad cambia apenas se camina unas cuatro cuadras hacia el sur donde la fisonomía del territorio comienza a reflejar el abandono, la carencia, la sobrevivencia diaria de su gente. Es allí donde la biblioteca articula con organizaciones como Mujeres de la Plaza, Los Pibes de mi Barrio y el Centro de Salud Marcelino Champagnat a través de un concejo barrial que reúne a instituciones de la zona sudoeste.
¿Cómo se sostienen en un contexto tan hostil?. Las chicas responden con sinceridad: “con ingenio y creatividad”. El costo de la cuota societaria es de tan solo doscientos pesos. “Con eso bancamos todo”. Este año lograron inscribirse a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares y acceder al subsidio municipal lo que les permite al menos tener un respiro y planificar el trabajo para lo que resta del año. Pero será el ingenio -como ellas dicen- lo que les permitirá generar nuevos proyectos y actividades para las familias del barrio que ahora disfrutan de un espacio de contención y socialización vecinal.
¿Cómo funciona un biodigestor?
En la biblioteca cuentan con orgullo cómo fue que fabricaron un prototipo de biodigestor que genera gas de baja presión. “Veníamos pensando cómo aplicar nuestra profesión al territorio. Y en el 2023 reformulamos el proyecto que presentamos dos veces a la convocatoria y finalmente salió. Ahora lo que nos propusimos es primero realizar una capacitación para poder conocer cómo funciona y armar un prototipo controlado. es decir poder conocerlo y controlar el proceso de aprendizaje y ver cómo funciona. Esa fue la primera etapa que presentamos al proyecto” explica Bárbara Bercovich, licenciada en Biotecnología y trabajadora del Conicet Rosario. La segunda etapa, o el objetivo a largo plazo, es que el grupo que se capacitó pueda acompañar la construcción de otros biodigestores en organizaciones sociales interesadas en llevarlo a cabo. ”El curso estuvo apuntado también a voluntarios que quieran aprender el proceso”, señala Mariel y suma: “queremos que este proyecto se multiplique”.
Con el subsidio pudieron planificar el curso de capacitación que consistió en cuatro clases teóricas, dos clases prácticas, la puesta en marcha del prototipo y una evaluación de su funcionamiento 15 días después. Participaron alrededor de 20 personas. “Ese día lo probamos y pudimos encender una llama” celebran.
¿Qué hace el biodigestor?. El proceso es relativamente simple pero lleva su tiempo: lo que hace básicamente es generar biogás mediante la descomposición de una mezcla de residuos orgánicos con bosta de caballo que es almacenada en un tacho herméticamente cerrado. A diferencia del compost, explican, “el biodigestor admite bastante más material orgánico (sobras de comidas) y a su vez la descomposición es sin aire”. La “alimentación” con desechos se puede realizar todos los días y el proceso hasta generar el primer gas podría llevar aproximadamente unos 45 días. “Nosotros arrancamos de un inoculo de otro biodigestor. Es el decir, el caldo de bacterias ya lo teníamos, sino la primera vez hay que generarla con bosta de caballo, y ese proceso es mucho más lento. Después, la mezcla de desechos es acuosa, es decir lleva un 8 o 10 por ciento de sólido y después agua”, explica Bárbara.
El biodigestor además de generar gas desecha un líquido que es biofertilizante y puede ser utilizado, por ejemplo, como insumo en huertas orgánicas. Pero ¿cómo llega el gas a la hornalla? le preguntamos a Mariel y Bárbara: “el gas que va generando la descomposición de los residuos se traslada por medio de una manguera a un gasómetro, una campana que flota en agua y se eleva a diferentes alturas según sea el contenido de gas almacenado. Mediante otra conexión, el gasómetro se conecta al anafe. “Este biodgestor es solo para ver como funciona, es chico, pero es un buen tamaño para hacerlo posible y aprender su uso. Hay que entender cómo es el proceso, esperar ciertos tiempos. No es difícil pero es necesario tener en cuenta algunas consideraciones” aporta Mariel. De allí que el curso de capacitación fue clave para comprender cómo se fabrica y qué partes son esenciales en el proceso.
“En esta zona no hay gas natural. En los comedores es un muy buen complemento que puede sumar. Lo primero fue generar un grupo que pueda acompañar y aprender. Además la capacitación es costosa, por eso nuestra idea era poder compartir los conocimientos y desde ahí generar esa rueda”.
Pensar en colectivo
El salón principal de la biblioteca se parece a un aula escolar. Estantes, libros, una larga mesa de madera. Mapas físicos y políticos pegados en las paredes junto a las letras del abecedario. Un lugar que va cobrando vida a medida que la vida en comunidad se apropia del espacio. Una biblioteca donde los sonidos son parte del ambiente al igual que la calle, el espacio que también se habita con fiestas, ferias y festivales populares. “Espacios como éste lo que hacen es que la gente se acerque, participe, encuentre un lugar de contención y en momentos como el que vivimos, encontrar estos espacios en los que puedas dejar de pensar en términos individuales para pensar en colectivo, es fundamental. Son redes que hay que tender” dice Bárbara.
A su lado, frente a la pregunta sobre el sentido político de la biblioteca, Mariel suma: “es pensar una salida colectiva. Escuchar a la gente y ver qué respuestas colectivas podemos generar. Porque ante una propuesta, los vecinos están presentes. Es cierto que hay individualismo, pero también vemos que cuando hay espacios que generar algo colectivo, los vecinos/as participan. Y eso es clave, poder dejar una llama encendida”.