Tras el juicio que condenó a Héctor Barrero como autor del transfemicidio de Alejandra Ironici, urge la memoria sobre la militante trans que marcó un antes y un después en la historia LGTBIQ+ de la provincia de Santa Fe. ¿Cómo narrar la vida de una piba que vivió adelantada a su tiempo?
Foto principal: Fer Der Meguerditchian
De Alejandra Ironici se cuentan muchas cosas: que podía cruzar toda la ciudad de Santa Fe en su motito para ir a buscar a una travesti, llevarla hasta el hospital y esperarla durante seis horas, que a pesar de que siempre había trabajado en temas sociales no quería ser trabajadora social sino que anhelaba ser procuradora, que tuvo la audacia política para desafiar a las instituciones cuando aún no existía la Ley de Identidad de Género y convertirse en la primera mujer trans de Santa Fe reconocida por el Estado, y que incluso como militante política peleaba su lugar en las estructuras partidarias para participar en la disputa de poder.
“Empezó tipo vientito y después fue un tornado” dice Noly Trujillo, su amiga íntima y hermana mayor que supo abrazarla cuando llegó desde Tostado a la capital de la provincia en las tradicionales migraciones internas de la población LGTBI+. Vivió durante algún tiempo en un hotel de la calle Blas Parera y como la mayoría anhelaba estudiar para tener una vida mejor. “Ella pensaba que acá éramos bien recibidas, bien vistas”, recuerda Priscilla Martínez, amiga y compañera de activismo con la que se habían conocido un tiempo antes durante los carnavales de su pueblo. “Ale ya marcaba siempre un perfil muy distinto al nuestro”, afirma.
De ahí que supo ser la primera en muchas cosas, no solo en obtener un documento acorde a su identidad, sino también como trabajadora del Estado en el servicio social del Hospital Iturraspe. Pasar por la oficina de Alejandra era una referencia obligada si eras del colectivo: “Ella te resolvía el turno, hablaba para que no tengas que comerte la cola a la seis de la mañana y exponerte a la mirada de la gente”, rememora Vicky Stefano, periodista y militante travesti santafesina. “Yo la había visto una sola vez en mi vida, y ella me recibió como si me conociera desde siempre”, evoca.
“Ella te resolvía el turno, hablaba para que no tengas que comerte la cola a la seis de la mañana y exponerte a la mirada de la gente”,
Por aquellos años, la discriminación a la comunidad era moneda corriente en casi todos los espacios: “Ella estaba concentrada en conseguir el acceso a la vivienda y a la salud primaria”, agrega Emma Theumer, historiador especializado en estudios de género y sexualidades, y amigo personal de Ironici. “Para la época, lo general era la exclusión, había médicos que se negaban a atenderlas, eran obligadas a ir a las salas de varones y a usar su nombre masculino”, detalla. Por eso, también fue una pionera en pensar y desarrollar espacios inclusivos para la atención primaria de personas LGTBI+.
“Nuestras compañeras se nos iban muriendo, no querían atenderse en los hospitales”, asegura Noly en su calidad de activista y sobreviviente del genocidio trans. Priscilla insiste en que era impensado para la época que una mujer trans se haga cargo de un servicio de salud, o tenga ganas de ir a la facultad, o haga política como lo hizo Ale. Por eso repite que “parecía un bicho raro” y que eso en parte la hizo diferente a las demás: “Siempre creyó que teníamos que ser ciudadanas de primera. Creo que ella no tomaba dimensión del sujeto político que era”.
En la misma sintonía, Vicky Stefano establece categóricamente que “era un nexo entre muchas esferas de travestis”, y que tenía la capacidad de reunir a todas las que estaban peleadas y sobrevolar las disputas entre organizaciones, aunque eso también le generaba algunos dolores de cabeza. Más de una vez llegó a sentirse desplazada o no reconocida en su trayectoria militante por las nuevas generaciones: “Estaba bastante desilusionada, la gente por ahí es desagradecida y a ella le dolía muchísimo eso”, admite Noly con cierto pesar.
Emma la ubica también como una suerte de ‘alfabetizadora’ en materia de disidencia sexual y de género para Santa Fe, y subraya especialmente la capacidad de llegar a actores de la vida social y política muy distantes entre sí: “Ella tenía diálogo con el Estado municipal, con el provincial, yo me la crucé como estudiante en la universidad, tuvo un recorrido como presidenta de una vecinal, estaba vinculada a grupos religiosos como los umbanda y los evangélicos, y muchos movimientos sociales que para la época también estaban en un momento de renovación”.
¿Y los sueños? Además de luchar por una sociedad un poquito menos desigual, casi todas coinciden en señalar que el amor fue el gran tema de su vida, al menos en los últimos tiempos. “El amor de pareja” especifica Priscilla. Porque más allá de la familia elegida, esa forma del amor tan común entre maricas, travestis y lesbianas, el deseo de amar y ser amada aparece de manera repetitiva en el recuerdo de sus amigas como una deuda pendiente en el transcurrir de sus días. Una búsqueda que se inscribe en el legítimo y vital derecho que tenemos los seres humanos por encima de nuestra identidad de género.
Por caso, una noche de guiso y vino con un grupo de chicas meses antes de su asesinato, revela pasajes desconocidos de lo que fue uno de los asuntos cruciales de su vida. Aquella vez, Alejandra se ubicó en la cabecera de la mesa y les fue preguntando a todas las comensales si estaban enamoradas y qué pensaban del amor. ¿Y la entrevistadora? “Ella esquiva el interrogatorio, hasta que alguna la encara y le pregunta si estaba enamorada. Ahí empieza a decir que para ella siempre había sido muy difícil el amor porque los chongos la escondían, la usaban, le mentían”, relata Vicky como anfitriona de aquella juntada.
Con la autoridad que le confiere haber sido su confidente, Noly cuenta que Ale tendía a vincularse con hombres a los que quería “arreglarles la vida, quería ayudarlos”. Esta apreciación no es menor si tenemos en cuenta que en la causa que condenó a Héctor Barrero a como autor del transfemicidio de Alejandra, se ventiló que el asesino había llegado a la casa de la militante pidiendo trabajo y que ella decide contratarlo para realizar tareas de pintura. Una semana después se pusieron de novios, aunque él jamás la presentó como su pareja y los testimonios indican que se aprovechaba económicamente de ella.
“En su mente siempre estaba tratando de encontrar una pareja, y ya había tenido un par de relaciones que no eran lo ideal. Con este último se le fue de las manos, nunca nos imaginamos que podía suceder una cosa así”, confiesa Noly con la voz angustiada. En este punto, es preciso señalar que la querella que representó a las organizaciones sociales en el juicio logró que el tribunal hiciera lugar al pedido de reconocer la responsabilidad estatal y solicitar medidas reparatorias por entender que se trató de un transfemicidio ocurrido en el contexto de un travesticidio social, algo inédito en la historia jurisprudencial del país.
Así, su vida quedó marcada una vez más por abrir caminos y sentar precedentes, aunque estemos hablando del episodio más trágico de su biografía. “Alejandra – me dice Priscilla – estaba destinada a marcar un antes y un después en la historia santafesina”. ¿Pero entonces, hasta cuándo los cuerpos de la disidencia sexual estarán destinados a ser territorio de disputa? ¿Cuántos homenajes y murales conmemorativos serán necesarios para que el deseo de amar no se transforme en un peligro inminente? Y aún más ¿cómo narrar en este contexto y sin pretensiones hagiográficas la vida de una piba que vivió adelantada a su tiempo?
Como los trazos irregulares de una nota escrita a las apuradas sobre una superficie rugosa, estos párrafos discurren con la premura que exige la memoria cuando también la muerte se adelanta. Será por eso que la historia de la chica que llegó del norte santafesino cargada de sueños deberá ser contada así, uniendo artesanalmente los retazos de una historia que aún no estaba preparada para escribir su capítulo final, y que hoy germina desmesurada como una flor que se resiste a abandonar su tersura.