El lesbicidio de Pamela, Roxana y Andrea desnuda el peligro de los discursos de odio y la precariedad en la que muchas personas LGTBIQ+ viven en Argentina. Postales de una asamblea que ganó la calle en el atardecer rosarino para plantarse frente a la inacción estatal.
Fotos: Fer Der Meguerditchian
El triple lesbicidio de Pamela, Roxana y Andrea habla de un país roto, de una sociedad profundamente fracturada, de un país al límite de sus recursos simbólicos y materiales para contener la violencia, que es cada vez más explícita y que se torna inexorablemente más cruel a raíz del odio que expelen los voceros del gobierno, el mismo presidente y sus secuaces. ¿Cómo pasamos de celebrar la identidad de género y el matrimonio igualitario a la indiferencia atroz que provoca el ataque a cuatro lesbianas en un hotel del barrio porteño de Barracas?
Alguno dirá que es un caso aislado, pero la comunidad LGTBIQ+ sabe que el contexto habilita y que vivimos un tiempo donde la brutalidad humana emerge sin censura frente a la mirada complaciente del poder. Si Nicolás Marquez, el biógrafo de Javier Milei, dice que “la homofobia no existe” y el portavoz presidencial Manuel Adorni niega la motivación de género ¿qué podemos esperar de aquellos hombres del pueblo que alimentaron el odio durante décadas abrigados en prejuicios?¿hasta dónde llega la justicia en un Estado que se encuentra en vías de extinción?
No debe extrañarnos entonces que la Subsecretaría contra la Violencia de Género que depende del Ministerio de Capital Humano que conduce Sandra Petovello no se haya pronunciado ni para brindar asistencia a las víctimas, ni para asistir con recursos a sus familias. ¿Y entonces qué nos queda? Bajo la premisa de tejer redes de contención frente a la inacción estatal, las organizaciones de la diversidad sexual de Rosario convocaron a una asamblea abierta en Avenida Illia y Sarmiento, frente al mural contra el lesbodio de Las Safinas, para pensar estrategias colectivas.
“A las tortas, a las lesbianas, siempre nos quieren detrás de las ventanas, calladas, ordenadas”, sostuvo Karina Ruaro en ronda de prensa, mientras una multitud poblaba espontáneamente la calle. “Siempre nos van a castigar por romper la norma. Cuando el Estado se retira pasa esto: perdemos nuestros derechos”, agregó.
A pesar del frío, la asistencia colmó las expectativas de les organizadores y en poco minutos el asfalto se llenó de banderas arcoíris que transmutaron la sensación generalizada de zozobra, en calor de lucha y resistencia.
María Eugenia Sarrias recordó que desde el arribo de La Libertad Avanza al poder se eliminaron todos los programas de asistencia a las mujeres y personas LGTBIQ+, pero alertó: “La violencia hacia las lesbianas es histórica, no viene solo de este gobierno”. Mientras tanto, los carteles con consignas como “El odio nos mata, “Fue lesbicidio” y el “Estado es responsable”, se mezclaban con las arengas de justicia. En el horizonte, un aerosol le puso palabras a la bronca colectiva: “Que los fachos que nos odian, no tengan descanso”.
Así, en medio de un clima asambleario semejante a los tiempos macristas y a la década del 90’, el micrófono comenzó a circular y la secretaria adjunta del Sindicato de Prensa Rosario, Alicia Simeoni, habló del “profundo desprecio por los derechos humanos que tiene el gobierno de Milei” y pidió “redoblar la apuesta y las fuerzas de todos los colectivos y de las instituciones para resistir”. A su turno, el diputado nacional Esteban Paulón coincidió en la necesidad de seguir en la calle porque es un “freno a la legitimación que hace el Estado a los actos de gobierno”.
Además, adelantó que desde el congreso nacional insistirán en la sanción de una nueva ley antidiscriminatoria que incorpore a la orientación sexual e identidad de género entre los motivos a ser tenidos en cuenta frente al menoscabo de los derechos y garantías constitucionales. En esta línea, sentenció: “Cuando desde el vértice del poder se legitiman los discursos de odio, no falta alguien que cree que es tiempo de hacer justicia por mano propia y termina transformándolo en un acto odiante como el que ocurrió en Barracas”.
Por su parte, la activista Amalia Salum recordó que el fusilamiento de Natalia “La Pepa” Gaitán – asesinada el 7 de marzo del 2010 por el padrastro de su novia – marcó un antes y un después en el movimiento lésbico argentino. Sin embargo, admitió: “Por estos días no tengo muchas respuestas, más bien tengo muchas preguntas”. No obstante fue categórica al afirmar que siempre fueron las redes las que asistieron a las que más lo necesitaban allí donde el Estado no estaba: “Yo no puedo esperar nada de este Estado, no espero de ellos más que golpes”, expresó.
Finalmente, un grupo de tambores fue ganando el atardecer (devenido en noche repentina) mientras las voces se multiplicaban en torno a este parlamento a cielo abierto que la urgencia y el espanto fundaron a instancias del horror. No siempre hay pleno acuerdo entre las organizaciones, pero sí una certeza: los matices o las diferencias internas no opacan la necesidad de sostener la unidad y ganar la calle una y otra vez como condición prioritaria para evitar que el país de Ilse Fuskowa, Claudina Marek, Ana Romero, La Pepa Gaitán, Higui y tantas otras, se conviertan definitivamente en un páramo.