Santiago Beretta fundó Apología, la mítica revista cultural del under rosarino que lanzó veintidós números entre 2010 y 2019. Escribió crónicas narrativas, aguafuertes y entrevistas en diversos medios gráficos de la ciudad. Es autor del libro “Rodolfo Elizalde” (Iván Rosado, 2017), intervino en la compilación de “¿Qué nos arrastra hacia el mismo lugar?” (UNR Editora, 2022) y acaba de publicar su primera novela “Oficina de investigación existencial” con la editorial Casagrande.
Por Facundo Petrocelli
Foto: Revista Clapps
El día es soleado: una tarde de primavera en que los árboles dan una sombra agradable y los pájaros chillan con estrépito. Un viento leve trae el bullicio del tráfico de la avenida Pellegrini mezclado con el aroma dulzón de los lapachos florecidos. Santiago Beretta se sienta en la mesa del bar y espera tranquilo las preguntas. Mira a su alrededor, saluda a uno que pasa, de vez en cuando sonríe con timidez. El mozo acerca dos cafés chicos. Es domingo, hay partido y oleadas de gente con banderas pasan rumbo al estadio. La voz de Beretta se eleva apenas sobre un batifondo de bocinazos y frenadas de autos y colectivos, motos que rugen con los caños de escape, cánticos eufóricos de hinchas, conversaciones de vecinos que caminan por el barrio, pregones de vendedores ambulantes, ladridos de perros callejeros. Justamente el sonido ambiente que Beretta se ha dedicado a capturar en sus crónicas a lo largo de 15 años: el latido cotidiano de una ciudad inquieta.
Santiago Beretta tiene 34 años. Es periodista y escritor. Trabaja como corrector en la editorial de la Universidad Nacional de Rosario. Sus padres son psicoanalistas y tiene dos hermanas mellizas que viven en la otra punta del planeta: una en New York, otra en Tokio. Hizo la secundaria en el Colegio Nigelia Soria. Pésimo alumno, repitió un año y terminó en un EEMPA (Establecimiento de Educación para Adultos). Trabajó como ayudante en el taller de su abuelo Rodolfo Elizalde, reconocido artista plástico de la ciudad que se formó al lado de Juan Grela. De ese vínculo nació un libro: “Rodolfo Elizalde” (Iván Rosado, 2017). Un retrato de la vida y obra del abuelo pintor. En su casa había libros sobre anarquismo y revoluciones que Beretta leía como poseso. “La biblia de neón” de John Kennedy Toole le inyectó una droga de lectura que se propagó a la literatura norteamericana del siglo XX y a los poetas malditos. Bukowski, Baudelaire, Arlt y Lou Reed fueron sus ídolos literarios en la adolescencia. Se anotó en la carrera de Periodismo pero abandonó. En 2010, por fin, los caminos de la vida lo conectaron con lo único que le interesaba hacer: escribir. Tenía 20 años cuando, junto a dos amigos, Uriel Cerezo y Toni Temple, fundó una revista que marcó un pulso y una estética diferentes a la hora de contar. Un artefacto punzante de crónicas que daban voz a los olvidados, un experimento periodístico rabioso y vibrante, un antídoto contra todo convencionalismo. Se llamó Apología, se imprimieron 22 números en diez años y con el correr del tiempo se transformó en una revista de culto.
Y Beretta, el alumno rebelde que prefería la calle al aula, fue su hombre orquesta al escribir, dirigir, editar y vender a viva voz por los parques de la ciudad.
– Tener tiempo libre para perder es que el mundo te entre. La mejor forma de ser cronista es que te atraviese lo que estás contando, que te cambie, que seas permeable. Cuando vos escribís el latir del mundo te tiene que conmover.
Corría 1983 cuando Enrique Symns, -el legendario escritor y periodista del under porteño, performer, monologuista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota- había creado Cerdos y Peces, la revista contracultural que marcó un hito de la historia gráfica argentina. A tono con el desahogo post dictadura, Symns inventó una nueva escuela de periodismo. Escribió sobre los márgenes, los desposeídos, el mundo subterráneo, lo políticamente incorrecto y sexualmente explícito. Veinticinco años después, Santiago Beretta leía hipnotizado cada uno de los ejemplares que encontraba en la hemeroteca de la Biblioteca Argentina en los ratos que se escapaba de la escuela y vagaba por la calle. “Esta revista intenta ser un nexo, una excusa para sumergirnos en los demás, una forma desesperada de aullar nuestro sufrimiento, de compartir nuestros sueños, de llorar nuestras derrotas”, aparece escrito en el primer número de Apología, de mayo de 2010. Buscavidas, trotamundos, prostitutas, barrabravas, mujeres trans, músicos, poetas y locos ocuparon sus páginas. Personas ignoradas por el reflector de los grandes medios. La Rosario de los barrios olvidados, de las calles solitarias, de los bodegones de vinos pesados, de la vida ruda y dura.
La mejor forma de ser cronista es que te atraviese lo que estás contando, que te cambie, que seas permeable. Cuando vos escribís el latir del mundo te tiene que conmover.
– Puedo definirme como un romántico, pero no soy pesimista ni tengo mirada pesimista. Puedo jugar con la estética de cierta cosa dolida por estar vivos pero que te duela no quiere decir que estés derrotado, sino que estás prendido fuego.
Delfina Freggiaro es ilustradora, fotógrafa, música y estudió cine. A fines de 2014 se sumó a Apología cuando la revista iba por su cuarto año. Ahora toca el bajo en una banda que se llama La hija del Apocalipsis. Hace punk y pop punk. “Santiago es una persona muy romántica. Es alguien que trata de mantener vivo algo. Va reviviendo mundos que han quedado escondidos”. Cuenta que la nota que más recuerda es la de Symns. “Estaba cerrando Apología y tenía un valor muy simbólico para mí. Sabía que la revista se estaba terminando y lo que representaba para nuestras vidas. De hecho, hicimos un evento para juntar plata cuando el tipo se enfermó. Fue una presentación en el bar El Diablito y la plata se la mandamos al viejo Symns”. Refiere al perfil del escritor titulado “Irse es triste, pero volver es peor”. Freggiaro diseñó las imágenes que acompañan la nota publicada en la última edición, de septiembre de 2019. Symns falleció en marzo de este año a los 77 tras una impiadosa diabetes y una vida entregada a los excesos de un cuerpo que se alimentaba de la noche. Y, sobre todo, al incansable y feroz oficio de escribir al borde del abismo.
– Yo quiero hablar de los mundos que se están despidiendo pero que son parte del presente.
“Postal” es un bar diminuto frente al imponente edificio del Correo Argentino. Pertenece a la cofradía de bares que hoy ya no quedan. Amplio ventanal que da a la calle Buenos Aires, apenas un racimo de mesitas, un ventilador colgado de la pared junto a un televisor prendido que nadie mira, el café que se fía en una libreta. Marco Mizzi es periodista y autor de dos novelas, City Center (Pesada Herencia, 2017) y Perversidad (Eloísa Cartonera,2020). Trabaja como asesor de prensa en la Cámara de Diputados de la provincia. “Santiago sabe escuchar y ver cosas que a uno se le escapan. Es mucho mejor como periodista que como editor. Porque es muy perfeccionista. No es de corregir mucho la nota o el texto en sí. Sino muy perfeccionista en cuanto al producto final de la revista. Él estaba en todo, más allá de que cada uno tenía su tarea. Muy detallista en el sentido de pensar el orden de las notas. Después no se mete en el laburo propio, yo podía hacer lo que quería”. Mizzi entró en la redacción de Apología a principios de 2014 y se quedó hasta el final. “Este bar está lleno de peronistas”, dice un hombre que abre la puerta y, antes de salir, palmea la espalda de Mizzi. Él sonríe, lo saluda y dice: “Es un compañero tachero y poeta”. Se acomoda en la silla y, tras una pausa en que parece buscar una idea, retoma: “Lo que me parece interesante que hacíamos en la revista es periodismo existencial, un término que repetía siempre Santi. Como sabíamos que no íbamos a cubrir ninguna noticia, no íbamos detrás del dato sino de la historia. Es decir, el dato en función de la narración y de la poesía. Entonces para Apología el dato importa en tanto y en cuanto te permita armar un discurso poético y político”.
– Mis datos cuando escribo son existenciales, una mirada, un decir del mundo.
Dice Santiago Beretta y el sol de primavera cae en picada detrás de los edificios de la avenida. El ruido de la ciudad baja de tono y se convierte en un murmullo monocorde. Dos estrellas aparecen como puntitos lejanos en un cielo turquesa. Y la esquina del bar, de repente, queda envuelta en largas sombras.
Lo que me parece interesante que hacíamos en la revista es periodismo existencial, un término que repetía siempre Santi. Como sabíamos que no íbamos a cubrir ninguna noticia, no íbamos detrás del dato sino de la historia. Es decir, el dato en función de la narración y de la poesía.