Texto: Tomás Viu / Fotos: Enredando
El grito de los chicos y chicas que salen al recreo se mezclan con los de quienes ya están en el patio haciendo la clase de gimnasia. La infancia se despliega mientras un perro baja por las escaleras con un trote que denota cierta acción familiar, como si conociera muy bien cada uno de los escalones. La entrevista que está por ocurrir tiene por objetivo conocer cómo funcionan los oratorios de la congregación salesiana en Ludueña. En breve, los jóvenes ubicarán en el mapa los seis oratorios que funcionan en el barrio: Luján (Humberto Primo entre Puelche y Camilo Aldao); Caacupé (Casilda y Rouillón); Sagrada Familia (Humberto Primo y Teniente Agneta); San Cayetano (Gorriti entre Garzón y Magallanes); Lourdes (Gorriti y Cullen); y Magone (en la Casa de Pocho, Gorriti 5559). Algunos oratorios se desarrollan los sábados y otros los domingos. En promedio participan veinte niñxs en cada uno con edades que van desde los dos hasta los trece.
El primero en llegar a la cita es Emiliano (18 años), quien vive a dos cuadras de la escuela Don Bosco –conocida como la escuela del Padre Edgardo-. La capilla de Luján, de cuyo oratorio participa Emiliano, está contigua a la escuela. Él contará que ese oratorio no se está desarrollando en la capilla sino dentro de la escuela “por el tema de las balaceras”. Las mañanas Emiliano las pasa cursando su quinto y último año en la Don Bosco. Pero las demás actividades extra curriculares también lo vinculan con el mismo edificio: los lunes a la tarde tiene percusión con la orquesta; martes y viernes hace carpintería en el marco de los talleres de formación profesional; y los sábados viene al oratorio.
A lo largo de las vigas horizontales que sostienen la estructura de la galería del patio de la escuela, hay algunas frases de San Juan Bosco: sacerdote, educador y escritor italiano del siglo XIX, fundador de la orden salesiana, cuya obra está presente en 130 países. En Ludueña, la congregación históricamente fue construyendo diversos espacios que son sostén comunitario. Una de las frases dice: ´No basta amar, es necesario que lo perciban´. Las palabras de Don Bosco componen el paisaje del patio escolar junto con una frase contemporánea: ´Una red de hormigas puede más que un elefante´. Más allá hay hormigas pintadas que trepan paredes, un mural repleto de colores e instrumentos de orquesta y una bicicleta negra estampada sobre una pared con la técnica del esténcil, aquella bicicleta made in Fernando Traverso que se volvió ícono en la ciudad de pobres corazones.
Una nena que está corriendo por el patio cambia el rumbo de su corrida para abrazar a un adolescente que acaba de entrar por la puerta. El abrazo es tan corto como intenso, la nena lo aprieta fuerte y sigue su camino. Emiliano me contará que ese joven también participa en un oratorio. Mirando la escena del abrazo fugaz, dice que esas son las cosas más lindas. La secuencia ocurre justo debajo de la galería con otra frase de Don Bosco: ´Educar es cosa del corazón´.
Mientras llega el resto de los jóvenes, Emiliano está gestionando el lugar para la entrevista. Los distintos salones están ocupados con clases o con reuniones. “Acá hay reuniones todo el día”, comenta la portera al pasar. La entrevista finalmente transcurre en la biblioteca, cuya señalética en la puerta está acompañada de un cartel que anuncia: ´El ángel de la bicicleta´.
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– Los oratorios son tipo como escuelita pero a medias. Es como un lugar para sacar a los chicos de la realidad de la calle. Por tres horas se divierten, le damos la merienda, los hacemos jugar. Si tuvieron un mal día, van al oratorio y se despejan. Los animadores como nosotros vamos porque nos gusta, porque nos sentimos bien-. Axel Díaz (16) vive en Empalme Graneros y lo separan diez minutos en moto del oratorio Miguel Magone. Hasta el año pasado, él no sabía nada de los oratorios. Lo invitaban y prometía ir, pero no lo hacía. Después fue pero no siguió. Hasta que se sintió muy solo y volvió. “Estar ahí es muy bueno, me gusta”. Axel comparte con Eric la escuela y el oratorio. Y también el espacio de Mallín Vicaría, otro ámbito del Movimiento Juvenil Salesiano destinado a los animadores, que son quienes coordinan los oratorios.
Cuando Eric era chiquito iba al oratorio de San Cayetano. Pedía permiso para ir a la escuelita, así le decía porque técnicamente no sabía lo que era un oratorio. “El ora es un lugar de encuentro para nosotros y un lugar de contención para los chicos. Pueden salir un rato de sus casas y estar tranquilos. Brindamos mucha ayuda, como la merienda y la comida, cuando nos llegan donaciones les hacemos llegar a las casas una canasta básica. Ayudamos también con cosas de la tarea. Y es un lugar de escucha para ellos, donde se sienten contenidos y queridos. Estamos para ellos”.
– El oratorio es para los chicos y para los animadores. Es un lugar de sostén para todos aquellos que en algún momento se sintieron mal. Te despejás de todo-. Santino Niz (17) vive al igual que Emiliano a dos cuadras de la escuela y del oratorio de Luján. Cuando piensa en el barrio se le viene la palabra exclusión. “Exclusión de casi todo. Últimamente hay muchos chicos, como yo, que no encajamos en ningún lugar: vas a la escuela y te sentís excluido, vas al trabajo y te sentís desolado. Hay mucho de eso por acá. Últimamente la economía no da para más, no te sirve de nada”.
Cuando les pregunto por las primeras palabras que se les aparecen al pensar en el barrio, Emiliano contesta con una pregunta: ¿Cosas buenas o malas? Empieza por las malas: delincuencia, narcotráfico y corrupción. Y después arranca su otra lista: “El oratorio, los distintos espacios sociales y las instituciones que tratan de dejar de lado lo malo para mostrar otra realidad del barrio y de la ciudad”. Según Emiliano, lo que falta es más seguridad. “Por más policías o gendarmes que pongan van a haber asesinatos y balaceras porque está la corrupción. Creo que eso hay que cambiar porque ahí está el peligro. Que los policías cumplan mejor con su trabajo, que se encarguen de sacar al narcotráfico”.
Axel también habla del peligro y aclara que varía según las zonas de la ciudad. Él vive en Empalme y está mucho tiempo en Ludueña. Por lo tanto, conoce bien ambos territorios. “En Empalme es casi lo mismo. Hace falta más solidaridad de la gente. Y que también el gobierno se ponga las pilas con cada barrio. Si mataron a tal persona acá, mandan policía por una semana y nunca más volvieron. Y los asesinatos siguen. Hace falta más seguridad pero también que sea diferente. Y poder ayudar a los barrios. No viene ningún gobernante y dice voy a construir estas casas para la gente. Quien ayuda al barrio es la misma gente del barrio”. Axel hace un análisis del estado de situación por mitades. Dice que es “medio triste porque últimamente en Rosario y en Argentina la estamos pasando re mal”. Pero toda mitad se compone junto al otro cincuenta por ciento. “Dentro de todo está bien, no tenemos algo para decir yo me voy a otro lugar. Mitad y mitad”. A los tiroteos los describe como “el día a día de Empalme y Ludueña”. Y sobre el tema, apunta: “Es como si fuera un desastre natural, como un tornado o un terremoto. Como si fuera el desastre natural de Rosario y de ciertos lugares”.
Eric elige ir por la positiva. Su palabra: esperanza. “No sólo por el barrio sino por lo que estamos haciendo nosotros. Poder transmitir un granito de arena o influenciar a otras personas a que se sumen, que dejen de estar en la calle. Las puertas están abiertas para todos, para compartir un rato aunque sea. Creo que la palabra esperanza identifica al barrio. Esto sigue: aunque sea peleando y todos juntos, esto va a cambiar”.
El presente
Otoño en la ciudad. Día templado de media estación. Todavía ilumina el sol. Un perro se revuelca sobre un colchón de hojas crujientes. A la vuelta de la escuela, sobre la cortada Puelche, los espacios se multiplican. Los vasos comunicantes de los que hablaba Edgardo son literales, cada lugar parece conducir hacia otro. Y así, como en una suerte de laberinto. Cada institución se presenta con una visualidad distintiva en su fachada. El Centro de Día Saltimbanqui se anuncia con un mural a la altura del 128 bis. Las frases pintadas se vuelven manifiesto:
´La violencia genera más violencia.
No somos el futuro; somos el presente.
No somos peligrosos; estamos en peligro´.
En el patio del centro de día está el equipo de trabajo en pleno, tal como ocurre cada miércoles cuando hay reunión general. Alrededor de una mesa, intercambian opiniones acerca de una actividad que van a realizar.
– ¿Recién te explicaron lo que era un oratorio? Esto sería como un oratorio diario. Dentro de la misma espiritualidad, son presencias que se piensan de acompañamiento para los pibes y las pibas del barrio-. Mora, que este año cumplió 27 años de trabajo en Ludueña, está encargada de la coordinación general del centro de día, que está pensado como un dispositivo grupal que ofrece un espacio también grupal que se constituye a principios de año y acompaña el recorrido de las infancias y juventudes durante un tiempo que puede extenderse por un año, dos o tres. Explica que lxs pibxs generalmente Ingresan derivados por alguna otra institución intermedia como la escuela, el centro de salud y otras organizaciones. Y que transitan todo el año en un grupo que se trata de constituir vincularmente. “No es un espacio abierto donde los pibes y las pibas van y vienen. Es empezar un camino a transitar”.
De lunes a viernes -excepto los miércoles que hay reunión y supervisión externa- funciona un grupo a la mañana (en su mayoría tienen entre seis y nueve años) y dos grupos a la tarde: el turno tarde de lxs niñxs tienen entre ocho y once y un grupo de adolescentes de entre doce y dieciséis años. “Trabajamos interdisciplinaria e intersectorialmente en la comunidad. Sin eso no funcionaríamos como institución”, aclara Mora.
Cada grupo tiene asignada una pareja pedagógica. Guillermo y Micaela forman dupla con las y los niños del turno tarde. Guillermo, que también da clases en la escuela Don Bosco, cuenta lo modalidad de trabajo en relación con lo grupal. Dice que van abordando todo aquello que llevan les infantes a través de talleres socioeducativos, talleres de la ESI, de cocina, de juego, de deportes. “A partir de los deseos de los pibes vamos pensando y planificando. Desde lo grupal se pueden reglar un montón de cosas y trabajar otra manera de vincularse que es distinta a la que se propone en el barrio con la cuestión de la violencia. Una manera distinta de vincularnos, de jugarnos, de encontrarnos que nos permita reconocernos entre nosotros, cuidarnos y pasar un buen momento”. Micaela apuntala que la idea es acompañar e ir detectando las necesidades y deseos que van surgiendo. Explica que muchas de las cosas se trabajan mediante el juego. “Eso atraviesa mucho, los juegos reglados y los no tan reglados, los juegos simbólicos. Hacemos mucho hincapié en cómo construimos el lazo con el otro. Y vemos qué se puede armar acá de distinto, elaborar otra cosa”.
“A partir de los deseos de los pibes vamos pensando y planificando. Desde lo grupal se pueden reglar un montón de cosas y trabajar otra manera de vincularse que es distinta a la que se propone en el barrio con la cuestión de la violencia. Una manera distinta de vincularnos, de jugarnos, de encontrarnos que nos permita reconocernos entre nosotros, cuidarnos y pasar un buen momento”.
Bianca, quien coordina junto a Juan el grupo de adolescentes en el turno tarde, también acompaña algunas situaciones de abordaje familiar a la mañana. Menciona el trabajo con las demás instituciones del barrio y cuenta que como dispositivo grupal realizan una planificación anual que después cada pareja pedagógica adapta a la realidad de su grupo. En los últimos años la ESI viene siendo uno de los ejes transversales. “Tratamos de que trascienda lo institucional y que pueda ser trabajada desde las marcas grupales, desde las maneras de estar y transitar el espacio”, dice Bianca. “Después vamos sumando talleres recreativos, espacios de distención como el fútbol y demás. Proponemos también ciertas actividades de paseo en el año como campamentos y viajes”. Juan suma que este año se plantea como tarea grupal con los adolescentes ir trabajando hacia ese objetivo que es el viaje. Con lxs adolescentes también participan de otra de las articulaciones que viene tejiendo hace tiempo Saltimbanqui con el grupo Luces, que surgió en el CAF 16 (Centro de Acción Familiar) como un taller de lectura y escritura. El grupo ya tiene varios libros publicados.
Metamorfosis en el barrio poliedro
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que resistía fue a llamar a otro elefante. El espiral de las violencias se torna cada vez más pesado en los barrios populares de la ciudad. En Ludueña, esas lógicas co-existen con aquellas tramas vinculares que se despliegan en los distintos dispositivos de trabajo comunitario. La Hormigonera, el Bodegón Cultural Casa de Pocho, la murga Los Trapos, Arte por Libertad, el Club Montaldo. Y la lista sigue.
´Los barrios violentos´, ´las zonas calientes´, ´los puntos rojos´, ´los lugares críticos´. Las referencias al peligro y las asociaciones (muchas veces lineales) entre determinados sectores geográficos y la trama violenta generalmente termina simplificando una realidad que es bien compleja: no todo es de una sola forma todo el tiempo. Es menester intentar desarmar ciertas frases hechas. ¿Qué significa decir que un barrio es violento? Tal vez la figura del poliedro permite ubicar las varias caras que componen una misma cosa, y que al mismo tiempo está en ebullición permanente. Es un aporte vital en este sentido escuchar algunas voces de quienes trabajan cotidianamente en Ludueña y también las de quienes viven en este territorio.
´Los barrios violentos´, ´las zonas calientes´, ´los puntos rojos´, ´los lugares críticos´. Las referencias al peligro y las asociaciones (muchas veces lineales) entre determinados sectores geográficos y la trama violenta generalmente termina simplificando una realidad que es bien compleja: no todo es de una sola forma todo el tiempo. Es menester intentar desarmar ciertas frases hechas. ¿Qué significa decir que un barrio es violento?
La palabra metamorfosis deriva del griego y significa transformación. Juan habla de las mutaciones en lo territorial, de un barrio (muchos barrios) “metamorfoseado”. “El trayecto de los pibes en lo barrial cambia por una bronca en una esquina o porque un día tirotearon en la otra cuadra. Eso va mutando todo el tiempo, cambia el territorio”. Dice que muchas veces los pibes dejan de ir a los lugares porque no pueden transitar por determinada esquina. Y también habla del miedo de los trabajadores. “Le ha pasado a todas las instituciones del barrio. Antes hacíamos más visitas. Ahora se sigue saliendo pero con algunas precauciones”.
“Por ahí se arma en la cabeza la cuestión de barrio y de comunidad como una cuestión homogénea donde sólo hay lazos de solidaridad, y eso dejó de existir un poco. No es que no haya, lo otro existe. Es a la par. Hay conexiones entre estos dos mundos”. El análisis de Juan aporta a la construcción del barrio poliedro. Esas conexiones entre ambos mundos se dan de múltiples maneras. Por ejemplo, a través del juego. “Lo que traen los pibes lo trabajamos en el juego o lo elaboramos de otra forma”. En época de grietas y dicotomías, los absolutismos anulan el pensamiento complejo. “La palabra narco también es grande y desdibuja un poco todo. Sabemos que en el barrio hay un montón de fierros y los conflictos se resuelven de manera violenta. Y algunos conflictos no tienen que ver con el narcotráfico”. Dice que son muy identificables los pibes que están metidos. Que han pasado por el centro de día y por otras instituciones. “Los conocemos, te dicen chau profe. Conocemos el costado muy bandido y todo el otro costado. No son tiratiros las veinticuatro horas del día. Hoy uno de los chicos se estaba escondiendo detrás de un auto porque venía un amigo, estaba jugando. Esa imagen en los medios no se ve, en general son los pibes peligrosos”.
“La palabra narco también es grande y desdibuja un poco todo. Sabemos que en el barrio hay un montón de fierros y los conflictos se resuelven de manera violenta. Y algunos conflictos no tienen que ver con el narcotráfico”.
Guillermo suma otro costado al prisma. “Muchas veces decimos que las instituciones están desbordadas o en crisis. Y también pensamos que la sociedad está en crisis, toda la sociedad está muy violenta. El tema es que en los barrios más populares las situaciones se resuelven de manera más violenta aún. Esta crisis tiene que ver con las formas de vincularnos, estamos sobrepasados para ver si llegamos a fin de mes. Acá las familias nunca llegan a fin de mes”. Durante la charla cobra sentido real aquella frase de la fachada de Saltimbanqui acerca de que los jóvenes no son peligrosos sino que están en peligro. Los discursos que reproducen al menos común de los sentidos asocian únicamente la inseguridad con la ausencia o falta de presencia policial. Pero la inseguridad también tiene más de una forma: en este caso la primera inseguridad es la económica. El equipo de trabajo de Saltimbanqui explica que en el barrio no existe el mes como unidad de medida. “Esa es una preocupación nuestra”, aclara Mora, y Carla –quien hace pareja pedagógica en el turno mañana junto a Melina- suma: “Las dinámicas económicas en el barrio son diferentes. La gente no necesita llegar a fin de mes; va día por día”.
Sobre esa dinámica económica del barrio, dice Juan: “Implica más laburo, la gente no para en todo el día haciendo cosas, va al comedor, va a cartonear. Si no lo hace no para la olla a la noche, es diario, es todo el tiempo. Combinado con las economías ilegales. Es un garrón pero sucede también que un narco te resuelve algo”.
Mora marca una diferenciación entre los tipos y niveles de violencia según las zonas geográficas. “Las muestras de violencia no son lo mismo acá que en el centro. Tampoco son lo mismo acá que a diez cuadras de la avenida. Los chicos y las chicas están mucho más expuestos, más frágiles a diferentes intervenciones”. En este sentido, pone un ejemplo concreto para graficar la exacerbación de las violencias: “Para mí sería difícil que alguien entre en mi casa, me saque y me diga te vas y me dejás la casa o te morís vos y toda tu familia. Tengo menos chance de que eso me pase porque no vivo acá. También por la fragilidad que implica estar en un asentamiento, en un barrio donde no actúa ninguna legalidad, ni hablemos de la policía o Gendarmería”.
“Aparte de que es mi laburo también hay ganas de seguir apostando acá a un proyecto de los vínculos, como dice Rita Segato, y no de las cosas o mercancías”. Juan dejó de ver a los pibes como problemas para empezar a verlos como posibilidad. Ese clic le permitió sacarlos del lugar de víctimas y poner el foco en la potencia de lo posible. Al margen de trabajar desde esta perspectiva, Juan no desconoce que la violencia excede a las instituciones del barrio y que tiene que ver con decisiones políticas. “No sabés cómo se detiene esto pero sí hacen falta obviamente algunas políticas de seguridad, otra palabra que nos da miedo decir a nosotros los progres”.
Cuando Mora llegó a trabajar a Ludueña hace veintisiete años, el barrio era otro. Lo recuerda como “el paraíso de la militancia pastoral”, el trabajo de noche, los fogones en la plaza de Pocho. A lo largo del recorrido de tantos años –casi tres décadas- seguramente Mora haya visto y vivido mucha cosa. Sin embargo, elige pararse desde el cuidado y el respeto aclarando que una cosa es trabajar y otra muy distinta es vivir en el barrio. “Yo sigo optando por estar acá y es mi lugar, pero hay ciertas cosas que deberíamos decir no sé, hay que preguntarle a un vecino o una vecina, al que está atravesado por eso, al que lo rajaron y lo dejaron sin casa, al que le mataron el hijo, el hermano, la madre. Hay cuestiones de violencia muy arrasantes que no tenemos ni idea los que somos de afuera. Tendríamos que ser súper respetuosos de esas situaciones”.
Bianca plantea que la otra cara del barrio violento que muestran los medios “es la colilla de lo que dejan todos los hechos aberrantes en donde pareciera que se resuelve la cuestión de la seguridad poniendo un corredor de gendarmes”. Menciona otras arterias de la seguridad en relación, por ejemplo, con “que los pibes puedan tener una conciencia de la importancia de alimentarse”. También apunta sobre la deserción escolar que aumentó notablemente post pandemia. “Estamos constantemente repensando prácticas que pensamos que las teníamos saldadas. Hablamos de los vínculos pero es un proceso generarlos. Antes los adolescentes transitaban el espacio hasta los dieciocho años. Hoy a los quince tienen millones de alternativas y propuestas, algunas son recreativas de otras instituciones y otras son de otra índole”. Mora, quien también integra el equipo del comedor escolar de la primaria 1027, aclara: “Otras alternativas son para subsistir. ¿Van a salir a regalar florcitas? No, salen con un fierro. Esta otra legalidad, esta otra grupalidad, este otro mercado que se conforma también tiene sus parámetros y sus criterios. Ningún pibe es 24/7 narco, ni transa, ni tiratiros”.
En 2020, a dos décadas de su primera edición, se republicó el libro de Silvia Duschatzky ´Chicos en banda: los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones´. Juan trae ese libro a la charla para hacer foco en las otras tramas que arman lxs pibxs en el barrio. “Ya no pueden ingresar a las instituciones tal cual las pensamos, o porque fueron expulsados o porque ya no aguantan, y arman su propia banda. Hacen cartel con eso, hay algo de identidad y de prestigio. Obviamente que no está bueno pero arman su otra legalidad que va operando a la par de la legalidad oficial y que tiene conexiones con el mercado legal. Lo otro es mercado y esto también es mercado”.
“Otras alternativas son para subsistir. ¿Van a salir a regalar florcitas? No, salen con un fierro. Esta otra legalidad, esta otra grupalidad, este otro mercado que se conforma también tiene sus parámetros y sus criterios. Ningún pibe es 24/7 narco, ni transa, ni tiratiros”.
Una vez más en la entrevista sobrevuela la co-existencia entre la trama rota y la potencia, en este caso, la fuerza de las pequeñas cosas. “Venimos de una época de grandes proyectos, grandes cosas, y hoy es como que lo mágico es lo pequeño, lo cotidiano”, plantea Carla. “Lo pequeño del laburo diario con lo grupal. A veces se logra y a veces no”. Carla cuenta que en Saltimbanqui trabajan mucho con la dimensión del cuidado, y propone una definición de la palabra potencia: “Una persona que en un momento puede hacer algo terrible pero en otro momento puede ser un niño o una niña. En ese instante es como si ese adolescente vuelve a ese lugar donde logró ver su propio potencial”.
“Habría que ver qué lógicas tenemos para medir esos éxitos”. Mora también se refiere a las pequeñeces, aquellas situaciones que de tan cotidianas muchas veces pasan por alto. Dice que es necesario estar permeable para poder percibirlas. “Que venga alguien y te diga me acordé de tal cosa o que venga un pibe hecho mierda con treinta años y me diga hola seño y me dé un abrazo”. Mora tampoco desconoce que las instituciones “son una cosa ínfima en medio de esta cuestión tan cruel”. Pero al mismo tiempo, señala lo poderoso de la referencia amorosa. “El otro día vino Matías, que está con algunas situaciones complicadas, a decirme que yo atiendo a su hija todos los días en el comedor. Te vengo a decir quién es para que me la cuides. A su modo y con sus recursos referencia a su hijita, quiere que la cuiden, que estemos atentas a lo que necesita. Es fabuloso”.
Qué locura la simpleza
En la escuela, el sonido del timbre es un indicador del paso del tiempo, una suerte de bisagra sonora que marca un antes y un después en la jornada escolar. “¿Todavía estás acá?”, pregunta la portera. En la planta alta están terminando de ordenar el salón en el que acaban de tener la reunión del grupo de articulación de la Escuela Orquesta. Micaela, la educadora-tutora, mueve los instrumentos mientras levanta las sillas que pone patas arriba en los pupitres. El salón ya está vacío. Mientras tanto, en el aula de al lado salen varias chicas como una tromba. La última en salir es Tamara, quien fue alumna y ahora es profesora de la Escuela Orquesta. Cuando termine de bajar los instrumentos, Tamara se sumará a la entrevista.
Micaela Balbis integra la Escuela Orquesta Barrio Ludueña desde 2008, tres años después de que empezara a gestarse la propuesta de la mano de Derna Isla quien le llevó el proyecto a Edgardo Montaldo. Su rol es el de educadora-tutora y sus tareas, dice, varían según el contexto y las dificultades. “Históricamente lo que se suele hacer en este espacio es acompañar a docentes desde el ámbito pedagógico, por ejemplo, para buscar estrategias para que un niño pueda sacar más sonido con el instrumento”. Otra de las tareas de las que se encarga Micaela es el acompañamiento de situaciones familiares que tienen que ver con cuestiones sociales y derechos vulnerados. Además, trabaja en la articulación con otros espacios como las escuelas primaria y secundaria, la EEMPA, Desde el pie o Saltimbanqui. “Buscamos una estrategia para trabajar interdisciplinaria e inter institucionalmente. Algunas de esas situaciones que requieren acompañamiento las abordamos en conjunto”.
Durante ocho o nueve años, ya perdió la cuenta, Tamara fue alumna de la Escuela Orquesta. Hasta que sopló diecinueve velas el día de su cumpleaños. Sin embargo, nunca se desprendió del todo porque siguió yendo a los conciertos y tomando algunas clases con su profe Emiliano. “Es difícil desprenderte de un espacio donde fuiste parte durante tantos años”, dirá con el diario del lunes ya siendo parte del plantel docente. Tamara hizo la carrera de clarinete en el Profesorado Guastavino, es docente reemplazante en escuelas primarias y secundarias y este año empezó a dar clases de clarinete en la Escuela Orquesta. “Es re loco, antes eran mis profes y ahora estoy compartiendo el mismo espacio pero como docente. Es un espacio re lindo donde aprendés y hay gente hermosa también”. Tamara habla del crecimiento personal, algo que se fue dando en su transición de estudiante a docente. “Escuchar a los niños y las niñas que te dicen profe, vienen y te abrazan, es algo que no tiene precio. La ilusión que ellos sienten al escuchar un instrumento y al tocarlo. Es re linda la alegría que genera la música”.
Los instrumentos de la orquesta se dividen según sean de viento (corno francés, flauta traversa, trombón, trompeta, clarinete y oboe), percusión o cuerda (violín, viola, violonchelo y contrabajo). Hasta que naciera la Escuela Orquesta la mayoría de estos instrumentos no se conocían en Ludueña. Así lo recuerda Tamara: “Era como wow, sí, quiero aprender un instrumento. Otros chicos que pasaron por acá están yendo al profesorado y eso es reconfortante. Y otros siguen, dejan, vuelven a seguir. Quizás no es su camino pero es lindo que hayan pasado y recorrido este espacio”.
¿Cómo está Ludueña?
– Es una pregunta compleja, no hay una única respuesta ni una respuesta lineal-, dice Micaela. – Desde que estoy acá siempre hubo situaciones de violencia y situaciones muy delicadas, de muchísima vulneración de derechos diversos. Muchas veces esa vulneración tiene que ver con las políticas públicas que se implementan o no, con el lugar que se da a proyectos culturales en los barrios si es que hay, si se estimulan, si se fortalecen. Hay dificultades y situaciones de vulneración históricas. Se van modificando porque el contexto se modifica y las situaciones de violencia también-.
Micaela se refiere a la referencia que generan estos ámbitos en lxs niñxs, en lxs jóvenes y en sus familias. “Los espacios que están acá hacen mucho por seguir estando”. También dice que las actividades no paran. Al momento de hacer la entrevista, Micaela cuenta que “la escuela no cerró frente a las situaciones más críticas de violencia”. Aclara que “eso no implica que se va a dictar matemática como siempre; implica que nos encontramos y pensamos lo que pasó”.
Sin embargo, una demostración práctica del carácter dinámico que tiene la cotidianeidad en muchos barrios, indica que pocos días después de la entrevista en la escuela primaria y secundaria decidieron suspender las clases a partir de un nuevo episodio que otra vez llegó con los estruendos de los disparos que impactaron a pocos metros de la escuela: seis vainas servidas calibre 40, cuatro impactos en el frente de la parroquia Santa Rita y tres en un Fiat 500 que estaba estacionado en la calle. Menos de veinticuatro horas después, en el mismo lugar, en la misma cortada de los vasos comunicantes, el despliegue de Gendarmería llegaba después del segundo ataque en el que terminó herida con dos balazos la mujer que atiende el almacén de la cuadra.
¿Hasta dónde se estira la tela de araña? ¿Cuántas vidas más se cobrará tanto flujo violento? ¿Dónde queda el horizonte cuando los límites se corren un poco cada día?
Tamara nació y se crio en el barrio recorriendo sus intersticios. En orden cronológico cursó: el Jardín Belén, la escuela primaria 1.027, la secundaria Don Bosco. “Me formé toda mi vida acá”. Sobre las violencias, dice: “Al tema de la violencia una le pone mucha onda, al menos hacer pasar ese rato feo que están viviendo, hacerlos sentir acompañados, protegidos y escuchados. Es necesario ser escuchado”.
La Escuela Orquesta pertenece a la Municipalidad pero, como casi siempre, el sostenimiento tiene que ver con la energía, cuerpo, cabeza, venas y corazón de quienes trabajan en el día a día. La primera línea, que le dicen. Micaela: “Se da con mucho esfuerzo de los trabajadores, de quienes deciden estar acá. Hay muchas estrategias que tienen que ver con quienes insistimos una y mil veces en sostener cosas cuando por ahí no tenemos el acompañamiento debido”.
En total, los chicos y chicas que integran la orquesta son alrededor de 250. Dentro de ese número están lxs niñxs que recién empiezan. La formación orquestal, cuya directora musical es Derna Isla, tiene un promedio de cuarenta integrantes que en determinados momentos pueden ser sesenta u ochenta. No hay una cuestión gradual como en una escuela en donde lxs más grandes se están por recibir. Sin embargo, explica Micaela mientras suena el timbre que marca el fin de la jornada escolar, la formación orquestal es un grupo que generalmente está formado por quienes están hace más tiempo y tienen otro paso por el instrumento. Además de la formación orquestal, están los ensambles y el grupo de cámara. Por lo tanto, quienes integran la Escuela Orquesta siempre tienen posibilidades de tocar y concertar con otrxs.
El espacio de articulación es un claro ejemplo de las estrategias que se van dando en base a las necesidades y situaciones que surgen. Micaela propuso abrir esa instancia de iniciación musical que funciona una vez por semana con alumnxs de cuarto grado de la escuela que salen un rato de clases para aprender un instrumento. Además del acercamiento con el instrumento, para Micaela son importantes las otras cuestiones que se trabajan y que tienen que ver con sostener la mirada, generar el hábito de la escucha, aprender a esperar los turnos, etcétera.
Dentro de la Escuela Orquesta también están las educadoras que tienen a cargo el acompañamiento con el tema de las asistencias y demás cuestiones administrativas. Cuando arrancó, la Escuela Orquesta tenía tres docentes que cobraban un sueldo mínimo. Desde 2006 el proyecto se empezó a potenciar de la mano del presupuesto participativo. Hoy son más de treinta profesores instrumentistas. Tamara es una de ellas:
– La música es algo maravilloso. Te ayuda a tener creatividad, por ejemplo, para improvisar. Te ayuda también a escuchar. En las orquestas tenés que estar prestando atención a lo que el otro está tocando y eso te ayuda a guiarte en lo que vos estás haciendo-.
Micaela plantea que en Ludueña está muy fuerte la idea del ecumenismo, cuyos cimientos fueron marcados por Edgardo y Pocho. Recuerda la forma de ser y de trabajar que tenía Montaldo, quien ante una problemática habilitaba la generación de diferentes grupos de trabajo. “Por eso es que hay tantos espacios y muy variados. Hay mucha conexión entre un espacio y otro. Eso habilita que un mismo joven pueda participar de distintos proyectos en un mismo barrio. Incluso hay muchas diferencias entre los espacios y está buenísimo que eso pase”. Para ella es un desafío continuar con ese legado, al que describe como “una proyección de oportunidades para los niños, niñas y jóvenes del barrio”. Aclara el sentido con el que piensan la palabra oportunidad: “Oportunidades de lo más simple, de vivir una experiencia distinta, de realizar un paseo, de aprender un instrumento, de encontrarse con otro, de verse en una mirada”. Micaela advierte que a veces lo que trasciende y llega a los medios es lo más superficial. Sostiene que “tanto Pocho como Edgardo son referentes importantes en la gente y de una manera muy genuina”.
Lxs Pochxs
Desde el momento en que Claudio Hugo Lepratti fue asesinado por la bala policial que gatilló Esteban Velázquez y que atravesó su garganta aquel 19 de diciembre de 2001, pasaron más de veinte años. Los jóvenes que animan los oratorios tienen menos de veinte, por lo tanto no lo conocieron personalmente. Sin embargo, pareciera tener consistencia aquella idea de que no lo mataron sino que lo multiplicaron:
Dice Santino: “Pocho en su momento fue la persona que agarró, se puso la camiseta del diez y se vino acá, que era un lugar al que todos supuestamente temían y no se querían ni acercar dado que era muy peligroso. Fue el que vino y dijo voy a ayudar, voy a acompañar y voy a hacer todo lo que pueda, lo que esté a mi alcance. Y así fue hasta el día de su muerte”.
Dice Eric: “Edgardo y Pocho se dedicaron al barrio pese a que eran de otro lado, tenían mucha formación y la posibilidad de irse, pero eligieron quedarse acá, con los pibes, con el barrio, poniendo todo sobre sus espaldas y ayudando a la gente. Edgardo estaba siempre acá, dabas una vueltita y lo veías caminando, en un tiempo estuvo con el triciclo. Nosotros estamos en el oratorio Miguel Magone que funciona en la Casa de Pocho. Él se dedicó a los movimientos juveniles. Siempre llevaba en la mochila una cebolla y un cuchillito por si pintaba un guiso. Me lo ha contado muchas veces la gente del barrio. Eso era Pocho”.
Dice Axel: “Murió defendiendo a los chicos, diciendo no tiren que hay pibes comiendo. Estamos haciendo lo mismo que él hizo de una forma diferente. Pero dentro de todo es casi lo mismo, ayudando a las personas del barrio. Él tenía un grupo juvenil; nosotros también”.
Micaela insiste en valorar el laburo artesanal de la gente. Dice que la música es algo que moviliza de distintas maneras, desde la oportunidad de vivir una experiencia de lo más simple. “Una oportunidad de poder potenciar lo que estos niños y niñas ya son. No hacemos nada nuevo, no traemos nada superior ni nada por el estilo. Así sea que esos chicos y chicas pasen un día o una semana, ya les sirvió. Algo se movió y la orquesta creció por eso”. Lejos de una mirada romántica, Micaela aclara que no se trata de un antes y un después. “Es acercar instrumentos que son muy valorados por cierta cultura hegemónica y eso muchas veces hace que otros queden afuera. Acá hay una relación de enseñanza-aprendizaje que es mutua y de diálogo instrumental que requiere de cierto dominio, la pausa, la mirada, etcétera. Eso hace que se movilicen un montón de cosas sencillas y profundas a la vez”.
Crece desde el pie
Lunes, dos y media de la tarde. El piberío hace uso del recreo y se hace escuchar. Durante los minutos que hay entre un timbre y el otro, los gritos llegan hasta la calle desde donde se ve un mural sobre una de las paredes que sostienen a la escuela. El teléfono verde y el número de la comisaría de la mujer aparecen como referencias para comunicarse en caso de sufrir algún tipo de violencia de género. ´Y la culpa no era mía, ni cómo estaba, ni cómo vestía´. La frase es acompañada por dibujos de figuras humanas con los puños en alto, flores, hormigas y mariposas. ´Vanesa Celma y Nadia Benítez, presentes´.
El pibe al que dentro de unos días estarán buscando para matarlo, correrá y buscará refugio para escapar de las balas, y en esa escapada entrará por la misma puerta por la que hace un rato entraron quienes están haciendo el taller de cerámica de Desde el pie. Es la misma puerta por la que se entraba a la casa del Padre Edgardo.
El tiempo del taller transcurre. Desde la radio en volumen bajo llegan los hit del momento. Cinco jóvenes alrededor de una mesa van trabajando la materia prima que tienen delante: la arcilla. Mientras, la profe Vanesa va recorriendo con la mirada atenta las producciones que van emergiendo. Melina y Carla, quienes comparten el equipo de trabajo de Saltimbanqui y también integran junto a Vanesa y otras cinco compañeras el equipo de Desde el pie, terminan de componer la mesa.
El taller arrancó el año pasado y cuando llegó el momento de la muestra de fin de año, tuvieron que elegir un nombre: Mujeres de barro, le pusieron. Pero este año, cuenta Vanesa, se sumaron “nuevos, nuevas, nueves integrantes”. Por eso están en proceso de repensar el nombre del espacio. “Nos transformamos como la arcilla, le metemos agua, lo desarmamos y lo volvemos a armar. Hay que volver a darle una identidad al taller porque no somos únicamente mujeres”.
¿Qué hacen en el taller?
– Darle a la lengua todos los días-, responde Sheila y arranca las risas del lugar.
– Es verdad, hablamos un montón. Pero, ¿qué están haciendo en este momento?- pregunta Melina, interpelando a la ronda.
– Intentando hacer otra vez la taza- dice Antonela, a quien se le rompió la que había hecho y va por el segundo intento.
– Para hacer cerámica hay un proceso-, advierte Vanesa, y Antonela recoge el guante: va señalando en la mesa los distintos estadios por los que va pasando el material. El primer proceso consiste en ablandar la pasta y amasar “para que no tenga ningún airecito” y así evitar que se quiebre al cocinarla; el segundo proceso es darle la forma; el tercero es dejar que seque y opcionalmente pintar la pieza; el cuarto proceso es el bruñido para impermeabilizar y darle una terminación más suave. “El quinto proceso es el horno”, completa Antonela.
Tazas, platitos, sellos y mates son algunas de las cosas que vienen creando. El mate que circula en la ronda fue hecho en el taller. En el momento en que se forma la pasta hay que golpear la arcilla y embarrarse las manos. Esas acciones se combinan con otros momentos que requieren mayor cuidado y delicadeza. Las charlas se alternan con momentos de concentración silenciosa en los cuales el volumen bajo de la radio queda en primer plano. Candela está súper concentrada en la tarea, haciendo el proceso de bruñido de una taza. A Teo lo que menos le gusta es bruñir. A Antonela el taller la despeja: “Me saca un poquito el estrés”, dice, mientras amasa con fuerza.
Sheila (19) se sumó este año al taller. Dice que cuando agarra mucha confianza, le gusta hablar. Cuenta la secuencia de la noche anterior en la que su novio, que trabaja en un lavadero entre las once de la noche y las cinco de la mañana, estaba volviendo de trabajar cuando hubo un tiroteo que Sheila escuchó desde su casa. “Se me hizo una presión en el pecho, un miedo me dio…”. A esa hora, Teo (15) se estaba por levantar para ir a la escuela. El hermano de Teo es el novio de Sheila. “Antes de que suene la alarma me desperté y se escucharon como cinco tiros seguidos”. Teo cuenta que su papá se había ido a trabajar y que su mamá estaba preocupada llamando a su jefe para ver si había llegado bien. Habitualmente su hermano lo lleva en bici a la escuela. “Hoy tenía prueba y no pude ir porque estaba todo vallado”.
Antonela (18) cuenta cómo siente al barrio: – Lo feo es que cuando dicen Ludueña ven las cosas malas. Aparece en los noticieros y genera miedo. Ven a un pibe y dicen mirá ese es de Ludueña, seguro anda en las cosas malas. Pero la maldad está en todos lados. Y si te metés bien hay cosas buenas en el barrio, por ejemplo, está la escuela, la Hormigonera, el Hogar, las canchas. Los sábados y domingos están los oratorios. Está bueno que vean cómo es el barrio-. Sheila suma: “El taxi o remis que pedís no quiere entrar, te dicen no me acerco, te dejo acá nomás. Pero hay muchas cosas lindas acá”.
– Eso va en la cajita bordó, guarden esto, esto lo vamos a reciclar-. El horario del taller terminó hace un rato pero las chicas se quedaron para charlar. Ahora es momento de guardar los materiales hasta el próximo lunes cuando seguirán creciendo tazas, mates y charlas. Y la confianza que le permite a Sheila sentirse con la comodidad para poder compartir lo que le pasa.
Lo feo es que cuando dicen Ludueña ven las cosas malas. Aparece en los noticieros y genera miedo. Ven a un pibe y dicen mirá ese es de Ludueña, seguro anda en las cosas malas. Pero la maldad está en todos lados. Y si te metés bien hay cosas buenas en el barrio, por ejemplo, está la escuela, la Hormigonera, el Hogar, las canchas. Los sábados y domingos están los oratorios. Está bueno que vean cómo es el barrio
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Saltimbanqui, La Cabida, Desde el pie, la escuela, la orquesta, la capilla de Luján, el comedor. En Ludueña todo eso (y más) entra en una misma manzana. A medida que se amplía el radio de la toma de muestra, las organizaciones, espacios e instituciones se multiplican: los caminos de hormiga van surcando el ecosistema Ludueña. “Por mi experiencia de trabajo territorial, me parece que la red es característico de Ludueña. Y es red también para los pibes”, sostiene Carla. “Hay una conexión de conexiones”, agrega Melina.
El Grupo Desde el Pie surgió como organización comunitaria en 1996, a partir de la necesidad que tenían las propias mujeres de Ludueña de contar con un lugar donde poder denunciar situaciones de violencia de género. Sitúa Melina: “Lo conforman las mismas personas que sufren, algunas de esas mamás ahora trabajan con nosotras”. “Por la puerta que entramos antes se entraba a la casa de Edgardo. Este lugar era para las mujeres, como un lugar medio secreto, de mucho cuidado”, cuenta Carla.
Cada una de las ocho personas que sostienen la organización aporta lo que sabe. De esa manera construyen. Dicen que es totalmente horizontal. Y por eso la acción repetida, multiplicada: charlar, charlar, charlar. “Esa horizontalidad hay que trabajarla, para no delegar en otro y tampoco cargar con todo”, dice Vanesa. Una parte del equipo está abocado a hacer el seguimiento de las situaciones de violencia de género, asesorar y acompañar en lo judicial y en lo psicológico. También trabajan con la ESI y capacitan a organizaciones. Y otra pata del grupo se encarga de coordinar y sostener los talleres. “En la pandemia estaba la necesidad de que se genere algún grupo entre las mujeres que acompañábamos a tribunales, a hacer la denuncia, o al centro de salud”, cuenta Vanesa. “Se fue dando y generando lo de los talleres. Era una necesidad de compartir, de juntarse con otras desde otro lugar”. Carla amplía la explicación: “Frente a tanto dolor necesitás un grupo de contención, un grupo que haga red. El grupo aplica a esa red”.
Durante la charla aparece un elemento recurrente que se replica en la realidad de muchos barrios: Las mujeres no llegan a los espacios a los que sólo llegan los varones. Carla apunta que “el cuidado recae pura y exclusivamente sobre la mujer” y que “no existen espacios donde ellas puedan disfrutar o sentir placer”.
Además de cerámica está el taller de tejido al que van mujeres mayores de treinta años. Quienes participan, son todas madres. “Ellas transitan el espacio desde otro lugar. Disfrutan mucho porque es el momento en que pueden salir de sus casas y no estar con sus pibes”, dice Carla. Al taller lo da una vecina del barrio, una de las primeras que se acercó a Desde el pie.
Otro taller que próximamente se sumará es el de mosaiquismo, una actividad que al igual que la cerámica tiene sus costos y por ese motivo muchas veces no llega a los barrios populares. Es ese sentido, al igual que ocurre con la Escuela Orquesta, es una definición el hecho de “recuperar la dignidad con las ofertas”. “¿Por qué sólo el taller de reciclado?”, pregunta Vanesa, y responde: “Vamos a hacer mosaiquismo, vamos a comprar arcilla y esmalte”.
La hora mágica
En el Centro de Salud Roque Coulin, de calle Humberto Primo 2033, hay alrededor de ocho mil historias clínicas. Trabajando desde el paradigma de la medicina familiar, apuntan a un abordaje de la salud de forma integral. Por este mismo motivo, cada historia clínica pertenece a una unidad familiar. Como la dinámica del barrio es de mucha migración, hay casos de personas que actualmente no siguen yendo. Por eso están revisando una por una esas historias para poder identificar cada situación particular. Mientras tanto, los malabares para sostener la atención primaria de la salud en el vasto universo Ludueña.
El Coulin, coordinado por la médica Valeria Guevara, cuenta con un plantel estable de veintidós personas a las que se suman tres residentes de Medicina Familiar y tres concurrentes de Salud Mental. Hay una médica psiquiatra, dos odontólogas, dos psicólogas, especialistas en Medicina Familiar, una fonoaudióloga, una trabajadora social, una farmacéutica, cuatro enfermeras y tres administrativas. Vanesa Oria es la médica pediatra del centro de salud.
Vanesa hizo su carrera de medicina en Cuba y cuando volvió al país hizo la especialidad de pediatría y después una segunda especialidad en cuidados paliativos. Hace tres años se sumó al equipo de trabajo y en lo personal, fue un cambio grande: “De hacer quince años de guardia y trabajar en el ámbito privado, pasé a hacer consultorio en salud pública de lunes a viernes”, resume.
Cuando Vanesa se integró al equipo, la pandemia todavía marcaba la agenda y en el centro de salud se devoraba todo. “Estábamos completamente abocados a la atención con el protocolo para el Covid, con medidas restrictivas muy fuertes. Se priorizaba grupos de pacientes que eran recién nacidos, embarazadas, pacientes crónicos complejos. Cuando comienza la apertura a medida que vamos saliendo de la pandemia, empiezan a llegar distintos tipos de situaciones”. Vanesa explica que actualmente se volvió a adoptar la dinámica de la atención previa al Covid. “Suelen aparecer historias de todo tipo y hay que atenderlas. Las situaciones de vulneración de derechos en la infancia son las mismas de siempre, lo que pasa es que veníamos de una etapa en donde no podíamos prestar toda la atención, no podíamos sentarnos a escucharlos todo el tiempo que ameritaba”.
Si bien el objetivo es garantizar una consulta de media hora con cada paciente para poder hablar y abordar la situación con el debido tiempo, Vanesa cuenta que muchas veces surgen urgencias que requieren atención inmediata. “Entre todo el equipo tenemos espacios donde analizamos las situaciones complejas para ver de qué manera se pueden abordar mejor. Se empiezan a trazar los hilos con las otras instituciones y después hay que hacer el seguimiento”. Los imponderables son diversos: en este momento las enfermedades invernales acaparan gran parte de la atención y requieren una respuesta rápida. La metodología de abordaje tiene que ver con el conocimiento situado. “La gente está atravesada por la situación social, económica, hay mucha problemática familiar, muchos problemas de acceso a la vivienda, inclusive de acceso a los servicios de la salud”. Vanesa plantea que les está costando conseguir atención en niveles superiores, estudios y consultas con especialistas. “Hay que estar atentos a lo que la población necesita en los distintos momentos. Siempre nos vamos reinventando”, dice.
Cuando llega al centro de salud una paciente con alguna situación de vulneración de sus derechos, articulan con Desde el pie. Si se presentan situaciones que involucran a las infancias, recurren a los centros de día, a La Hormigonera, al CAF, al Centro Cuidar. “Afortunadamente es un barrio que tiene mucha presencia institucional y podemos trabajar en conjunto. Es una de las cosas que en el quehacer diario nos ayuda a sobrellevar la práctica, porque si estuviéramos solos con situaciones de tanta demanda y complejidad, sería medio imposible”.
“Entre todo el equipo tenemos espacios donde analizamos las situaciones complejas para ver de qué manera se pueden abordar mejor. Se empiezan a trazar los hilos con las otras instituciones y después hay que hacer el seguimiento”.
Promediando las seis y media de la tarde, se va transformando el paisaje sonoro y cromático. Las luces de la hora mágica empiezan a hacer lo suyo en el momento preciso en el que conviven las diversas tonalidades crepusculares y las luces artificiales empiezan a encenderse. Los sonidos se aplacan notablemente. En la escuela prácticamente no hay movimiento. Comparando con el colchón sonoro de hace un rato, da la sensación de que le hubieran bajado el volumen a la consola que reproduce el soundtrack de la vida cotidiana. Y así será hasta que el sol despunte nuevamente sobre el territorio de Ludueña.