Leda Sánchez es vecina del barrio San Lorenzo, de Santa Fe, y sobreviviente de la inundación de 2003. Mientras estuvo refugiada en su casa escribió su día a día en un cuaderno. Por iniciativa del Taller de Memorias Barriales del Centro Social y Cultural El Birri, su diario se publicó como libro en el marco de las actividades por los 20 años del crimen hídrico. «Muchos me dicen que es mucha tristeza y que para qué remover la tristeza. Para mí es una forma de sacar lo que tengo adentro», sostiene Leda. ¿Qué lleva, en medio de la intemperie total de la humanidad, a escribir un relato en primera persona sobre el sufrimiento? ¿Cómo se lee una cicatriz?
Foto principal: Barrio Santa Rosa de Lima / Juana Nuñez.
En el segundo piso de la casa el río muerde las ventanas que dan a la calle. Las sombras del atardecer crecen y el agua se vuelve cada vez más negra. A lo lejos se escucha el llanto de un perro. Nada más desesperante que el llanto de un perro que no tiene quien lo auxilie. Suena la hélice de un helicóptero, un disparo, algo que se parece a un grito. Unas manos blancas de mujer prenden una vela, el fueguito débil se bate a duelo con el aire. La llama persiste. En el cuaderno de las urgencias, ella escribe.
Yo escuchaba cómo la gente pedía ayuda, que traigan camiones de arena para hacer defensa en los lugares claves por donde podría venir, gente que ya se iba de sus casas por miedo al agua que se venía. El señor Río se venía y no sabían cómo pararlo. “Necesitamos ayuda” decían todos.
Leda Sánchez es una de las sobrevivientes de la inundación de Santa Fe en 2003. Vive en barrio San Lorenzo, donde nació y donde conoció a su compañero Oscar. Allí también nacieron sus hijos Luciana, Gaspar y Matías. Siempre vivió allí, en el sudoeste de la ciudad, zona ferroviaria cruzada por vías sobre las que alguna vez marcharon trenes de pasajeros.
El río Salado la encontró en su casa en la tarde del 29 de abril, en la casa de dos pisos que construyó con Oscar. Él era joyero y trabajaba en un taller del barrio, que también quedó bajo agua. Veinte años después, Leda no duda: “Esa inundación nos dañó mucho. Mi esposo se quedó sin trabajo, después se enfermó. Nuestros hijos, que estaban estudiando, tuvieron que dejar los estudios. Estábamos haciendo nuestra casa y eso quedó frenado. Se nos dio vuelta todo. Yo decía ‘¿por qué pasamos tanto dolor?”.
Mientras cuenta los estragos, la mujer advierte que recuerda todo. Las imágenes, los detalles, los olores, las palabras como ecos: todo se superpone en la memoria y aquello que pasó hace tanto tiempo se vuelve nítido, se revive.
—¿De qué te acordás?
—El 28 de abril a la noche estaba escuchando la radio. En LT10 decían que por la zona del Hipódromo estaba entrando el agua. “Pobre gente”, pensaba yo. A la madrugada ya decían que se venía para el lado del cementerio. Esa noche no dormí. Llamé a mi marido, que estaba trabajando, y le dije “mirá lo que está pasando”. A las 10 de la mañana empezó el barullo de la gente, que gritaba que llegaba el agua. La radio decía que no iba a llegar a nuestro barrio. Era mucho el miedo que teníamos, porque en verdad sí se venía.
Quien dijo por la radio que el barrio San Lorenzo no se iba a inundar era ni más ni menos que el intendente, Marcelo Álvarez. Afirmó, además, que tampoco se inundarían Chalet o Centenario, otras barriadas populares del sudoeste de Santa Fe. En la tarde del 28 de abril, el agua había empezado a entrar por el centro geográfico de la ciudad (en la zona del Hipódromo) a través de un tramo de la defensa que estaba inconcluso. El Salado avanzaba con un caudal histórico (3954 metros cúbicos por segundo) y —con el Paraná bajo— buscaba su desembocadura natural hacia el sudeste. Sin embargo, la dirigencia política le pidió a las vecinas y vecinos del sur que se quedaran en sus casas.
La gente creyó en la versión oficial. Poco después, sus casas quedaron sumergidas en minutos, por un río embravecido que apenas y en el mejor de los casos, les dio tiempo a salir con lo puesto.
Leda, que tuvo 3,30 metros de agua en su casa y sobrevivió refugiándose 20 días en el segundo piso, todavía se pregunta por qué les mintieron. “Después supimos que el gobernador (Carlos Reutemann) también sabía que esto nos podía pasar, que estaban las cosas mal hechas. Los que no sabíamos éramos nosotros, los vecinos. Fue muy triste pensar que no les importamos, sentirnos desprotegidos de quien nos tenía que cuidar. Porque después también nos arreglamos solos, con la ayuda de la misma gente”.
La memoria es un río horadando las orillas
¿Para qué sirve la memoria? ¿Por qué recorrer una y otra vez los laberínticos caminos de la mente, el tiempo detenido en una imagen imborrable? ¿Qué lleva, en medio de la intemperie total de la humanidad, a escribir un relato en primera persona sobre el sufrimiento? ¿Cómo se lee una cicatriz?
A la luz de una vela raquítica, aquella mujer rodeada por el río escribe. Las letras cuentan la falta de comida o de luz eléctrica, el temor por los hijos, el toque de queda, el paso de las canoas. Dejan registro de cada detalle para aferrarse a lo vivido. Quizás, si esa mujer no escribiera, alguien (o ella misma) podría pensar que se quedó dormida y soñó el horror. Pero en verdad es exactamente al revés: una noche ya no pudo dormir más y desbordó tinta en un cuaderno para dejar constancia de la terrible razón de su insomnio.
Como un río mordiendo una ventana abierta hacia la calle o una orilla de barro, los fragmentos del diario de Leda golpean, horadan, punzan:
Matías dice que lo de Laura en ese momento pasó de todo, hasta la ayudaban a Elvira en su casa a juntar cosas. En lo de Laura subieron todo alto. Cuando entró a lo de Laura tenía agua en los pies y salieron con el agua en el cuello y salieron por lo de Elvira. Ahí subieron arriba del techo las cosas de la Elvis, subiendo el freezer casi se caen todos juntos. Dice que quedaron del lado de la casa y no sabe cómo cruzaron para el lado de la vía porque en la parte del zanjón el agua era como que chupaba de la fuerza que traía.
Una vez en la vía estaban Oscar, el Nano, no sabían cómo hacer para que crucen Miguel, el Chino y Elvira. Dice que los bichos se le subían por el cuerpo al buscar partes secas y ahí una vez que cruzaron todos para la vía se vinieron para este lado porque ya no se podía ver nada más.
Empezamos a evacuarnos todos los vecinos como podían, en casa empezamos a salir por la ventana de la pieza de los chicos pisábamos el alero y subíamos a la canoa. Ver a Laura subir a la canoa con ocho chicos y Miguel era tan triste y hasta dónde irán. El árbol de casa no se veía ya y todo en la calle y las casas era una oscuridad y para peor lloviznaba fuerte.
Era desesperante escuchar a la gente pedir auxilio, todos gritando: “Vengan a ayudarnos”, “auxilio”, “ayúdenme por favor”, los chicos lloraban asustados.
El Birri: centro de evacuados, espacio para las memorias
El diario de Leda, el libro de Leda, es una obra colectiva del Taller de Memorias Barriales que funciona en el Centro Social y Cultural El Birri. En 1995, el cineasta Fernando Birri creó la Fundación Birri en la estación del ramal Mitre de Santa Fe, cerrado tres años antes. Aquel había sido el escenario de su emblemática película Tire Dié. Desde entonces, la estación ubicada en barrio San Lorenzo comenzó a funcionar como un espacio cultural, con recitales, carnavales, teatro comunitario y otras actividades. Durante las inundaciones fluvial de 2003 y pluvial de 2007 fue centro de evacuados de los vecinos de la zona. En 2007 se conformó el centro social y cultural.
La Mitre está llena de memorias. Para la ciudad, para el barrio y también para Leda. El papá de Oscar, su marido, era quien ajustaba el reloj y las banderas cuando llegaba el tren. “El otro día vino Oscar y subió adonde estaba el reloj. Él ya tiene 70 años, pero se emocionó y contaba que ahí subía con su papá cuando era chico”, dice ella con una sonrisa.
Hace un año empezó a funcionar allí el Taller de Memorias Barriales, coordinado por Juan Gianfelici y Agustina Álvarez. Actualmente concurren seis adultas mayores y está pensado como un ámbito de encuentro en clave de salud comunitaria para recuperar, a partir de las experiencias de cada una, memorias barriales en podcast, libros o en El Papelón, la revista del Birri. Quienes integran el espacio sostienen que “una política cultural de memorias populares exige una ardua labor de vertiginosa escucha”.
“El taller es algo muy precioso. Estoy fascinada. Me hace muy bien mental y espiritualmente porque vengo contenta, a expresar todo lo que quiero, como en este momento que estoy expresando esto que estamos haciendo”, cuenta la mujer, mientras arma una maqueta del barrio afectado por la inundación. Las casas están hechas de cajitas y sobre ellas sobrevuelan los helicópteros verdes: los ruidos de las hélices, el sonido de los tiros. Las casas-cajitas están tapadas por un río de papel marrón.
“El primer día que vine, trabajamos con barro del río. En el encuentro siguiente pusimos plantas. Otro día miramos fotos. Y en una de esas charlas surgió lo de mi diario. Lo traje y todos se prendieron a mirarlo. Para mí es muy importante, tiene un valor muy grande, y verlos a todos leyéndolo me dio una felicidad muy grande”, relata.
Fue en ese marco que el diario de Leda se editó como libro y lo propio se hizo con otro testimonio escrito sobre la inundación de 2003, el de Daniel Elvio Ojeda, también vecino del barrio.En el vigésimo aniversario del crimen hídrico de 2003 —en el que murieron 158 personas por la impericia y el abandono estatal— se presentaron ambas publicaciones.
La transcripción estuvo a cargo de Jorgelina Maillard, el diseño es de Juan Gianfelici y la maquetación de Patricio Bordes. La digitalización fue hecha por Berna Gaitán Otarán para el sitio archivoinundacion.ar.
El objetivo es que esos relatos lleguen a manos jóvenes, a los pibes y pibas que nacieron después de la inundación y pueden encontrar allí tramos de su historia barrial y familiar. “Hay chicos en las escuelas que no saben todo lo que hemos vivido porque no en todas las familias se habla de la inundación. Parece como si no hubiera pasado nada, pero sí pasó”, dice la escritora. Y explica: “A mí me hace bien recordar, pero no es algo que les pase a todos. Muchos me dicen que es mucha tristeza y que para qué remover la tristeza. Para mí es una forma de sacar lo que tengo adentro. Fue algo muy doloroso que vivimos pero esto es lo que voy a dejar”.
En palabras de quienes día a día hacen El Birri, los libros son “irreverencia destinada a construir lugares de memoria y resignificar el territorio habitado”. También, una instancia colectiva para insistir en el reclamo de Justicia.