Textos: Nacho Cagliero y Maria Cruz Ciarniello. Fotos: Fer Der Meguerditchian y Mariana Terrile
En el comedor La Vincha, el olor a salsa se empieza a sentir a eso de las 9 de la mañana. Una hora antes se picaron cebollas, y se hizo una bola gigante de masa que después se estirará para rellenar 20 planchas de pizza que luego irán al horno. María Ángeles, la coordinadora del lugar, estima que de ahí saldrán unas 150 porciones.
Para llegar al lugar hay que agarrar Avellaneda y darle hacia la zona sudoeste. Luego, a pie, meterse por una vía de ferrocarril, cruzar un puente, y el camino desembocará en el comedor que da ingreso al barrio que da nombre al comedor. Desde el Movimiento de Trabajadores Excluidos acompañan, asisten y forman parte del grupo que ronda las 16 personas que se encargan de cocinar para quienes los necesitan, que son muchos y cada vez más.
Para preparar el almuerzo arrancan a las 8 de la mañana, aunque desde las 10 lxs niñxs van a acercando los tupper o las ollas para pasar a retirarlos cerca del mediodía. Cuando preparan merienda o cena, desde las dos de la tarde comienzan con los preparativos. Muchas horas de trabajo que hoy no tienen un reconocimiento económico para las cocineras y ayudantes.
«Lleva mucho trabajo y tiempo pensar todos los días qué vamos a cocinar, qué merienda vamos a hacer. Son horas de estar parada, se cocina para mucha gente», explica Rocío Maraviglia, referenta del MTE. «Creció mucho la cantidad de gente que viene, pero igual les damos a todos. Algo que nos falta siempre es carne o pollo, pero cuando no tenemos nos la arreglamos como ahora», agrega María Ángeles.
Apenas unas cuadras más hacia el norte, también en la zona oeste, está «La Morena», el comedor que Rosa De los Santos tiene desde hace 22 años. Corría el año 2001 y la crisis económica, social y política extendía sus tentáculos por todos los barrios de la ciudad. Rosa vio pasar frente a su casa un carrito con chatarras y cosas recicladas de la basura. Le preguntó si tenía una olla para venderle, porque quería empezar a darle merienda a los chicos del barrio. El del carrito se la regaló.
Hoy brindan asistencia a 728 chicos del barrio: tres días a la semana dan cena, y dos meriendas. A Rosa la acompañan tres de sus hijas y tres mujeres del barrio. «Empezamos a las 10 de la mañana a pelar papa o picar la carne si tenemos. Al mediodía paramos porque cada una tiene que cocinar en sus casas y llevar a sus chicos a la escuela. A eso de las 3 retomamos y a las 6 ya tenemos gente en la puerta. Nunca terminamos antes de las 8 de la noche», explica.
Dice que cobrar un salario por esa tarea, vendría al pelo. Porque si bien tiene ayudas de Municipio y Provincia, de su bolsillo saca 10 mil pesos para la garrafa grande con la que cocinan, y otros tantos para una más chica que siempre tienen de repuesto. «Yo soy pensionada y cobro la mínima. Con esa plata no alcanza para nada», agrega.
En barrio Acindar, sobre el Pasaje Choele Choel y a pocas cuadras del Distrito Sudoeste, Mariana “La Choco” Fernandez levantó en pandemia el Comedor “Candela” que lleva el nombre de una de sus ocho nietxs. Fue la necesidad, la emergencia, la falta de changas y la enorme sensibilidad de La Choco, lo que hizo posible que con poco hicieran tanto: “La pandemia fue muy dura para las chicas travestis y trans, nos estábamos muriendo de hambre. Con una amiga juntamos plata y pusimos una olla. En mi casa no teníamos lugar, entonces empezamos en la calle. Y cuando nos dimos cuenta, había una fila enorme de gente y hoy estamos dando comida a 200 personas, o incluso más. Es el único comedor que quedó en el barrio”.
Dos años después, en una de las piezas de la casa de la Choco en la que vive con sus hijes y nietes, cocinan los días lunes y viernes a partir de las dos y hasta las siete de la tarde que es el horario en que vecinxs del barrio se acercan a buscar su ración de comida.
Dice La Choco que no alcanza pero hace lo que sea para que la comida incluya pollo, verduras y pastas. “Lo que sea” implica poner plata de su propio bolsillo porque la ayuda que a veces tiene no siempre es suficiente. Cuenta con el apoyo de Ciudad Futura donde la Choco milita y la colaboración de muchas chicas de la comunidad travesti, trans y gays que encuentran en su casa y, sobre todo en su enorme solidaridad, el abrazo que repara, contiene y dignifica.
Pero el tiempo que lleva sostener un comedor es “muchísimo” y el Potenciar Trabajo que algunas pueden cobran ni siquiera alcanza para cubrir lo esencial. Aún así, el comedor de la Choco se sostiene porque resulta vital aunque ese trabajo invisible y de triple jornada todavía no tenga el reconocimiento salarial que merece.
Pero Mariana, la Chocolate, no baja los brazos. Ayuda a los mismos vecinos que antes la discriminaban por ser quien es. Hoy dice que es libre y feliz junto a sus compañeras. “A la Choco no le importa lo que digan, hoy estoy como siempre soñé, orgullosamente de ser travesti”.
Si un día las cocineras paran, ¿qué comerían lxs miles de vecinxs? Eso se preguntaron desde la organización @lagargantapoderosa para impulsar un proyecto de ley que busca reconocer el trabajo de las cocineras de los comedores comunitarios que día a día contienen a miles de familias en los barrios.
La iniciativa busca alcanzar a unas 70 mil cocineras que realizan triple jornada laboral: trabajos de cuidados en sus casas, trabajo remunerado fuera de ellas y trabajo comunitario que sostiene los barrios.
En este #1demayo, presentamos este ensayo donde ponemos el foco en tres de los cientos de comedores que hay en los barrios de Rosario.