Mireia Roura es Licenciada en Biología Ambiental y doctoranda en Economía Circular por la Universidad Politécnica de Cataluña. A principios de noviembre viajó desde España para conocer la Planta de Gestión de Residuos Informáticos del Nodo TAU, donde un grupo de chicos del barrio trabaja en el reciclaje y la refabricación de aparatos electrónicos, en una experiencia que combina cuidado del ambiente e inclusión social. En un contexto en donde los residuos electrónicos son los que más crecen a nivel mundial, la especialista ve una oportunidad: “El reciclaje puede crear muchísimos puestos de trabajo, que son empleos “verdes”, lo que quiere decir que no están asociados a una fase extractivista”
Es un martes de principio de noviembre en Rosario. El calor ya se hace presente apenas como un presagio de lo que vendrá un par de semanas después. En la Planta de Gestión de Residuos Informáticos del Nodo TAU, las tareas se centran en la parte de desarme de los aparatos que fueron llegando en el último tiempo. En esa zona, cuatro jóvenes del barrio trabajan sobre una mesa grande, concentrados en el sacado de las piezas. Al otro extremo del galpón se apilan principalmente monitores, CPUs e impresoras; en ese sector se busca volver a poner en funcionamiento los aparatos que tienen arreglo para extender su vida útil. A unos pocos metros, casi sin intervenir, Mireia observa y toma nota.
“Me encontré con una iniciativa muy interesante porque está buscando varios impactos. Se crean puestos de trabajo para jóvenes vulnerables de barrios, y se trata de puestos de trabajo que aquí en Argentina son muy novedosos”, dice entusiasmada. Mireia Roura es Licenciada en Biología Ambiental y doctoranda en Economía Circular por la Universidad Politécnica de Cataluña. También forma parte de Ereuse, una iniciativa desarrollada por la organización Pangea, que apunta al consumo colaborativo y circular de las tecnologías electrónicas.
Mireia viajó desde Barcelona hasta el corazón del barrio Empalme Graneros para conocer en primera persona la experiencia llevada adelante por el Nodo TAU. La motivación es doble: por un lado para su labor en Ereuse, y por otro para su investigación en la tesis doctoral sobre economía circular, las posibilidades que tiene la reutilización de pantallas portátiles en la merma de la brecha digital y su impacto ambiental.
En una charla en profundidad con enREDando, la especialista explicó el trabajo que realizan las organizaciones a las que pertenece, introdujo conceptos como el de digitalización verde y obsolescencia psicológica, se refirió al retraso legislativo sobre el tratamiento de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (Raees) que existe en la Argentina en comparación con Europa, y la importancia de utilizar la tecnología de forma sostenible: “El residuo electrónico es el que más aumenta de todos a nivel mundial”.
— ¿Qué es Ereuse?
— Ereuse forma parte de Pangea que es una asociación un poco más grande, y que a su vez forma parte de la Asociación para el progreso de las comunicaciones (APC) que es una organización a nivel internacional de la cual Nodo TAU también es miembro. Lo que intentan buscar es el uso de la tecnología de forma sostenible y equitativa, promoviendo su uso crítico y responsable. Estamos en un contexto donde las tecnologías evolucionan muy rápido y hay mucha obsolescencia de los aparatos electrónicos, de hecho el residuo electrónico es el que más aumenta de todos a nivel mundial. Y para fabricar aparatos electrónicos se necesita oro, tántalo, coltán, insumos que conllevan tareas de extractivismo en países del sur global.
El problema de la basura electrónica está aumentando muchísimo y generalmente lo que hacen los países es exportar estos residuos a países en África o en el sudoeste asiático, donde se trata de forma muy inapropiada y se contaminan los acuíferos con materiales muy peligrosos. Desde APC lo que se hace es promover el uso consciente de las tecnologías y también el uso crítico de qué se está consumiendo, porque cuando todo es gratis es porque el producto eres tú. Eso aplica para Google, por ejemplo, por eso promovemos el uso de software libre y otras tecnologías alternativas.
— Es todo un desafío porque hoy los aparatos electrónicos están pensados para que duren cada vez menos y eso genera muchísimo más residuos todo el tiempo.
— Exacto. Y no solo es la obsolescencia programada, es decir, la durabilidad que se impone desde fábrica, sino que también hay mucha obsolescencia percibida o psicológica. Hoy iPhone saca su nuevo modelo que en realidad no tiene ninguna innovación, simplemente han cambiado la cámara o un color, y ahí el usuario, movido por el marketing, se cambia su equipo que en realidad es completamente funcional y lo recicla prematuramente. Y esto es parte del problema del ewaste o basura tecnológica.
— ¿Con qué te encontraste en el Nodo TAU?
— Me encontré con una iniciativa muy interesante porque está buscando varios impactos. Por un lado lo social, es decir crear puestos de trabajo para jóvenes de barrios que están muy vulnerabilizados. Se trata de empleos que aquí en Argentina son muy novedosos, precursores, porque no hay una legislación de Raees como puede haber en Europa. Y es muy importante porque el reciclaje puede crear muchísimos puestos de trabajo, que son empleos “verdes”, lo que quiere decir que no están asociados a una fase productiva o extractivista. Son materiales que ya se tienen y cuyo reaprovechamiento permite integrar materias primas otra vez para el proceso de fabricación y con la reutilización lo que se permite es alargar la vida de dispositivos y retrasar la compra de dispositivos nuevos.
Y eso aquí lo desarrollan muy bien. Tienen jóvenes que desde hace cuatro años están laburando y creo que esta iniciativa se pueda replicar con la metodología que han usado, o que crezca para poder generar más puestos de trabajo.
— ¿Y eso va de la mano con cambios ambientales?
— Absolutamente, porque alargar la vida útil de dispositivos evita que se vuelva a extraer minerales y todo el sinsentido este de la economía lineal de aparatos electrónicos. Es decir, largas cadenas que empiezan en el Congo, o con el litio de Chile y que se ensambla en el sudeste asiático en China o Vietnam y que luego se transporta a otro lado para que solo sea usado dos o tres años y luego descartado para pasar a ser basura electrónica.
— ¿Ese es el concepto de economía circular?
— Sí, así se denomina. Básicamente consiste en refabricar productos localmente. De esa manera se rompe con la lógica lineal y de cadenas enormes que tienen muchísimas externalidades negativas que no son asumidas por nadie. Hay costos ambientales y sociales que nadie paga, que fomentan la esclavitud y ponen al límite nuestro planeta.
Esa es la filosofía: refabricar localmente para consumo local. Y utilizando al máximo los productos que ya están entre nosotros, apostando más al concepto de valor de uso, que es la funcionalidad de ese producto y no al valor de mercado, que es lo que nos dicen que un producto vale.
— ¿Hay cierto estigma sobre la utilización de cosas reutilizadas y que impide que estos procesos avancen más rápido?
— Sí, hay mucho estigma. Y aún pasa en Europa que se sigue asociando reutilización a pobreza. Es decir, la gente que va a comprar segunda mano es la gente pobre, la gente que compra dispositivos reutilizados son las ONGs, o gente que no tiene recursos. Pero en Europa vemos que eso poco a poco va cambiando. Como hay mucha conciencia medioambiental, vemos que el ciudadano de a pie sí compra ya ropa reutilizada, por ejemplo. Con los dispositivos electrónicos hay un poco más de barreras porque el consumidor tiene miedo de que el producto no le vaya a funcionar. Pero con la ropa es diferente, porque te la pruebas y ves que sirve. Algo que también se empieza a ver es que con la crisis la gente está comprando móviles de segunda mano, y creo que es algo que ha venido para quedarse. Pero sí que hay un cierto estigma que poco a poco se va rompiendo.
— ¿En legislación estamos más atrasados que en Europa? ¿Qué nos falta?
— Allá tenemos la responsabilidad ampliada del fabricante, que obliga al productor a pagar todo lo que es la destrucción de un producto que va a convertirse en residuo. Entonces, por ejemplo, Lenovo, lo que hace es cargar al consumidor 10 euros más a la compra del equipo, que permitirán tratar correctamente ese residuo al final de su vida útil. En España lo que hacen los fabricantes es unirse para crear lo que se llaman «Scraps» que es como una figura intermedia. Estos son los que hacen toda la recogida de todos esos aparatos que están quedando en desuso y los llevan a un punto de reciclaje o un centro de reutilización habilitado para ello.
Sin embargo, esas normativas las tenemos para Raees, pero no para ropa, por ejemplo. Es una batalla que se está dando, para que SARA, por decir una marca, pague por la destrucción de ese pantalón que solo se usa seis meses. Pero son los propios fabricantes los que tumban una y otra vez los proyectos de ley, porque al final el precio recae sobre el consumidor, eso significa que van a tener que aumentar los precios y por eso es que lo intentan boicotear, porque entienden que van a vender menos.
Aquí en Argentina tengo entendido que no se ha avanzado en una ley específica para el tratamiento de residuos electrónicos, más allá de algunos casos puntuales en determinadas provincias. Tampoco en la responsabilidad extendida del productor, que es la tendencia que se viene trabajando a nivel mundial.
— ¿De qué va tu tesis?
— Mi tesis doctoral va sobre economía circular y en las posibilidades que tiene la reutilización de pantallas, portátiles y destock para mermar la brecha digital. Lo que miro es cual es la brecha de carbono que la reutilización permite ahorrar. Es decir, cuanto CO2 dejamos de emitir a la atmósfera cuando reutilizamos ese equipo. Hemos desarrollado varias metodologías para ello.
También miro la funcionalidad de los equipos reutilizados en población aceptada por brecha digital. Es decir, qué barreras tienen cuando reciben un computador. Y efectivamente nos encontramos con que no solo es una brecha digital económica, sino que hay una brecha de competencias, de cómo se usa ese ordenador para salir de su situación de vulnerabilidad. Claramente si alguien recibe un dispositivo y lo usa solamente para ver videos de YouTube sobre fútbol, bueno, no es una herramienta estratégica para salir de su vulnerabilidad.
Pero mi tesis también tiene una faceta económica, tratando de dar un paso más allá de lo que es la caridad y proponiendo que el usuario reciba algo, pero que haya alguien que paga un coste simbólico, porque si no eso no lo valora. Es decir que haya una cierta apropiación de lo que se le da. Que el trabajo del reacondicionador tenga un valor, que no sea solo para donar gratuitamente dispositivos. Es una oportunidad económica para generar puestos de trabajo.
Yo me centro mucho en no dar dispositivos individualmente a las personas afectadas por la brecha digital porque hay un problema de competencia de habilidades y además de estrategias. Intento mapear proyectos en las que no simplemente dan ordenador, si no en iniciativas que se basan en la cesión de uso, como Nodo TAU, donde habilitan aulas con material reacondicionado que en realidad es propiedad de Nodo TAU. Y como la propiedad es de Nodo TAU, son ellos quienes se preocupan para que funcione al máximo tiempo posible, porque es una propiedad un poco más colectivizada, no recae en un individuo que no tiene ni idea de cuánto durará su equipo sino en un equipo que sabe qué distribución se le puede poner para que dure más, cómo se le puede aumentar la RAM o cambiar el disco a un disco sólido para que dure todavía más. Me baso en esto: en estudiar aulas con equipos que sirvan para luchar contra la brecha digital.
— ¿Cómo se relaciona con la idea de software libre?
— Todo lo que es reutilización funciona muy bien con software libre, con sistemas operativos basados en Linux, porque Windows es muy pesado y hace muchas actualizaciones. Cuando hablamos de equipos antiguos que tienen Windows se da que comienzan a andar lento y se vuelven disfuncionales. Y eso crea un efecto rebote: en vez de estar salvando la brecha digital la estás empeorando.
Yo trabajo mucho sobre cómo poder hacer capacitaciones sobre softwares libres y cómo hacer distribuciones que mejoren esa habilidad para permitir que por un lado se aumente la vida útil y por el otro que sea funcional para la persona que lo está recibiendo.
— ¿Cómo haces para medir la huella de carbono de una computadora?
— Es un poco técnico. Pero a grandes rasgos un equipo en su etapa extracción y fabricación podría generar unos 260 kilogramos de CO2. En su etapa de uso esto es más relativo porque hay mil variables, pero podríamos hacer una media de 1000 kilogramos de CO2 durante todo el período de uso, que sería como la fase que más contamina. Pero esto depende, porque los ordenadores de la administración pública, por poner un ejemplo, duran 10 años, ahí sí te vas a encontrar con que es la fase que más contamina; pero en empresas que se sacan de encima los ordenadores en dos o tres años te vas a encontrar con que la fase que más contamina es la de la extracción y manufactura.
Y luego todo lo que es disposición final tienes como un símbolo que es negativo de CO2 porque recuperas materiales, más o menos de 15 kilogramos de CO2 equivalente. Entonces al final si miras el ciclo de vida de un computador lo que quieres evitar es la extracción en la manufactura que son pues estos 200 kilogramos de C02 que evitas reutilizando el dispositivo. Pero claro, luego está la huella de carbono, y aquí es donde está el reto: en cómo conectar a las personas que todavía no están conectadas sin destruir todavía más el planeta.
Al final la manera pasa porque el norte global decrezca su consumo y use de forma más estratégica sus dispositivos electrónicos. Y que el sur global pueda crecer. Pues que haya ahí un equilibrio entre un decrecimiento por un lado y un crecimiento por otro, pero siempre pasa por la economía circular. En intentar no minimizar la compra.
— ¿A nivel global son varias las experiencias de este tipo?
— Hay muchas experiencias a nivel global que reutilizan y que crean empleo, pero muy pocas con la filosofía está ligada de software libre, de acompañamiento al usuario final. De estas no hay muchas.
Yo he estudiado las de Cataluña y las de Madrid. Aquí en Argentina estoy en Nodo TAU y en la Universidad de La Plata tienen un programa similar, pero no tan desarrollado. Luego voy a Uruguay que tienen ahí el Plan Ceibal y otra iniciativa que se llama Antel Integra. Nunca encontrás iniciativas iguales, pero tienen patrones que pueden ser parecidas. Nunca se dan todos los ingredientes: de economía circular, de acompañamiento, de software libre. Es difícil verlo. Nodo TAU es bastante parecido a lo que hacemos en Cataluña.
— ¿Qué es la digitalización verde?
— Es digitalizar de forma sostenible: cómo reutilizar hardware y hacer que todo el consumo de software sea más verde. Hoy los lugares de almacenamiento de datos contaminan muchísimo porque se necesita mucha refrigeración de todos los servidores. Y entonces ahí hay muchísimo campo a estudiar para mejorar todo este tema.
Pero la idea también se refiere a cómo usar las tecnologías para salvar el planeta. Cómo utilizar el internet de las cosas para mejorar el medioambiente. Son dos conceptos que van muy ligados, pero que son diferentes.
— ¿Qué nivel de articulación hay entre estas organizaciones?
— En España, desde Ereuse, intentamos que todo el ecosistema esté unido a través de un mismo software. En Cataluña tenemos unos seis centros de reutilización grandes que tienen nuestra filosofía: trabajar cooperando y no compitiendo. Esto es muy interesante porque cuando hay una donación muy grande, supongamos de 4 mil equipos, ninguna de las organizaciones podría tratarlos por sí mismo por falta de espacio. Pero si se trabaja en conjunto se consigue hacer una gobernanza en común, con criterios que han sido consensuados. Y eso funciona muy bien, porque la economía circular consiste en crear ecosistemas locales con muchísima intercooperación, bajo la premisa de que lo que no es válido para uno puede ser útil para otros.
Pero luego eso nos facilita también a nivel de demanda, teniendo un portal conjunto para que todos los demandantes de equipos de segunda mano no estén muy atomizados. Pero en línea general, en España hemos intentado promover todo lo que es economía social y solidaria.
— ¿Los gobiernos como miran estas experiencias?
— En Barcelona por ejemplo, con la alcaldesa Ada Colau, muchísimo. Hay convocatorias de ayuda para la economía social y solidaria, muchísimas subvenciones. Y en lo que son las agencias de residuos, también es un fenómeno que viene en alza en todo Europa, porque es como el “hashtags” de moda, lo que da muchísimas ayudas.
La economía circular engloba economías, cambios legislativos, cambios en períodos de amortización; abarca áreas muy grandes por eso necesita de ecosistemas muy grandes. Y en Europa ese proceso es total, lo que pasa es que luego hay mucho “greenwashing”, que es mostrarse respetuosos con el medio ambiente desde el discurso, pero no desde los hechos. Obviamente es un fenómeno que tiene este peligro.
Pero también hay que tener en cuenta que los cambios legislativos son muy lentos. La Unión Europea tiene directivas que luego se trasponen en los países miembros, pero han tardado un montón de años para obligar a que los fabricantes saquen el mismo cargador de móvil para todos. O sea que estamos ahí recién, falta mucho. Los cambios a nivel europeo van muy lentos y hay muchas barreras también. Y mucho desconocimiento de lo que pasa en realidad.