Luiz Inácio Da Silva y Jair Messías Bolsonaro se enfrentarán el 30 de octubre en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil. El actual Presidente, que el 2 de octubre sacó 10 puntos más que lo que auguraban las encuestas, logró erigirse como un líder que interpela aspectos de la identidad de un gran segmento de la población brasileña. Lula, que enseñó a su Patria y al mundo el significado de la resiliencia y la pasión por la política, busca su tercer mandato. Apuntes, ideas y análisis sobre la contienda electoral latinoamericana más importante de los últimos años, que enfrenta a dos líderes distintos paridos por el Gigante de América.
Fotos: Ricardo Stuckert y AFP
Río de Janeiro, 14 de marzo de 2018. Cuando la noche cae en las grandes ciudades los autos circulan con mayor libertad que de día, sobre todo en una urbe que tiene casi 7 millones de habitantes. Quizás por esa razón fueron 4 kilómetros de persecución como si fuera una película. Ruido de cubiertas contra el asfalto. Un disparo. Otro. Otro. Son 13 en total. Uno de los autos huye. En el otro, la concejala Marielle Franco yacía muerta con 4 tiros en su cuerpo, al lado de su conductor, que murió por 3 impactos.
Marielle se había pasado los años de su militancia política denunciando el accionar de la Policía Militar en las favelas de Río de Janeiro. No contaba con que los milicianos, vinculados a las fuerzas de seguridad y verdaderos agentes territoriales del crimen, buscarían callarla a los tiros. Es que la violencia política en Brasil ya se había normalizado. Este suceso fue el auge de una radicalización política que mostraba algunas facetas en las movilizaciones contra el gobierno de Dilma Rousseff, en el año 2014. Algo se dejó entrever también cuando, en pleno golpe de Estado parlamentario del 2016, un diputado llamado Jair Bolsonaro dedicaba su voto afirmativo al Coronel Brilhante Ustra, “el pavor de Dilma Rousseff”. Con pavor quiso decir torturador. Fue antes del tiroteo a la caravana del entonces candidato Lula da Silva, en Curitiba en 2018; el asesinato también fue previo a las amenazas del Capitán Antonio Vilas-Boas, quien dijo que las Fuerzas Armadas no vacilarían en actuar si la Corte no hacía lo que tenía que hacer: meter preso a Lula.
Entre el asesinato de Marielle en Río y la entrega de Lula a la policía en Sao Bernardo do Campo pasaron sólo 20 días. Todo un clima. Una previa a un proceso electoral que, con el diario del lunes, no cuesta ver como una película con una secuencia súper lógica. Elecciones que finalmente le darían la victoria del país más importante de América Latina a aquel diputado que, de los casi 250 millones de brasileños, había elegido a un torturador para dedicarle su voto.
Bolsonaro es, ante todo, producto de este clima de época ya descripto pero también de una tradición política y social brasileña. Brasil es un país que tuvo su transición democrática en 1985 prácticamente conducido por las Fuerzas Armadas, que nunca perdieron su lugar de privilegio. Un país que tiene la mayor cantidad de católicos en el mundo, pero que alberga a 65 millones de evangélicos. Un país que, como en varias latitudes de América Latina, tiene como mano de obra del crimen organizado a jóvenes marginalizados pero también a miembros de las fuerzas de seguridad, la verdadera fuerza territorial de base del Presidente actual.
Si Lula es un hijo del Brasil de la lucha, de los obreros metalúrgicos, de la democracia, del Pernambuco nordestino, Bolsonaro es hijo del Brasil conservador, de la mano dura contra los “bandidos” de Río de Janeiro, del fervor religioso y con los resabios de los mandatos del Ejército.
* * *
Vamos a la gestión. A los casi 700.000 muertos por una pandemia en la cual desfilaron Henrique Mandetta, Nelson Teich, y otros Ministros de Salud, hasta que la cartera fue para un militar, se le suma un Brasil empobrecido que volvió al mapa del hambre, aislado internacionalmente y socialmente polarizado hasta la coronilla. Bolsonaro llegó al poder a la cabeza de una alianza que aglomeraba a los partidos políticos a la derecha del centro, los militares, los evangélicos, los medios de comunicación, el Poder Judicial, el establishment empresarial industrial y del agronegocio, sumado a gran parte de la clase media.
De esa alianza de poder, solo quedan al lado del Presidente los militares, la burguesía agrícola y los evangélicos. Fue tal el descalabro que hasta los industriales paulistas y la cadena O Globo le soltaron la mano, además de la conducción del Supremo Tribunal Federal. El sistema político brasileño post dictadura se caracteriza por ser un presidencialismo de coalición: el Presidente debe negociar con un conjunto de partidos políticos pequeños que co-gobiernan con el Ejecutivo a cambio de cargos y dinero; el famoso centrão. Este centrão, que también gobernó con Lula del 2003 al 2010, fue el responsable de que Bolsonaro no tenga que pasar por lo mismo que pasó Dilma, cuando el Congreso le inició juicio político por un desajuste presupuestario que en nada se le parecía a un delito.
Mientras el Brasil de Lula parecía conducir a un continente pujante en las discusiones con otros bloques de poder geopolíticos a través de la UNASUR o discutiendo la gobernanza global por intermedio de los BRICS, Bolsonaro se hizo de un único amigo en los Estados Unidos que, al perder las elecciones en su país, lo dejó solo. Hasta incluso los europeos sabotearon un acuerdo con el MERCOSUR debido a la (no) política amazónica de Bolsonaro, además de que el Parlamento continental en Bruselas aplaudió a un Lula que había salido de la cárcel después de 580 días, luego de que sus delitos comprobados contabilizaran cero.
Ya que la gestión no puede explicar los 45 puntos que Bolsonaro sacó en la primera vuelta, hay que mirar otra variable: la estrictamente política. Cuando gobernaba el PT, la oposición en el espectro político recaía en los partidos de la centro derecha, fundamentalmente el MDB y el PSDB. La irrupción de Bolsonaro en el sistema político de Brasil arrastró a la centro derecha hacia el extremo, y hoy los partidos de Fernando Henrique Cardoso, Fernando Collor de Melo y José Sarney son expresiones minoritarias. El bolsonarismo fagocitó a la otrora oposición al PT de Lula y Dilma y hoy representa un sector más amplio que el anti petismo.
La construcción de una “identidad bolsonarista” es la principal novedad política de los últimos años en Brasil. La convocatoria a una lucha del Bien contra el Mal, representada por un símbolo tan potente como la camiseta de la pentacampeona Selección Brasileña de Fútbol, da cuenta de la potencia discursiva que encarna el proyecto político comandado actualmente desde Brasilia.
La economía y el autoritarismo fueron las cartas que Lula Da Silva comenzó a poner sobre la mesa cuando recuperó sus derechos políticos, después de ser absuelto en la causa Lava Jato.
* * *
Siempre entendí el concepto de “animal político” como una característica que les cabe a ciertas personas, para las cuales los golpes de la vida y las derrotas son pasajeras en comparación con el compromiso vitalicio que tienen con su la política.
Lula fue encarcelado en abril de 2018 porque, supuestamente, había recibido un departamento en Guarujá, San Pablo, como coima por parte de una empresa constructora. Dicho delito nunca se probó. Lo que sí fue probado fueron las comunicaciones que el fiscal Deltan Dallagnol mantuvo con ex Juez y luego Ministro Sergio Moro para fabricar la causa contra el ex Presidente y meterlo en la cárcel. Esta situación no evitó que Lula pierda, durante su presidio, a su hermano Vavá y a su nieto Arthur, de 7 años.
Mientras el diario El País de España conseguía entrevistar a Lula en la cárcel de Curitiba, él lloró al hablar de su nieto. Pero 15 minutos más tarde, hablaba sobre la necesidad de que Brasil recupere la autoestima. ¿Cuántos políticos hablan de la autoestima de su pueblo? ¿De la necesidad de superar el complejo de inferioridad?
La propia historia de Lula respondió por sí sola la pregunta sobre qué iba a hacer cuando salga de la cárcel. La respuesta era ir por la Presidencia. Derrotar a Bolsonaro. Devolverle a Brasil el autoestima perdido.
Lula comenzó hablando, en esta campaña, de la necesidad de establecer una alianza democrática ante el autoritarismo de Bolsonaro. Habló con los industriales, moderó su discurso. Convocó a su ex adversario político, Geraldo Alckmin, a que ponga en su currículum “candidato a la Vicepresidencia de Brasil” justo debajo de candidato presidencial, gobernador de San Pablo e histórico dirigente del PSDB.
El giro al centro y la búsqueda de amplitud en su frente político se completaron con el apoyo recibido por parte de figuras de otros partidos, como Cardoso, José Serra y Marina Silva, de parte del empresariado y el establishment financiero, de la mayor porción de las figuras de la cultura brasileña y de gran parte de la comunidad internacional. La democracia versus el autoritarismo. “Lulinha paz e amor” contra aquel que brega por armar a la población, porque el mejor bandido es el que está muerto.
* * *
El resultado electoral del 2 de octubre cristalizó en gran parte lo que se viene comentando en las líneas anteriores. Brasil está dividido por el nordeste petista y el sur dominado por la derecha, con Estados “pendulares” como Minas Gerais. La tercera vía que intentaron representar Ciro Gomes (PDT) y Simone Tebet (MDB), sumó un magro 7% entre ambos candidatos. Y Lula, que apareció en las encuestas arañando el 50% contra un Bolsonaro que no pasaba el 35%, terminó ganando la primera vuelta 48% a 43%.
Lula logró que el PT recupere 26 millones de votos en relación a la elección presidencial de Fernando Haddad en 2018, encarcelamiento y bozal legal mediante. Bolsonaro creció solo un millón y medio. Lo suficiente para tener una vida más y para no tener que apelar a la amenaza que viene esgrimiendo desde hace meses: no reconocer el resultado si pierde, generando el temor de que se puedan vivir escenas similares a las que se vieron en Washington D.C. el 6 de enero de 2021.
Además del factor identitario, el bolsonarismo será parte de la política brasileña de los próximos años porque ha logrado representación institucional. Varios gobernadores aliados al Presidente fueron electos o están bien parados para la segunda vuelta, incluidos en los Estados de Río de Janeiro y San Pablo. El Congreso será otro ámbito donde los jugadores del equipo de Bolsonaro tendrán una fuerte presencia. Por esta razón, aquellos que sugieren que el Presidente puede no reconocer el proceso electoral apuntan que en esta segunda vuelta esa posibilidad crece: la diferencia entre los candidatos no será mucha y tampoco tendrá que cuidar las ganancias de sus aliados.
Lula se movió en la campaña como la única alternativa al actual gobierno. No obstante, su amplio frente político debe apelar a la necesidad de resolver los problemas de la gente. Con todo, Bolsonaro hizo un gobierno menos peor, en términos económicos, que lo que fue el mandato de Macri entre 2015 y 2019 en Argentina. Esto indica que Brasil aún tiene alguna fortaleza económica que le posibilitan a Bolsonaro pedir una segunda oportunidad.
En este sentido, Lula ha hablado menos de lo recomendable de su plan económico, no adelantó los nombres de su eventual gabinete, y tampoco ha sido muy claro en definir cómo sacará a Brasil del estado de situación actual.
La necesidad de confrontar los proyectos económicos, sumado a la defensa de los derechos sociales perdidos en estos cuatro años son las otras dos patas, junto con la amplitud de su frente político, que componen el trípode de la estrategia electoral de Lula Da Silva.
* * *
Esta semana previa a los comicios hay más interrogantes que certezas. Además del resultado, que las encuestas auguran que no será por más de 5 puntos, está la duda sobre el reconocimiento de Bolsonaro ante una eventual derrota. Quien gane el 30 de octubre recién asumirá el 1 de enero, como es tradición en Brasil. Las características de esa larga transición son una incógnita para quien suscribe estas líneas.
Resolver lo más rápido posible esta contienda electoral se ha vuelto una necesidad de primer orden cuando la violencia en la que se hizo referencia en la primera parte de este artículo fue otra vez protagonista en la actual campaña. Tres personas perdieron su vida de julio a octubre, en el marco de un clima de crispación política inaugurado en 2014 y normalizado en Brasil desde hace tiempo. Los seguidores del gobierno de Jair Bolsonaro tienen una militancia activa por la adquisición libre de armas de fuego y su movilización permanente ha inundado las redes sociales de videos con provocaciones, agresiones y hechos de violencia.
Sumado a las incógnitas sobre los propios comicios, el apego al juego limpio en términos democráticos y una eventual transición, se le suma la incertidumbre de la gobernabilidad. Si Lula gana, ¿cómo gobernará al frente de una alianza amplia que contiene a ex adversarios de la centro derecha y organizaciones como el MST? ¿Cómo serán las instancias de negociación con el Congreso? ¿Qué rol jugará el bolsonarismo desde la oposición? Si el actual Presidente mantiene su cargo, ¿profundizará su proyecto conservador? ¿Qué pasará con el PT si no gana?
Brasil tendrá que resolver esta disputa entre dos dirigentes que son fruto de su propia esencia y su propia historia, sin lugar para terceras opciones. El mundo posará sus miradas, el domingo 30 de octubre, en la batalla final entre los dos hijos del Brasil. Quizás, espero, sea el primer paso para erradicar la normalización de la violencia política en el país hermano. Si eso no sucede, probablemente debamos prepararnos y organizarnos en todo el continente para resistir ante esa nueva realidad.