En los mismos barrios donde arremete la violencia o aquejan las necesidades, las Bibliotecas Populares mantienen sus puertas abiertas y cumplen un rol fundamental como lugar de pertenencia y refugio. Un refugio sostenido a partir de la confianza que fueron generando las y los referentes de estos espacios con las distintas generaciones de socixs que forman parte de estas instituciones. Lugares donde la lectura sigue teniendo el protagonismo y la autogestión deriva en organización comunitaria. Lugares donde también se han ampliado las ofertas de actividades en paralelo con las problemáticas presentes.
Foto de portada: Biblioteca Popular Cachilo
Cuentan que Borges en una de sus conferencias habló alguna vez del libro como el más asombroso de los instrumentos del ser humano. Una extensión de la memoria y de la imaginación, así lo calificó. Vivimos en un mundo donde las pantallas y los estímulos audiovisuales están al alcance de todxs, a edades cada vez más tempranas, y donde parecería que un texto impreso en papel tiene algo de estático. Un clásico, podríamos decir que ¿sigue generando atractivo? Según los testimonios que reunimos para esta nota, no hay lugar a dudas: la lectura continúa siendo un hecho convocante y, sobre todo, transformador.
Hace solo un par de siglos atrás, el libro también era considerado como un elemento tecnológico y acceder a ellos no era sencillo. Fue en aquel momento, mediados del siglo XIX, cuando en nuestro país se incentivó la creación de espacios donde la gente pudiera acercarse a la lectura sin la necesidad de tener que comprar libros. Se denominó a estos espacios como Bibliotecas Populares y, si bien la idea tiene una raigambre europea en su espíritu, el agregado de lo “popular” tiene una impronta local. En el mundo existen las Bibliotecas Públicas, donde el Estado cumple un rol directo en su sostenimiento, pero en Latinoamérica surgieron espacios de acceso a la lectura con una impronta más autogestiva y donde es clave la participación de los propios vecinos y vecinas.
En Rosario se contabilizan en la actualidad unas veinticinco Bibliotecas Populares distribuidas en diferentes puntos de la ciudad. Algunas con mayor recorrido que otras, pero todas tienen en común haber atravesado situaciones complejas de la historia reciente, lo cual les ha hecho engrosar el músculo de la autogestión, apelando a la inventiva cuando el contexto no resulta favorable. También comparten una necesaria diversificación en cuanto a las funciones que cumplen dentro de sus mismas comunidades. Iniciaron como Bibliotecas Populares pero hoy además son centros de capacitación, espacios de apoyo escolar, lugares de reunión, comedores y, principalmente, constituyen una referencia para los vecinos y vecinas donde saben que siempre serán bienvenidxs.
En los mismos barrios de la ciudad donde arremete la violencia o aquejan las necesidades, las Bibliotecas Populares mantienen sus puertas abiertas y cumplen un rol fundamental, tanto como lugar de pertenencia y como refugio. Un refugio sostenido a partir de la confianza que fueron generando las y los referentes de estos espacios con las distintas generaciones de socixs y donde se perciben las transformaciones, que son el resultado de la organización colectiva. Teniendo siempre presente a la lectura como mediadora y el acceso a los libros como razón convocante.
El cercano oeste
Aunque no hayan tenido la posibilidad de participar en alguna de las tantas actividades que realiza, pensar en Bibliotecas Populares y zona oeste es reconocer rápidamente el nombre de La Cachilo. Un espacio creado al calor del cambio de siglo y de las crisis intestinas en el país, hace veintidós años atrás, hoy tiene una vida social muy activa que no solo irradia en el oeste. Iniciativas como La Cachilo Te Cuenta les permite reconocer con orgullo que han sido la motivación para el nacimiento de otros proyectos similares. «Algunos por inspiración directa y otros por laburar en conjunto con otras instituciones. Siempre tratando de contagiar la idea de que se abran nuevas bibliotecas, que es algo posible y brinda un paraguas muy amplio para poder seguir haciendo otras cosas”, cuenta Claudia Martínez a Enredando. Claudia está desde los inicios del proyecto y actualmente es coordinadora de los diferentes espacios que se desarrollan en la Biblioteca Popular Cachilo. «La idea es siempre multiplicar posibilidades de encuentros y como los barrios son cada vez más pequeños respecto a la circulación, es importante que cada lugar tenga un espacio cultural, aunque no se llame biblioteca», añade Claudia.
Para la referente, la existencia de una biblioteca popular es inevitablemente la consecuencia de una comunidad barrial que se organiza, es síntoma de una “gestión social” que estará sujeta a los vaivenes de Estados más o menos benevolentes, pero que insistirá en su permanencia por lo que significa para ese barrio. «Las bibliotecas populares cumplen un rol muy importante que ya no es solo el préstamo de libros, sino que se han convertido en centro culturales, comedores comunitarios, donde se aprende arte o se recibe apoyo escolar. Cada una con su particularidad, se han transformado en lugares que son más que solamente la promoción de la lectura, si solamente la entendemos como lectura alfabética. Porque desde una acepción más amplia, como plantea Manguel, son como un encuentro de muchas formas de leer el mundo”, dice Claudia y agrega: “Desde esa perspectiva, las bibliotecas habilitan múltiples lecturas. Desde la charla y el encuentro con el otro, al desarrollo de la comunicación o el aprendizaje en conjunto».
El sostenimiento de este tipo de espacios en los barrios más alejados del centro, donde su tarea social es más significativa, implica un gran esfuerzo de parte de cada unx de lxs integrantes. No solo desde lo que significa la participación, sino también desde los avatares económicos que deben enfrentar para mantener en pie este tipo de instituciones. «Las bibliotecas se sostienen con cuotas societarias y en las zonas más humildes, donde son necesarias, se hace difícil que la cuota pueda cubrir el sostenimiento cotidiano. Por eso es tan importante el apoyo del Estado”, explica Claudia. En este sentido, no solo es clave el cumplimiento de las leyes vigentes que otorgan beneficios a las bibliotecas, sino también la actualización de las normativas vigentes para que ese apoyo realmente sea significativo. “Según el gobierno que nos toca, se cumplen las leyes o no, y tenés tiempos que son mejores y otros que son peores”, aclara Claudia.
En Latinoamérica surgieron espacios de acceso a la lectura con una impronta más autogestiva y donde es clave la participación de los propios vecinos y vecinas
Martínez reconoce que las formas de participación han cambiado y hoy existen otros modos, como pueden ser las redes sociales, y que al mismo tiempo se han modificado las formas de comprometerse con los espacios. La velocidad con la que se vive trae consecuencia en las formas de atención al devenir de los procesos en este tipo de espacios. Procesos que, de acuerdo a su experiencia en La Cachilo, son “muy lentos” para que arrojen resultados. “Cualquier ciudadano común que ha vivido en Argentina sabe que formar parte de organizaciones es difícil porque se ha decepcionado tantas veces de diferentes cuestiones, y es importante comprender que te lleva un tiempo de convivencia para que alguien se sienta parte y tome decisiones”, asegura. Se trata de ir “despacito y acumulando de a poco”, donde inevitablemente se deben transitar una serie de etapas que Claudia identifica como: “mirar, ver, proponer, invitar y ver los procesos. Todo es muy lento, pero viendo a los jóvenes que hoy forman parte de la biblioteca creo que hay esperanzas». Todo esto, sumado a que en la actualidad se viven dos fenómenos que no contribuyen con la idea de participación y continuidad, uno es el éxodo de algunas personas a las afueras de la ciudad y otro es la cantidad de tiempo que se le destina a los distintos trabajos para poder sostenerse económicamente. A pesar de esto, Claudia asegura que: “Muchos vuelven a la biblioteca con sus hijos a participar de la bebeteca”, es decir que tratan de que “nunca se corte el vínculo” con la institución y ese es el sustento que va alimentando la idea de comunidad que rodea a La Cachilo. «En una Biblioteca Popular lo principal es que haya personas y lecturas. Por eso, para nosotros leer en la calle o en un parque y hacer alguna actividad cultural o lúdica en las veredas del barrio siempre fue una meta», concluye Claudia respecto a la forma en que La Cachilo concibe su accionar político y social.
La referente reconoce que las problemáticas del contexto muchas veces no contribuyen a la idea de habitar la calle. Sin embargo, asegura que van implementando estrategias para nunca perder ese vínculo con el barrio: “Tuvimos que cambiar los horarios, tenemos que tener cuidado a la noche porque la realidad nos ha cambiado. No solo por la pandemia, sino porque la situación en los barrios se agudizó”. Martínez sostiene que a pesar de todo: “Hay que seguir construyendo”, y amplia: “A veces es más despacio, otras dando vueltas y en otras oportunidades vas con más pilas y en forma recta. Cada tiempo tiene su particularidad y, quizás, este es el tiempo de construir despacito con otros. Pero nunca se debe abandonar».
Mujeres en una plaza
Elda Pedraza vive en barrio Alvear, en la zona sudoeste, desde el año 1991. Sin embargo, su trabajo en diferentes escuelas de la zona data de la década del ´80. Eso la convierte en alguien que conoce muy de cerca las transformaciones que fue sufriendo su barrio y también en alguien vinculada a las familias que conforman este sector de la ciudad. “Prácticamente me crié acá”, explica Elda en diálogo con Enredando. Al momento de comunicarnos, nos cuenta que el espacio que la tiene como referente está en plena refacción: «Estamos haciendo el piso en la parte de la biblioteca, o sea, estamos en transformación».
Elda es una de las gestoras de la Biblioteca Popular Mujeres de la Plaza, un espacio abierto a la comunidad que nació con el espíritu de acercar la lectura a los vecinos y vecinas del barrio Alvear, pero que tuvo que ir incorporando otras actividades de acuerdo a las necesidades propias del contexto. «Las bibliotecas resistimos, pero no lo podemos hacer con la misma impronta”, asegura Pedraza, y agrega: “Si bien seguimos trabajando con los chicos las lecturas, hacemos fotocopias, buscamos cuentos que resulten atractivos y seguimos sembrando libros en la plaza, se trata de una tarea que implica volver a comenzar todos los días”.
Estar atenta a las problemáticas de quienes se acercan a la biblioteca hizo que Elda notara que muchas de las mujeres del barrio no tenían un lugar donde capacitarse y, sobre todo, un espacio de pertenencia por fuera de sus hogares. «No hay tantas oportunidades en los barrios para mujeres mayores de treinta años. La mayoría de los programas son hasta treinta años o para quienes hayan padecido algún tipo de violencia de parte de su entorno”. Así fue como la biblioteca incorporó diferentes talleres de capacitación, que son también espacios de encuentro donde afloran las problemáticas que las aquejan.
Para Elda, el barrio vive un presente “caótico” donde no solo le preocupa el avance del consumo de drogas y la violencia entre los más jóvenes, sino también la aparición cada vez más frecuente de embarazos adolescentes. “Lógicamente, las organizaciones no tenemos la solución a estas cuestiones, pero somos las que lo venimos advirtiendo porque estamos en el territorio”, asegura Elda y remarca la necesidad de seguir insistiendo con actividades que le disputen la calle a estas problemáticas. «Si a mis sesenta y dos años todavía tengo fuerzas para pensar en el otro, significa que mi corazón humano no lo he perdido y sigo luchando por eso».
«Las bibliotecas habilitan múltiples lecturas. Desde la charla y el encuentro con el otro, al desarrollo de la comunicación o el aprendizaje en conjunto»
La referente de Mujeres de la Plaza cuenta con orgullo como el espacio fue creciendo en el último tiempo y atesora historias particulares de quienes se acercan y depositan su confianza, abriéndose a compartir situaciones que les apremian. “Tenemos una compañera que me dijo: Elda por fin me animé a pedir la exclusión del hogar de mi marido después de dieciséis años de golpiza y malos tratos. Y no quiero decir que se dio porque viene acá, pero tal vez el hablar con otras compañeras ayudó y eso me llena el alma», comparte Pedraza. De la misma manera, Elda también recuerda cuando una de las nenas del barrio fue en busca de lecturas y se llevó una publicación que contenía supuestamente 100 cuentos. “Me dijo que le habían gustado mucho el 23 y el 87, pero que en realidad eran 123 los cuentos. Eso significa que no solo los leyó a todos, sino que también trabajó matemáticas con un libro de literatura”, asegura y está convencida de que la avidez por la lectura en las nuevas generaciones aún perdura solo que es necesario encontrar la manera de que también se vinculen con las nuevas tecnologías: “Por ejemplo, algún tipo de aplicación donde los chicos tengan un mayor acceso a este tipo de textos”.
Al mismo tiempo, Elda reconoce que la pandemia marcó un hito donde afloraron las urgencias y necesidades que ya venía padeciendo en el barrio. “Nos hizo ver todo lo que no tenemos, lo que necesitamos y lo que no está a nuestro alcance”. La referente percibe con preocupación las consecuencias en muchos de los pibes y pibas que se acercan habitualmente a la biblioteca. “Ayudo con las tareas a los chicos y si, antes de la pandemia, estaba preocupada, hoy estoy aterrada. Porque ¿cuál es el destino para un niño o una niña de séptimo grado que tiene dificultades a la hora de escribir su propio nombre?”, analiza Elda y aclara: “A los y las pobres docentes más no se les puede pedir. Ya que terminan siendo, además de docentes, psicólogas, administradoras e intermediarias. Pero a quienes manejan el Ministerio de Educación, ahí sí debemos exigir”.
Como referente de un espacio colectivo, Elda reconoce haber participado de cuanta convocatoria la han invitado, con el fin de hacer escuchar su realidad: «Participo de todas de las reuniones políticas, sean del oficialismo o de la oposición, porque lo que nos mejore le sirve a toda nuestra comunidad. Y hace años que digo que no nos escuchan. Se diagraman programas maravillosos detrás de escritorios en oficinas calefaccionadas, pero las que nos embarramos las zapatillas somos nosotras y sabemos las situaciones que se presentan en el barrio». Por tal motivo, Pedraza insiste en la necesidad de que las organizaciones que trabajan a diario en el territorio deben aunar sus reclamos, pero “no solo para que nos den comida, porque existen otros tipos de hambres».
Pocho vive y se multiplica
De entre las víctimas que dejaron los trágicos sucesos de diciembre del 2001 en Rosario, emerge el nombre de Claudio “Pocho” Lepratti. Siempre vinculado al compromiso social y la militancia por lxs más desfavorecidxs, la Biblioteca Popular que lo tiene como emblema está cumpliendo veinte años de funcionamiento en el barrio Tablada.
La Pocho es un lugar de referencia en zona sur que no solo alberga a más de veinte mil libros, sino que también es donde funciona una bebeteca, un jardín de infantes, un espacio de capacitación vinculado a diferentes oficios y una radio comunitaria (FM La Hormiga) por donde se difunden las actividades que llevan adelante las numerosas organizaciones que funcionan en el barrio. «En paralelo, existen propuestas que tienen que ver con la promoción de la lectura, que es algo transversal a todos los espacios, y este año hemos incorporado una Escuela Popular de Formación en Género y Diversidad que lleva el nombre de Angélica Gorodischer, a partir de un convenio con el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación», agrega Majo Draperi, actual presidenta de la Biblioteca Popular Pocho Lepratti, en comunicación con Enredando.
Majo afirma que la promulgación de la lectura es un hecho presente en todas las actividades que la biblioteca lleva adelante: “Creemos que el libro es una herramienta de transformación social que te permite ampliar horizontes y descubrir otras realidades». La referente explica que disponer de una herramienta como la radio, les permite contar con un “elemento poderoso” donde se puede “acercar la lectura de otras maneras, que no son las convencionales». Entre esas distintas maneras de promover la lectura, durante la pandemia, la Pocho organizó maratones de lectura con el objetivo de mantener el vínculo con las y los vecinos del barrio. «Se sumaron muchos chicos y chicas de manera virtual que llegaron a leer una gran cantidad de libros», cuenta Draperi. Fue en este mismo tiempo que la institución tuvo que atender a las necesidades que emergieron con el aislamiento y comenzó con una asistencia alimentaria para unas cincuenta familias de la zona, una actividad que aún se sostiene. «Estamos en un barrio que siempre ha sufrido una fuerte estigmatización, incluso desde los medios de comunicación, sobre lo que significa vivir acá. Pero es también donde hay una cantidad impresionante de organizaciones con espacios de participación y gente que está haciendo cuestiones concretas”, analiza Majo y agrega: “Obviamente, sabemos que la realidad es compleja y las situaciones de crisis golpean muy fuerte a los sectores con los que trabajamos. De hecho, no nos imaginábamos antes de la pandemia estar haciendo trabajos de asistencia alimentaria”.
Así como la lectura atraviesa todos los espacios de la Pocho, las problemáticas que hoy aquejan al barrio también están presentes y es por esto que, desde la institución, se organizó un equipo interdisciplinario que aborda cada una de las situaciones. “Porque no nos gusta el trabajo meramente asistencialista o de dictar talleres y nada más, sino que existe un vínculo construido con las familias del barrio”, explica Majo y añade que la población que acude habitualmente a la biblioteca es diversa en cuanto a que provienen de realidades que suelen ser diferentes: “Incluso geográficamente el barrio es muy amplio y no es la misma realidad para los que viven en un sector o en otro. En algunos casos, hay familias que están más conformadas y tienen un acompañamiento, por ejemplo, respecto a las niñeces y las adolescencias, y en otros casos esa estructura es mucho más precaria y compleja».
Las organizaciones que trabajan a diario en el territorio deben aunar sus reclamos, pero “no solo para que nos den comida, porque existen otros tipos de hambres»
Las actividades que transcurren en La Pocho buscan dar opciones a prácticamente todas las franjas etarias y, en este punto, Majo identifica que son las adolescencias con quienes resulta un poco más trabajoso generar propuestas que los sostengan en el espacio. «Creo que es una constante en otras organizaciones. Pibes y pibas que están mayormente en la secundaria, o en edad de estudios secundarios, con quienes resulta más difícil brindarles propuestas atractivas. Siempre hemos tenido un trabajo fuerte con las infancias y también con mayores de 18 años y adultos, a través de distintos espacios de formación, pero la adolescencia es la franja que más nos cuesta», asegura.
Al mismo tiempo, Draperi destaca cómo hay jóvenes que, luego de haber habitado la biblioteca desde pequeñxs, hoy forman parte de la vida institucional y cumplen roles activos en la organización. De alguna manera, esa es una materialización de estas dos décadas de trabajo en Tablada. “No sucede siempre ni es tan fácil, pero esas historias nos demuestran que es posible. Son pibas y pibes comprometidos, con empatía y que han podido generar muchas cosas a partir de su paso por la biblio», dice Majo.
Ser una referencia para Empalme
La Biblioteca Popular Empalme Norte nació como una razón para que los pibes y las pibas de la zona de Génova al 6100 tuvieran un espacio cultural donde realizar actividades dentro de su mismo barrio. «Comenzamos solamente con un taller de kung fu, que todavía se sostiene, y luego se fueron agregando libros. Empezamos a realizar reuniones con un grupo muy reducido de chicos, a través de un apoyo escolar, los vecinos se fueron involucrando y el espacio fue creciendo”, así recuerda Daniel Macaluci la génesis de esta institución que hoy cuenta con una amplia oferta de talleres, que van desde zumba o guitarra hasta capacitaciones en oficios. «Además, funciona el programa provincial CAEBA de alfabetización para adultos mayores y el año pasado sumamos un EEMPA», añade Macaluci, que es uno de los referentes del espacio y actual presidente, en diálogo con Enredando.
Coordinar con Daniel una comunicación fue tratar de encontrar un momento libre en el medio de los agitados días previos en que la biblioteca se preparaba para los festejos del día de las infancias. Una fecha que se convirtió en emblemática para Empalme por la gran cantidad de chicos y chicas que participan. «Vengo recién de la biblio”, comparte Macaluci y nos relata una escena que refleja cómo es la vida en la institución: “Me encontré con un grupo de pibes y pibas que estaban tocando la guitarra y cantando a los que se les fueron sumando los que iban terminando en los otros talleres y ahí nomás se armó una juntada”. Este tipo de encuentros espontáneos, sostiene Daniel, muchas veces son el combustible para que se organicen nuevas actividades que resultan del interés para quienes habitan todos los días la biblioteca.
“Las chicas y los chicos están con una incertidumbre total por la sociedad que los atraviesa a todos por igual, pero encuentran en la biblio un refugio de contención donde se sienten tranquilos”, explica Daniel respecto a cómo el espacio es apropiado por las y los jóvenes del barrio hasta sentirlo como si fuera “su propia casa”. De eso se trata el trabajo que viene realizando la Biblioteca Popular Empalme Norte, rebatir la estigmatización con una apuesta por el futuro de los y las pibas. «Hay que incluirlos para que se sientan parte de un lugar. Que tengan la posibilidad de desarrollarse, participar, crecer sanamente y ver que hay otra mirada para ellos”, agrega. Al igual que el resto de las instituciones consultadas, Macaluci nota el compromiso de quienes han crecido con un paso activo por la biblioteca: “Es un orgullo porque se fueron formando y realizándose de a poquito en el lugar”.
Eventos como los festejos por el día de las infancias evidencian la comunicación abierta que existe entre las casi sesenta organizaciones que trabajan socialmente en el barrio. Un hecho que Daniel destaca, porque esa articulación es la que les permite tener un diagnóstico certero respecto a todas las problemáticas que hoy sufre Empalme Graneros. «Me parece que eso es lo que tenemos que tener todos los barrios. La unidad más allá de la ideología porque lo importante es la gente. Y cuando se busca un objetivo puntual, no hay banderas políticas», asegura.
El 2022 será recordado en la vida institucional de la Biblioteca Popular de Empalme Norte porque fue el año en que pudo materializar un anhelo que llevaba varios años de planeamiento. A unas cuadras de donde funciona la institución, hace unas semanas atrás, quedó inaugurado un anexo con un gran escenario para eventos, una cancha de fútbol iluminada con vestuarios, aulas que servirán como espacios para el dictado de nuevos talleres y hasta una sala de grabación donde Daniel espera que los talentos del barrio encuentren un lugar para dejar plasmadas sus creaciones musicales. Fue un proyecto que nació del pedido de los vecinos y vecinas y que contó con el apoyo de los Ministerios de Desarrollo Social provincial y nacional, en conjunto con el Ministerio de Servicios Públicos y Hábitat. «Ahí asisten chicos y chicas de una población diferente a la que forma parte habitualmente de la biblioteca. Pero se les nota las ganas de participar y eso quiere decir que hay esperanzas”, asegura Macaluci.