La persecución a las identidades travestis trans continuó más allá de 1983. Noly Trujillo y Karla Ojeda trazan un puente entre dos generaciones y buscan recuperar el acervo histórico de una comunidad masacrada en dictadura y democracia.
Estamos en el año 1978 en la ciudad de Santa Fe y la dictadura cívico militar se encuentra en el apogeo de su política criminal. Una piba de 16 años se apura para cambiarse de ropa en la penumbra de una celda. En unas horas será llevada frente a un juez que decidirá su futuro; la apariencia que presente frente al magistrado será determinante en la sentencia. Desde una leonera contigua, un preso le da su propia remera que le queda un poco holgada y cumple con el objetivo: disimular de su cuerpo los rastros de feminidad por los que fue detenida.
“Según la construcción que tenías en tu cuerpo te iban dando de 14 días para arriba”. La que narra esta historia es Noly Trujillo. Con Karla Ojeda escuchamos atentas. Ella también vivió episodios similares en una democracia que no la curó, ni la educó y a duras penas le dio de comer. “Con compañeras del barrio Las Flores de Rosario salíamos a los bailes y a la salida estaba la policía esperándonos para llevarnos detenidas”, comenta. Y es que el hilo de la persecución a las travestis y trans no se cortó en 1983 y se extendió formalmente hasta el 2010 con la derogación de los códigos de faltas.
“Según la construcción que tenías en tu cuerpo te iban dando de 14 días para arriba”.
“Siempre rogábamos no caer en el juzgado número 1 de la Dra. Liliana Pucio porque era un poco más la condena. Cuantas más prendas femeninas tenías, cuando más te parecías en el cuerpo a una mujer cis, más condena te daban”, abunda Karla. Ahora es Noly la que sigue con atención el testimonio de su compañera. Asiente con la cabeza cada palabra de un relato que no reconoce fronteras entre dos épocas y agrega: “Yo venía con una inocencia muy grande, de estar como en una burbuja, y cuando conocí este otro mundo empecé a darme cuenta de lo que era la dictadura”.
Noly fue detenida al menos cuatro veces a finales de los 70’ cuando tenía entre 16 y 18 años, con condenas de 20 días que podían extenderse hasta tres meses casi de manera consecutiva. “El juez te miraba de arriba abajo y ni siquiera te hablaba. Era un tal Storni Lanteri, primo del arzobispo Storni que fue procesado por abuso”. Solo la última vez que cayó presa fue llevada frente a un juez de menores que la derivó a la comisaría de Laguna Paiva, y con el tiempo le otorgó la libertad con la promesa de volver a la escuela.
“Mi mamá buscó por cielo y tierra un abogado, no sé cómo le pagó, pero logró sacarme aduciendo que iba a perder el ciclo lectivo. Me anotaron en un colegio, tuve que cortarme el cabello, retroceder en mi construcción y tenía que llevar al juzgado la libreta todo el tiempo porque si no volvía a quedar detenida”, señala. Karla también fue detenida otras tantas veces durante los gobiernos constitucionales que siguieron. “Ibas a comprar al centro pero tenías que ir escondiéndote para no caer presa”, recuerda.
Noly y Karla se reconocen como sobrevivientes de un período que duró casi 30 años, y que se cobró la vida de muchas. Esas memorias hoy pujan por ser recuperadas y preservadas al calor de la tarea colectiva que significa construir un acervo histórico en donde las identidades disidentes de lo binario y heteronormal también sea incluidas en el pedido de memoria, verdad y justicia. “Nosotras pagamos con nuestras cuerpas por el simple hecho de no cumplir con el binomio mujer-hombre”, sentencia Karlita en su veredicto.
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En los papeles figura como María Noelia Trujillo, el nombre que eligió formalmente cuando el Estado argentino reconoció la identidad de género autopercibida. Pero todo el mundo la conoce como Noly, y ella hubiera preferido llamarse así también en el documento. “Noly viene de un apodo de chiquita, y lo adopté porque podía ser femenino como masculino, entonces me vino bien”, explica. Su tono de voz es tenue, habla pausada, como descubriendo pequeños y delicados tesoros.
Noly cuenta que se crió en el seno de una familia de clase media trabajadora, y que sus padres emigraron desde Laguna Paiva a Santa Fe en donde nació ella, la última de cuatro hermanas. “Mi papá era ferroviario, era maquinista y mi mamá se había recibido de maestra pero mi papá nunca la dejó ejercer. Era bastante machista, ella tenía que cuidar a sus hijos, pero igual fue una madraza maravillosa”. Cuando tenía 10 años, su mamá empezó a trabajar en la administración pública para ayudar en la economía familiar.
“En ese tiempo no había internet, no había cable, no había nada, los alquileres eran baratos, había un tocadiscos, un televisor. Mi papá era una persona muy inteligente, él había hecho hasta tercer año en la escuela industrial y tuvo que dejar para empezar a trabajar, a los 18 ya entró en los ferrocarriles, y su idea era que estudiemos, que tengamos una carrera”, rememora. Noly pudo terminar la escuela primaria y avanzar el secundario hasta tercer año cuando su vida social se terminó casi por completo por las burlas de sus compañeros.
“Ella me invita al cumpleaños y ahí me encontré con mi mundo. Empecé a conocer a todas las otras chicas y mi mamá me buscó por toda la ciudad porque desaparecí por tres días. No quería volver, había encontrado que era lo que me gustaba, lo que quería”
“Ya no quería ir a las excursiones, al club, a ningún lado, así que me refugiaba en mi casa, no tenía con quien hablar todo lo que me estaba pasando. De ahí nos mudamos, y una de mis hermanas, la que me seguía, era amiga de gente de gay y ahí fui conociendo por primera vez a alguien y dije ‘bueno no estoy sola en el mundo, no soy la única aberración de la naturaleza’ como en ese momento se creía y se decía”. En su primera detención por averiguación de antecedentes, conoció a una chica trans en el calabozo y allí pudo ponerle palabras a lo que sentía.
“Ella me invita al cumpleaños y ahí me encontré con mi mundo. Empecé a conocer a todas las otras chicas y mi mamá me buscó por toda la ciudad porque desaparecí por tres días. No quería volver, había encontrado que era lo que me gustaba, lo que quería”. Ahora el relato de Noly crece en intensidad. Algo de su semblante se altera al traer al presente imágenes vivas de un pasado que reivindica la potencia del deseo, aun cuando la condición de posibilidad para la vida se asemeje a un punto brillante en la noche oscura.
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Una multitud busca refugio a la sombra de una plaza que desborda de pibis. Putos, travestis, lesbianas, no binaries nos preparamos para marchar después de un año y medio en pandemia. Parece que estamos en pleno enero pero apenas es octubre y el calor es insoportable. A nadie le importa. Volvimos a la calle y estamos manijas por volver a abrazarnos, por saber qué fue de esa marica que siempre nos cruzábamos en las marchas, o que cómo anda la torta médica que no paró de atender consultas por WhatsApp mientras seguía cuidando a sus pacientes en la salita del barrio.
De pronto, un mensaje:
– ¿Marta dónde estás? Estamos acá en la plaza con las chicas del archivo.
Es Karla Ojeda. Para mí Karlita, con K. Junto a Marzia y Carolina se instalaron con un stand debajo de un árbol frondoso con remeras, tazas y pines del Archivo de la Memoria Trans de Santa Fe, al lado de las chicas de la coope. Son las guardianas de una historia que tiene su propia luz: “Buscamos traer al presente todas las violaciones a los derechos humanos que vivimos la colectiva travesti trans y desde ahí transitar políticamente el presente, con amor, con convicción”, me dice.
Es casi imposible pensar un momento de la militancia disidente de las últimas décadas en Rosario sin Karla; cada vez que habla se emociona y hace lagrimear a los auditorios que la siguen con atención. Pero no lo hace como una víctima, sino como una militante que aprendió a defender sus derechos a puro grito y taconeo. “Hay compañeras que nunca fueron nombradas ni reconocidas como ciudadanas y que no llegaron a ver la ley de identidad de género ni a ser reconocidas como sujetas de derecho”, insiste.
Karla habla de una memoria latente, que siempre estuvo ahí, esperando agazapada a que los tiempos mejoren para habitar un presente menos horroroso, aunque las deudas se multipliquen con el paso del tiempo. “Lo que cuenta Noly volvió a pasar desde el año 83’ en adelante, el abuso sistemático del Estado de una manera aberrante. Nos condenaban a tres meses, un mes, 15 días. Desde el año 95’ fue mermando hasta el 2004 cuando la matan a Sandra Cabrera. Eso fue hasta el 2010 que recién ahí obtuvimos la libertad de andar en la calle.”
En todo ese tiempo, Karla aprendió truques y manejes para zafar de la policía, conoció a Miguel, su gran amor, activó políticamente, viajó por el mundo, y cuando regresó al país volvió a militar enamorada del proyecto de Néstor y Cristina. También se animó a la maternidad y en los últimos años compartió ese amor que siempre tuvo por la mariconería con Agus, su hija adolescente que la acompaña en las marchas levantando bien alto la bandera del arcoíris. Aunque pase el tiempo, todavía conserva ese espíritu de rebelión que un día la vio salir del barrio La Carne y abrazarse a la lucha que también construyó una traviarca.
“En el año 94’ yo descubrí mi identidad. Cuando vos no tenés alguien en quien referenciarte, entonces yo me veía reflejada en mi vieja o mi hermana, y obviamente en mis compañeras que eran mujeres trans. Pero cuando descubro la verdadera identidad, que es la que llevo hoy y que es la que autopercibo y que siento, es cuando escucho a Lohana Berkins y dije: ‘esto es lo que soy’”.
“Nos condenaban a tres meses, un mes, 15 días. Desde el año 95’ fue mermando hasta el 2004 cuando la matan a Sandra Cabrera. Eso fue hasta el 2010 que recién ahí obtuvimos la libertad de andar en la calle.”
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– Hola nena, soy Carla ¿cómo te llamas vos?
– Noly
Carla, con C, toma el papel celofán de un paquete de cigarrillos y envuelve cuidadosamente una cadenita de oro y un anillo
– Tomá, guardamelo, después lo voy a mandar a buscar a así no me lo sacan los milicos
Ahora estamos en 1979, probablemente en la comisaría segunda de la ciudad de Santa Fe a donde la policía encarcelaba a las travestis amparados en el artículo 93 del Código de Faltas de la provincia que penalizaba el “travestismo”. Noly cuenta que después de ese encuentro surgió una amistad de muchos años. “Me invitó a su casa y de ahí nos hicimos amigas. Para ella la felicidad total era festejar su cumpleaños cada año, invitaba a todas. Falleció hace dos años, y tenía un concepto de amistad muy grande, era una gran compañera”.
“Hay algo que tenemos que remarcar muy puntualmente y es que mientras las estadísticas en el promedio de vida de las compañeras no cambie, no cambió absolutamente nada”
La evocación de un tiempo feliz regado con gotitas del espanto parece no haber endurecido el corazón de Noly. “A pesar de mis problemas de salud yo tengo que seguir, no por mí, por las que no pudieron”, exclama. Karla tampoco guarda rencores más allá de las magulladuras que su cuerpo aloja como testigo de la violencia institucional. “Hay algo que tenemos que remarcar muy puntualmente y es que mientras las estadísticas en el promedio de vida de las compañeras no cambie, no cambió absolutamente nada”, vuelve a sentenciar.
Por eso insiste en la necesidad de seguir militando políticamente para sostener las conquistas en un presente donde el discurso TERF (feminismo trans excluyente) gana terreno y se materializa en el oportunismo político de Granatas y Losadas. “Los avances han sido importantísimos, pero no representan la solución total de los problemas para la colectiva”. Noly acuerda y recuerda que “por ejemplo, la ley de identidad de género se cumple a medias y en algunos lugares con el cupo laboral también hay un desfasaje”.
Si hablamos de deudas personales, la Trujillo dice que no tiene asignaturas pendientes aunque piensa que le hubiera gustado estudiar psicología. Alguna vez soñó con la maternidad pero era la época en que la justicia transodiante le había quitado los hijos a Mariela Muñoz y tuvo miedo. Después, durante muchos años se dedicó a trabajar en cabarets haciendo shows para evitar las continuas detenciones. “El show, el escenario me gustaba. Me hubiese gustado tener las puertas más abiertas para poder hacer algo más revisteril, ser vedette.”
Karla piensa que si la hubieran dejado terminar el secundario cuando era adolescente hoy sería una trabajadora social. Dice que a los 14 años dejó la escuela hastiada de los chonguitos que la acosaban y de los profesores que le decían como tenía que ir vestida. “Mi pa me decía ‘no podés usar ese pantalón’, y yo ‘lo voy a usar igual’ era una forma de ir en contra de la imposiciones, pero me ganó la escuela, me ganó el bullyng, de hacerme sentir mal a tal punto de dejar la escuela.”
Karla piensa que si la hubieran dejado terminar el secundario cuando era adolescente hoy sería una trabajadora social. Dice que a los 14 años dejó la escuela hastiada de los chonguitos que la acosaban y de los profesores que le decían como tenía que ir vestida.
Al final del día, las historias de Noly y Karla se entrelazan; construyen un puente entre dos generaciones y guarecen en sus pieles a todas las chicas que no llegaron a ver este presente cargado de futuros y sospechas. También refugian a les pibis que saben que sin memoria no hay presente y que ninguna batalla estará ganada del todo hasta que no se haya hecho justicia por la última compañera.