Por primera vez en Rosario existe un espacio físico para que mujeres presas puedan realizar las tareas de pre-egreso, antes de cumplir la condena. Se trata de la casa que lleva el nombre de Cristina Vazquez y que fue inaugurada por la ONG Mujeres tras las Rejas y la Asociación de Pensamiento Penal. Hoy funciona como Centro de Día, espacio de escucha, acompañamiento y capacitación laboral para mujeres detenidas y el núcleo familiar que también está atravesado por el sistema punitivo.
-Al sistema penitenciario lo sostienen las mujeres
La frase de Graciela Rojas traspasa los muros de los distintos penales penitenciarios donde se aguarda la requisa para ingresar al penal. Es que, en su mayoría, las que esperan son mujeres.
Madres, novias, cuñadas, suegras, abuelas, hermanas. En la cárcel donde se alojan varones, la fila de ingreso es evidente. “Cuando una mujer es tomada por el sistema punitivo, ese grupo familiar que se desintegra recae siempre sobre el cuerpo de otra mujer, y cuando el que está preso es un varón también”, dice Graciela Rojas, co-autora del libro Nadie las visita, una investigación teórica-práctica sobre la invisibilización y las múltiples violencias que padece el encarcelamiento femenino.
Pero a las mujeres privadas de libertad, dice Graciela, casi nadie las visita. Y no se refiere solo al núcleo familiar que, en su mayoría, también está integrado por otras mujeres tan vulneradas como las que están en prisión. Le habla directamente al Estado y al poder judicial y pone de ejemplo el nuevo Complejo Penitenciario adonde fue trasladada la antigua Unidad 5 de Mujeres. “No se construyó pensando en las necesidades del encierro femenino”. En esa mole de cemento donde se prioriza la “máxima seguridad”, la perspectiva de género es inexistente. “¿Cómo imaginaron que esas celdas pudieran ser habitadas por mujeres y niñxs?. No tienen un bidet. No hay espacio para la escolaridad ni para el puerperio. La población carcelaria de mujeres ha crecido de acuerdo al nivel de la pobreza y el narcomenudeo donde los últimos eslabones son casi siempre mujeres del norte santafesino. A ellas no las visitan la familia, ni los defensores, ni la salud, ni la cultura”, refuerza la fundadora de la ONG Mujeres tras las rejas.
Hace quince años atrás, Graciela y otras compañeras se propusieron fundar una organización que pudiera acompañar y también visibilizar y denunciar la situación de las mujeres presas. Entre los objetivos a largo plazo de “Mujeres tras las Rejas” estaba el de construir una casa de pre-egreso para quienes estén por cumplir su condena. Lo soñaron y lo imaginaron. “Era una utopía” dice hoy Graciela cuando mira hacia la ventana y todo es sol iluminando uno de los salones de la casa “Cristina Vazquez” inaugurada hace solo 10 meses. Junto a la Asociación de Pensamiento Penal concretaron aquel sueño. En marzo de este año abrieron la casa, que funciona en calle Tucumán al 2600, para las mujeres presas y todo su entorno femenino: es un lugar que las espera, las abraza y las acompaña dicen las integrantes de ambas organizaciones. Tan vital como eso.
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Faltan solo tres días para el cierre de talleres y la casa tiene movimiento. En otra habitación, Areli dicta la clase del taller de reparación de bici para un grupo de seis mujeres que hace una hora llegaron del Complejo Penitenciario. En un rato deberán regresar al penal ubicado en 27 de Febrero al 7500. Tienen casi una hora de viaje en colectivo y las acompaña Carmen, la encargada de ir a buscarlas y firmar -bajo responsabilidad de la ong- la tuición del pre-egreso. Dice Graciela que por primera vez la provincia de Santa Fe cuenta con un lugar donde las mujeres pueden acceder a un derecho que está contemplado en la Ley de Ejecución Penal: la salida de pre-egreso. Es que más allá de lo que diga la legislación, en los hechos nunca existió un espacio físico para garantizar esta instancia tan fundamental previa a la libertad. Al menos no para las mujeres.
“Muchas salían bajo la modalidad de salvocumplida, que es cuando ya cumplieron su pena porque antes no tenían ningún lugar donde poder hacer el pre – egreso. Esto nos pareció siempre injusto porque es una de las desigualdades con respecto al encarcelamiento femenino”, dice Graciela Rojas.
Abrir este espacio significó asumir un desafío económico pero eso no fue impedimento para empezar a construir un lugar donde cada vez hay más propuestas culturales y de capacitación laboral. “Fue una patriada y le pusimos ímpetu y esfuerzo”. El primer taller fue el de comunicación, un espacio donde lo fundamental es que la palabra de las chicas pueda circular. Después, las propuestas se multiplicaron: hoy en la Casa hay talleres de cerámica, reparación de bici, identidad laboral, comunicación y el de confección de toallitas ecológicas que derivó en la conformación de un grupo de 5 mujeres -excarceladas y familiares- con el objetivo de conformarse en una cooperativa o emprendimiento productivo. La casa también contempla un espacio de juego para las niñeces. “Es muy difícil que tengan alguien que se quede a cargo de les hijes, muchas vienen con ellxs, pero con el tiempo también algunas mamás van priorizando este espacio para ellas y entonces comenzaron a venir solas”, cuenta Graciela. El espacio de identidad laboral que se realiza los días viernes es sumamente interesante: allí las chicas aprenden a confeccionar su propio currículum vitae pero -sobretodo- a reconocer qué oficios o en qué áreas les gustaría poder trabajar o estudiar. Se trata básicamente de reforzar los saberes, la singularidad, el deseo: lo que se anula de manera sistemática cada vez que se ingresa a una institución total como es la cárcel.
Otra novedad es el taller de bici: Areli -que tiene una bicicletería y se dedica a la reparación- es quien capacita a las chicas desde el mes de octubre. El grupo se está consolidando y se nota el entusiasmo: para Adriana es un espacio no solo de aprendizaje, sino de encuentro con otras personas. “La salida transitoria no es lo mismo, acá venimos a aprender, a conocer gente nueva. Es un día más de salida de la Unidad”. Algo parecido dice Patricia que se integró al taller sin tener ningún tipo de conocimiento. “Hace seis años que estoy presa y ahora estoy esperando la condicional. Ya falta poco”.
“En el taller empezamos con lo básico que es el reconocimiento de las herramientas. Desarmamos partes de bici y hacemos algunos arreglos y reparaciones. Las chicas están motivadas, con ganas de aprender. Además, es un oficio que siempre lo hacen varones, es muy bueno poder enseñarle a las mujeres y más a ellas que quizá lo puedan necesitar” dice Areli. Desde la ONG están intentando que el programa municipal “Mi bici tu bici” pueda incorporar a algunas de ellas y así garantizar una posible salida laboral.
Es que pensar en una proyección de trabajo post-encierro es la clave. “Siempre trabajamos dentro de la cárcel pero nos preguntábamos qué pasa después, cuando una mujer recupera su libertad”, señala Carmen. Allí aparece un enorme mar de interrogantes: porque las posibilidades laborales son escasas, porque siempre pesa el estigma, porque la criminalización de las trayectorias vitales de las mujeres es visible, porque no hay acompañamiento estatal. Para Graciela “todo cambiaría si hubiera políticas pública que se ocupen del egreso. Pero nadie focaliza en la población de mujeres presas porque siempre dicen que son pocas en comparación con los varones. Una vez, una chica me dijo: “si antes no me daban trabajo con 4 hijos, después de estar en la cárcel mucho menos”.
Carmen menciona a Rocío: su nombre aparece cuando intenta sumar un ejemplo de cómo cambia la actitud en las chicas cuando hay un espacio que las empodera, que revaloriza la propia identidad, que potencia el deseo: “Ella viene al taller de bici con su hijo. Hace 3 años que recuperó su libertad. Cuando abrió la casa su actitud era otra, no participaba, estaba con la cabeza gacha. Ahora tendrías que verla…”, dice Carmen: “participa y ya puede poner en palabras lo que le pasa”. También cuentan de la experiencia en la Alcaidía de Melincue donde la ONG realiza un taller de comunicación virtual debido a la pandemia. Allí conocieron a una joven presa de 19 años que escribe rap y que, con la colaboración del escritor Silvio Santos, hoy está a punto de editar su primer poemario de canciones que más adelante, sueña con poder grabar.
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En octubre de este año, el Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de Santa Fe le propuso a Mujeres tras las Rejas y APP iniciar una prueba piloto de 3 meses para constituirse en Centro de Día. De esta manera, y tras la firma del convenio, en la casa Cristina Vazquez comenzó a funcionar “Abre”, un espacio interdisciplinario integrado por una abogada, una psicóloga, una técnica en minoridad y familia y una música. “Conformamos una estructura de acompañamiento porque sabemos que lo primordial es tejer las redes de sostén”.
Cuando ella salió de la cárcel se encontró con una realidad y una sociedad totalmente hostil. Por eso, en la figura de Cristina Vazquez ensamblamos a una cantidad de otras mujeres que pasaron por lo mismo.
Ese acompañamiento, o esa contención, es la que no tuvo la mujer misionera Cristina Vazquez después de estar 11 años presa por un delito que nunca cometió. La condenaron sin pruebas y sin testigos a un encierro totalmente injusto, basado en estereotipos de género y rumores de barrio. Fueron las abogadas de la Asociación de Pensamiento Penal quienes lograron que Cristina finalmente fuera absuelta por la Corte Suprema de Justicia. Pero luego, en libertad, el Estado, que primero la criminalizó, después la abandonó al no ofrecerle ningún tipo de red social, contención y espacio laboral. Cristina fue encontrada sin vida el 26 de agosto de 2020 en su casa de la localidad de Posadas, provincia de Misiones. Sus amigas escribieron una carta cuando se cumplió un año de su muerte. Allí decían: “Queremos que este dolor se transforme en hechos concretos, en cambios, en posibilidades. Cristina ya no está, pero hay muchas y muchos como ella que están esperando por su causa, que necesitan acompañamiento al salir, que sufren en sus cuerpos la injusticia de este sistema judicial”.
“Cuando ella salió de la cárcel se encontró con una realidad y una sociedad totalmente hostil. Por eso, en la figura de Cristina Vazquez ensamblamos a una cantidad de otras mujeres que pasaron por lo mismo. Ha habido chicas que se han suicidado y no entran en ninguna estadística. La casa podría haberse llamado Pamela, Josefina, o tantos otros nombres que representan la injusticia, el doble castigo que pesa sobre una mujer”, señala Graciela.
Pensar en el después. En la libertad y en la hostilidad. En la ausencia de oportunidades laborales que tantas veces recae en una reincidencia. Graciela se enoja cuando piensa en la receta punitivista que los gobiernos aplican como única respuesta: más cárceles, más encierro. “¿Por qué no construyen escuelas, espacios de capacitación laboral? Piensan solo en castigar”, dice.
Por eso la casa es un camino que abre, que abraza y acompaña. Que tiene vida y color: que espera. La primera en llegar fue Eli que, después de 18 años de estar en prisión ya cuenta con 36 horas de salida transitoria bajo palabra. Eli es una de las integrantes estable del histórico taller de radio que realiza Mujeres tras las Rejas junto a Aire Libre Radio Comunitaria. “El día que llegó también estaba Andre que es el operador de la radio, por primera vez se encontraban afuera de la cárcel, fue una gran emoción”. Es que muchas veces las chicas no tienen donde ir, donde recurrir, donde poder cumplir con sus tareas de pre-egreso. Si no hay red familiar y un Estado que garantice un espacio físico, la realidad es que muchas no tienen opción. En Santa Fe, por primera vez, hay una posibilidad concreta para que ese derecho no siga vulnerándose: es la Casa que trae a la memoria a Cristina Vasquez y, en su nombre, a tantas otras.