En uno de los tantos hechos de violencia que atraviesan a la ciudad, llamó la atención que uno de los acusados de haber empuñado el arma no tenía la posibilidad de escribir ni su propio nombre. Jóvenes, muchos de ellos de los barrios populares, abandonan el camino de la educación formal y encuentran en el negocio de la violencia un camino que solo tiene dos destinos: la cárcel o la muerte. ¿Cómo se vinculan la interrupción en los trayectos escolares con la resolución violenta de los conflictos? ¿Existe en la ciudad una gran cantidad de personas que no tiene la capacidad de leer ni escribir? ¿Cuál es el verdadero potencial que tiene la lectoescritura como vehículo que forja otros destinos posibles?
Fotos: Alfabetización Santa Fe
“Siempre fracasando, hoy gané”
Iván Galarza del libro Entre mandarinas y tumbas
Un relevamiento realizado hace tres años atrás en la Unidad penitenciaria Nº 6 evidenció que el 90% de los internos tenían como máximo estudio alcanzado la escuela primaria y que, de ese total, el 50% apenas habían llegado hasta cuarto grado. Estas cifras albergan cientos de historias de pibes que llegan a una instancia de encierro, luego de tomar una serie de decisiones equivocadas para su vida, sin haber incorporado los saberes necesarios que le permitan aprender a leer o escribir. “El que no es analfabeto, no tiene compresión de textos”, asegura Guillermo Cabruja, coordinador del espacio Alfabetización Santa Fe que desde hace nueve años lleva adelante talleres de alfabetización y literatura dentro del complejo penitenciario ubicado en la zona sur y también en veinte barrios populares de la ciudad. Cabruja junto con un grupo de voluntarios y voluntarias promueven los saberes básicos de la lengua con el objetivo de brindarles nuevas herramientas a toda una población que, por diferentes motivos estructurales, no han podido completar sus estudios y en muchas ocasiones termina siendo esa la principal limitación para pensar en un proyecto de vida que le permita torcer un destino signado por las necesidades básicas irresueltas.
«La persona que no sabe leer ni escribir no genera historia, porque no la puede documentar. Siempre piensa sobre algo nuevo”, reflexiona Cabruja y asegura que cuando se lee se tiene la posibilidad de incorporar nuevos conceptos e ideas, pero la persona que es analfabeta solo los incorpora por medio de la oralidad. “Y la palabra limitada, en un entorno limitado, va dejando lugar a que aparezca un nuevo lenguaje mucho más reducido”, asegura.
Para el referente de Alfabetización Santa Fe, la imposibilidad de tener un manejo fluido del lenguaje conforma una forma de violencia, porque «no se puede resolver un conflicto si no te podés hacer entender. Entonces, ¿cómo te haces entender sin la palabra y teniendo todas las herramientas de la violencia a mano?”. La respuesta a esa pregunta podría encontrarse en los altos índices de muertes violentas que llenan las páginas de los periódicos de la ciudad. De hecho, en uno de esos casos ocurridos en el último tiempo, llamó la atención de la opinión pública que uno de los jóvenes implicados no tenía ni la posibilidad de escribir su propio nombre. Para Cabruja no se trata de un hecho aislado ya que asegura que existen en la ciudad casi 30.000 personas que no saben leer ni escribir. Una cifra que está estrictamente vinculada con las zonas más vulnerables, donde garantizar derechos básicos es un hecho que viene sufriendo diferentes afrontas y donde la pandemia no hizo más que acrecentar necesidades. «Se van desgranando del sistema de educación, público o privado, y van cayendo en otros. Por eso, cuando se dice que están afuera del sistema no es así; están en otro sistema. Que no sepamos, o que no se lo tenga detectado, eso es otra cosa. Pero forman parte del sistema de personas carentes de derechos que deben generar otros recursos para sobrevivir», afirma Cabruja.
Alfabetizar es vincularse
El numeroso grupo de voluntarios y voluntarias que conforman el espacio de Alfabetización Santa Fe cada semana asiste a los diferentes centros barriales y a la Unidad Nº 6 con la misión de compartir nuevos saberes, pero llevando también la premisa del vínculo como una condición sine qua non que va de la mano con la tarea de enseñar. «Lo que alfabetiza es el vínculo”, no tiene dudas respecto a esto Cabruja, quien siempre recomienda a los que se incorporan al equipo que deben propiciar el encuentro y una escucha activa. “Siempre les aconsejo a las y los voluntarios nuevos que cuando la persona empieza a hablar, el sujeto de derecho al cual vamos a alfabetizar y del que también vamos a aprender mucho, uno se tiene que callar. Porque lo que te va a decir es un acto de confianza, te va a contar algo que para él o ella es muy importante. A lo mejor es algo relacionado con su familia o sobre un problema de salud, pero ese es el momento en el que tenés que callarte y generar ese silencio que permita que la otra persona se exprese. Ahí se produce el intercambio”, asegura Cabruja, quien agrega que de esa manera logran “mimetizarse” con ese otro u otra y forman parte de un “encuentro virtuoso”.
De las habituales visitas que el grupo de Alfabetización Santa Fe realiza a los pabellones de la Unidad Nº 6, los voluntarios y voluntarias suelen regresar con las historias que los internos les comparten y que se plasman en las producciones literarias que emergen de los talleres. En el último tiempo, Cabruja reconoce que un matiz de “angustia y dolor” atraviesa a muchas de esas historias porque la pérdida de alguna persona cercana en manos de la violencia constituye un tema que lamentablemente es recurrente. «A veces no podemos alfabetizar porque te empiezan a contar que le mataron a un familiar”, aclara Cabruja mientras intenta explicarse con una aproximación matemática elaborada en el momento: “Calculemos que en Rosario existen entre 3.500 y 4.000 presos y en los últimos diez años hemos tenido, en promedio, una muerte por día. Eso suma una cantidad de, más o menos, 3.600 muertes a causa de la violencia”. Siguiendo con este razonamiento, concluye que en la ciudad existen casi tantos detenidos como personas que perdieron la vida por las mismas razones que llevaron a muchos a estar tras las rejas. Por lo que Cabruja concluye que existe una gran cantidad de familias en los barrios populares que “están atravesadas transversalmente por la violencia que estamos sufriendo”.
Existen en la ciudad casi 30.000 personas que no saben leer ni escribir. Una cifra que está estrictamente vinculada con las zonas más vulnerables.
En este punto, el referente de Alfabetización Santa Fe reconoce que existen políticas sociales que intentan aminorar el incremento de estas cifras, pero también asegura que existe una falta de “criterio comunitario” a la hora de pensar en soluciones estructurales para esta problemática.
«Actuamos individualmente y no existe un salvémonos todos juntos”, explica Cabruja. “Vamos al barrio, generamos una acción y nos vamos. Y ahí se vincula todo más con la satisfacción personal. Pero el compromiso comunitario con el otro y generar acciones que provoquen organización, saltos cualitativos y cuantitativos de las personas que viven en esas situaciones es muy difícil de lograr porque estamos inmersos (como sociedad) en prácticas liberales”, agrega.
Escribir una historia distinta en el afuera
En el año 2016, el trabajo del equipo de Alfabetización Santa Fe se materializó en la publicación del libro Entre mandarinas y tumbas, una antología de poesías y relatos elaborados en los encuentros que el taller realiza en la Unidad Nº 6 y que llegó a ser enviado como regalo a Fidel Castro, con motivo de su cumpleaños número 90.
“Un joven de 18 a 35 años que no sabe leer ni escribir tiene muy comprometida sus posibilidades de tener una familia, un trabajo, educar a sus hijos y vivir en paz”, asegura el prólogo de la publicación que contiene los escritos de nueve internos, de los cuales cuatro aprendieron a leer y escribir gracias al trabajo de los voluntarios y voluntarias.
Uno de esos alfabetizados es Raúl Ledesma, que recuperó la libertad hace dos años y se instaló con su familia en el barrio La Antena, en la zona noroeste de la ciudad, desde donde se encarga de compartir su historia con los más jóvenes e incentiva a continuar con los estudios, con la intención de que nadie cometa los mismos errores que lo llevaron a él a estar 14 años detenido.
“Raúl aprendió a leer y escribir con nosotros y se motivó para ayudar a otros muchachos que salieron en libertad”, explica Cabruja que mantiene el contacto con Ledesma e intenta brindarle, en la medida de lo posible, herramientas que le permitan abrirse camino en esta nueva etapa de la vida que le toca afrontar.
«En el 2015, cuando fueron ellos, me invitaron para ir a estudiar y le metí toda la onda para salir adelante», cuenta Ledesma que responde sus mensajes de WhatsApp con un audio, pero cuenta con orgullo que ahora los puede leer por sí solo y, si es necesario, puede responder por escrito. Al momento de comunicarse con Enredando, Ledesma estaba terminando su jornada laboral como albañil, oficio en el que se desempeña actualmente, pero se reconoce apto para realizar cualquier tipo de tarea con tal de poder brindarle un futuro distinto a su esposa y cuatro hijos con los que convive. «Vivo día a día y no tengo los lujos que tenía antes”, asegura. “Antes” para Ledesma forma parte de un pasado del que quiere desprenderse para poder escribir una nueva historia hoy a sus 49 años. “Me conozco casi toda la Argentina y vivía en una casa en los country de Funes. Ahora, tengo una casilla de 4 x 5 donde vivimos seis, pero siempre digo que sigo siendo millonario, porque tengo una familia que me apoya y estoy muy contento con lo que tengo”, asegura.
Atrás quedaron los tiempos en que una causa por robo calificado lo privó de estar más de una década lejos de sus seres queridos y fue durante su estadía en la Unidad Nº 6 donde decidió dar un giro en su trayecto de vida que le permitiera tener otra realidad una vez cumplida su condena. «Me quería preparar para cuando saliera en libertad”, cuenta Ledesma y reconoce que a partir de haberse alfabetizado se modificó su vocabulario y el trato con los demás. “Pude expresar cosas que antes no podía o completar un papel para conseguir un trabajo. Muchas veces me estafaron porque firmé papeles sin poder leerlos y, hoy en día, antes de hacer algo, leo todo”, dice Ledesma y no duda en calificar que se trató de un acto que lo “liberó mucho”.
Antes de recuperar su libertad definitiva, el ex interno de la Unidad Nº 6 recuerda que pudo experimentar otro tipo de liberación cuando tuvo a su disposición las vocales y consonantes para poder expresar aquello que sentía. Los primeros escritos de Ledesma se volcaron más hacia la poesía, dando lugar a la aparición de palabras como amor o perdón. “Sobre todo perdón por las cosas que hice», explica.
«La persona que no sabe leer ni escribir no genera historia, porque no la puede documentar. Siempre piensa sobre algo nuevo”
Poder disfrutar de su intimidad intercambiando cartas con su familia sin tener la necesidad de que otra persona se las lea o, ahora que desarrolla su vida en el afuera, tener una mejor comprensión de la vía pública mediante la lectura de los carteles que ya no representan una maraña de signos ininteligibles, son algunas de las ventajas que Ledesma destaca como modificaciones concretas que cambiaron su forma de ver el mundo. «Cada dos por tres, hasta me compro el diario o agarro algún libro», comparte con satisfacción.
«Me interesan las noticias deportivas, los clasificados de trabajo, la sección de compra y venta y los policiales”, detalla Ledesma con respecto a sus lecturas de los diarios, aunque reconoce que la sección de policiales trata de verla con menor periodicidad para no angustiarse por la cantidad de hechos violentos que tienen como resolución la muerte de pibes y pibas en algún barrio popular de la ciudad.
«Hoy en día está todo muy jodido. La calle está siempre igual, pero las personas están jodidas”, asegura Ledesma acerca de este presente. Reconoce haber andado “a todo ritmo” en la calle y sin pensar que sería de él en un futuro, como algunas de las razones que lo llevaron a estar tras las rejas. “Creo que el que realmente quiere cambiar lo puede hacer, pero tiene que surgir de la persona. Yo pasé por muchas cosas y sin embargo busqué un cambio”, asegura.
Nunca bajar los brazos
En el derrotero por el que le tocó atravesar, Ledesma recuerda no haber tenido un entorno familiar que lo incentivara a continuar con sus estudios y así poder forjarse otras posibilidades de futuro. “Mis padres tenían otra conducta y manera de manejarse que yo no quiero tener con mis hijos”, explica y asegura que fue necesario “cortar esa cadena» y definitivamente la cortó. Uno de los incentivos que lo moviliza a buscar cada mañana una nueva oportunidad es la necesidad de poder brindarle un entorno diferente a su familia. “No me gustaría ver a mis hijos atrás de una reja. Por suerte, ellos van todos a la escuela y me preocupo para que no dejen de leer ni de escribir. Trato de esforzarme para que estudien y sean el día de mañana algo en la vida”, comparte y dice que aprende también mucho de ellos. “No es que la tengo clara, pero puedo compartir con otra gente que se puede salir adelante si uno nunca baja los brazos».
Ledesma estuvo alojado en diferentes unidades penitenciarias y recuerda las primeras sensaciones cuando recuperó definitivamente la libertad: “Fue muy raro, porque de alguna manera te acostumbras a estar adentro”. En ese transitar diferente destaca el acompañamiento que tuvo de parte de las y los integrantes de Alfabetización Santa Fe. “Al poco tiempo de haber salido, un incendio en mi casa me destruyó casi todo lo que teníamos, pero salimos adelante golpeando puertas y recibiendo la ayuda de Guillermo (Cabruja) y su gente”, cuenta Ledesma.
«Son muchachos que si no tienen un laburo vuelven a caer”, asegura Cabruja en este punto y comparte que tienen presentado un proyecto de ordenanza para crear una dependencia municipal de acompañamiento para quienes recuperan la libertad. “Creemos que la Municipalidad se tiene que hacer cargo de reencausar a los liberados, porque son personas de la ciudad. Es necesario fortalecer instancias y promover emprendimientos donde los jóvenes que cumplen su condena no tengan la necesidad de reincidir», explica el referente de Alfabetización Santa Fe.
La imposibilidad de tener un manejo fluido del lenguaje conforma una forma de violencia, porque «no se puede resolver un conflicto si no te podés hacer entender»
«Hay que laburar mucho con el orgullo propio, pero la respuesta es siempre positiva. Mi familia está muy contenta con todo lo que aprendí y con lo que estoy haciendo», afirma Ledesma que tiene como objetivo conseguirse una hormigonera para poder hacer sus propios trabajos de albañilería y hasta proyecta en algún momento poder tener un horno industrial que le permita llevar adelante un emprendimiento gastronómico, junto con su esposa.
«Si querés ver a tu familia bien, tenés que cambiar. El mejor tratamiento es uno mismo y poner mucho esfuerzo y corazón”, concluye Ledesma y repite, casi como un mantra, que se requiere “nunca bajar los brazos».