Entendida como una necesidad básica fundamental, la alimentación en la actualidad atraviesa otro tipo de discusiones acerca de su conformación como un elemento de cambio a nivel global, de cara al sostenimiento de los bienes naturales. ¿Alimentarse constituye también un elemento de acción política? Si comer es un acto individual, e interpretamos lo personal como político, ¿se puede pensar, en este contexto pandémico, que la elección acerca de cuáles alimentos llevar a nuestra mesa tiene consecuencias en lo colectivo? Son algunos de los planteos que dispararon esta serie de entrevistas donde afloran diferentes posturas y también nuevos interrogantes acerca de las corrientes que hoy conforman el mundo de la alimentación.
Foto de portada: Unión Vegana Argentina
Alimentarse es un derecho humano contemplado por legislaciones internacionales y al que en nuestro país lamentablemente no es tan fácil acceder. Si bien la pandemia activó mecanismo desde el Estado para la asistencia, preferencialmente, de aquellos sectores que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza, también fueron necesarios permanentes acuerdos para mantener a raya el precio de muchos alimentos que conforman la canasta básica. Hasta se tejieron redes de solidaridad entre vecinos y vecinas de los barrios más vulnerados para que todos pudieran contar con un plato de comida.
En este contexto, también emergen diferentes voces que proponen realizar una elección a conciencia acerca de cuáles alimentos llevar a la mesa. Bajo la mirada proteccionista de los animales y basada en una sustentabilidad del medio ambiente se pone al consumo de carne, entre otras cuestiones, en el eje de la discusión. Se abren numerosos debates acerca de su real implicancia en lo que tradicionalmente se conocía como una dieta adecuada para un crecimiento saludable. Categorías como vegetarianos, veganos o flexitarianos empiezan a circular entre los diversos grupos sociales con distintos niveles de impacto y hasta llegan a poner en jaque decisiones que tienen relevancia para el desarrollo de nuestra economía, como sucedió con el acuerdo porcino con China. ¿Cuáles son las razones para sostener un discurso proteccionista de los animales en este contexto de pandemia? ¿es una tendencia que solo abarca a un sector muy minoritario de nuestra población? ¿nuestra realidad socioeconómica da lugar a este tipo de debates? ¿se trata de una mirada más vinculada a los cuidados individuales o constituye una práctica de impacto colectivo? ¿es posible modificar usos y costumbres tan arraigados en nuestra idiosincrasia, como es el rito de comer carne? ¿es necesario un cambio radical en nuestra alimentación o solo una concientización responsable del consumo de determinados recursos?
***
El 25 de noviembre del año pasado Alberto Fernández recibió en la Casa Rosada al presidente de la Unión Vegana Argentina (UVA), Manuel Martí, y a la modelo Liz Solari. Además de la simbólica foto, el objetivo de los referentes de UVA fue hacerle llegar al primer mandatario las 500 mil firmas que expresaban un rechazo al posible acuerdo con China para la instalación en el país de mega factorías porcinas. Si bien el activismo vinculado a la sustentabilidad y la protección de los animales viene tomando cada vez mayor relevancia, fue una de las primeras veces que el tema ingresó de lleno en la agenda pública.
La Unión Vegetariana Argentina es una agrupación que tiene más de veinte años de existencia en el país, ya que fue fundada el 19 de mayo del 2000. En los últimos años modificó su denominación y se convirtió en la Unión Vegana Argentina (UVA), debido a la mayor aceptación que tiene esta práctica y para representar a la gran cantidad de personas que optan por eliminar de su vida cotidiana todo tipo de producto derivado de los animales.
Según un estudio realizado en julio del año 2020 por la consultora Kantar y difundido por UVA desde su página web, en nuestro país existen unas cinco millones de personas que sostienen una alimentación más ligada a las frutas y verduras. En esa porción de la población, que representa un 12% del país y donde se observa una mayor recepción en las generaciones más jóvenes, están contemplados aquellos que tienen una estricta dieta más vinculada al veganismo, pero también quienes incorporan lácteos y otros derivados de animales. No se tienen en cuenta en este muestreo a quienes han reducido considerablemente su consumo de carne sin eliminarla del todo de sus comidas, categoría que se conoce como flexitarianos.
Según sostuvo en una entrevista radial el presidente de UVA, Manuel Martí, , es importante aclarar que el veganismo va más allá de una cuestión de alimentación, es “una posición ética de respeto hacia todos los animales. Por eso, rechaza su uso y explotación para cualquier fin”. De acuerdo con su postura, los animales “merecen respeto porque son seres que sienten y tienen consciencia”. En la misma entrevista, Martí, asegura que la “industria de la carne es la mayor responsable del cambio climático” por la generación de gases contaminantes que se liberan al medio ambiente y se apoya en un informe denominado La larga sombra del ganado que fue difundido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés). Finalmente, Martí analiza los recursos naturales que son necesarios para el sostenimiento de la producción del ganado vacuno y no duda en calificar como revolucionaria la opción por una alimentación que no contemple la matanza de animales. “Desde la cocina de tu casa podés cambiar el futuro del planeta”, asegura.
Ser o no ser ¿esa es la cuestión?
Si bien la decisión de qué comer puede considerarse una cuestión de privilegio desde el punto de vista económico, también involucra aspectos que van desde lo cultural hasta lo educativo. El hecho de pensarse como un consumidor consciente es una opción que hoy contempla, en algunos casos, una cosmovisión del funcionamiento del planeta y la posibilidad de que las generaciones futuras también van a poder disfrutar de los mismos recursos naturales que hoy disponemos. En este punto, se suma al análisis un presente de pandemia que está haciendo mella en las desigualdades a nivel mundial y, en particular, en Argentina ahondó las necesidades básicas de un sector muy importante de la población.
Algunas de las personas que eligen el camino de una alimentación que no tiene en cuenta el consumo de carne, también se vuelcan a la búsqueda de productos más relacionados con la producción orgánica y manufacturados por pequeños productores. Aseguran que han reducido los costos que antes destinaban a una alimentación más vinculada a lo que se conoce como alimentos industrializados. Sin embargo, las grandes empresas alimenticias, que también ven en este tipo de personas un nuevo nicho a explorar, hoy ofrecen toda una gama de opciones más relacionadas con una alimentación consciente y no es tan difícil encontrar góndolas en las cadenas de los supermercados destinadas exclusivamente a este tipo de productos y, en ese caso, los costos ya no son tan accesibles.
El precio de la canasta básica de alimentos para una familia muchas veces es el primer escollo que los consumidores deben atravesar para luego pensar en cuáles son las calidades de los productos que se adquieren o el lugar que ocupa en su mesa el compromiso con el medio ambiente. En esta mirada más cercana al presente económico y la producción, el periodista Lucas Paulinovich viene siguiendo de cerca el tema de las exportaciones de carne y las posibilidades a futuro del actual modelo agroeconómico a través de una serie de notas.
«La cuestión ambiental para Argentina es clave, pero hay que pensarla dentro de un desarrollo estratégico para un sector y no solamente como una cuestión de debate ideológico», explicó Paulinovich en diálogo con Enredando, respecto al rechazo que tuvo el posible acuerdo porcino con China en las agrupaciones más vinculadas al ambientalismo. «Está muy simplificada la discusión porque se la plantea en términos de un consumidor específico, alguien de clase media que vive en una ciudad donde puede elegir qué y cómo comer, pero no sé si el mundo se está preguntando sobre la necesidad de abandonar la carne”, aseguró.
Para Paulinovich el posicionamiento respecto a estos acuerdos no puede desprenderse de una mirada geopolítica mundial y de las problemáticas concretas que hoy tiene nuestra economía. Sostuvo que se trata muchas veces de un prejuicio pensar que los productores agropecuarios no están interesados en las injerencias del impacto ambiental. «Cuanto más se deteriora el ambiente, menos rentabilidad tienen. Por lo tanto, hasta en el sentido más mezquino les importa el daño al medio ambiente”, explicó. Y agregó que es conocido en el ámbito de la producción agropecuaria la dependencia de tres factores que son de igual relevancia: las políticas públicas, las decisiones del productor y el factor climático.
«Si vamos a discutir filosóficamente la tendencia del ser humano al aniquilamiento del resto de los seres vivos es un plano donde es difícil pensar la producción de un país», analizó Paulinovich y calificó como “riesgoso” desalentar el consumo de carne en este presente de crisis socioalimentaria que vive la Argentina. “Al contrario, creo que la gente en los barrios debería comer más carne, legumbres, huevos y otros alimentos a los que nosotros pudimos acceder. Porque si demonizamos, desde nuestra comodidad, el consumo de carne es hasta egoísta para con los sectores populares que tienen problemas alimentarios más serios que el hecho de decidir comer con buena conciencia ambiental o no”.
Según su mirada, las agrupaciones que hoy rechazan los acuerdos económicos respecto a la producción y cría de animales en el país quizás tengan “buenas intenciones y un enfoque acertado en términos nutricionales”, pero la realidad económica que hoy atravesamos exige tener en cuenta otros aspectos más integrales, como cuestiones geopolíticas o demográficas que “son para considerar porque somos un país con un ingreso medio y con la mitad de la población pobre».
Paulinovich también habló de la “bioeconomía” como un término que está presente en la actualidad de los sectores más vinculados a la producción agropecuaria. “Básicamente es la aplicación de tecnología, conocimiento y saberes ancestrales en beneficio de un mejoramiento productivo con una sustentabilidad ambiental. Algo que en Argentina es posible porque tenemos todos los recursos disponibles».
Una forma de vida
Para el técnico del Complejo Astronómico Municipal, Guillermo García, haber dejado de comer carne es una costumbre tan asimilada a su rutina que lo asume con total normalidad. A sus 41 años reconoce que el veganismo no es la norma imperante entre sus pares, pero tiene la certeza de que entre los más jóvenes es una práctica mucho más habitual, tal vez, como consecuencia de la comunicación y la llegada que permiten las redes sociales.
De acuerdo a su experiencia, García actualmente no participa en ninguna agrupación proteccionista y es partidario de una postura razonable que esté alineada con las posibilidades y limitaciones que proponen el presente en que el que vivimos, en lugar de exigir de manera radical que «todo el mundo deje de comer automáticamente carne». Al compartir su historia personal, reconoció que tuvo desde siempre una vinculación proteccionista hacia las mascotas y en un momento le fue imposible no trazar el paralelo con los animales que son destinados a la producción de carne. «Sentía hipocresía por estar rescatando a unos y siendo parte de la tortura y la matanza de otros», explicó.
García en el año 2004 comenzó a incursionar en el mundo del vegetarianismo, para finalmente en el año 2009 adoptar el veganismo como su filosofía de vida. «Una cuestión es mantener una dieta vegana y otra muy diferente es ser vegano. La persona vegana no consume nada de origen animal. Por ejemplo, no usamos ropa de cuero ni de lana”, detalló el técnico que se desempeña en el Planetario y agregó que generalmente no suelen durar a lo largo del tiempo quienes solo abandonan el consumo de carne y sus derivados como una cuestión más vinculada al cuidado personal de la salud. «Es imposible sostenerlo si no lo haces con la convicción de por qué lo estás haciendo».
«No tengo ningún problema en compartir un asado con amigos o una mesa donde la gente esté comiendo carne. Si bien me disgusta saber lo que están comiendo, no me genera inconvenientes», compartió García respecto a cómo transita su elección vegana entre los círculos sociales en donde se mueve. Al mismo tiempo, no tuvo lugar a dudas al afirmar que «alimentarse con animales, en algún momento, va a caer por su propio peso porque será económicamente inviable».
«Las vacas, tanto para tambo como para la producción de carne, son alimentadas con el balanceado que proviene de la cosecha de soja que destruye nuestro litoral”, analizó García y amplió: “El 95% de la soja que se produce es para alimentar animales. Por lo tanto, el alimento que podríamos comer los seres humanos es destinado a la cría de ganado. En esa pérdida hay una proporción de 10 a 1. Por cada 10 kilos de comida, que podrían comer las personas, se produce un kilo de carne”.
Victoria Martínez Velazco tiene 16 años y es vegetariana desde los 12, pertenece a las generaciones conocidas como nativas digitales que han crecido al calor del boom de las redes sociales y reconoció que las utiliza como una “herramienta para informarse”. Velazco aseguró que en un primer momento la elección de dejar de comer carne fue producto del rechazo que le generaba y que con el tiempo se interiorizó acerca de las implicancias sociales que tenía el hecho de tomar una postura más vinculada al vegetarianismo. “Descubrí toda la lucha a favor de los derechos animales y la decisión dejó de ser personal y pasó a ser por empatía”, explicó y agregó: «Una vez que abrís los ojos, no hay vueltas atrás».
Es tal el nivel de compromiso con la causa proteccionista de Velazco que está evaluando volcarse definitivamente al veganismo porque «quedándote en el vegetarianismo no haces ningún cambio ya que seguís consumiendo productos de origen animal y de esa manera financiando a la industria cárnica».
En el caso de Clara Rossi, con 18 años de edad decidió combinar su militancia estudiantil en la agrupación Lobo Suelto con una opción más vinculada al vegetarianismo. «Me hice vegetariana hace un año y medio. No me resultó muy difícil porque nunca me gustó mucho la carne», explicó.
Según su mirada, el momento del “click” fue cuando descubrió las consecuencias ambientales que traen aparejadas la producción y el consumo de carne en el mundo. A pesar de tomar esta postura, reconoció que sabe muy bien que su gesto personal no va a terminar con una industria que tiene una enorme masividad, porque “son grandes empresas y lugares de poder a los que yo sin comer carne no voy a modificar, pero había algo dentro de mí que me hacía ruido y, a partir de eso, decidí dejarla», amplió Rossi.
«Tomando consciencia y sabiendo que la salida es siempre colectiva, hay cosas que desde nuestra individualidad nos hacen sentir mejor y está bien tomar también esas decisiones», reflexionó.
De las huertas orgánicas a las ollas populares
La Ong STS Rosario viene desarrollando desde el comienzo de la pandemia un proyecto que combina la necesidad de alimentos en los comedores comunitarios de la ciudad y las dificultades que tienen algunos productores agroecológicos de la zona para hacer llegar sus producciones hasta los centros urbanos.
Ignacio Zapata, uno de los integrantes del proyecto De la Huerta a la Olla, explicó que han logrado armar una red que asiste a 24 comedores y ollas populares con alimentos seleccionados por su calidad en la elaboración y valor nutritivo. “Trabajamos con productores de Bustinza, Coronel Domínguez, Alvear, Casilda, Rosario, Soldini, Villa Gobernador Gálvez y Pérez”, señaló.
De la Huerta a la Olla implementó un sistema de donaciones voluntarias de dinero que son destinadas a la compra de estos alimentos, donde se prioriza generalmente que sean de «cercanía y agroecológicos». De esta manera, han logrado recaudar desde el comienzo de la pandemia unos 850 mil pesos que tuvieron como destino la elaboración de cientos de platos de comida para los barrios más carenciados de Rosario. «Preguntamos, comedor por comedor, que van necesitando e intentamos armar un pedido más a medida», contó Zapata. Así es que lograron llevar verduras frescas, legumbres, huevos, pollos y algunas harinas bajo la premisa de que se trate siempre de alimentos que provienen de una producción donde no se utilizaron agroquímicos durante su desarrollo. Zapata también explicó que este tipo donaciones no son las que habitualmente los comedores están acostumbrados a recibir, ya que generalmente las ayudas alimentarias se componen de alimentos secos como arroz, polenta o fideos.
De la Huerta a la Olla cuenta con la participación de una nutricionista, integrante de la Ong, que asesora respecto a cuáles alimentos es conveniente dar prioridad y quienes forman parte del proyecto aseguran que todas las entregas son muy bien recibidas por los espacios comunitarios. “Sabemos que podríamos comprar, con la misma plata, más kilos de comida si se tratara de otro tipo de alimentos. Pero nuestros dos objetivos son, por un lado, ayudar a los comedores y por otro lado también apoyar a la producción agroecológica».
Zapata explicó que la selección de los alimentos que se destinan a los comedores también está atravesada por las diferentes posturas que existen dentro de la Ong. «Hay compañeros y compañeras que son vegetarianos o veganos y hemos tenido algunos debate, por ejemplo, al momento de llevar huevos o pollos”. En ese caso, se puso en valor, a la hora de finalmente decidirse por la compra, la forma en que todos los espacios comunitarios agradecían enfáticamente la llegada de este tipo de alimentos. «Tenemos una cultura muy carnívora y estamos en un momento donde la gente no puede acceder tan fácilmente a la carne. Por lo tanto, es un gesto que se valora mucho en los comedores a los que vamos”, dijo el integrante de la Ong y al mismo tiempo dejó en claro que se compran solo “pollos que son criados con manejos diferentes a los que se utilizan en la agroindustria», y amplió: “No queremos que lleguen al barrio esos pollos que fueron criados en jaulas, donde el animal no se pudo mover durante toda su vida y están llenos de antibióticos».
Respecto a las necesidades con las que se encuentran cada vez que van a realizar las entregas en los diferentes comedores, Zapata aseguró que “lamentablemente la demanda siempre sube”.
«La urgencia es terrible y los espacios nos agradecen mucho que le llevemos este tipo de productos, pero sabemos que en el día a día la gente quiere comer y busca cualquier cosa. El tema es si comemos o nos alimentamos, y sobre todo preguntarnos porqué hay gente en nuestro país que no tiene acceso a algo tan básico como es la alimentación», reflexionó el integrante de la Ong.
Alimentarse como un acto político
Para quienes ya venían militando el abandono de la carne como un acto de empatía hacia los animales y de compromiso con la defensa del medio ambiente, la pandemia trajo más argumentos para insistir en que es el momento de revisar los modos en que se están produciendo los alimentos.
Y si no es posible detener una maquinaria que funciona con la misma dinámica de producción que opera en otras industrias, priorizando en ocasiones la cantidad por sobre la calidad pero también brindando fuentes de trabajo, las agrupaciones ambientalistas proponen no ser parte de esa vorágine dejando de consumir determinados productos. Tal vez no sea suficiente, y los números tanto de producción como de consumo lo siguen demostrando, pero puede ser interpretada como la materialización de una forma de acción política. Si continua la tendencia que reflejan las encuestas sobre el tema, las generaciones más jóvenes parecen ya traer amalgamados el compromiso social con una mirada que tiene en cuenta el cuidado de los recursos naturales, que ya sabemos que no son una fuente inacabable.
Fabricar una determinada cantidad de alimentos, bajo el imperativo de satisfacer una demanda que evidentemente va en aumento y la obtención de una rentabilidad, son las razones que obligan a la producción y cría de animales a someterse a métodos que poco tienen que ver con la sustentabilidad. Y también la pregunta acerca de qué es lo que comemos queda muchas veces en un segundo plano, sobre todo en aquellos sectores donde lo que prima es la urgencia.
Paradójicamente, la producción de alimentos está volcada cada vez más a una lógica de la cantidad y, al mismo tiempo, nuestra realidad socioeconómica refleja que los espacios comunitarios de asistencia alimenticia siguen dando una ardua batalla contra el hambre en los barrios.
La elección a consciencia respecto a qué estamos comiendo y dónde se produce mantiene viva una discusión y se presta para abrir nuevos debates. Es una forma de instalar el tratamiento de esta problemática para abordarla en sus complejidades y abarcando a todos los sectores involucrados. Respetando los tiempos y las costumbres de cada unx, sin desatender las demandas de un presente pandémico y entendiendo la profundidad que tienen las raíces que constituyen nuestra idiosincrasia, donde la carne sigue teniendo un lugar de privilegio como rito que congrega a muchas mesas argentinas.