A fines de 2020 y durante los primeros meses de 2021 se registraron una seguidilla de ataques y actos violentos contra migrantes afrodescendientes en Rosario. La repetición de estas situaciones es una muestra emergente de otros maltratos que sufren a diario. Las causas profundas se ocultan en el blanqueamiento de la historia y los proyectos políticos que lo ejecutaron. La voz de las víctimas, de activistas y académicos.
Fotos: Paula Peña
Entra una llamada de un número desconocido y Kett se asusta. Nethtula tuvo ataques de pánico y no pudo volver a su trabajo durante varios días. Para Valdo, dormir se convirtió en una pesadilla en la que revive el momento en el que un grupo de policías casi lo mata.
Secuelas psicológicas, marcas internas que dejó el racismo. La historia de estos jóvenes afrodescendientes, amenazados y atacados, es solo la parte visible de un iceberg voluminoso y profundo.
En tan solo cinco meses, Rosario fue escenario de tres ataques directos contra migrantes. Los hechos desnudan una realidad negada y minimizada: el racismo, la xenofobia y los discursos de odio son un problema presente en el país.
La gente ya no puede esconder lo que tiene adentro
23 de diciembre de 2020. Entre las 23:27 y las 23:30 fueron enviados tres mensajes con amenazas de muerte a la casilla de correo electrónico de estudiantes de Medicina de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Los destinatarios: dos jóvenes brasileños y una haitiana. El contenido fue direccionado, dando cuenta del conocimiento de datos personales de cada uno de ellos, pero con denominadores comunes: explícitamente racista, nacionalista y xenófobo, con alusiones al nazismo y a la supremacía blanca. Todos salieron de la misma dirección (nazisotravez@gmail.com) y parecen haber sido escritos apresuradamente o con una mala redacción intencionada.
“Negros, no deberían estar acá, tampoco vivos. Sabemos quien sos, y de tu puta dirección”. “No deberías estar en nuestra facultad”. “Serás el siguiente. ¿Conocés el río Paraná?”. “No queremos brasileros por acá”.
En apenas tres minutos, desde el anonimato, lograron intimidar a tres personas. Al día siguiente, una de ellas recibió un llamado en su celular desde un número privado: otra amenaza de muerte en la que, sin vueltas, le dicen que va a aparecer en el Paraná.
Entre las amedrentadas está Kett-Yveza Vanté, una joven haitiana que hace cuatro años vive en la ciudad. Luego de leer el mensaje, Kett hizo una captura de pantalla y lo envió a un grupo de WhatsApp integrado por estudiantes y autoridades de la UAI para buscar algún tipo de solidaridad y protección. Para su sorpresa, fue ignorada casi por completo. Enseguida entendió que el camino no iba a ser fácil y que debía buscar apoyo en otra parte. Así llegó al Bloque Antirracista de Rosario, quienes le brindaron asistencia y con el correr de los días pudieron registrar que había otras dos víctimas de amenazas. Antes que termine el 2020 realizaron la denuncia y se publicó un comunicado dando cuenta de la gravedad de la situación, exigiendo medidas urgentes al Poder Judicial y a la institución educativa.
Cuando los hechos tomaron estado público, la delegada regional de la universidad privada se comunicó con Kett. Los términos no fueron los mejores: comenzó por indagar en sus relaciones, intentando descubrir algún tipo de conflicto o enemistad con otros estudiantes, y al no poder establecer ese vínculo llegó a insinuar que podría tratarse de algún compatriota haitiano —los mensajes contenían errores ortográficos, un flagelo que estaría vinculado a ciertas nacionalidades según esta curiosa hipótesis-. Luego, la representante de la UAI en Rosario derivó a la joven con un abogado de la institución y, dos días más tarde, ingresaron la denuncia en sede judicial.
La Unidad Fiscal Especial NN, bajo la dirección del fiscal Marcelo Vienna, lleva la investigación -que sigue bajo reserva- y aún están esperando resultados de medidas para dar con el origen de las amenazas.
Pero Kett no está tranquila. No puede. Pasó casi medio año y aún no hay resultados, la comunicación solo se dio en una dirección (cuando ella misma se acercó a la Fiscalía y le dijeron que la iban a contactar, cosa que no sucedió) y siente que subestimaron los hechos. En una ciudad donde los muertos y las balaceras se cuentan a diario, unas amenazas en las que no hubo agresiones físicas no son lo más urgente: eso es lo que pudo inferir de la primera reunión con un secretario del fiscal. “Es como que minimizaron la denuncia que hice. Y los resultados me confirmaron eso”, dijo a Enredando.
Después de las amenazas, una de las estudiantes viajó a Brasil y no volvió a la ciudad. Kett se quedó y continuó con sus estudios, aunque ya no es como antes. Hubo manifestaciones y tuvo el apoyo del Bloque Antirracista y de otras organizaciones, pero siente que el trabajo de la Fiscalía no avanza. “Casi siempre estoy en mi casa, curso online, así que no salgo. Pero a veces, por ejemplo cuando veo que un número desconocido me llama, me asusto o me hace acordar de todo esto”, contó desilusionada la joven, que está barajando la posibilidad de homologar materias en alguna universidad de otro país e irse: “No es solamente esto lo que me está echando, pero después de que pasó todo, la justicia no dice nada y no contesta; no me siento encajada”.
El impacto fue tal que pudo pensar, en retrospectiva, otras cosas que le pasaron desde que llegó a Rosario en 2017. Nunca antes vivió una situación parecida -amenazas enviadas a cuentas y datos personales-, pero sostuvo que la discriminación es una “cosa diaria” que “se volvió más normal” en los últimos tiempos. “Los haitianos tenemos un grupo, una Asociación, y cada día aparece alguien con cosas que le pasan, como los chicos que trabajan en PedidosYa y cuentan que la gente los trata muy mal. O una chica dominicana que iba a subir a un colectivo y una mujer le dijo que bajara, que con extranjeros negros no viajaba, y lo gritaba y nadie hacía nada”, contó Kett, y siguió enumerando hechos de racismo que sufren, cada vez con mayor frecuencia, afrodescendientes y migrantes. También otros que la involucran a ella, como cuando tuvo que mudarse de Pichincha porque no podía salir de noche sin ser objeto de insinuaciones machistas en una zona históricamente vinculada con la prostitución: “Me trataban como si fuese una prostituta que sale a trabajar. Y cuando vos mirás mal o no contestás te dicen ‘negra de mierda’, ‘si no estás dando sexo para qué estás en la calle’ o te insultan”. Un lugar que “debería ser” ocupado por una “joven-extranjera-negra” según los prejuicios racializantes y xenófobos.
“Eso era racismo, en aquella época yo no lo entendía así, pero después de lo que me pasó empecé a pensar en muchas cosas que he vivido antes”, reflexionó Kett, y manifestó la impresión de que la situación crítica -social y económicamente- que se vio agravada a partir de la pandemia de coronavirus agudizó las tensiones: “Desde la cuarentena de 2020 hasta ahora es como que la gente ya no puede esconder lo que tiene adentro”.
“Si en un país un grupo de gente está sufriendo racismo y la población no acompaña a esa gente, o si la Justicia tampoco lo hace, están aceptando -o normalizando sin darse cuenta- el racismo. Hay que erradicar esto; vos, tu vecino, quien sea, tienen que combatir o ayudarnos a terminar con esto, porque cuando te callás, cuando no decís nada, sos cómplice”, concluyó la joven migrante. Un pedido de solidaridad, compromiso y empatía.
No es mentol, se llama xenofobia
11 de marzo de 2021. Una mujer ingresó con su hijo a un almacén de Maipú al 1200 y pidió cinco cigarrillos sueltos. La empleada le ofreció unos mentolados y la clienta exigió que abra un paquete de “comunes”. La joven que atendía el local se negó y la reacción fue instantánea: “Yo no fumo mentolados, el cliente siempre tiene la razón. Vos vas a durar poco en tu trabajo”, le gritó y comenzó a tirar mercadería al suelo mientras otra compradora observaba petrificada. “Tenés que agradecer a la Argentina que te da de comer”, vino después, una carta clásica de los discursos xenófobos para habilitar el maltrato y la violencia. La empleada del comercio estuvo casi un minuto recibiendo insultos y esquivando mercadería, hasta que reaccionó y arrojó una botella. Más envalentonada aún, la agresora redobló la violencia física y verbal.
—“El papá de mi hijo es policía federal, ¿sabés cómo vengo y te hago romper el orto ahora? Perra, sucia, agradecé que te dan de comer acá”.
Nethtula Quetaut tiene 26 años y hace tres que vive en Rosario. Llegó de Haití con ganas de estudiar y trabajar. Lo que hacía cuando fue atacada. Las horas y días que siguieron fueron duros: tuvo miedo de volver a ser amedrentada -ya que la agresora vive a pocos metros del local-, cambió de horario y hasta dejó de ir al almacén por un tiempo.
Pero el dueño del local, Alain Lamothe, otro joven haitiano, no quiso que la situación sea una más y no dejó pasar el tiempo para realizar la denuncia y hacer público el registro de las cámaras de vigilancia. El caso tuvo repercusión los días posteriores: el video era contundente y se replicó por redes, fue levantado por diversos portales y hasta hubo interés en los canales de televisión abierta que suelen cubrir una agenda acotada a Buenos Aires.
Lamothe tomó la palabra en varias entrevistas e insistió en que no se trató de un caso aislado de racismo, ni en su negocio ni entre sus coterráneos. “Un cliente me dijo que Argentina está muy sucia con tantos negros”, contó a un canal, patentemente desesperado. En otra oportunidad relató el caso de una joven afrodescendiente que fue escupida en la cara. “Tenemos un grupo donde se denuncia todos los días que pasa una cosa u otra, siempre apuntando al color de piel”, explicó en una radio, y remarcó: “Es muy común que pasen estas cosas, pero nunca a este nivel. Hace más de siete años que estoy en Rosario, pero hace dos o tres años que empezó esta situación complicada”.
En la ciudad viven alrededor de 2500 personas de origen haitiano, una gran parte de ellos llegó luego del devastador terremoto que azotó al país caribeño. La Asociación Civil Haitiana de Rosario (ACH) registra incontables hechos de maltrato y discriminación, casi cotidianamente, de los cuales unos pocos trasciendieron por su gran virulencia. A fines de marzo, la ACH se manifestó frente a la sede de calle Montevideo de la Fiscalía Regional para visibilizar esta realidad y exigir celeridad en las investigaciones. “Argentina sin racismo” fue la consigna.
Luego de este segundo hecho que tomó estado público, naturalmente asociado con las amenazas que recibieron estudiantes de la UAI, la delegación local del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) emitió un comunicado en el que expresaron su preocupación y exigieron al Poder Judicial por el pronto esclarecimiento de los hechos.
George Floyd en el espejo
21 de mayo de 2021. Valdo Pasquette entraba los cajones de verdura que diariamente acomoda frente a su negocio del microcentro rosarino cuando ingresó una clienta. Detrás llegaron dos agentes de la Guardia Urbana Municipal (GUM), quienes le notificaron que estaba violando una clausura. Cuando el joven explicó que tenía todo “en regla”, que ya había cumplido con la sanción que le señalaban y ofreció mostrar los papeles que lo respaldaban, los efectivos lo ignoraron y comenzaron a denigrarlo: “Vos no sabés nada. No sos de acá, negro”. La situación se puso tensa, la discusión escaló y los empleados municipales pidieron refuerzos policiales que llegaron inmediatamente.
Valdo registraba todo con su teléfono, quería tener pruebas del maltrato, cuando una de las empleadas de la GUM se lo arrancó de la mano y lo rompió contra el piso. “Cuando quise agarrar mi celular, ella me empujó. Un policía puso la mano arriba de su arma y me dijo que no me acerque. Le pregunté si me iba a matar, porque no entendía por qué tanto quilombo”, relató a Enredando. Mientras tanto seguían llegando móviles de la policía santafesina: de varias camionetas y motos bajaron una veintena de uniformados. “Cuando vi a la policía me puse contento porque pensé que me iban a llamar a mí y a los de la GUM, nos iban a preguntar qué pasó y yo iba a presentar mis papeles para mostrar que mi negocio está habilitado, que tengo todo lo que me pidió la Municipalidad”, reconoció con cierta ingenuidad, y siguió: “Pero no, después vi que la policía se juntó a hablar con los de la GUM y cuando volvieron no me preguntaron nada, lo único que me dijeron es que no les importaba nada, no querían saber nada. ‘Este negocio va a estar clausurado y vos vas a explicar eso en la comisaría’, y me agarraron entre más de diez policías y uno de la GUM”.
Los minutos que siguieron quedaron marcados en su memoria y en su cuerpo, que aún se recupera de los golpes. Vecinos y transeúntes registraron la violencia con la que se abalanzaron sobre el joven. En las imágenes que fueron difundidas se puede ver a tres policías que lo tienen inmovilizado contra la vereda: uno sobre sus piernas, otro en su espalda y un tercero presiona su rodilla sobre el cuello de Valdo, que pide por favor que no lo maten. El cuadro es una analogía espeluznante del asesinato de George Floyd, ocurrido en mayo del año pasado y que desató una ola de protestas en Estados Unidos. “Los policías me mataron, pero Dios me salvó la vida”, repite Valdo.
—“Me tiraron en el piso y me arrancaron los pelos. Uno estaba subido arriba de mi cuello con su rodilla y empezó a apretarme, yo no podía respirar. Otro me estaba doblando los pies, después se subió arriba de mi espalda y uno me pateaba la cara, me dieron cinco o seis patadas. Casi me matan. Y después, con las manos esposadas, me tiraron en la chata”.
El racismo y la xenofobia verbalizada tampoco faltaron en los uniformados azules. “Uno de los policías me decía ‘negro de mierda, volvete a tu país, estás comiendo en Argentina, la concha de tu madre’ y cosas así”, recordó.
Pero el abuso policial no terminó ahí. Valdo denunció que luego entraron a su negocio, “dieron vuelta todo” y robaron bebidas alcohólicas costosas (botellas de gin y whisky, entre otras), rompieron vidrios y le “hicieron la caja”, ironizó: “Sacaron toda la plata que tenía en mi caja y otra que tenía en mi mochila, alrededor de 90 mil pesos”. Y continuó en la comisaría: el mismo policía que lo insultaba frente al local de Mendoza al 2019 comenzó a provocarlo dentro de la dependencia, pero él no reaccionó. Igualmente pasó varias horas encerrado en un calabozo sucio y maloliente sufriendo esos hostigamientos.
—“Me llevaron como si fuera un ladrón, un narcotraficante, y yo no he hecho nada. Entraron a mi negocio sin una orden, sin permiso ni nada. Pegar y robarme, es una cosa de locos lo que está pasando. Es la primera vez en mi vida que me llevan a una comisaría, yo trato de hacer las cosas bien, como corresponden, por eso me da tanta bronca. Estoy en mi negocio, laburando y también estoy ayudando, porque pago todo lo que tengo que pagar acá, pago monotributo, pago obra social, alquiler, servicios. Todavía no puedo creerlo”.
Dos semanas más tarde, mientras termina de entrar los cajones de verdura para cerrar el local, Valdo muestra las marcas que quedaron en su cuerpo: cicatrices y costras en el cuero cabelludo, hematomas y marcas de esposas en las muñecas.
El joven afrodescendiente realizó la denuncia en Fiscalía y fue revisado por un médico legista que constató las lesiones. “También estoy viendo a un psicólogo porque estoy re traumatizado. Estoy durmiendo y me asusto, en el sueño veo a los policías arriba mío, me están apretando, me están por matar”, lamentó con desánimo.
Valdo Pasquette nació en Estados Unidos, pero su origen es haitiano -su cultura y su familia son de Haití, remarca- y hace más de tres años que vive en Rosario. Además de dedicarse a la actividad comercial, es músico: bajo su nombre artístico, The Winner Kid ya publicó sus primeros temas. Dice que quiere mucho al país, que ya formó su vida en la ciudad, tiene pareja y está por ser papá. Por eso, con mucho pesar, está pensando en buscar un futuro fuera de Argentina.
El hecho no tuvo repercusión mediática. No se publicó en medios nacionales ni locales. Un canal de televisión de la ciudad grabó una entrevista que nunca salió al aire. La suspicacia está servida: se trata de un caso de violencia policial que involucra a la GUM y a la Policía de Santa Fe -no fue una vecina racista ni un mail anónimo, hay responsabilidad estatal-. Y todo en el marco de las restricciones establecidas para intentar contrarrestar el incremento de casos de Covid-19. En ocasiones, estas medidas se convirtieron en una habilitación de facto para los abusos y la represión por parte de las fuerzas de seguridad. Un extenso catálogo de hechos -direccionados principalmente contra sectores populares y trabajadores, los que tienen menos posibilidades de acatar a rajatabla las disposiciones- dan cuenta de esto.
El racismo siempre estuvo cerca
Entre estos tres casos existen muchas conexiones: son el emergente de una realidad latente, que en algunas oportunidades trasciende y se visibiliza. A su vez, pueden desagregarse como formas en las que el racismo y la xenofobia se revelan, se manifiestan explícitamente: en el primero hay un cálculo, una amenaza de muerte direccionada que incluyó simbología nazi y supremacista; el segundo es un hecho repentino, un arrebato racista, y el último involucra a las fuerzas represivas estatales y sus abusos de larga data.
Es evidente que la repetición de estas situaciones que se hicieron públicas no es casualidad. Son recurrentes los testimonios de afrodescendientes -migrantes o no- que dan cuenta de agresiones cotidianas. Los vasos comunicantes son muchos y están contenidos en la historia argentina y su propia construcción de identidad nacional.
“En Rosario hay un montón de actos de racismo y xenofobia; en lo cotidiano, en la calle”, afirmó Mérida Doussou Sekel, profesora de Historia y activista antirracista. Según ella, situaciones como la padecida por Kett y dos estudiantes afrobrasileños también pueden ser pensadas como “una exacerbación del racismo y el fascismo” en el entorno que sucedieron, donde intervienen cuestiones de clase: “Es la imposibilidad de ver a les negres como parte de ese sector”.
Doussou -que acompañó inicialmente las denuncias y manifestaciones, desde Afro Mujeres y Disidencias y el Bloque Antirracista- tiene poca confianza en lo que pueda resolver la Justicia en cada uno de estos casos, pero sostiene que es oportunidad para visibilizar el racismo y plantear una discusión en términos más generales. Uno de esos aspectos tiene que ver con la violencia institucional: “Hay una necesidad de poder empezar a pensar y reflexionarlo, sino la vara del racismo queda limitada solo a estos casos de personas migrantes, se puntualiza que el racismo está ligado a la xenofobia. Y sí, está ahí, pero hay otro lugar desde donde pensarlo”.
“Hay un problema de fondo en Argentina, un país claramente racista, que es la autopercepción de ser negres. Les pibis que sufren violencia institucional en los barrios, la gran mayoría, son los catalogados de ‘negros de gorrita’. Entonces, si esas personas de los barrios populares se definieran a sí mismos como negres, como afrodescendientes, cambiaría mucho”, introdujo la activista afroargentina, y avanzó: “Incluso si las organizaciones políticas militantes empezaran a tener en cuenta el registro del racismo, cambiaría todo; el discurso e incluso en la exigencia en la justicia. Porque se piensa mucho que el racismo institucional está en Estados Unidos y en Brasil, como si los que sufren la violencia policial son les negres en esos países, eso cambia cuando nos ponemos a pensar en Argentina. Desde mi punto de vista porque hay un problema de identidad muy grande en nuestro país, que ha sido robada por quienes construyeron el discurso de blanquitud, que además han utilizado la palabra negro como insulto desde antaño. Entonces es muy difícil verse en ese espejo de negritud y decir ‘sí, yo soy negro’, me pongo a buscar mis raíces y lo reivindico”.
Máscaras blancas
En 1994, el entonces presidente Carlos Menem de visita en Harvard respondió una pregunta sobre la cuestión afro en su país: “En Argentina no hay discriminación porque no hay negros, ese problema sí lo tiene Brasil”. En 2015, Cristina Fernández de Kirchner remarcó: “Todos los que estamos sentados en esta mesa somos hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes. Esto es la Argentina”. Durante el Foro de Davos de 2018, Mauricio Macri afirmó: “En Sudamérica todos somos descendientes de europeos”. En el marco de la visita del primer mandatario español, Alberto Fernández se reivindicó “europeísta” y declaró: “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Y eran barcos que venían de allí, de Europa, y así construimos nuestra sociedad”.
Los argentinos descendemos de los barcos, somos un país europeo”. Un discurso que no por viejo es muy sabio.
La última declaración tuvo una repercusión instantánea y propia de este tiempo: los memes inundaron las redes, decenas de panelistas gritaron en la TV y se prestó atención a lo que publicó la prensa extranjera. Más indignación superficial que reflexión profunda. Y entre tanto análisis, tanto comentario, fue notoria una ausencia: algunos remarcaron los atropellos estatales históricos -y actuales- contra los pueblos originarios, pero no se reparó lo suficiente en esos otros barcos que también llegaron al actual territorio argentino en época colonial, los que estaban cargados de personas esclavizadas en el continente africano.
Lo cierto es que más allá del ruido, el mito de la Argentina blanca y europea está internalizado y constituye un sentido bastante común. Que salga de la boca de mandatarios es otro agravante.
“Se sabe lo que hizo el Estado argentino y la construcción de la Nación con los pueblos originarios, pero es muy poco lo que se ha investigado, se sabe y se dice sobre los afrodescendientes y que lo sucedido en el tiempo colonial tiene sus consecuencias hasta el día de hoy. La concepción en el relato histórico pegó fuerte y Argentina también lo vendió al exterior”, analizó Doussou.
Ese es el relato que hay que discutir según la docente. Para eso propone “mitos a desarmar” para trazar una línea histórica de esa herencia colonial. “Uno de los primeros mitos es que acá hubo menos cantidad de negros que en otros lugares, menos africanos y africanas, porque no era una economía de plantación. Pero las personas que trabajaban en el campo y en las casas, en su gran mayoría eran africanas con sus hijos. La particularidad de Chile y Argentina es que se considera que era solo un lugar de paso -para trabajar en las minas del Perú en el momento del Virreinato del Río de la Plata, por ejemplo-, después, cuando empiezan a formarse las ciudades queda mucha gente trabajando, dentro de las casas, en los campos. Y de ahí mucha mixtura con lo indígena también”, explicó.
Otro mito, señala Doussou, es que la población africana y sus descendientes murieron todos en las guerras de la Independencia o a causa de la fiebre amarilla. “Se sabe que existía el Batallón de Pardos y Morenos y que iban al frente, pero la realidad es que no todes iban a la guerra. Hay que pensar qué pasaba con las mujeres, el caso de María Remedios del Valle es el más paradigmático, pero no es que todas las negras iban a pelear a los ejércitos, muchas quedaban y tenían sus hijos; y muchos volvieron después de pelear, incluso”, expuso. Tampoco faltaron quienes desertaron del ejército y los que conspiraron contra las autoridades: “Es importante verlos desde un lugar de resistencia, como personas que resisten. Porque después hay toda una victimización, del negro como víctima, que también es un discurso que se arma, de cómo vernos y de cómo analizar nuestra acción política”.
Para completar el cuadro, la activista señaló otro mojón: “En el momento que empieza a surgir una política más de blanqueamiento, en el sentido de traer europeos a trabajar las tierras, ahí empieza a haber una mixtura interesante, porque no hay una desaparición de la negritud. Pero hubo una política de invisibilización, tanto desde la construcción de la historia pero también en esa política de traer europeos. Había un discurso construido -que se puede leer en Sarmiento, en Mitre, en las élites- sobre blanquear la sangre. Fue impuesto también sobre el problema indígena: había que avanzar, había que hacer de Argentina algo que sea parte del mundo, del progreso”.
El proceso de racialización vernáculo tuvo sus particularidades y uno de los síntomas más directo y paradigmático es el de la extranjerización: afrodescendientes argentinos -o afroargentinos- que son tratados y considerados como extranjeros en su propio país. “En Argentina te ven y te preguntan de dónde sos si tenés un poco más de mota y de melanina, porque hay una construcción enorme de que el negre no es argentino”, graficó la profesora.
La caja de Pandora y el racismo molecular
Siete personas trajeadas y rubias sostienen sobre sus hombros a una masa de personas sin rostro y morochas en una posición desafiante (con los brazos en la cintura o con un puño en alto). La ilustración acompaña un documento oficial que fue publicado en 2019 por el Ministerio de Producción y Trabajo de la administración de Mauricio Macri. La intención de graficar el sistema impositivo -con un planteo que induce a instalar varias falacias, por cierto- quedó opacada por el imaginario reflejado. Las explicaciones que ensayaron los funcionarios no despejaron las críticas. La imagen era a medida de un discurso.
Para Doussou, el gobierno de Cambiemos marcó una ruptura. “Creo que es parte de un discurso y de una política de Estado donde los sectores populares han sido desestimados, han sido ‘los planeros’; un discurso muy abiertamente anti pobre. No sé si específicamente anti negro o racista, pero sí me parece que en términos generales es un discurso desacreditando a los sectores populares”, analizó.
Ezequiel Gatto es Licenciado en Historia, Doctor en Ciencias Sociales, investigador y docente. En una línea semejante, sostiene que el macrismo “corrió el límite del racismo” en el país y “volvió públicamente enunciables cosas que hasta hacía poco tiempo atrás no lo eran”. Para ayudar a comprender esos cambios, introdujo una periodización: “Entre el peronismo, que coincide con el final de la Segunda Guerra Mundial, y hasta 2015, creo que se da en Argentina un racismo sin discurso racista, sin discurso de razas, un discurso que racializa, que inferioriza, que demoniza, pero donde lo blanco no tiene una presencia en el discurso público tan clara como los 50 años anteriores al peronismo (los del positivismo y los nacionalismos industriales reaccionarios)”. Más adelante, completó: “No es el discurso que arma al espacio público dominante, y no lo sería ahora tampoco, pero creo que algo se abrió en esa caja de Pandora del macrismo y empieza a aparecer un discurso de la raza blanca, que viene empalmado también vía yanquis con el tema del “gran reemplazo” (NdR: teoría conspirativa difundida principalmente en Europa y Estados Unidos), que es esta idea de que los blancos están deviniendo minoría, que empieza a calar, que empieza a generar un discurso racista de viejo nuevo tipo. Lo viejo es que habla de naturaleza humana racializada. Lo nuevo es que no se puede apuntalar en la medicina, por ejemplo, como sí sucedió en el siglo XIX y principios del XX, donde la medicina y la biología proveían de elementos que daban fundamentos a esa división racial de las poblaciones; hoy no es así, pero hay un discurso racista que empieza a tener otras características y donde lo blanco empieza a jugar de nuevo un papel”.
Pseudoteorías como “el gran reemplazo” o discursos tan abiertamente xenófobos no tienen suficiente asidero en la agenda pública (Argentina no atraviesa crisis migratorias como los países europeos o Estados Unidos), por eso el profesor de Teoría Sociológica de la carrera de Historia (UNR) advierte que esa articulación no puede “prender como tal” a escala local. “Creo que prende más por un lado reaganiano: que el negro es pobre y que el pobre es vago y que el vago es un gasto social. Entonces el racismo se vuelve un problema de caja, por todo esto de pagar impuestos para otro. En ese discurso, el racismo se vuelve un problema fiscal y contable”, formuló Gatto. “La relación entre políticas sociales y racismo, la idea del pobre que no trabaja y recibe planes, que viene de Ronald Reagan directo -que fue quien instituyó esa idea de desarmar el Estado de bienestar porque los pobres se habían vuelto vagos y caros- y que acá, como el neoliberalismo tuvo otra deriva y llega en el momento en que los pobres no son ni caros ni vagos -porque la crisis hiperinflacionaria del ‘89 tenía una tasa de desocupación alta, índices de pobreza terrible y muy poquita cobertura social- y Argentina no entra en crisis por una cuestión de déficit, el aterrizaje del neoliberalismo tiene más que ver con la cuestión inflacionaria que con la cuestión deficitaria. Y recién con el kirchnerismo, y ahí sí desplegada una trama de asistencia social importante, puede aparecer un neoliberalismo que no es el de la inflación cero, sino que es uno preocupado por la baja productividad”, explicó.
“Contra qué va el macrismo no es lo mismo contra lo que va el menemismo. Y ahí se abre la posibilidad de volver a articular un discurso racista, bastante siglo XIX, donde el pobre es vago. Vago y malentretenido”, ironizó el investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
“Otra gran diferencia con principios del siglo XX es que en este momento ese sujeto social llamado blanco se considera víctima. Entonces tenés a un sujeto dominante que se victimiza. El racismo siempre tuvo un componente de victimización -el propio nazismo es una gran revancha, es la revancha total- pero ahora lo que vemos es la diseminación de un discurso que articula autovictimización y racialización con prácticas de violencia, pero no de violencia institucional, de la Liga de Madres de Familia o de Bandera Vecinal, sino un racismo molecular, una especie de violencia racista ligeramente distinta a la que estamos acostumbrados (que en Argentina suele ser institucional o no tener la característica de ser una operación sobre los cuerpos del otro, sino sobre los símbolos del otro). No diría que es una tendencia, porque habría que ver si se multiplican los casos, pero sí que hay una especie de novedad: que la práctica racista molecular comienza a ir sobre el cuerpo de los otros”, reflexionó el historiador.
Racismo y relaciones de clase: una retroalimentación negativa
Después de la Segunda Guerra Mundial y de los horrores del nazismo se estableció un consenso respecto del concepto de raza que lo despojó para siempre de sus pretensiones de objetividad biologicista y obturó su potencial para justificar desigualdades supuestamente naturales. Sin embargo, el racismo no necesita de un basamento científico -nunca lo hizo- para ser eficaz: alcanza con un grupo de otros que serán inferiorizados, maltratados o excluidos a partir de ciertas características (así se trate tanto de aspectos ligados a lo físico, como culturales, de nacionalidad o por la condición económica y social). “Generalmente los procesos discriminatorios combinan varios elementos: por ejemplo, los discriminados portan corporalmente aspectos que son descalificados (color de piel, mestizaje), están ubicados en condiciones desfavorables en las relaciones económicas (trabajos penosos, menos estables y poco remunerados); y la combinación histórica de estos rasgos, sumado a su ubicación espacial (periférica, barrios marginados) y social (pobreza, desempleo) producto de las mismas condiciones económicas y sociales, conlleva desventajas en cuanto a sus posibilidades de logros en el plano de la educación y de otros valores sociales apreciados”, escribió el sociólogo argentino Mario Margulis en La segregación negada: cultura y discriminación social. “El otro no es considerado como una realidad compleja sino que se lo reduce a ser de acuerdo con los rasgos que le son atribuidos. Se lo empobrece mediante las operaciones ideológicas implícitas en el racismo, y a partir de allí es posible incluirlo en una categoría despreciada. Esto facilita el rechazo”, plantea en otro pasaje.
Desde esta perspectiva, el racismo y muchas de las formas de exclusión y discriminación están directamente relacionadas con la pobreza, al mismo tiempo que cooperan para consolidarla. Un efecto homeostático.
“La categoría de clase es una categoría móvil, nadie pertenece a una clase por el color de piel que tiene, donde nació o porque un tercero se lo asigna en el momento de nacimiento; estrictamente hablando, la clase nace como una categoría que define a una población que ocupa un determinado lugar en la estructura social, pero que podría no ocuparlo. La de raza es una categoría estamentaria, que supone que los individuos no pueden no pertenecer; es fija: nacés negro, morirás negro. La relación clase-raza es una relación entre una categoría móvil y una fija”, introdujo Gatto, para señalar una particularidad del proceso de racialización a escala local: “En Argentina las dos categorías devienen fijas y la raza es una manera de nombrar la doble fijación, la de clase y la racial: para resumirlo, negro-pobre. Entonces, tenés ese movimiento donde lo estamental, lo racial, envuelve la dicotomía raza-clase; es como si hegemonizara la relación. No pasa lo mismo en Estados Unidos, por ejemplo, donde hoy no podés decir que clase y raza son categorías homólogas una a otra”.
Las migraciones extracontinentales tuvieron su mayor impulso entre 1880 y finales de la década de 1920. A partir del decenio siguiente los movimientos internos y de países limítrofes fueron configurando la demografía argentina, principalmente urbana. De esta manera, la migración adquiere rasgos característicos de cada época, pero el fenómeno nunca se detiene: como en ninguna parte del globo, por diferentes motivos y con distintas intensidades. Siguiendo ese desarrollo, luego de los 2000 se pueden observar localmente nuevas inmigraciones procedentes de África y otras como las de Haití y de países de la región.
Estas migraciones más recientes introducen otras singularidades que también pueden tener su reflejo en actos de racismo y xenofobia como los que trascendieron en Rosario durante la primera mitad de 2021. “En muchos locales comerciales vas a ver extranjeros -senegaleses, haitianos, venezolanos, colombianos-, pero no vas a ver sectores populares argentinos. Y no se trata de ‘les sacan el trabajo’, no es que antes había un pibe de Tablada que es reemplazado; esos pibes no llegan nunca a esos trabajos”, observó Gatto, y planteó que “hay como un desdoble de racismo”: los haitianos y afrodescendientes que acaban de migrar “son vistos de otra manera, diferente a los sectores populares argentinos, se los ve como trabajadores, esforzados, emprendedores; mientras que los pobres ya estabilizados supuestamente no lo son”.
La hipótesis del investigador refiere que estas nuevas migraciones podrían estar propiciando un nuevo movimiento: que la categoría “negro” -en la cual clase y raza eran fijadas- se desdoble entre “populares” y “no populares”; y a su vez desestabiliza esa fijeza, “porque ya no podrías decir que todos los negros pertenecen a laclase pobre”. Siguiendo esa línea, expone una inquietud: “Hay que ver para dónde va la cuestión con toda esta gente de clase media y racializada como negra, si acaso esta violencia no tiene que ver un poco con ese intento de devolverlos a ese lugar que se supone que les corresponde, que es el de los pobres. Me parece que ese es un buen interrogante”.
Doussou manifiesta su preocupación por los hijos e hijas de estas migraciones más recientes, sobre los que además recae la extranjerización. “Nacieron acá, son argentinos, no me quiero imaginar lo que viven en la escuela”, lamentó la activista antirracista, y expresó: “Es necesario que este movimiento se amplíe mucho y empiece a discutirse en todos los ámbitos por esos pibes y esas pibas. Y de los barrios populares, para que puedan empoderarse también en su negritud”.
***
En abril de 2013 se sancionó la ley 26.852 que instituyó el “Día Nacional de los/las Afroargentinos/as y de la cultura afro” en conmemoración a María Remedios del Valle. En 2020 el INADI impulsó la Comisión Nacional para el reconocimiento histórico de la Comunidad Afroargentina y en enero de este año se creó la Dirección Nacional de Equidad Étnico Racial, Migrantes y Refugiados, a cargo del referente afroargentino Carlos Álvarez Nazareno. Mérida Doussou celebró que existan políticas de inclusión “necesarias para poder pensar políticas de Estado y proyectos”, y remarcó que se trata de un logro de las organizaciones afrodescendientes: “Porque sino queda como un gobierno que es bueno en sí mismo, y tiene que ver con la lucha previa que hay en Argentina. Las organizaciones de afrodescendientes más contemporáneas empezaron a surgir a fines de los ‘80, hay un recorrido de muchos años”.