A seis años del grito de hartazgo Ni Una Menos, en los barrios y en las universidades se construyen diversas estrategias de acompañamiento y contención para enfrentar la violencia machista. Así florecen y se multiplican en distintos espacios las promotoras de género quienes asumen un rol esencial: construir las redes que nos salvan.
[dropcap]E[/dropcap]n el otoño del 2015, Chiara Paez, una adolescente de 14 años de la localidad de Rufino que cursaba un embarazo de dos meses fue asesinada por su su novio, Manuel Mansilla Gallegos. La enterró en el patio de su propia casa. El dolor por otro femicidio atroz impulsó el surgimiento de la primera manifestación masiva y nacional que se viralizó en las redes y se volvió acción en las calles con una consigna clara: #NiUnaMenos. Una respuesta social para exigir justicia y políticas públicas urgentes; porque vivas y libres nos queremos.
Desde aquel 3 de junio, el movimiento feminista irrumpe en la agenda públca y mediática como nunca antes en su historia. Un nuevo sujeto político que interpela con demandas concretas: aborto legal, seguro y gratuito; vidas de mujeres, lesbianas, travestis y trans libres de violencias; justicia feminista, un Estado capacitado en todos sus niveles sobre la problemática de las violencias de género, educación sexual integral en las escuelas, visibilidad y derechos para las diversidades sexogenéricas son algunas de las principales demandas desplegadas en las marchas, Encuentros Plurinacionales, movilizaciones y espacios virtuales.
Las cifras frías pero siempre contundentes de femicidios y travesticidios en el país demuestran que las violencias machistas persisten. La organización MuMaLá (Mujeres de la Matria Latinoamericana) publicó recientemente los números de su Registro Nacional de Femicidios en base a la información que recogen de los medios de comunicación gráficos y digitales, arrojando la cifra de 94 femicidios en lo que va del año (del 1° de enero hasta el 30 de mayo del 2021), de los cuales el 63% el vínculo con el femicida era de pareja o ex pareja y el 71% de los casos se ejecutaron en la vivienda de la víctima o vivienda compartida. Está claro que nos siguen matando por el sólo hecho de ser mujeres, que no estamos seguras en nuestra propia casa y que los varones violentos se siguen arrogando el derecho de decidir sobre nuestras vidas.
El observatorio Ahora Que Sí Nos Ven, que también recaba información de fuentes mediáticas, publicó el dato del primer año de pandemia (entre el 20 de marzo de 2020 y el 19 de marzo de 2021): fueron cometidos 288 femicidios en Argentina,1 femicidio cada 30 horas. Por su parte, la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación dio a conocer el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina en el cual se registraron 251 víctimas directas entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2020; de las cuales 25 son de la provincia de Santa Fe.
A nivel local la fiscalía de la Oficina de Violencia de Género del Ministerio Público de la Acusación recibe un promedio de 60 denuncias por día en casos vinculados a los diversos tipos de violencias machistas que no están enmarcados como femicidios.
Estamos para nosotras
Hacia adentro de la militancia feminista se refuerzan las estrategias. En los lugares donde el Estado no llega con eficacia son las promotoras contra las violencias de género las que arman y sostienen las redes de contención y asistencia, las que articulan con los dispositivos estatales y las que, fundamentalmente, acompañan.
Victoria Acosta comenzó este año el trabajo en territorio, en Villa Banana, junto al Frente de Mujeres Evita con el programa de promotoras “Micaela García”, en donde comparten sobre diversas temáticas con las compañeras. Este año arrancaron en zona norte, sur y otros puntos de la zona oeste de Rosario.
“En los barrios las redes de contención no existen o son muy pocas. Son las vecinas que de forma independiente deciden organizarse a partir de encuentros con algunas organizaciones pero la verdad es que redes reales no hay. En algunos lugares cuentan con centros de salud que están más atentos a ciertas situaciones pero, lamentablemente, esas redes hoy en día todavía no están y creemos que es fundamental construirlas, por eso estamos enmarcadas en este trabajo”, cuenta Victoria.
La red se construye con la circulación de la palabra, esa que el patriarcado nos obligó a callar. En los encuentros los temas que se abordan son el género, las identidades sexuales, los derechos, los distintos tipos de violencias, la ruta de la violencia, dónde acercarse en caso de realizar una denuncia, la salud reproductiva y la ley de Educación Sexual Integral; además de los temas particulares de cada uno de los barrios.
“Nos juntamos una vez por semana con las compañeras en el jardín Victoria Walsh, que es un jardín que desde hace muchos años trabaja en el barrio, por la tarde. Seremos alrededor de 15 compañeras; vamos leyendo, charlando, ejemplificamos, contamos nuestras experiencias, nuestras vidas, nos sacamos dudas y hacemos un aprendizaje en conjunto, en colectivo”.
Victoria es maestra y milita desde hace dos años en el espacio Mujeres Evita. Cuenta que los encuentros en los que participa tienen mucha importancia en la vida de las mujeres y varios objetivos. Uno de ellos es que “cada compañera tenga las herramientas para que los acompañamientos, en caso de denuncias de violencias, se puedan realizar. Cada acompañamiento es único. Creo que todos los casos tienen algo en particular. Las experiencias que viven nuestras compañeras son muy duras. También nos damos cuenta de las fuerzas que cargan, todas las cuestiones que han enfrentado en su vida y la importancia de empezar a armar esas redes. A las mujeres en el barrio no se les valora el gran esfuerzo, la valentía que ellas tuvieron a lo largo de su vida para enfrentar situaciones muy violentas, complejas y muchas de ellas solas pudieron hacerse camino, pudieron superarla, conseguir una casita para sus hijos, comenzar de cero.” Esta valoración también es resultado de un trabajo colectivo y en red.
Las experiencias que viven nuestras compañeras son muy duras. También nos damos cuenta de las fuerzas que cargan, todas las cuestiones que han enfrentado en su vida y la importancia de empezar a armar esas redes.
Cuando Victoria se refiere a las políticas públicas que aún hacen falta vuelve a mencionar la palabra redes, que en los barrios son vitales: “no solamente las que incluyen a las mujeres de las organizaciones que están en el territorio, sino también es necesario empezar a hacer un trabajo en conjunto con instituciones que estén trabajando en cada una de las zonas, en el territorio. Son las compañeras del territorio las que saben cuáles son sus necesidades principales y ahí es donde salen los grandes aportes.”
Además, entre las políticas pendientes y urgentes menciona a la ley de educación sexual en las escuelas: “es fundamental, es una tarea que nos continuamos debiendo. También es necesaria la visibilización del trabajo que hacen las compañeras promotoras en visibilización de violencias, es necesario un reconocimiento económico, es un trabajo esencial en este momento.”
La universidad, otro territorio donde se milita el #NiUnaMenos
“La importancia de los espacios de encuentro y formación en la Universidad son, por un lado, dar a conocer las herramientas institucionales con las que contamos las mujeres y las diversidades sexogenéricas para hacer frente a las situaciones de violencia sexista que vivimos en las instituciones educativas”, explica Georgina Santervas. Ella es Licenciada en Ciencia Política y parte del equipo de coordinación del proyecto Mil Micaelas.
“También – continúa – para dar a conocer los marcos normativos tanto nacionales como internacionales que nos amparan; pero fundamentalmente, para encontrarnos y pensar colectivamente nuestras trayectorias de vida, profesionales, académicas y laborales; y cómo estuvieron signadas por situaciones violentas y cómo todavía nos siguen influyendo en la forma en la que nos desarrollamos. Por otro lado, se pone en evidencia que las violencias sexistas en tanto fenómeno complejo y estructural atraviesa todos los espacios donde desarrollamos nuestra vida y los espacios laborales o educativos no son la excepción.”
Mil Micaelas es el programa lanzado en abril del 2020 por el Área de Géneros y Sexualidades, enmarcado en la Ley Micaela – que establece la obligatoriedad de formación sobre violencias de género en los poderes del Estado – y que multiplica la memoria y la práctica militante de Micaela Garcia, víctima de femicidio, en el ámbito universitario de Rosario. Las prácticas de taller se readaptaron a la nueva situación de virtualidad y se lanzó el curso “Multiplicar Redes”, apuntes virtuales contra las violencias sexistas, destinado a mujeres y feminidades estudiantes, docentes, no-docentes y graduadas de la UNR. Este año comenzó su tercera edición con 200 participantes.
“Estos espacios de encuentro habilita que seamos más las compañeras que estamos al interior de la institución reconociendo y atentas a las situaciones que les pueden ocurrir a otras, a otres; que nos podamos acompañar y escuchar atentamente esas situaciones y que seamos más las que replicamos la existencia de espacios de escucha, atención, acompañamiento como son los protocolos y los espacios de atención a violencias que están en las casas de estudio de nuestra universidad”, describe Georgina.
Violencias virtuales son violencias reales
El nuevo contexto de educación en formato virtual no implica un cese de las violencias machistas. Los espacios de atención y escucha de las universidades siguen funcionando a través de medios digitales. Quien sufre una situación de violencia de género puede contactarse con cada una de las referencias de estos espacios a través de mails, que están disponibles en la página web de la universidad y, dependiendo de la situación particular y del contexto sociosanitario, se coordina una reunión a través de Meet o Zoom; o se pueden concretar presencialmente en algunas circunstancias específicas.
Es importante hacer fuerza en la idea de que lo virtual también es real y si nos está pasando alguna situación violenta a través de medios digitales también es posible ser escuchades por los espacios de atención de nuestra universidad.
“Los espacios virtuales y digitales son también contempladas como situaciones de violencia sexista, están amparadas por los protocolos de la universidad y tienen la misma relevancia que situaciones que puedan suceder de forma presencial”, remarca Georgina. “Esto es importante porque muchas veces nosotres mismes le bajamos el precio a algunas situaciones, porque ocurren de forma virtual y es importante hacer fuerza en la idea de que lo virtual también es real y si nos está pasando alguna situación violenta a través de medios digitales también es posible ser escuchades por los espacios de atención de nuestra universidad”.
El “Ni Una Menos” del año 2015 también tuvo sus consecuencias en el ámbito universitario y hoy vemos el resultado. “Feministas en las universidades existieron y existimos desde siempre, graduadas y estudiantes, investigadoras, docentes feministas estuvieron luchando por un lugar de visibilización de las problemáticas de género durante muchísimos años, pero es real que a partir de la revolución popular, social del movimiento feminista en las calles de nuestro país a partir del “Ni Una Menos” logró acelerar el proceso de una forma increíble. En nuestra universidad particularmente, los primeros procedimientos de atención a violencias de género se dieron en 2014, un año antes del NUM, pero logran tomar una visibilidad y dimensión muchísimo mayor a partir de esta jugada popular y social de las mujeres y diversidades tomando las calles con consignas claras.”
Georgina repasa el recorrido feminista e histórico en la universidad y su profundización luego del 3J y valora la cantidad de protocolos contra las violencias sexistas que comenzaron a elaborarse en el ámbito académico. Pero también, destaca, “se empiezan a generar espacios institucionales para pensar políticas desde la perspectiva de género, como son las Secretarías de Género. Son los impulsos al interior de la universidad del movimiento feminista, que recogen las prácticas de los movimientos populares, de la trayectoria de las académicas que pisaron las instituciones previas a nosotras para seguir generando políticas públicas y en este caso, políticas universitarias desde la perspectiva de género, los que tienden a generar instituciones libres de violencias, más democráticas. Es un cambio fundamental desde el punto de vista educativo institucional lo que pasó a partir del Ni Una Menos en la sociedad argentina y latinoamericana.”