Marchó Ludueña para exigir justicia por la niña que fue abusada la misma noche en que festejaba su cumpleaños número 15. El barrio se abrazó en ronda para acompañar a la familia y caminó más de 15 cuadras, en silencio, con aplausos, con rabia y un dolor enorme. El hartazgo de un barrio movilizado.
Fotos: Edu Bodiño
Hoy caminamos más de quince cuadras por el corazón tan dolido de Ludueña. Enorme movilización popular de vecinos, vecinas, amigxs de la familia, docentes, militantes feministas, hubo en el barrio donde hace apenas dos días abusaron sexualmente de una niña que celebraba su cumpleaños número 15.
En la audiencia imputativa que se llevó a cabo en el Centro de Justicia Penal, un joven de 18 años, Facundo G., quedó detenido bajo prisión preventiva, acusado en calidad de autor del delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado por resultar un grave daño a la salud física de la víctima”. Así se lee en el comunicado oficial que difundió el Ministerio Público de la Acusación. “Los demás datos en relación a la mecánica del hecho se mantienen en reserva para preservarla”, señala el informe. Es que no interesa ahondar en detalles que solo sirven para alimentar el morbo.
No. Lo que necesitamos es que algo cambie en este mundo horrible que habitamos para que los cuerpos de nuestras pibas dejen de ser objeto de todas las violencias machistas. Y para que los cuerpos de los pibes dejen de ser, también, objeto de todas las masculinidades violentas, hegemónicas y normativas que fabrica, como molde, el patriarcado.
Necesitamos, de manera urgente, que la Ley de Educación Sexual Integral en Santa Fe deje de estar archivada en un recinto legislativo mientras seguimos contando femicidios y violaciones. Porque no habrá manera de tirar abajo este sistema patriarcal -y esta tan naturalizada cultura de la violación- sino es a través de una ESI transversalizándolo todo.
Ludueña hoy salió a las calles, en silencio. Algunos aplausos, el grito de justicia y el hartazgo ante un nuevo hecho de violencia machista. Apenas algo de todo lo que vemos que ocurre, que sigue sucediendo, que no es tan distinto a lo que pasa en otros barrios de otras ciudades. Acaso los hechos que vimos frente a la Comisaría 12 nos recuerde a Moreno, provincia de Buenos Aires. Otra vez policías reprimiendo puebladas, apuntándole a les pibes que salen con esa bronca que estalla ante el horror, a esa comunidad movilizada y afectada, construyendo una justicia popular, una justicia social que repara, que lo intenta al menos, saliendo a las calles.
Hoy solo escuchamos ese silencio que todo lo grita. Era el barrio, atravesado por la desigualdad estructural, por todas las violencias sociales, policiales y económicas de todos los Estados. Era el barrio pidiendo protección para una familia, pidiendo testigos para romper los pactos de silencio y las complicidades y dilucidar si más varones participaron del abuso, intentando además, con lo inenarrable del dolor a cuesta, desmentir relatos revictimizantes.
Era el barrio, su trama social, sus pibas, sus pibes, llevando banderas, carteles hechos a mano, denunciando un sistema tan brutal que siempre se termina ensañando con mayor crudeza en aquellos lugares tan invisibles, tan ignorados.
Pero Ludueña -ya lo sabemos- es tierra de lucha. Es tierra de organizaciones comunitarias, de mujeres resistiendo con sus ollas, sus ferias y sus redes solidarias. Tierra que duele porque tiene a su Mecha y a su Pocho en esa memoria que nada olvida, pero que enseña, que siempre tiene algo que enseñarnos. Porque sus calles arden a veces de bronca y dolor, como lo fue hace ya varios años cuando mataron a Gaby, y también de alegría como lo sentimos en cada carnaval.
Hoy Ludueña no se calló. Caminó para abrazar a toda la familia y a esa niña de 15 años que necesitará de un Estado que sepa acompañar con todos sus recursos y todas sus herramientas, porque esa es la responsabilidad que le cabe.
Hoy Ludueña se fundió en un abrazo en ronda, simbólico, en el playón del barrio, sin decir demasiado porque esa ronda lo decía todo. Y caminó, a veces a un ritmo acelerado y tenso, por las entrañas de sus calles para gritar que ese cuerpo violentado, tan históricamente abusado, es el de todas.