Mafalda, el nombre aspiracional de mi infancia.
Ser contestadora, reflexiva, provocadora y crítica como Mafalda, eso quería.
Me quedaba embobada mirando las viñetas.
Mafalda que increpaba a su mamá sobre tener una vida.
Mafalda la del palito de abollar conciencias.
Mafalda.
Más tarde, iba cada domingo a la Viva para buscar la página de Quino.
Siempre agudo, nunca complaciente.
Sus dibujos eran síntesis formidables.
Mafalda hubiera sido una detenida-desaparecida, le dijo hace unos años su creador a Reynaldo Sietecase.
Más cerca, en 2018, escribió una carta para aclarar que su Mafalda no usaría pañuelo celeste. Textual: «Se han difundido imágenes de Mafalda con el pañuelo azul que simboliza la oposición a la ley de interrupción voluntaria del embarazo. No la he autorizado, no refleja mi posición y solicito sea removida. Siempre he acompañado las causas de derechos humanos en general, y la de los derechos humanos de las mujeres en particular, a quienes les deseo suerte en sus reivindicaciones”.
Yo siempre digo que la muerte es insoslayable. Esperable en alguien de 88 años.
Lo que no muere, nunca morirá, es su legado.
Y sí, lo lloro porque es parte de lo que soy.
Gracias me resulta poco. Gracias infinitas
Texto: Sonia Tessa