¿Es la infancia el tiempo en que la población trans hubiera estado a tiempo de ganarle tiempo a la vida? ¿Cómo es una casa que puede abrigar una infancia trans? ¿Cuál es su familia? ¿Qué sería una infancia libre? Más allá del binarismo, el abrazo, la escucha y el acompañamiento.
Como la hierba que asoma sin permiso de la mano
del hombre que no imagina en la tierra
nada que no haya plantado
Gabo Ferro, “Como la maleza”
Ilustración: Sofía Valdes
¿Ustedes siguen sosteniendo que no saben lo que es una travesti? Dice Marlene Wayar en su Diccionario travesti, de la T a la T e inicia un ejercicio de señalar cierta ceguera, la violencia de una ceguera selectiva, terca y voluntaria, frente a la que todo lo que no se alínea de forma binaria y heterosexual, desaparece. “Desde los 8 años que estamos lejos de casa, en la calle. Y hemos sobrevivido, mínimo hasta los 35”. En la edad que para muchxs representa la mitad de la vida, las travestis acumulan demasiado tiempo siendo invisibles, “no nos ven cuando somos niñas. Nos ven recién cuando somos punibles”. Y para entonces, quienes sobrevivieron hasta a los 35, acumulan “un cementerio en la cabeza” de amigas que ya no están.
El trabajo de relevamiento hecho por Lohana Berkins y Josefina Fernandez en La gesta del nombre propio (2005) y luego en Cumbia, copeteo y lágrimas (2007), acumula datos de la exclusión familiar y escolar, de la falta de acceso habitacional y de salud y listados eternos de apodos o nombres a medio recuperar, muchas veces sin apellido, de las que ya no están. ¿Es la infancia el tiempo en que la población trans hubiera estado a tiempo de ganarle tiempo a la vida? ¿Cómo es una casa que puede abrigar una infancia trans? ¿Cuál es su familia? ¿Será que la heteronorma no alcanza, que no es la única forma de abrazar las infancias?
¿Somos lo que criaron?
En el contexto de una humanidad monstruosa darle la espalda a Frankenstein tiene su costo. Valga aclarar que en la novela de Mary Shelley, Frankenstein era el doctor, el “creador” y que el monstruo, por otro lado, nunca tuvo nombre. ¿Frankenstein son lxs xadres? ¿O la escuela? ¿O cuáles instituciones? ¿Podemos salirnos de los modelos y estructuras que suponen una crianza y aún así convivir y entendernos si deseamos reivindicar nuestro derecho como monstruxs?.
Cuando recuerda su experiencia, Giselle Gómez, secretaria de ACIL (Asociación Civil Infancias Libres) habla de miedos, desinformación y prejuicios, “yo creía que era re progre y así y todo no podía acompañar a mi hija. Es una fluctuación de sentimientos entre que la dejo porque es un juego, después enojarte, retarla, decir basta, se terminó, llorar de angustia. Hasta que la conocí a Gabriela (Mansilla, presidenta de la asociación) y la ví a Luana y fue como un cachetazo. Ella me dijo acá la prioridad es tu hija, después lo procesás”. Si bien no todas las familias que se acercan a la asociación continúan luego vinculadas a sus tareas, para todas sí ha sido un amparo encontrar las experiencias en común, después de los múltiples recorridos que involucran las consultas con pediatras, psicólogues o docentes.
Una de las más grandes dificultades, como menciona Giselle es que “no hay una información certera con las infancias trans. Si yo no hubiera llegado a este espacio, ni siquiera escuchando a mi hija y dejándola ser quien es, no lo hubiera podido hacer en soledad. En esta grupalidad y gracias a los debates, las discusiones, al trabajo de reivindicar el ser trans ellxs también se forman políticamente”. En este sentido, desde la asociación civil realizaron una sistematización de esa información en la que, como relata Giselle, se encontró que “la edad promedio en que las niñeces manifiestan la disconformidad con el género al que fueron asignadas al nacer, es a los 5 años, que las feminidades trans se manifiestan de forma más temprana, mientras que las masculinidades trans quizá se muestran más bien en la pubertad. En este sistema una “nena” se puede poner un equipo de fútbol, pasa más desapercibida como una masculinidad trans”.
Karla Ojeda, integrante de la Comunidad Trans de Rosario y de la Casa de las locas relaciona la ley de Identidad de Género con la ley de Educación Sexual Integral: “La ley de identidad habla de la autopercepción, unx puede construirse como más lo desee, en caso de lxs menores si está acompañadx también debería poder suceder. Pero la ESI no habla de esto, habla de una identidad aplicando la ley pero no habla de nuestras cuerpas. de niñas con pene y niños con vulva. Es una ley hecha desde el binarismo. Es acotada sobre todo en identidades travestis y trans. Cuando se hizo la ley de ESI todavía no teníamos la ley de identidad, no fuimos parte de la ciudadanía, no fuimos parte de la ley”. En relación a las infancias, Karla cuenta que desde La casa de las locas están acompañando 2 infancias “eso dice muchísimo, y a su vez tenemos 2 compañeritas de 16 y 13 años, a una la madre la echó de la casa y la otra fue abusada, su mamá no está, su papá no se iba a hacer cargo porque no iba a tener una niña travesti. Si hablamos de que dos niñas son acompañadas y que a otras 2 las echaron de la casa, todavía no está todo dicho”.
Tanto Giselle como Karla coinciden en que los modelos educativos de generaciones anteriores tienen que ver con la transmisión y reproducción de prejuicios. Pero incluso cuando los lineamientos del género parecieran ser más amplios, acompañar la transición suele tener un impacto subjetivo fuerte. “Él se crío con una feminidad en un contexto de libertad. Yo vivo sola con él y siempre fue libre de elegir desde cómo jugar a que hacer de su vida. Yo también tengo una característica de estructuras no tan clásicas femeninas, podría ser un femenino ampliado, no ortodoxo” dice Cintia Mansilla, en relación al proceso de su hijo que comenzó hace poco más de un año. Lo complejo de la transición según ella fue “la vertiginosidad de los cambios. Yo le decía que se diera tiempo. A los pocos meses me hablaba de las hormonas, después del dni y de operarse. Mi postura era ir despacio y eso lo enojaba, sentía que yo minimizaba lo que le pasaba. A mitad del año pasado ya me dijo que quería que le diga por el nombre que había elegido. Yo me preguntaba cómo hacer en el barrio, hay mucha gente que participó de su crianza y de su cuidado. Pero él está en redes sociales y muchos empezaron a decirle por su nombre antes que tuviéramos que decir nada. Mis amigas también cuando empezó a ser más visible me dijeron todxs lo queremos como sea y que sea feliz”.
La vida no es una foto fija
Mientras se escribía esta nota, celebramos el decreto presidencial 721/2020 que aprobaba el cupo laboral trans para lxs trabajadorxs de la administración pública nacional, como parte de las reglamentaciones pioneras con las que contamos en nuestro país que habilitarían a reparar la exclusión histórica de la población trans.
Los escenarios posibles para el futuro de las infancias trans, sin embargo, no tienen sólo que ver con las normas que los regulan. Romina Marucco, trabajadora social y compiladora del libro “Los caminos trans” elaborado con el trabajo en el centro de convivencia barrial (CCB) frente a Villa Banana dice que la posibilidad de elaborar este libro partió de “hablar con la coordinadora del CCB para hacer un trabajo que se sostenga en el tiempo y que también habilite que el espacio sea transitado. Había muchas personas que venían a buscar la caja de alimentos una vez al mes y empezamos a compartir una vez por semana la mesa y la sobremesa con ellxs. Lo que pasa con esta población es que no transitan las instituciones del territorio porque todxs lxs miran. Está la creencia de que son cuerpos nocturnos y que no se pueden encontrar en lo diurno”. En el libro Crianzas, Susy Shock toma del portugués la posibilidad de convertir en sustantivo el verbo criar y así imaginar en la infancia otros escenarios. Ser crianzas abre el plano a la participación compleja y diversa de las personas e instituciones que nos forman durante la infancia. En el libro, la tía trava no sólo forma parte de la crianza de Uriel, sino que dialoga con la escuela y con el barrio, ocupando esos espacios, horarios y formas que no se esperan para las personas trans.
A su vez, al salir del centro de la ciudad, hay conquistas que no se traducen en rutinas, como reflexiona Romina “hay saberes que se fueron haciendo desde los estudios de género universitarios que no llegaron al territorio. Quienes las conocen de toda la vida, las siguen llamando por sus nombres de varones. Todos los días tienen que validar el género autopercibido. Hay muchas dificultades porque la iglesia es un lugar muy fuerte de sociabilidad, sumado a la dificultad del Estado de llegar y generar instancias de producción cultural, que podrían ser los CCB, pero en los últimos años hubo un desmantelamiento de esos espacios como espacio de encuentro que en lugares tan complicados es muy difícil de sostener”.
Por esta misma cuestión es que el consultorio de diversidad y salud trans que surgió hace 8 años en el Centro de Salud Martin y que actualmente funciona en el CEMAR se sostuvo en el distrito centro, porque se generó una especie de pertenencia y de libertad para circular para esta población que no es tan sencilla en el barrio, como cuenta Paula Botta, médica general que comenzó a trabajar en este consultorio hace un año. Si bien la atención del centro no está limitada a la infancia, Paula acompañó este año a 4 infancias, en un proceso de aprendizaje que “termina siendo un poco artesanal, según la edad, según los deseos, siempre haciendo hincapié en que muchos de los cambios ya los han realizado, en lo registral y en su forma de ser, de sentirse, de mostrarse. También desde la medicina general yo trato de tener un abordaje integral de la historia de vida. En las niñeces lo que vengo aprendiendo es a ir muy despacio. Los deseos y lo que piensan implican muchos procesos. Muchos vienen por las hormonas, entonces ahí charlamos: ¿qué esperás vos de las hormonas? ¿qué sería verte como un varón?. La testosterona tiene ciertos efectos pero no se puede elegir cómo o cuántos se van a manifestar, entonces hay que ver que no esperen de las hormonas el todo; son importantes para reafirmar una cuestión física, pero no hacen al todo”.
La medicina hegemónica y una escucha atenta y desprejuiciada no siempre hacen buenas migas, y la singularidad de los cuerpos y las experiencias exige otros tiempos para acompañar los procesos de transición que pueden haber comenzado en la infancia. Paula explica que “el proceso de hormonización cruzada se sugiere desde los 16 años. Entre los 13 y 16 años se genera un bache. Se puede usar medicación análoga para detener el desarrollo puberal antes de que suceda pero es muy cara y no la tenemos; y a la vez, si el crecimiento no está completo, iniciar la hormonización cruzada puede detener el crecimiento óseo por ejemplo”. Escuchar y acompañar nos modifica, Cintia que también es trabajadora de la salud reconoce su experiencia como madre, como algo que la afectó también en su trabajo “yo estoy en defensa de la libertad sexual, trabajo con personas con distintas orientaciones sexuales pero cuando unx está enfrente de cosas que lo agobian o sobrepasan unx queda como un trapito humilde que escucha o se relaciona con las personas desde un nivel más humilde. Siempre en atención busco que la persona se pueda expresar asesorar. Cuando me tocó, volví a encarar el trabajo, escucho con más compasión”.
¿Es posible reconocer, en la crianza y más allá, la afectación mutua que provocan las múltiples transiciones en que nos acompañamos? Así como es de difícil pensar las identidades de modo cristalizado, Romina dice “la vida no es una foto fija, no es estática. Unx pasa por miles de cuerpos, de sistemas de cuerpos organizados, todo el tiempo hay una cuestión dinámica (…) y también las familias tienen que trabajar la expectativa de les hijes como propiedad privada”.
Tiempo para transitar
Entonces ¿qué sería una infancia libre? ¿Puede una familia abandonar las expectativas que se posan sobre la infancia? “La casa loca tiene esto de ser una familia” dice Karla y logra proyectar sobre otros vínculos y otros cuerpos una forma más amplia de hacer un abrazo. “La mirada travesti trans sudaca, ha aportado mucho a los feminismos” dice Giselle y toma de la mano a las infancias, que “no pueden ser ilegales en el sistema educativo. En la ESI vemos la herramienta, pero el sistema educativo en general tiene que visibilizar, como nosotrxs que empezamos a agudizar la mirada, el oído. Estamos invitando a la sociedad y al Estado a actualizar y visibilizar las corporalidades y las identidades”.
¿Puede el mundo transicionar, como ya lo están haciendo las infancias? Aquí Marlene Wayar podría volver a la carga y decir que “transición es una palabra bastante manoseada”. Quizás podemos rechazar todo puerto seguro, todo rótulo y aceptar que “ la transición puede ser eterna (…) [que] son procesos, [que] nos han costado mucho”. Si nos salimos de la lógica binaria para permitirnos un género o un cuerpo que oscile (y no sólo entre lo masculino y lo femenino), quizá sintamos el alivio de que las vidas trans cuenten con el tiempo suficiente para decir, como Marlene: “se podría decir que no he terminado de transicionar, y bienvenido sea”.