¿Es posible parir y nacer sin violencias? ¿Qué quería decir Michel Odent, el médico francés al que todxs citan, cuando dijo que para cambiar el mundo había que cambiar la forma de nacer? ¿Cuál es la forma actual y cuál la que debería reemplazarla? Mujeres gestantes y activistas feministas relatan sus experiencias y reflexionan acerca de la violencia obstétrica, las disputas del saber y el parto humanizado más allá de la emergencia sanitaria.
“… esa criatura que llora en un mundo desconocido asiste, sin saberlo, a su propio nacimiento. No se sabe nunca cuándo se nace: el parto es una simple convención.”
El entenado, Juan José Saer
Ilustración: Sofía Valdes
¿Qué quería decir Michel Odent, el médico francés al que todxs citan, cuando dijo que para cambiar el mundo había que cambiar la forma de nacer? ¿Cuál es la forma actual y cuál la que debería reemplazarla? ¿Se trata de inventar algo nuevo o de recuperar una verdad ancestral? ¿Cómo se actualiza la singularidad de la experiencia de la reproducción? Y además ¿qué es primero: parir y nacer de otro modo o contar con un mundo que deseemos habitar y poblar?
Si la violencia obstétrica se sitúa en ese territorio de pasaje en que se viene al mundo, ¿puede el respeto desmontar una historia de costumbres donde la intervención médica se ha profundizado a la par que la escucha y registro de los tiempos fisiológicos de la persona gestante pierde terreno?
Los cambios ya se han hecho: hace más de un siglo que los avances de las tecnologías en torno al parto se han orientado en referenciar a la institución hospitalaria como el sitio que puede garantizar una mayor supervivencia de los cuerpos involucrados (el gestante y el naciente). Esta forma de parir y nacer en la que la gestación en ocasiones se asemeja a una patología que debe atenderse y sobre la que hay que intervenir se ha vuelto hegemónica y las imágenes a las que podemos apelar para recuperar o elaborar esa “otra” forma de nacer (y parir), resultan confusas. “¿Cuántos partos verticales viste en películas, en publicidades?”, dice María Petraccaro, integrante del colectivo autoconvocado Mujeres en tribu, “yo no recuerdo ninguno. Si no fuera por búsquedas específicas, no habría visto nunca esas imágenes. Eso también es cómo nos forman y cómo se construye la decisión. La posición horizontal es por comodidad del médico. Se supone que deberían estar actualizados en base a la evidencia científica”. Las imágenes que podemos asociar a la atención del embarazo y el parto son parte de una cultura donde la manipulación del discurso científico a conveniencia de quien lo monitorea y atiende se presenta como una verdad difícil de desmontar o de identificar como violencia.
Andrea Caminotti, del Observatorio de Violencia Obstétrica Regional Rosario cuenta que una de las tareas más importantes del observatorio tiene que ver con visibilizar las violencias y “acercar a la comunidad información que aporte una experiencia saludable de parto. Esto tiene que ver con los derechos y con las prácticas clínicas médicas pertinentes. No sólo con lxs obstetras, sino lxs diferentes profesionales, lxs ecógrafos, el personal administrativo de la obra social. No es sólo la no posibilidad de elegir parir en casa, sino todo lo que está avalado por documentos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de la Consavig (Comisión Nacional de Coordinación de Acciones para la elaboración de Sanciones de la violencia de Género), del Ministerio de Salud de Nación como recomendaciones que favorezcan una experiencia favorable de parto”. Desde el año 1986 las Condiciones Obstétricas y Neonatales Esenciales (CONE) elaboradas por la OMS y el Ministerio de Salud de la Nación las adoptó para formalizar los requisitos básicos que deben contar todos los establecimientos de salud habilitados para la atención de nacimientos. En la provincia de Santa Fe, la ley 13.634 mediante la cual se reglamenta y aplica la ley nacional 25.929 sobre Parto humanizado (del año 2004) fue aprobada recientemente, en noviembre 2019. Sin embargo la violencia obstétrica pareciera representar una serie de prácticas que no se ajustan a lo reglamentado y que además dependen de que se lleve adelante una denuncia para ser registradas.
Según Andrea Caminotti, “la dificultad de que haya cifras tiene que ver con la invisibilización de la violencia: se naturalizan muchas cosas, no hay un registro personal, o no se transmite a una ejecución de una denuncia por ejemplo. Las personas que registran esa violencia hacen un camino muy laborioso para hacer una denuncia y que quede registrado”. Si bien Andrea plantea que hay otras opciones para accionar legalmente que no son sólo el juicio al médico y que “el foco tendría que estar en el rol del Estado, porque tenemos las leyes pero no un Estado que garantice el cumplimiento de esos derechos o que sancione y observe”, la dificultad para llevar adelante la acción de denunciar también dialoga con una idea de justicia patriarcal, donde la figura de la autoridad médica no es cuestionada y donde la palabra de las mujeres y personas con capacidad de gestar no es tenida en cuenta.
Disputa de saber
Las reglamentaciones y la evidencia científica priorizan el criterio de la mujer o persona gestante de poder decidir, con la información suficiente, cuándo y cómo admitir intervenciones como la anestesia, la episiotomía, la cesárea que son, de por sí innecesarias en el desarrollo de un embarazo saludable.
Florencia Mainardi, periodista y Julia Expósito, politóloga, están atravesando el último trimestre de gestación y a ambas las interpela el asombro por lo que desconocían del embarazo o los discursos con los que contaban a la hora de imaginar la experiencia que ahora viven. “Nuestra educación sexual fue sobre la anticoncepción y hasta ahí, nadie te explica los cambios que vas a vivir durante el embarazo, salvo quizás en una clase de biología a los 15 años. Todo lo emocional y lo psicológico que se juega está invisibilizado. Nadie te dice que podés no estar feliz”, dice Flor que cuenta que también tuvo que hacer un trabajo de selección entre los discursos que la rodeaban para elegir con cuál quedarse y cuáles descartar en diálogo con la incertidumbre.
“Nuestra educación sexual fue sobre la anticoncepción y hasta ahí, nadie te explica los cambios que vas a vivir durante el embarazo, salvo quizás en una clase de biología a los 15 años. Todo lo emocional y lo psicológico que se juega está invisibilizado. Nadie te dice que podés no estar feliz”
En este contexto, abrir lugar en el cuerpo a la experiencia de la gestación pareciera requerir una actitud activa frente a la información, aún en estado de confusión. “Hubo dos cosas que me movilizaron mucho”, dice Julia, respecto a lo aprendido durante el embarazo, “que fue entenderlo como parte de nuestra sexualidad en los términos del placer y de las violencias. Y que después está cruzado con algo re dificil sacarse de la cabeza que es el problema del dolor. Y lo que mitiga el lugar de dolor o la violencia es re confuso entre lo que querés, lo que decidís y lo que se te impone del otro lado”.
Reconocer los procesos fisiológicos a medida que se los vive no es lo mismo que haber contado con esa información de antemano. “Históricamente hay una confianza en el médico de modo ciego que también es por desconocimiento del propio cuerpo. Hasta que estamos embarazadas no sabemos cómo funcionan o cómo son los procesos fisiológicos” dice María Petraccaro y en esta instancia es inevitable encontrar en el cuerpo el territorio donde se produce el desencuentro entre lo que se desconoce y lo que se le transmite a la mujer o persona gestante.
“Históricamente hay una confianza en el médico de modo ciego que también es por desconocimiento del propio cuerpo. Hasta que estamos embarazadas no sabemos cómo funcionan o cómo son los procesos fisiológicos”
Si bien las organizaciones de mujeres han alertado sobre el uso del COVID como argumento para no respetar los derechos de quienes atraviesan el embarazo, parto o puerperio en estas condiciones, María Petraccaro aclara que no es algo propio de un estado de excepción, sino que “en relación al cumplimiento veníamos para atrás en las instituciones, sobre todo las privadas son muy reacias, parece que las leyes no corrieran y con la pandemia peor. Se piensan que el acompañamiento es sólo en el expulsivo y no te permiten preparto en compañía. O se piensan que el respeto es tratarnos bien, capaz son super cariñosos, pero no respetan tiempos fisiológicos del parto. Te esperan un máximo de 12 horas de trabajo de parto y te mandan a cesárea. O de rutina te ponen una vía, cuando la oxitocina sintética limita la capacidad de movimiento. Son intervenciones innecesarias, como las episiotomías para apurar el expulsivo, cuando ya se sabe que es un tipo de mutilación genital femenina”.
En plena cuarentena, tanto Florencia como Julia encontraron resistencia principalmente en el respeto de su derecho de estar acompañadas. Flor cuenta que en el grupo de yoga prenatal que integra “algunas aceptaron de entrada que no dejen entrar a sus compañeros en la consulta. Nosotros llevamos papeles, presentamos cartas, llamé al ministerio de salud, nos plantamos”. Y Julia dice que “cuando se fue aflojando la situación en la provincia a mi compañero lo empezaron a dejar entrar, pero él siempre tiene que esperar afuera y cuando me llaman tengo que ir a buscarlo y hacerlo entrar. Lo mismo para las ecografías o las consultas médicas. Es como si no fuera una decisión compartida embarazarse, maternar, paternar. Vos sos la paciente y en algunos casos sos sólo el cubículo que lleva la vida de otro ser que por momentos parece estar por delante de la tuya propia. Es super confuso”.
Fisiología de la intervención
Magalí Rey es puericultora y según ella, la complejidad del discurso en torno a la fisiología es que históricamente fue utilizado “para explicar barbaridades y justificar violencias. En el discurso médico en torno a la obstetricia se arrastra toda una mitología de que hay unos cuerpos que funcionan y otros que no, algunos que pueden tener buena leche y otros no, cuando la capacidad generadora de vida y de parir es una inteligencia que encierra el cuerpo, que si no se altera de afuera la tenemos”.
Magalí cuenta que la puericultura tiene un enfoque altamente fisiológico, que se dirige a recuperar y cuidar el diseño original del parto donde “se trata no de enseñar sino desaprender, de descubrir”. Cuando da charlas prenatales, Magalí invita a la pregunta: “¿cómo vas a buscar lo que no sabés? ¿quién es responsable de que esa información le llegue a cada familia? ¿y dónde empieza esa información? ¿En la primaria, en la secundaria, en cómo entendemos el cuerpo? Que las mujeres lleguen a parir (y no estoy hablando de personas analfabetas o sin inserción social, económica, sino mujeres de clase media para arriba, profesionales, que viajaron a Europa, etc) y no sepan la fisiología del parto o la lactancia, no la conocemos, no se nos enseña”.
Para las mujeres y personas con capacidad de gestar la gestación pareciera expresarse en un lenguaje ajeno y además el discurso contra la violencia obstétrica parecería señalarlas como las responsables de conocer y exigir el cumplimiento de sus derechos. La violencia también se reproduce cuando por un lado se infunde el miedo para justificar prácticas innecesarias y por el otro, se vislumbra la necesidad de montar un estado de alerta obligatorio para enfrentar a la institución y salir airosas. Mientras se insiste en la responsabilidad de lxs gestantes se invisibiliza que actualizarse, como reflexiona Magalí, es una responsabilidad profesional. Entonces, “cuando se sabe que algo es mejor y te seguís manejando de otro modo, ¿cómo se llama eso? ¿malapraxis? ¿negocio? ¿ignorancia?”.
¿Decidir es un privilegio?
Estamos en un contexto donde no sólo se han ampliado los derechos sexuales y (no)reproductivos, sino también donde los alcances de los feminismos tensionan y expanden el horizonte de la sexualidad y la reproducción hacia una maternidad que pueda ser deseada o no ser. La posibilidad de un parto “humanizado” debería ser una constante de cualquier establecimiento de salud y no un privilegio de clase definido por cierto tipo de acompañamientos, como el de doulas o puericultoras que trabajan en el sector privado. Según Julia, las opciones son: o “caes en las manos de quién caes o (si ponés plata) se vuelve personal la relación y te van a acompañar de este modo, personalizado y respetado”. Un descubrimiento que resulta paradójico es que, si el desarrollo del embarazo fue saludable, el parto “podríamos hacerlo sin ninguna institución de por medio, a menos que haya una complicación en particular. Entonces todas la decisiones que vas tomando siempre están atadas por esas tensiones y en el caso de que lo puedas hacer terminás decidiendo pagar para poder acceder a algo más parecido a lo que pensás que necesitás”.
El lema de la semana del parto respetado este año fue “mi decisión debe ser respetada”, pero antes y durante la pandemia, la decisión de las mujeres y personas gestantes, como cualquier decisión, no surge de manera espontánea ni es ajena a la influencia de los discursos y experiencias que las atraviesan. Como reflexiona Magalí, “una decisión es sólo si tenés la información y las opciones entre las que elegir, pero también hay que pasarla por una misma, integrarla, descubrir tu modo de vivir el dolor, el miedo, de saber si vas a querer estar acompañada o cómo vas a querer que te acompañen”. La idea de un estar vulnerables atraviesa el cuerpo, como expresa Flor “Por más que conozcas tus derechos y que seas militante, yo me sentí muy mal, es increible lo vulnerable que te sentís frente a la institución. Ahi no sos Flor militante empoderada, sos Flor embarazada sensible y vulnerable”.
En cada parto hay un nacimiento, pero también algo se parte. Etimológica y literalmente un cuerpo se parte y partirse es una acción violenta. Entonces ¿podemos distinguir la violencia que admite un cuerpo al parir y al nacer y que hay otra violencia que es inadmisible? ¿Qué decisiones pueden tomarse? ¿de quién es la responsabilidad de engendrar otro mundo? Cuando decimos que debemos exigir nuestros derechos para no ser víctimas de la violencia obstétrica ¿qué estamos cambiando o qué estamos aceptando? ¿Podemos (n/h)acernos un mundo que nos permita la vulnerabilidad y donde la sensibilidad no nos debilite? ¿Quién es la criatura de la que habla Saer, que llora en un mundo desconocido y que sin saberlo asiste a su propio nacimiento?