En un contexto de pandemia mundial, tomamos el pulso de Bolivia, Chile y Brasil. Con la mirada del sociólogo Marco Teruggi y de la Doctora en Filosofía Adriana Rossi, navegamos los procesos de estos tres países con sus particularidades. La falsa dicotomía entre salud y economía y el golpe del que acusan recibo las poblaciones. Tres tipos de gobiernos de derecha que se hamacan entre el fascismo y el neoliberalismo, ensanchando las venas abiertas de América Latina.
Foto de portada: Agencia EFE
[dropcap]E[/dropcap]l 11 de marzo de 2019 la Organización Mundial de la Salud había presentado la Estrategia Mundial contra la Gripe 2019-2030. En ese momento se advertía sobre la posibilidad concreta de una pandemia. ´La amenaza de una pandemia de gripe sigue presente. El riesgo de que un nuevo virus de la gripe se propague de los animales a los seres humanos y cause una pandemia es constante y real. La cuestión no es saber si habrá una nueva pandemia de gripe, sino cuándo ocurrirá. Debemos mantener la vigilancia y prepararnos, porque el costo de una gran epidemia será muy superior al de la prevención´. Esto decía el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS. El objetivo de la alerta era que los países reforzaran los sistemas sanitarios para gestionar las crisis, ´algo que solo lograremos reforzando y mejorando la salud de los propios sistemas´, advertía.
Con el diario del lunes, la pandemia mundial desatada a partir de la propagación del COVID-19 desnudó algunas situaciones de carácter también global: ningún sistema sanitario en el mundo estaba preparado para enfrentar una pandemia semejante. Tampoco ningún sistema económico estaba preparado para detener su economía nacional. Hasta ahí la democratización de la pandemia. A partir de acá las estructuras que cada país tenía desarrolladas en términos sanitarios y en relación con el acceso a la salud de la población, permiten dimensionar las diferentes bases sobre las que impactó la globalización del virus. A la estructura sanitaria preexistente hay que sumar la política que tomó cada gobierno frente a este panorama inédito.
Junto con el avance del coronavirus empezaron los debates acerca de qué posición debían tomar los gobiernos de los países. De entrada se instaló una falsa dicotomía entre los partidarios de priorizar la salud de la población y quienes se inclinaban por la economía. Rápidamente (aunque actualmente se continúe operando mediáticamente para sostener la dicotomía) quedó a las claras la falsedad de tal elección: un pueblo enfermo no puede trabajar. Marco Teruggi es sociólogo y corresponsal en Venezuela. En primer lugar aclara que no se puede hacer un paralelismo exacto entre ideologías de gobiernos y resultados ante la pandemia. Para sostener este argumento alcanza con mencionar que hay gobiernos que se podrían caracterizar como progresistas y que han tenido resultados difíciles en términos numéricos ante el COVID-19. Dicho esto, Marco sostiene que en la mayoría de los casos los gobiernos de derecha que priorizaron la economía –partiendo de esta falsa disyuntiva- han tenido resultados negativos en lo sanitario y también en lo económico.
Adriana Rossi es Doctora en filosofía y analista internacional. Viene observando cómo se desploman los países que han tenido apertura en la economía. Dice que en todas las geografías la economía cae en picada y que el problema de fondo es la distribución de la riqueza. Según su análisis, de haber habido mayor igualdad en la distribucióny mayor rol del Estado, hubiesen sido diferentes las formas en que los distintos sectores de la población hubieran enfrentado esta pandemia. “El coronavirus podría ser democrático pero no lo es porque está golpeando mucho más a la población pobre. Dentro del 1% que tiene en manos la economía mundial, hay un sector que está ganando fortuna con el negocio del COVID”.
“Los gobiernos de derecha que priorizaron la economía –partiendo de esta falsa disyuntiva- han tenido resultados negativos en lo sanitario y también en lo económico”
A nivel mundial se superaron los diez millones de casos confirmados y según el análisis de Mike Ryan, director de Emergencias Sanitarias de la OMS, en América se concentran la mitad de los contagios y de muertes de todo el globo. La región de América Latina y el Caribe ya superó las cien mil muertes.
La mitad de las personas fallecidas que hasta ahora registra Latinoamérica se dieron en Brasil, el segundo país más golpeado del mundo. Éste es uno de los motivos por el cual este país forma parte del triángulo geográfico que nos propusimos auscultar en esta nota. Nos interesa desmenuzar la situación política, social y sanitaria de la región, pero a sabiendas de lo extenso e inabarcable del propósito, decidimos recortar sobre tres países. Además de Brasil, incluimos a Bolivia y a Chile (séptimo en el ranking mundial de los países más afectados).
Primeras aproximaciones a los denominadores comunes
Adriana Rossi habla del avance de una oleada de la ultraderecha de tipo fascista en América Latina para referirse a los casos de Bolsonaro en Brasil y de Añez en Bolivia. Aclara que si bien el Chile de Piñera sería neoliberal, no se debe olvidar la presencia del sector pinochetista en la actualidad.
Para Marco esta crisis evidencia el tipo de clases dominantes y clases políticas de derecha que hay en América Latina. El primer rasgo que comparten estos tres países es que son gobiernos de derecha que en sus políticas económicas tienen proyectos neoliberales. De todas maneras cada uno representa una expresión particular de la derecha. Teruggi empieza a diferenciara Sebastián Piñera de la versión más oscura de Jair Bolsonaro, a la que caracteriza como evangelista, pro-militar y denigrante sobre cualquier persona no hombre ni blanca. También lo diferencia del evangelismo de Jeanine Añez con su política persecutoria propia de un gobierno de facto. Sin embargo, los tres gobiernos dieron respuestas similares frente a la pandemia y obtuvieron resultados muy malos.
En relación con lo anterior, Marco plantea la existencia de las clases dominantes que son “más astutas y menos neocoloniales o feudalistas” que los casos estudiados. Se refiere a modo de ejemplo al caso del gobierno de Francia, un gobierno neoliberal con un presidente liberal que viene recortando la salud pública pero que cuando llegó la crisis vio la situación y dijo que están revalorizando el sistema estatal de salud y que hay que reforzarla. Habla del giro oportunista del gobierno, que empieza a plantear la posibilidad de que el Estado ayude a algunas empresas en los casos en que haya que nacionalizar o expropiar. Incluso aunque esto pueda esconder el rescate de empresas privadas que podrían luego volver a privatizarse, Marco resalta el giro y la inteligencia incluso maquiavélica del gobierno francés. En los casos regionales mencionados los gobiernos no cambian el rumbo de sus políticas aunque se desmorone la economía y el sistema sanitario. “No son oportunistas porque hay un sistema de rigidez de estas clases económicas y políticas realmente llamativa”. Según su análisis, este aspecto supone un tipo de adversario poco inteligente pero también dispuesto a escalar muy alto en los niveles de confrontación. “Eso también es un tema muy complejo, son tres gobiernos autoritarios. Uno viene de un golpe de Estado, Bolsonaro reivindica la dictadura, militariza el gobierno y las respuestas, y en el caso de Chile también. Tenemos peligros bastante notorios en estos tres casos”, plantea.
Siguiendo las indagaciones sobre los comunes denominadores, se puede afirmar que tanto el gobierno de Chile como el de Brasil intentaron postergar al máximo sus respuestas ante la pandemia sin decretar la cuarentena y sin usar el aparato estatal para frenar o disminuir los efectos sobre la población. Para Marco en el caso de Bolivia se suma el hecho de que es un gobierno de facto que tiene por objetivo desmantelar lo que se había hecho antes. Entonces, a la respuesta de inacción se agrega el vaciamiento.
“Esta crisis evidencia el tipo de clases dominantes y clases políticas de derecha que hay en América Latina”
Cuando las respuestas son las conocidas los resultados se vuelven previsibles. Teruggi no esperaría otro destino de un gobierno tan neoliberal como el chileno -el ministro de salud dijo después de meses que él desconocía el hacinamiento que había en algunas zonas de Santiago-; de un gobierno golpista como el de Bolivia que está desmontando un aparato estatal que incluye a la salud y que fue fortalecido durante años, donde además echaron a los médicos cubanos que estaban en las misiones médicas; como tampoco le sorprende viniendo de un gobierno como el de Brasil que también procede de un golpe de Estado. “Este conjunto de elementos da el resultado que estamos viendo. Son parte de los casos más críticos de América Latina, en particular Chile y Brasil”, dice Marco.
Brasil. Crisis al cubo
Al 30 de junio Brasil tiene más de 1,37 millón de casos confirmados y supera las 58.000 muertes. Estas cifras pierden vigencia rápidamente por las continuas actualizaciones. Sin embargo, los entierros en fosas comunes se dan en diversas regiones del país. Y también es un hecho que entre enero y mayo de este año se perdieron 1,14 millones de empleos formales, lo que reafirma la falsedad de la dicotomía entre salud y economía. Estos números chocan de frente con la postura de un presidente totalmente negacionista que se viene refiriendo a la enfermedad como una gripecita y afirmando que Dios protegerá a la gente.
Cuando el 17 de abril, el oncólogo Nelson Teich había reemplazado a Luis Enrique Mandetta al frente del Ministerio de Salud, no sabía que menos de un mes después él también renunciaría. En los dos casos se dieron situaciones similares: ambos ministros pretendían tomar medidas de aislamiento social en el marco de la pandemia, actitud contraria a la de Bolsonaro que se encargaba de repetir que no sería el virus sino el cierre de la economía la que causaría la muerte de las personas. Quien está actualmente a la cabeza del Ministerio de Salud es el general Eduardo Pazuello, un militar sin experiencia en materia sanitaria. De esta manera diez de los veintitrés ministros del gobierno brasileño son de origen militar.
La última renuncia de un ministro del gobierno de Bolsonaro se conoció el 30 de junio, cuando a cinco días de haber asumido el cargo de Ministro de Educación, Carlos Alberto Decotelli tuvo que renunciar porque se supo que había mentido en su currículum donde figuraba el dato falso de que había hecho un doctorado en la Universidad Nacional de Rosario.
Adriana Rossi dice que probablemente el coronavirus haya sido la mecha que prendió el fuego de la crisis política en Brasil, que empezó con la renuncia del ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, conocido como el juez del Lava Jato que terminó con el encarcelamiento de Lula da Silva. “Sergio Moro empezó a tener diferencias con Bolsonaro y al final renunció, presentando a la policía de Curitiba una serie de denuncias en contra de Bolsonaro y su familia, sobre todo contra sus hijos que habrían interferido para facilitar la elección del padre para llegar a la presidencia”, explica Adriana. Bolsonaro había dicho que la policía no debía entrometerse y que si tenía que remover a la cúpula policial lo iba a hacer. Sin embargo Moro fue a declarar.
Adriana describe dos escenarios posibles en el caso de que las denuncias contra Bolsonaro sean investigadas y confirmadas. En el caso hipotético de que se llegara al juicio político y Bolsonaro fuera destituido, en su lugar asumiría el vicepresidente, que al igual que el cuarenta por ciento de los ministros también es militar. Con ese escenario los militares pasarían a tener un control casi total del gobierno. Adriana entiende que por la posición estratégica que actualmente tienen en la política brasileña, los militares no necesitan de un golpe de Estado porque van imponiendo su visión sobre muchísimos asuntos.
Diez de los veintitrés ministros del gobierno brasileño son de origen militar
El otro escenario que plantea Adriana Rossi es que la comprobación de las denuncias termine anulando la elección de Bolsonaro. La anulación de la elección, que tiene que ser aprobada por las dos terceras partes de los votos en el Congreso, también impactaría sobre el sector militar que en ese caso debería dejar la vicepresidencia. En este marco, Rossi plantea que la estrategia de Bolsonaro y de sus hijos es, por un lado, alimentar el apoyo del sector militar no solamente con los cargos sino también diciendo que los militares están ahí por voluntad del pueblo, que son una garantía y que son muy honestos. Y, por otro lado, tensando la relación entre los militares, la Justicia y el Tribunal Superior Electoral que tiene la autoridad para anular las elecciones.
Al mismo tiempo, amplía Rossi, hay un sector militar que empezó a advertir a la opinión pública que todas estas investigaciones pueden llevar a una desestabilización, sin decir qué pasaría después con esa desestabilización. “Uno de los hijos de Bolsonaro dijo abiertamente que por el momento no hay ningún peligro pero que si la situación se vuelve inmanejable se podría llegar a una ruptura del orden democrático”. Según el análisis de Adriana, a pesar de que en principio los militares no se inclinarían por hacer un golpe de Estado, la complejidad de la situación abre un panorama incierto sobre el futuro político de Brasil.
Marco Teruggi aporta al análisis una arista interesante: no hay por el momento un factor progresista o popular disputando la crisis política. En el plano legislativo, el debate se da entre los sectores de la derecha en sus diferentes variables: evangélicos, neoliberales, más nacionalistas. “Entre Sergio Moro, Bolsonaro y los sectores militares que reivindican el golpe de Estado no hay ningún tipo de alternativa progresista gestándose”, plantea, mientras aclara que hay una triple crisis: sanitaria, económica y política.
Marco agrega que el bloque que encabezaba Bolsonaro se fragmentó incluso en términos económicos. Su explicación es que el modelo neoliberal no solamente golpea sobre los sectores populares sino también a fracciones del empresariado, a la gente que apuesta al desarrollo nacional, a la producción y al consumo interno. “El neoliberalismo no solamente empobrece a las grandes mayorías sino que además prioriza la especulación financiera, la privatización, la fuga de capitales. Ahí hay un sector empresarial que también se termina desprendiendo”, indica.
En ese panorama Teruggi tira del hilo de la especulación golpista o de destitución para preguntarse (se permite dudar) si efectivamente los militares están dispuestos a agarrar el control político sin intermediación. Resalta algo que venimos describiendo: el lugar de privilegio que los militares tienen hoy dentro del gobierno. A pesar de la gran inestabilidad, Marco se aleja del escenario golpista porque no visualiza que tengan un plan de aterrizaje post Bolsonaro. Como no se trata en este caso de un levantamiento de sectores populares en donde la izquierda pudiese inclinar la balanza, no cree que se abra ese cuadro de situación a menos que comentan otro error político o que fuera una necesidad histórica como en el caso de Dilma. “En su momento tenían que sacar a un modelo, después aguantar las turbulencias y restablecer un cierto ordenamiento que siga en lo que estamos viendo hoy. Otro cálculo podría ser que el peso caiga sobre Bolsonaro y acumular para las elecciones que vengan. Son muchas variables juntas”, dice.
La figura de Bolsonaro podría ubicarse en una nueva derecha que tiene una serie de puentes vinculantes entre sí. Tal vez, dice Marco, el puente más visible sea Stephen Bannon, asesor comunicacional que estuvo en la campaña que le dio la victoria a Bolsonaro, que también asesoró a Donald Trump y que trabaja con Vox en España y con Salvini en Italia. En la descripción que hace Teruggi, esta derecha no necesariamente es similar en lo económico pero sí “en las formas de construcción política, en el trabajo mediático y en una serie de ideas fuerza”.
Cuando Trump enfrentó el levantamiento por George Floyd, lo hizo a sabiendas de que la gente que se movilizaba nunca lo votaría a él y por lo tanto no construyó un discurso para ellos. En la explicación de Marco, Trump fue lo que esperaba su base social: un hombre de fuerza, de ley, de orden, de amenaza, de espectáculo. En este sentido, Bolsonaro también hace de la política un show. En la pandemia aplicó un discurso desafiante y omnipotente que minimiza al virus, actitud compartida con Trump y con Boris Jhonson quienes plantearon la tesis de la inmunidad del rebaño. “Bolsonaro ha mantenido esa política y ha ido tensionando con diferentes sectores a medida que avanzaba la pandemia. Primero con las autoridades políticas que tienen que dar respuesta en su territorio, los alcaldes y gobernadores. Luego con los ministros de salud”.
A pesar de la gran inestabilidad, Marco se aleja del escenario golpista porque no visualiza que tengan un plan de aterrizaje post Bolsonaro
La decisión de Bolsonaro de no decretar la cuarentena ha llevado a que los gobernadores tengan que actuar de acuerdo a las situaciones de cada territorio. En el Estado de San Pablo, por ejemplo, se aplicó la cuarentena. De todas maneras, desde el gobierno federal hay una arremetida en contra de ese tipo de decisiones.
Chile: los muertos ya no contagian
En noviembre de 2019 el ahora ex ministro de salud chileno, Jaime Mañalich, hacía gala del sistema de salud como “uno de los mejores y más eficientes del planeta”. Hoy, con el sistema de salud colapsado, hospitales desbordados y sin insumos suficientes, piden traer pacientes con COVID-19 a Argentina. Mañalich es el mismo ministro de Salud que dijo que el virus puede mutar y convertirse en buena persona, y que dentro de los recuperados contaban a los fallecidos porque ya no contagiaban. Declaraciones que parecen sacadas de un guión de humor negro y que no resisten ningún tipo de análisis.
“Chile ha dado la respuesta más acorde al modelo político, a la filosofía que acompaña ese modelo y sus priorizaciones”. Para Marco no hay sorpresa siendo que se trata de una salud privatizada hecha únicamente para un sector de la población que puede pagarla. Pero al colapso del sistema sanitario hay que sumarle la falta de respuesta oficial en términos de contención social. No es que Marco crea que las medidas como los créditos y ayudas que está implementando por ejemplo Argentina vayan a solucionar el problema de una economía parada, pero sí que pueden apuntalarla para evitar que caigan del todo las distintas economías, desde la economía popular de un barrio hasta la pyme o la empresa que exporta. “Es una suerte de democratización de la respuesta que tiene que priorizar a los sectores más vulnerables. En el caso de Chile empezaron a haber protestas por hambre en los barrios”, dice Teruggi.
En el caso de Chile la cuarentena empezó cuando ya no había otra posibilidad por el desborde sanitario. Piñera aplicó mientras pudo aquella frase de ´preferiría no hacerlo´. Marco empieza a sumar: mala respuesta sanitaria, colapso de hospitales, falta de insumos, sistema de salud elitista, cuarentena tardía y mal hecha, baja o nula contención de los sectores más vulnerables. La suma da Chile: la tragedia predecible de un gobierno que favoreció los despidos.
Adriana se refiere al negacionismo que también aplicó el gobierno chileno, que no se preparó a pesar de que la ola se venía encima. Menciona la denuncia del alcalde de Recoleta, una comuna de Santiago, donde se acusa al presidente Piñera, al ex ministro de salud Mañalich, a la Subsecretaria de Salud Paula Daza y al Subsecretario de Redes Asistenciales Arturo Zúñiga, del delito de homicidio por acto explícitamente negligente e imprudente por adopción de estrategia bajo premisas totalmente erróneas. Adriana aclara que la denuncia tiene un agregado que incluye delito de negación de auxilio y abandono de destino, dejando desprotegida a la población de esa comuna. “No se adoptaron medidas concretas y no se escucharon las recomendaciones de los organismos, epidemiólogos y especialistas”.
Otra denuncia que recae sobre Piñera tiene que ver con el entierro de su tío, Bernardino Piñera, un ex arzobispo. En la ceremonia del entierro se rompieron los protocolos, donde además de los veinte familiares había músicos, sacerdotes y fotógrafos. La población se enteró porque fue un acto público. Ese fue para Adriana un golpe para “todas las familias que no han podido despedir a sus parientes muertos”. Además, agrega un dato: “Piñera habla de un tío queridísimo pero resulta que estaba acusado de abuso sexual de un menor”.
Desde octubre del año pasado en Chile empezó a caerse un telón decorativo que mostraba al país como un ejemplo a seguir por las economías de los países vecinos. La rebelión popular empezó a desnudar el carácter elitista del modelo chileno. Aquella economía era resplandeciente sólo para un grupo minúsculo. El resto quedaba afuera.
La rebelión popular empezó a desnudar el carácter elitista del modelo chileno. Aquella economía era resplandeciente sólo para un grupo minúsculo. El resto quedaba afuera
A partir del desborde por el brote de coronavirus Piñera decidió endurecer algunas medidas como la aplicación de multas y penas de hasta cinco años de prisión por no cumplir las medidas sanitarias. Esto, según Adriana Rossi, deja expuesto al sector más pobre de la población que si no trabaja no puede sobrevivir. “Hay estado de excepción por catástrofe, toque de queda nocturno, cuarentena en capital y diversas ciudades, la economía parada y un sector poblacional totalmente desahuciado”. Las mismas personas que no tienen las condiciones mínimas para protegerse frente a la pandemia, son las que no podrán paga las multas. Rossi dice que Piñera está en una situación muy difícil que él mismo no ha podido o no ha querido controlar y que hubo un intercambio con Argentina para tener un conocimiento sobre política pública en el marco de la emergencia. “No sabemos qué va a pasar después de la pandemia porque Piñera ya estaba en la picota”.
Bolivia: Golpe y porrazo
En el caso de Bolivia lo que está pasando en el presente está indisolublemente atravesado por el pasado más reciente y el futuro cercano. La pandemia se topó con un país gobernado por una presidenta autoproclamada de un gobierno de facto que es hijo de un golpe de Estado. Al mismo tiempo, la explosión de la pandemia coincidió con el momento en que se llevarían a cabo las elecciones. Por lo tanto, para intentar comprender el pulso actual de Bolivia, es necesario hacer dialogar a los tres planos temporales.
Una foto del tiempo actual muestra situaciones de colapso sanitario, por ejemplo en el departamento de Beni, y la falta de un despliegue estatal para contener la situación. Lo que se está dando es la restauración de un modelo que Bolivia había abandonado desde la asunción de Evo Morales en la presidencia. Algunos hechos sirven de muestra, como el regreso al FMI, el cierre del Ministerio de Cultura o el cierre de las embajadas en Nicaragua y en Irán. Marco Teruggi habla del tiempo que generalmente transcurre entre el anuncio de las políticas de restauración neoliberal y la eclosión de las crisis. Dice que en Bolivia están especulando con eso.
El plan de Añez es postergar lo más posible las elecciones. En este contexto, la pandemia del COVID le sirvió al gobierno como excusa para ganar tiempo. Las elecciones primero iban a ser en mayo, luego se hablaba de agosto y ahora serían el 6 de septiembre. La situación actual también le sirvió a Añez para advertir que lo que pase en las elecciones en relación con la emergencia sanitaria será responsabilidad del MAS y de quienes la presionan. Adriana describe una situación tensa en la cual la presidenta del Senado entregó un informe para evaluar una probable evolución del coronavirus a través de los meses y advirtiendo que si Añez no llamaba a elecciones lo haría ella. Pero según la mirada de Adriana quien más viene instando al llamado electoral es la COB (Central Obrera Boliviana), sobre todo el sector minero. “Le dijeron que si no llamaba a elecciones se iría por una revuelta popular. Están llamando a un estado de emergencia para organizar la movilización de los trabajadores y el bloqueo de rutas”.
En los últimos años en América Latina los llamados golpes blandos parecían dejar atrás al modo más clásico de los golpes de Estado que se desarrollaron en la década del setenta. Sin embargo, el caso boliviano retomó algunos aspectos de aquella conocida metodología del golpe militar. El análisis de Marco Teruggi amplía la mirada con algunos rasgos particulares propios de este golpe y de este tiempo. En primer lugar, un golpe que negó su carácter de golpe y que se presentó como una respuesta democrática ante el fraude de Evo Morales. Un discurso muy bien armado desde el principio y con mucho eco mediático nacional e internacional. En segundo lugar, siguiendo a Teruggi, cuando se consuma el golpe con el último eslabón que es el militar, quien asume y se autoproclama no dice que va a quedarse hasta restablecer el orden democrático en el país de una forma indeterminada, como solía suceder en otros golpes de Estado, sino que declara que su objetivo era estar un período corto de tiempo y llamar a elecciones.
El rasgo distintivo del formato de este tiempo está según Marco en la eficacia de los tres momentos: golpe-transición-legitimación. En Honduras, Paraguay y Brasil se dieron procesos en los cuales se terminaron legitimando gobiernos cuyas elecciones fueron precedidas por golpes de Estado.
El respaldo que tiene Añez en la población es bajo. Las declaraciones y el manejo que propuso desde el principio han generado mucho rechazo. La violencia simbólica que significó sacar la wiphala del palacio de Gobierno y en su lugar poner la Biblia, provocó una reacción muy fuerte y en el cálculo de Marco quizás mayor a la que hubo en su momento para defender a Evo en la escalada golpista. Probablemente ese sea el costo que estaba dispuesta a pagar Añez al colocarse como una pieza de transición. Sin embargo, Teruggi plantea que para evaluar el saldo político hay que hacer “un análisis actualizado de datos de qué porcentaje de la población en Bolivia cree que hubo golpe de Estado, qué porcentaje cree que hubo fraude por parte de Evo Morales, y qué porcentaje tiene una lectura combinada de que hubo fraude y golpe”. Esos datos dejarían analizar cuán efectiva fue la construcción mediática y qué tan herida saldrá Añez.
En las elecciones se presentarán cuatro candidatos: Luis Arce (es el único candidato del MAS), Luis Fernando Camacho (fue el líder del golpe desde los Comités Cívicos de Santa Cruz), Jorge ´Tuto´ Quiroga (ex presidente de Bolivia y representante de la embajada de EEUU) y Carlos Mesa (principal opositor a Evo en las elecciones del 20 de octubre). Marco Teruggi se refiere al rol clave que ocupó Mesa en la escalada golpista, “más allá de que él no tenía la fuerza para conducirla y la condujo Camacho que hoy quedó muy desplazado en el cuadro electoral”. Según avizora Marco puede que el plan sea presentar la opción de Mesa como una alternativa más ´amable´ para todo un sector político que se inclinaría hacia él como una tercera posición entre el ala golpista y la fuerza de Evo Morales. Sin embargo, considera necesario poner sobre la mesa quién es y qué representa Mesa, no solamente en el golpe de Estado sino en su historia dentro de la política boliviana en la cual está vinculado por ejemplo con masacres en el Alto.
La intención hasta acá era hacer una panorámica sobre estos tres países y las situaciones sanitarias, políticas y sociales en las que se encuentran en el actual marco pandémico. Es interesante ir vislumbrando qué quedará cuando pase el temblor del COVID-19. Adriana se pregunta esta cuestión para la cual todavía no hay ninguna respuesta certera en un presente líquido. Dice que están abiertos los distintos escenarios y rumbos que tomarán las sociedades, que pueden responder con Estados más presentes, con mayor neoliberalismo, con mayor fascismo, con mayor control social. Plantea que el neoliberalismo ha mostrado sus límites pero que eso no implica que ese tipo de orden social desaparezca. Habla de la posibilidad de que salga reforzado de la pandemia, con los poderes económicos aún más concentrados. “El neoliberalismo se puede volver a refundar”, advierte.