Mi hijo Juan de un poco más de 3 años y yo vivimos solos en nuestro departamento.
Mi hijo me extrañaba mucho cuando me iba a trabajar durante las 9 horas diarias en esa vida “normal” que hacíamos.
Mi hijo me reclamaba con algún berrinche o planteo particular cuando llegaba agotada en aquellas tardes lejanas. Sin embargo, sabíamos cómo compensar esa ausencia diaria con el resto de las horas que estamos juntos hasta finalizar el día.
Maternidad cómplice.
Esa era parte de la rutina tan alejada en los recuerdos de hoy. No tengo noción del tiempo, no sé cuánto está durando este encierro, nosotros lo empezamos antes.
Antes. Mucho, poco. No lo sé.
La cuarentena me halló junto a él y acompañada de mi mamá. Por un cruce de caminos se dio que ella estuviera en mi casa por estos días y ya lo decidimos se quedará con nosotros hasta que todo esto se acomode.
Así es, ella también maternando (me/nos)
Ambas transitando muestras maternidades desde los recorridos, las historias y devenires tan diversos y necesarios en estos momentos de reflexiones existenciales.
Maternar entre madres.
Red de cuidados.
Red de amor.
Red de paz.
Red de silencios y llantos.
Red de risas y recuerdos.
Maternar libre.
Si, sintiéndome libre aunque esté en cuatro paredes chocándome todo lo que hay en el piso en estos días de exceso de encierro.
La cuarentena me atrapó con una historia pesada de violencias sufrida por mi ex pareja. Esos recuerdos no se aíslan ni preventiva ni obligatoriamente ni los frena ningún decreto. Ellos están ahí siempre presentes y por estas noches aparecen asomados de pesadillas recurrentes. Por eso el único refugio donde puedo estar sin miedo es aquí, en mi casa. Contenida por las paredes, puertas y ventanas. Abrazando a mi hijito y a mi mamá.
La cuarentena me despojó de esas corridas diarias intentando escapar de las miradas alertas, del corazón sobresaltado ante cualquier ruido de la calle, de los ojos abiertos haciendo fotos panorámicas todo el tiempo.
Maternar segura.
Maternar tranquila.
La cuarentena me encontró con privilegios materiales y con esos que no se pueden tocar ni comprar. Con muchos, debo confesar.
Maternidad deseada y esperada, con todo lo que eso implica
Heladera y alacena abastecidas, haciendo homeworking, cobrando mi sueldo por adelantado, teniendo todos las herramientas electrónicas y medios virtuales para acceder con comodidad a todos lados y resolver cualquier imprevisto de esos que no requieren la presencia física.
Comidas, horno, hornallas, ollas que bailan un sinfín de danzas un poco locas ante mi torpeza culinaria.
Maternar compartiendo.
Mi hijo no entiende la magnitud del virus, la pandemia, ni del caos mundial. Mi hijo está feliz y me lo dice todos los días porque estoy con él, porque no me voy, porque no me tiene que esperar que regrese porque se levanta conmigo, desayunamos y almorzamos juntos.
Mi hijo no comprende por qué no me voy a trabajar y ahora me quedo con él, por qué la “abueli” vive con nosotros momentáneamente. No sabe cuándo termina todo esto. Ni nosotras tampoco.
Y así estamos maternando (nos/me)
Texto: Lorena G.