En general hay un acatamiento importante de la cuarentena obligatoria. En el centro y macrocentro de las ciudades, sin embargo, se ve gente en la calle. En los barrios también. La diferencia está en el rigor con que se aplica la autoridad en cada sector.
El temor está instalado. Para algunas personas desde febrero, o incluso antes, cuando se ventilaron las primeras noticias de lo que sucedía en China con el Covid-19. Pero era en China, allá tan lejos. La distancia cultural también nos mantenía desinteresados: si en ese país comen sopa de murciélagos, los mercados desangran animales vivos sobre otros enjaulados que correrán el mismo destino, acá nada que ver. En marzo la cosa cambió, y con los casos en España e Italia el peligro se sintió cerca. Después todo lo conocido, que puso hasta al más escéptico a nuestro alrededor a preocuparse por el tema. Acaso el efecto de la pandemia, declarada el 11 de marzo por la Organización Mundial de la Salud.
Para terminar de dejar en claro la seriedad del asunto el presidente estableció el “aislamiento social preventivo obligatorio”. La cuarentena total que tanto se había pedido, con un apoyo generalizado. Fue mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia, barajado como posibilidad durante varios días, con la oportunidad de anticiparse a un brote como en los países de Europa más afectados y con la presión social de un pueblo que pidió Estado a gritos. En la trinchera no hay liberal. Lo cierto es que el DNU modificó la vida cotidiana de la población. Fue, literalmente, de la noche a la mañana.
Hasta entonces una mínima parte venía adaptándose de a poco a las medidas preventivas recomendadas por el Ministerio de Salud. Eso de evitar contacto, no salir de no ser necesario, no asistir a eventos públicos. Una semana de adaptación que empezó con la cancelación de eventos y actividades, con la reclusión de algunos, y terminó con el aislamiento preventivo obligatorio. Muchos ya veníamos acomodándonos a esto de no salir. Otros tuvieron que adaptarse de manera abrupta. Desde entonces nos corrió el miedo al Covid-19 y el miedo a la severidad que el presidente anticipó que se tendría con los infractores del aislamiento.
Las características y contextos de cada caso abrieron un amplio abanico de formas de vivir y padecer la cuarentena, aunque se disfrace de disfrute. La clase media para arriba se atrincheró en sus fuertes, algunos más cómodos y otros menos pero todos con las necesidades básicas cubiertas. Quizás la preocupación más firme fue para los trabajadores en situación de precariedad, o para el sector monotributista. Por fuera de eso, en líneas generales, se recibió a la cuarentena con la heladera lo suficientemente cargada como para no tener que someterse por varios días a otra cola de hora y media en el supermercado del barrio, con la cuota de internet al día para vivir el afuera desde el encierro, con el paracetamol a mano por las dudas. Entonces fue momento de las videollamadas por Whatsapp con los amigos y familiares a los que a veces la rutina obliga a esquivar, de los maratones de series, y de los quehaceres del hogar que habían estado en suspensión perpetua. Las redes sociales a todo ritmo: los challenges en Instagram, los análisis sesudos en Facebook, la astucia breve en Twitter y la vidriera de intereses y costumbres personales en todas ellas.
En la clase media para arriba el aislamiento social se deja vivir, se sobrelleva. El aislamiento social físico, porque cuando internet amenaza con caer la desesperación arrecia ante la posibilidad del aislamiento también virtual. Pero en general, más allá de la preocupación por la pandemia, la cuarentena es amable. Hasta hay cierta posibilidad de salir a la calle. Cuando uno se asoma y ve a otros se pregunta si el aislamiento social preventivo obligatorio es tal. Camina por las calles, con el bolsito de las compras como extensión del DNI, va al super, hace la fila con un metro de distancia entre cada cliente, vuelve a caminar la calle semidesolada y de regreso al fuerte. A algún amigo lo paró la policía, amablemente le miró la bolsita y decentemente le pidió que hiciera rápido. A algún otro lo mismo. Siempre en sus calles, en su barrio del centro o del macrocentro. Incluso uno fue a pegar un poquito de faso, y todo bien.
Pasaron dos días y se difundieron los videos. No quedó claro en qué ciudad, pero sí que era un barrio profundo. Sus calles de tierra, sus zanjas anchas. Un pibe -remera de Boca, bermuda- parado al lado de su moto. Lo rodean cinco policías con cascos y barbijos. Le preguntan si sabe que está prohibido circular por la vía pública, ¡el sueño del milico! Él responde que solo salió a comprar una maquinita de afeitar descartable. Le ponen las manos atrás, lo esposan y se lo llevan. El pibe ni reniega, como si no fuera la primera vez, como si supiera que el escándalo se paga caro en el hermetismo del calabozo.
Se difunde otro video. Un operativo en la zona oeste de Rosario. Tres patrulleros en escena. Una mujer policía con barbijo se lleva por la fuerza a una chica joven, no se conocieron los motivos de la detención. Desde un edificio unos hombres gritan contra la policía. Un agente se da vuelta y dispara con su antitumulto en dirección al edificio, que es la misma dirección desde donde filman con un celular. “Vení acá cara de pija, cagón”, grita el policía y señala el suelo. Se intuye que otra persona que circula por la calle se acerca y entonces “tomatelás la concha de tu madre” y de nuevo tiran.
Un video similar. Los policías de barbijo y arma en mano copan una calle del barrio Mercofrut de San Miguel de Tucumán. Otra vez calles de tierra, zanjas, y prepotencia policial. Verbal y física. Avanzan contra vecinos y les disparan con las antitumultos.
El domingo 22, cerca de las ocho de la noche, el defensor regional Gustavo Franceschetti escribe en su perfil de Facebook: “La Defensa pública acaba de presentar un Habeas Corpus por la situación en la Comisaría 32. Hay 29 personas detenidas y hacinadas desde las 10 AM. De esa cantidad, 18 fueron detenidos por estar fuera de su casa. Peor el remedio que la enfermedad, ¿no? Aumentan las chances de propagación entre detenidos y policías. El personal policial aguarda respuesta de la Fiscalía, respuesta que ya se conoce: al domicilio”.
¿Cómo piensa un policía en tiempos de aislamiento social preventivo obligatorio? La agente Mariela Terengue, clase 1986, de la policía santafesina, por ejemplo, dio su punto de vista en las redes. La organización policial Apropol compartió en su Facebook el video de la zona oeste de Rosario, una señora comentó que hubo abuso de autoridad y la agente Tarengue arremetió. “Cuando quieras te explico qué es toque de queda y cuántas garantías constitucionales se suspenden si se llega a declarar. Es más, te doy algunos ejemplos. Así vas viendo si seguís saliendo a la puerta con “la Mirta” porque ya no aguantás más no saber los puteríos del barrio. Te doy ejemplos de las garantías que se suspenden si se declara toque de queda: el habeas corpus que evita arrestos y detenciones no se podría presentar. El habeas data que te permite acceder a la propia información en cualquier registro o base de datos tampoco se podría solicitar. Nadie puede ser privado de su libertad sin la autorización de la autoridad competente (esta me encanta porque es lo primero que dicen ‘a mí no me llevás sin una orden’) Boe, olvídate no podrías decirlo porque también se suspendería. Esta garantía también sería terrible si se suspende para vos porque justamente es para evitar toda discriminación racial o violencia de género. Boe, ¿si se declara toque de queda sabés que pasaría? Te agarran de los pelos y no te podés quejar porque también se suspende. Y está, lee con atención: “todas las personas están protegidas contra la tortura, tratos inhumanos y degradantes”, algo así como abuso de autoridad ¿no?. Boe, si no querés que pase eso deja de defender lo indefendible y quedate en tu casa”. Un simple comentario de Facebook, o el punto de vista de una funcionaria policial, una agente del Estado.
Lo que queda de estos primeros días de aislamiento social preventivo y obligatorio es que en todos los sectores sociales hay casos en los que no se respeta a rajatabla. En Rosario, según el Ministerio Público de la Acusación, hasta este lunes 23 de marzo hubo 76 arrestos domiciliarios por incumplimiento de la cuarentena. Pero no hubo ni un video, o noticia siquiera, de una detención violenta a los turistas que llegaron del extranjero, o a las personas que pasearon por el centro y alrededores. Lo contrario: las fotos que ilustran a los operativos muestran cordialidad y diálogo. Y está bien, no debería ocurrir de otra manera. Como tampoco debería ocurrir en los sectores populares. Pero eso de la detención violenta y arbitraria es una moneda corriente en esas zonas. Sucede frecuentemente sin que la policía necesite de este DNU vigente como amparo a su brutalidad. Es parte de la vida cotidiana, como lo es para las vecinas y vecinos salir diariamente a hacer la compra de lo que se va a almorzar o cenar. Los motivos para andar en la calle pueden ser varios. La imposibilidad de ahorro de dinero y por el contrario la ganancia diaria, aquello de vivir el día a día. O la falta de una heladera con freezer, o de una heladera a secas. O, simplemente y aunque no corresponda, las ganas de caminar un rato, que también se vio por ejemplo en el Bulevar Oroño el domingo por la mañana.
Lo cierto es que, al momento de tomar la decisión de declarar el aislamiento, la emergencia estuvo por delante del análisis fino de los pormenores que fueron apareciendo sobre la marcha. Es lógico, el temor apremia y se necesitan decisiones políticas. Pero también, con el correr de los días y si esto va para rato, se requerirá control -tal vez capacitación- a quienes deben ocuparse de garantizar en las calles el cumplimiento del aislamiento. A estas alturas el aislamiento social preventivo y obligatorio no se discute, se tiene que concientizar a la población de su importancia, pero la violencia no es el medio. Sin dejar de lado el peligro certero de complicar la situación si supuestos infractores son hacinados en comisarías.
Para las mayorías, salvando las excepciones, la vida cotidiana deberá adaptarse a las lógicas del aislamiento decretado. Pero para quienes ejercen el poder -y a la sombra suelen abusar de sus herramientas, sobre todo en los sectores populares- está ocurriendo al revés, está ocurriendo lo común y corriente pero con una sobreligitimación peligrosa. Una variable a la vista de los puntos oscuros del #QuedateEnCasa.