Sandra Cabrera, asesinada por la policía en el 2004, vive en la memoria y en la lucha de sus compañeras que exigen ser reconocidas como trabajadoras sexuales. La clandestinidad las expone a situaciones de mayor vulnerabilidad. «Es legal con derechos, o clandestino con coimas y corrupción policial», sostienen.
Creyeron que te mataban con una orden de fuego,
creyeron que te enterraban y lo que hacian era enterrar una semilla.
[dropcap]U[/dropcap]n tiro en la nuca impactó sobre el cuerpo de Sandra la madrugada calurosa del 27 de enero del 2004. Un balazo que buscó silenciar sus reiteradas denuncias -una de ellas realizada tres días antes del crimen – contra la policía santafesina y aleccionar a sus compañeras del Sindicato de Mujeres Meretrices de Rosario. Sandra era, por ese entonces, su secretaria general y asumía esa tarea con vehemencia. Sandra era así, recuerda hoy su compañera Miryam Auyeros: avasallante, imponente.
A bordo de su moto pequeña cilindrada y con los rulos al viento, Sandra recorría las zonas de trabajo para informar sobre los métodos de cuidado y alentar a que otras trabajadoras se integren al sindicato. Buscaba sumarlas a una militancia necesaria para que, entre todas, pudieran organizarse y defender sus derechos.
– Yo a Sandra la conocí en Moralidad Pública cuando nos llevaban detenidas. Un día andaba por la zona de trabajo y me dice que estaban por formar un sindicato. “Te espero el miércoles”, me dijo y yo lo tomé con gracia. Pero fuí ese miércoles y la encontré atrás de un escritorio y para mí fue algo grandioso. Gracias a ella me pude formar, aprendí mis derechos, de cuánto vale la vida de una trabajadora sexual.
Miryam es una de las compañeras de la vieja guardia de AMMAR Rosario. Cuando habla de Sandra suele quebrarse porque, como ella dice, “con su asesinato nos mataron un poco a todas”. El miedo las marcó y años después AMMAR Rosario se había disuelto. Recién, en el 2018, y tras cumplirse 15 años del crimen impune de Sandra, sus ex compañeras decidieron refundar la organización a nivel local. “Haberlo logrado es algo hermoso. Hoy hay una mezcla generacional, estamos las más viejas y hay muchas chicas jóvenes muy empoderadas, que se reconocen como putas feministas, y te llenan de vida. A mí me gusta mucho ir a recorrer las zonas, hablar con las compañeras porque a muchas les cuesta llegar a la oficina. Y a las más jóvenes, que no conocieron a Sandra, la policía las sigue hostigando porque muchas no conocen sus derechos. La otra vez había 3 compañeras jovencitas y las llevaron en un móvil presas y le exigían sexo por libertad”, cuenta Miryam.
Es 27 de enero, otro 27 más y Rosario recuerda a Sandra Cabrera. Esta vez el acto en su memoria se realiza en la plaza que lleva su nombre, a pocas cuadras de la zona de la Terminal de ómnibus donde fue asesinada. Se cumplen 16 años y los once cuerpos del expediente de la causa judicial descansan en los archivos de los Tribunales Provinciales. No hay detenidos, no hay imputados, no hay responsables. La impunidad es la marca de la gorra en la provincia de Santa Fe.
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Entre 1999 y 2002, Sandra realizó diez denuncias contra la policía. “En septiembre de 2003 apuntó a los jefes de la División de Moralidad Pública de la Policía de la provincia por recibir coimas por parte de prostíbulos de la zona de la Terminal de Ómnibus a fin de que retiraran de la calle a trabajadoras sexuales que pudieran ser competencia” señala el informe publicado en enREDando. Allí se detalla con claridad cuáles fueron las denuncias que hizo Cabrera antes de ser asesinada, y las 18 amenazas de muerte que pesaban contra ella y su hija Macarena, que en ese entonces tenía 8 años.
Para Sandra su hija era lo más importante y por eso tenía custodia policial en la puerta de su casa. El 9 de enero dicha custodia fue retirada. Las denuncias de Sandra no solo visibilizaban la violencia que ejercía la policía contra las trabajadoras sexuales. También revelaban los vínculos con el narcotráfico y la explotación sexual infantil, todo un entramado de corrupción policial.
A Sandra se la tenían jurada. El disparo en su nuca con una bala calibre 32 fue certero. Había que matarla y había que callarla. Y había, además, que garantizar la impunidad. Para eso, el poder judicial cumplió un rol preponderante tras el apartamiento del primer juez de la causa Carlos Carbone. La investigación quedó estancada luego de que el juez de instrucción Alfredo Artacho se hiciera cargo del expediente, con más de 100 declaraciones testimoniales. El único imputado y sospechoso de su crimen, el entonces Sub Jefe de la División de Drogas Peligrosas Diego Parvluczyk fue sobreseído en el año 2007. La justicia -tan patriarcal y machista como lo sigue siendo hoy- desestimó los testimonios de las compañeras de Sandra que lo señalaban como responsable, porque provenían de «personas con actividades callejeras que transcurren sus madrugadas con un itinerario errante». Lo que se intentó instalar desde la versión oficial fue que se trató de un “crimen pasional”. Nada de eso ocurrió. A Sandra la silenciaron: sabía demasiado. Sus denuncias habían provocado la remoción de los jefes de la caja negra de la policía santafesina que era la División de Moralidad Pública. Sandra no se callaba.
Recién en el año 2010 las trabajadoras sexuales en la provincia de Santa Fe consiguieron aquello por lo que tanto luchaba: la derogación de los códigos contravencionales que la policía utilizaba de excusa para hostigarlas, detenerlas, exigirles coima y sexo a cambio de trabajo y libertad. “A pesar de la muerte no nos han vencido”, decía Claudia Lucero, su comadre, compañera y amiga, con los ojos llorosos ese jueves 29 de abril en la Legislatura Santafesina.
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– Que no se la olvide, que se haga justicia por Sandra, – dice Miryam mientras acomoda la bandera. En pocos minutos tendrá lugar el homenaje a Sandra Cabrera. Concejales y concejalas, militantes de organizaciones sociales, derechos humanos, sindicales, compañeras de ATE Rosario, del movimiento feminista y diversidad sexual de Rosario se suman al encuentro en la plaza. A unos metros, en una de las paredes, la leyenda escrita con un aerosol de color rosa brillante dice que “Sandra vive”. Mientras tanto y en otro punto de la ciudad, un grupo de compañeras de Sandra, entre ellas -Claudia Lucero- le están dando vida a una nueva organización: la Asociación Civil «Las compañeras de Sandra». El reclamo es el mismo: ser reconocidas como trabajadoras sexuales.
“Cuando conocimos la lucha de Sandra a través del documental de Lucrecia Mastrángelo, nos interpeló. Ella era una compañera que se animó a denunciar y terminó con un tiro en la cabeza en su esquina. Fue una forma de aleccionamiento que al principio nos paralizó. Pero si hoy podemos decir que somos trabajadoras sexuales, poder plantarlos y decirselo a nuestra familia, es porque antes hubo otras que levantaron la voz, que allanaron el camino, que pudieron articular para que estemos dentro de la CTA, y entre esas otras está Sandra”, señala Georgina Orellano, la secretaria general de AMMAR a nivel nacional. Dice que Sandra dejó un legado en Rosario, y ese legado es su lucha. Sandra vive hoy en compañeras organizadas que además, tienen en claro por qué exigen ser reconocidas como trabajadoras. “Para nosotras la herramienta principal para mejorar las condiciones de trabajo es el sindicato. Así lo entendimos cuando llegamos a AMMAR. El sindicato es indispensable porque nos dio identidad, reconocernos ante todo como laburantes y saber que ninguna lucha se gana desde la individualidad. Tenemos que lograr que la policía no lleve presa a ninguna compañera”, sostiene Orellano. Todavía hay provincias que contemplan los artículos que establecen la prisión para quienes ejercen el trabajo sexual en la vía pública. Allí, la violencia policial se recrudece. “Constantemente estamos presentando denuncias”. Dos proyectos de ley fueron presentados en el Congreso con el fin de que el trabajo sexual sea legalizado. No hubo avances ni voluntad política para su tratamiento, denuncia la dirigente gremial de AMMAR. “La organización, después del primer Ni una Menos, ha tenido mayor visibilidad, pudimos sacar un poco el estigma y que nos pudieran ver como sujetas de derecho, como parte de una clase trabajadora explotada, precarizada. Necesitamos un marco legal porque la clandestinidad genera muchos mercados paralelos que subsisten gracias a la explotación nuestra”.
En la plaza hay una mesita con una caja de cartón que dice “Fondo de Lucha. Ammar”. Cualquier aporte suma. Las condiciones de precarización del trabajo sexual las expone a las peores situaciones. Orellano también apunta contra los discursos antitrata: “el discurso que se instala es que todas somos víctimas. Y nosotras defendemos, que aún estando en situaciones de vulnerabilidad social, las pobres elegimos, seguramente entre opciones de mierda, pero esa decisión que tomamos tiene que ser tan legítima como la de cualquier otra. Ese discurso feminista que nos victimiza significa tutelar nuestras vidas y es justamente contra lo que peleamos cuando decimos que queremos luchar contra el patriarcado, es decir, que no hablen por nosotras”.
“Derechos para trabajar” dice la bandera que llevan las compañeras de Sandra Cabrera. “Necesitamos que las compañeras tengan obra social y jubilación. Que aquellas compañeras que sufrieron violencia policial hasta el año 2010 por la vigencia de los códigos contravencionales tengan una reparación y que el Estado se haga responsable que en democracia se han vulnerado los derechos humanos de las que hoy todos reivindican como putas feministas”, dice Georgina desde el micrófono junto a compañeras de Rosario.
El recuerdo de Sandra recorre los testimonios en la plaza donde también está su hija Macarena, escuchando desde algún rincón. ¿Cómo era? ¿Quién era? ¿Qué legado nos deja? Aquella sanjuanina de rulos, imponente, simpática, avasallante, está más viva que nunca. Era la puta solidaria que hacia colectas para los hijos de las compañeras fallecidas, era la que negociaba sexo a cambio de una bolsita de azucar que después distribuía en pequeños paquetitos para darle a sus compañeras. Era la que insistía en participar de los talleres de autocuidado dentro del gremio. Sandra era la que denunciaba cada apriete, cada vejación, que sufrían y aguantaban por parte de la policía. La que expuso públicamente los nichos de corrupción de un entramado policial que contaba con la complicidad del poder judicial. Sandra era la puta, la madre, la compañera, la dirigente gremial. “Ella dió la vida por esta organización”, dice Miryam Auyeros.
“Hoy Sandra se reivindicaría como puta feminista”, dicen las feministas que acompañan, que abrazan a quienes se reconocen como trabajadoras sexuales. Para Georgina Orellano “hubo un antes y un después del asesinato de Sandra”. Sandra está multiplicada, aunque la impunidad estructural prevalezca en una causa archivada y sin condenas. El reclamo de las trabajadoras sexuales se escucha en cada Encuentro Nacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, y ya trabajan para presentar un nuevo proyecto de ley que las reconozca como trabajadoras. “El trabajo sexual existe y la discusión es legal con derechos o clandestino, con coimas y corrupción policial. Por eso decimos, vamos con las putas, nunca con la yuta”.
Sandra vive, Sandra siempre va a estar viva.