Victoria Bustos llamó al gimnasio y le dijo al entrenador que sería campeona. Poco después lo cumplió. En Rosario ninguna mujer —tampoco ningún varón— había ganado un título mundial antes que ella.
(Esta crónica fue publicada originalmente en la Revista Replicante)
—Quiero averiguar por boxeo —dijo Victoria cuando llamó por teléfono al club Sportivo Alberdi. El que le contestó fue Tito Unzuga y su primera palabra fue no.
—No, yo no enseño a mujeres.
—Pero yo no quiero ir a cuidarme, no quiero bajar de peso. Yo voy a ser campeona mundial —retrucó Victoria. Y la respuesta ahora fue el silencio. Tito Unzuga se quedó callado, no preguntó ni dijo nada. Dicen que el que calla otorga.
—Bueno, vení el lunes —dijo finalmente.
Ese lunes, cuando Victoria llegó al club, lo primero que le preguntó Tito fue cuántas peleas tenía.
—No, nunca toqué una bolsa, nunca me puse un par de guantes, nada —respondió Victoria.
—¿Cómo que no?
—No, pero yo sé que voy a ser campeona del mundo —dijo sin saber, sabiendo. Y nuevamente el silencio. Tito Unzuga se quedó mirándola, como haría de ahí en adelante, como haría desde ese día todos los días, como haría un mes después cuando Victoria ya debutaba con su primera exhibición en el club.
Cuando fue a ver la primera pelea de su vida Victoria tenía veinte años. De casualidad vio tirado en el piso un folleto que anunciaba una jornada de boxeo en el Club Sportivo Alberdi, en la zona norte de Rosario, una ciudad ubicada en el fondo de la bota que dibuja la provincia de Santa Fe en el mapa argentino. No sabía a lo que iba pero fue. No sabía pero quería saber. La curiosidad fue el inicio de algo grande.
“Uy, qué lindo”, pensó mientras miraba la pelea. Al día siguiente llamó por teléfono al club.
* * *
En el gimnasio del Sindicato de Empleados de Comercio, ubicado en el centro rosarino en la esquina de Corrientes y Tucumán, suena un reggaetón y en la pantalla del televisor que está colgado en la pared y que nadie mira, todo es un solo meneo en cámara lenta, bien flow. Fuera de la pantalla todo pasa en cámara rápida. Ta–ta–tá, pa–pá, ti–tí, la–la–lá. Lo único que pareciera ir más lento dentro del gimnasio es el reloj que está en la pared y que marca el tiempo del entrenamiento. Corre para atrás, cuenta regresiva como las bombas. 58, 57, 56. Aunque nadie lo mire, el tiempo sigue corriendo. Cada vez que llega a cero suena una chicharra que forma parte del paisaje sonoro. El reloj se va comiendo el tiempo que falta para su quinta defensa del título mundial de la categoría ligero de boxeo femenino. Es martes 15 de agosto de 2017 y dentro de setenta y dos horas Victoria Noelia Bustos intentará retener nuevamente la máxima consagración.
Cuando fue a ver la primera pelea de su vida Victoria tenía veinte años. De casualidad vio tirado en el piso un folleto que anunciaba una jornada de boxeo en el Club Sportivo Alberdi, en la zona norte de Rosario.
Victoria todavía no llegó al entrenamiento pero en el gimnasio ya hay actividad. En el cuadrilátero dos hombres entrenan: se golpean alternadamente. En cada descanso el entrenador felicita a sus pichones como un padre cuando un hijo aprueba un examen. “Muy bien los dos. Muy bien, papi”, dice, mientras a uno le da agua en la boca de a chorritos que salen de una botella. El boxeador tiene los guantes puestos y no puede valerse del líquido por sí mismo. Puede golpear, esquivar golpes y también recibirlos. Pero no puede tomar agua solo. La botella es como la mamadera y los golpes que se escuchan también se parecen a un llamado en forma de llanto: pa–pá, pa–pa–pá, pa–pa–pa–pá. En un momento cortan el entrenamiento para ponerle cinta a uno de los guantes de los pichones.
Victoria llega puntual. Cuando entra al gimnasio saluda a todos. Habla con uno:
—Me parece bien que vengas con ese ánimo —le dice—. Acá hay que venir arriba, a lo guapo. Nada de carita de culo. Después si cobrás es otra cosa.
Victoria es la Leona.
Victoria “la Leona” Bustos es la campeona mundial de boxeo en la categoría ligero por la Federación Internacional. Es la primera rosarina en ganar un título mundial. En la ciudad, ninguna mujer —tampoco ningún varón— había ganado un título mundial antes que ella. Recién a los veinte años se puso unos guantes por primera vez, a los veintiuno empezó a pelear de forma amateur, con veintitrés años era profesional y a los veinticinco alcanzó el título mundial.
El boxeo femenino apareció por primera vez en una demostración de los Juegos Olímpicos en 1904 pero hasta que fue incluido como deporte de competencia en Londres 2012, se publicó la teoría de la relatividad, el hombre llegó a la Luna, explotaron dos bombas atómicas, se descubrió la penicilina, se clonó a la oveja Dolly, apareció el sida, se inventó la televisión, el laser, la computadora. En ese tiempo pasaron en Argentina treinta y siete presidentes y seis golpes de Estado.
Terminaba la segunda Guerra Mundial cuando Bárbara Buttrick decidió dedicarse al boxeo. El “Átomo Poderoso del Ring” tenía quince años y medía un metro y medio. En ese momento no podía saberlo pero un tiempo después compartiría gimnasio con Muhammad Ali y se consagraría campeona mundial el 8 de octubre de 1957 después de vencer por puntos a Phyllis Hugler. Sería la primera mujer de la historia en ganar un campeonato mundial reconocido. Cuando se retiró fundó la Federación de Boxeo Internacional de Mujeres (WIBF). Actualmente son cuatro las federaciones que regulan el boxeo femenino. En 2015, sobre las diecisiete categorías del boxeo profesional, quince campeonas mundiales eran argentinas.
Actualmente son cuatro las federaciones que regulan el boxeo femenino. En 2015, sobre las diecisiete categorías del boxeo profesional, quince campeonas mundiales eran argentinas.
Victoria está concentrada. No quiere perder el foco. Todo lo que hace —y lo que no hace— está al servicio del momento de la verdad. Antes de que el árbitro dé el pitazo inicial entrenará por última vez, irá a su casa, comerá el menú que indica la dieta, pasará por la instancia del pesaje, responderá las preguntas de la conferencia de prensa y posará para algunas fotos. Pero también irá a trabajar, como todos los días, en la empresa familiar de pintura fundada por su abuelo. De los siete hijos que tuvo el abuelo, los cinco hermanos varones continuaron trabajando en la pinturería. De los hijos de sus hijos, Hugo Roberto, hermano de Victoria, es quien continuó con el legado familiar. En Hugo Roberto Bustos, Empresa de Pintura trabajan siete personas. Victoria hace las carpetas, los presupuestos y se encarga de la cobranza.
Cuando termina de entrenar, “la Leona” debe salir a trabajar. Pero todavía no es la hora. Antes tiene que vendarse y ponerse los guantes.
* * *
Victoria elige las manos para defenderse, pero además tiene otras herramientas: se recibió de Analista de Sistemas y reparadora de pc, es enfermera auxiliar, peluquera, maquilladora profesional y bombera voluntaria. Dice que hasta ahora no ejerció esos trabajos porque se metió de lleno con el deporte. “Es como que uno deja siempre para después”.
De lunes a sábado hace tres turnos por día: a la mañana una preparación física, a la tarde boxeo en el gimnasio y a la noche natación. “Yo entreno de lunes a sábado, pero si estás más flojita tenés que entrenar de lunes a domingo”. Cuando se acerca una pelea y se intensifica el entrenamiento es casi imposible tener otro trabajo por la cantidad de tiempo diario que implica la preparación y los horarios cortados.
“La bolsa” se le dice a la plata que recibe quien gana una pelea. La mayor paga que recibió un boxeador fue para Floyd Mayweather Jr.: 180 millones de dólares. La mayor bolsa de una mujer se la llevó Cecilia Braekhus: 542 mil dólares.
En Argentina ninguna mujer gana más de cien mil pesos en una pelea, aunque tenga cinco títulos del mundo. La mujer no gana ni el uno por ciento de lo que representa la bolsa en el boxeo masculino. Victoria dice que los hombres cuando son campeones hacen fortuna; que Pepe Valdomir vendía plumeros y que en su momento hizo cantidad de plata pero que no se supo administrar; que los hermanos Castaño en la última pelea ganaron una bolsa bastante considerable y que a medida que vayan creciendo van a ganar como el Chino Maidana o como Matthysse. También dice que los sponsors solamente aparecen cuando hay una pelea; que ella misma los busca y que la ayudan con lo que pueden.
“La bolsa” se le dice a la plata que recibe quien gana una pelea. La mayor paga que recibió un boxeador fue para Floyd Mayweather Jr.: 180 millones de dólares. La mayor bolsa de una mujer se la llevó Cecilia Braekhus: 542 mil dólares.
Victoria se venda una mano mientras habla con dos compañeros del gimnasio. “Después de la pelea me tomo cinco meses para volver”, dice, como un chiste. Se pone un cinturón que atrás está atado con cuerdas. Ella está sonriente, se la ve contenta. Sobre la primera venda se pone otra y le pide al encargado del gimnasio que le ponga los guantes. Son blancos con cordones rojos y, aunque no se vea, hacen juego con el protector bucal que también es blanco.
Empieza a golpear una bolsa roja: izquierda–derecha, derecha–izquierda, izquierda–izquierda–izquierda, izquierda–derecha. La sonrisa se suspende. El protector bucal exagera las facciones. Como faltan tres días para la pelea entrena sola para evitar cualquier accidente. Como un perro que espera que le tiren la pelota, Victoria no saca por nada la vista de la bolsa. La tiene entre ceja y ceja. Se la tiene jurada. Podría incendiarse el gimnasio o desplazarse las placas tectónicas. “La Leona” seguiría con la mirada en su objetivo. Hace unos segundos una nena que hoy empezó a entrenar se cruzó por el camino y casi recibe un golpe involuntario. Ahora Victoria le habla a la nena:
—O esperá o no pases porque yo no miro.
El mayor aprendizaje del primer día de entrenamiento se lo dio la campeona mundial.
Se enfoca en la velocidad y no en la fuerza. Golpea un punching ball perita —una bolsa pequeña con forma de pera—. Va alternando las manos. Al principio el movimiento es lento pero unos momentos después la velocidad aturde. Suena como una cuerda entera de candombe.
—Veinte segundos, campeona, veinte. Bien esa combinación. Mucha velocidad. Excelente.
Deja de golpear la bolsa y empieza agolpear un neumático que está cortado al medio y atornillado a una madera amurada a la pared.
—Minuto treinta, Vicki —grita el entrenador, pero de pronto ella corta el entrenamiento porque alguien que llegó al gimnasio le quiere pedir algo. Arreglan hacerlo mañana. Vuelve al neumático hasta que unos segundos después otra persona interrumpe. Todos buscan a Victoria. Vuelve al neumático y le da duro sin parar hasta que suena la chicharra. Entonces sí, para, y después respira. Descansa unos segundos y vuelve a machacar la goma.
Tres segundos. Para. Respira. Toma agua.
El padre de la nena que empezó a entrenar hoy le saca fotos a su hija que va a cumplir doce años y que todavía no pegó el estirón. “La Leona”, que hace un momento empezaba a caminar en la cinta, ahora corre. Corre–corre–corre. Finalmente vuelve a caminar. Le pregunta al padre que saca fotos si no le da cosa que su hija boxee. Cuando el hombre saca fotos es como si se hiciera selfies: él también fue boxeador. Pesaba 110 kilos pero después de ir al gimnasio terminó pesando 69 en su primera pelea. Después vendrían diecinueve peleas más para finalmente ser el fotógrafo casual de su hija.
Terminó el entrenamiento.
* * *
En la puerta del Club Sportivo América, ubicado en el macrocentro de Rosario, hay un camión con un tráiler donde se ultiman los detalles para televisar las peleas en directo, un generador de energía y una ambulancia. Son cuatro peleas profesionales antes del plato fuerte de la noche: Victoria “la Leona” Bustos vs. María Soledad “la Bonita” Capriolo. Es viernes 18 de agosto de 2017 y Victoria debe defender nuevamente el título mundial.
“La Leona”, que hace un momento empezaba a caminar en la cinta, ahora corre. Corre–corre–corre. Finalmente vuelve a caminar. Le pregunta al padre que saca fotos si no le da cosa que su hija boxee. Cuando el hombre saca fotos es como si se hiciera selfies: él también fue boxeador.
Un señor de traje se pasea en el patio del club como en un western. Camina de un lado a otro mientras muerde una de las patitas de sus lentes oscuros. Tiene una credencial que dice “Autoridades. Federación Internacional de Boxeo”. Adentro está todo listo para que empiece la velada. El cuadrilátero está armado en altura, en el centro de la cancha cubierta de básquet. Las luces están colgadas en una estructura metálica de unos seis metros armada para la ocasión. Rodeando al cuadrilátero hay sillas plásticas. Cinco filas de dieciséis sillas cada una. En uno de los costados se sientan el relator y el comentarista de televisión, en otro las autoridades y personas invitadas. El público cubre el resto de las sillas y las gradas de las dos tribunas de la cancha. Debe haber entre doscientas y trescientas personas.
Un tipo de esmoquin y moño verde tiene un micrófono de televisión en la mano y unos papeles que leerá de manera exagerada en unos minutos, cuando la luz seguidora lo encandile. Es el maestro de ceremonias. Después de la presentación una flaca con una cintura imposible recorrerá los cuatros lados del cuadrilátero levantando un cartel con el número que anuncia el primer round. Antes, Victoria entra en escena.
Espera la orden de la televisión para entrar. Las luces rojas iluminan el humo de máquina y producen un efecto como de bengala. Bombos, platillos y trompetas dibujan melodías de cancha: un recibimiento a todo trapo. El asistente de cámara mira el humo del que surgirá Victoria y hace un gesto con la mano para que entre. Victoria atraviesa la manga inflable y su figura todavía se pierde en el humo hasta llegar a un pasillo humano que le marca el camino hacia el cuadrilátero. Todos la quieren tocar, decirle algo. Ella se besa los guantes y saluda a un lado y al otro. Detrás de la gorra blanca con visera que tiene puesta aparecen las trenzas finitas que le cubren toda la cabeza. Tiene una camiseta celeste y blanca con un sol amarillo en el centro del pecho. Sube una escalera que la lleva al ring y lo primero que apoya dentro del cuadrilátero es la pierna izquierda. Después se agacha y pasa la cabeza entre las cuerdas para terminar de entrar. Una vez adentro, levanta los brazos, se lleva la mano derecha al pecho y la vuelve a levantar. Recorre los cuatro lados con los brazos en alto y nunca deja de sonreír.
—Llegamos al combate estelar de la noche, donde estará en juego el título Ligero de la Federación Internacional de Boxeo a diez asaltos de 2X1 —grita el presentador de esmoquin y moño verde mirando a cámara—. Y se enfrentan… en el rincón azul: pesaje oficial 61.100 kilogramos con un récord de diecisiete peleas (siete ganadas, seis perdidas, cuatro empatadas). Oriunda de la ciudad de Rosario y radicada en Villa Carlos Paz, Córdoba: María Soledad Caaapriooolooo. En el rincón rojo: pesaje oficial 61.200 kilogramos con un récord de veintiún peleas (diecisiete ganadas, cuatro perdidas). Oriunda de la ciudad de Rosario, la actual campeona expone por quinta vez su título categoría Ligero de la Federación Internacional de Box: Victoria Noelia Buuustooos.
Cuando empezó a entrenar Victoria no sabía que al boxeo lo llevaba en la sangre. Sabía que sería campeona mundial pero no sabía que su papá, su tío y su abuelo habían sido boxeadores. En la casa no se miraba boxeo ni se hablaba del tema.
El locutor estira la última frase que tiene resaltada en su papel en negrita y en mayúscula. Cuando su nombre suena en los parlantes Victoria mira a cámara y tira unas piñas al aire.
Cuando empezó a entrenar Victoria no sabía que al boxeo lo llevaba en la sangre. Sabía que sería campeona mundial pero no sabía que su papá, su tío y su abuelo habían sido boxeadores. En la casa no se miraba boxeo ni se hablaba del tema. Después de aquel llamado telefónico con Tito Unzuga, Victoria empezó a entrenar todos los días y les avisó a sus padres que sería campeona del mundo. “Bueno”, le dijo el padre, y le contó los antecedentes familiares. Ella había entrenado handball, vóley, básquet y natación pero ninguno de esos deportes la había enganchado para competir. Por eso el padre pensó que el boxeo se sumaría más temprano que tarde a la lista de deportes del pasado. Pero Victoria, que en ese momento se tomaba cuatro colectivos por día para ir a entrenar, se fue enganchando cada vez más. En su cuarta pelea fue a parar al hospital. “Con esto deja”, pensó la madre, pero no. La saña fue peor. Se volvió a enfrentar con quien le había ganado y en la revancha ganó Victoria.
Su abuelo, quien armó la empresa de pintura, llegó a boxear profesionalmente. Los cinco hijos varones que continuaron trabajando en la pinturería también fueron boxeadores. Heredaron la pintura y el boxeo. Carlos Bustos, tío de Victoria, dice que empezó a entrenar para no ser maricón. Eso es lo que recuerda de su adolescencia: en el barrio el que no iba a practicar boxeo era tildado de homosexual. A los diecisiete años, con cinco meses de gimnasio, tuvo su debut. Peleó hasta los veintitrés. Cuando cerraron dos grandes gimnasios de boxeo en Rosario la única posibilidad era ir a pelear a otra provincia. Pero Carlos estaba casado y no se quería alejar de la familia. Así se fue distanciando hasta que dejó el boxeo. Hoy renace con las peleas de su sobrina. Dice que ya no le da consejos porque ella lo superó. Pero igual siempre le recuerda: Parate bien. Salí para los costados. Nunca para atrás.
Victoria está en guardia. Con la zurda tira un golpe recto y vuelve a cerrarse escondiendo la cara detrás de los guantes. Amaga con el cuerpo hacia un lado y hacia el otro intentando engañar a la rival. Ahora tira un gancho que no tiene destino y se come un zurdazo pero se acomoda rápidamente y responde con una combinación de manos. Es posible que Victoria vea esta pelea un tiempo después pero no con el detenimiento de quien desea estudiarla. No le gusta mirar boxeo. No pierde tiempo en la historia contrafáctica: qué hubiera pasado si en determinado momento hubiese hecho tal o cual cosa. Cree que en cada pelea sale lo que sale y prefiere corregir los errores en el gimnasio. Tampoco le gusta mirar previamente a sus rivales. Eso se lo deja a su equipo, a su “rincón”. Cuando no tiene los guantes puestos lo que menos quiere es mirar por televisión a dos personas con los guantes puestos. En sus ratos libres prefiere estar con sus sobrinos, ir a la casa de sus hermanos o juntarse con su prima. Le gusta ir al cine y sale muy de vez en cuando. Elige quedarse en su casa mirando una película o compartiendo una comida familiar.
No le gusta mirar boxeo. No pierde tiempo en la historia contrafáctica: qué hubiera pasado si en determinado momento hubiese hecho tal o cual cosa. Cree que en cada pelea sale lo que sale y prefiere corregir los errores en el gimnasio. Tampoco le gusta mirar previamente a sus rivales. Eso se lo deja a su equipo, a su “rincón”.
En su núcleo más cercano están sus padres, tres hermanos varones, dos sobrinos y su cuñada. Victoria tiene veintinueve años. Vive con su mamá en la calle Montevideo al 7.000, en la zona sudoeste de Rosario. No sabe en qué barrio nació, no lo recuerda o no le interesa. Lo que sí recuerda es que cuando era chica se agarraba a trompadas para defender a su hermano menor. A Victoria lo que más le gusta del boxeo es la disciplina. De chica quería ser policía y de grande, que vivió un tiempo en Buenos Aires, fue a rendir a la Escuela Militar en la parte de artillería de armas de los Suboficiales. Después cambiaría de ciudad y de entrenamiento. Cuando volvió a Rosario encontró tirado en el piso aquel folleto que anunciaba el festival de boxeo en Sportivo Alberdi.
En la sexta pelea como profesional tuvo la chance de ir por el título del mundo contra Érica “la Pantera” Farías: campeona y nockeadora. “La Leona” nunca había peleado a diez rounds pero si quería hacerse conocida tenía que pagar ese precio. Su familia no quería saber nada. “Todos pensaban que en el cuarto o quinto round yo iba a morir. Yo dije a ésta la rompo toda”. La pelea salió mejor de lo que esperaban. Victoria aguantó hasta el último round y para la tarjeta del público perdió por tres puntos. A partir de ese día la llamaron más seguido para peleas televisadas y así fue haciendo el camino hasta llegar al título mundial. Ésa es la noche que más recuerda: el 21 de septiembre de 2013 Victoria ganó tres cinturones. Además del título del mundo estaban en juego el título argentino y el sudamericano. Desde ese momento la FAB (Federación Argentina de Boxeo) modificó una reglamentación estableciendo que para poder pelear por un título del mundo era necesario tener quince peleas o ser campeona argentina. Victoria no era campeona argentina y tenía catorce peleas. Si bien esa noche salió campeona y la Federación Internacional (FIB) así lo reconoce, tuvo que hacer otra pelea más para que la Federación Argentina lo avalara.
Tito Unzuga sufre mirando la pelea en la tribuna. Él es quien “la hizo” a Victoria. “Hacer” a una boxeadora es “enseñarle a mover las piernas, a rendir en el gimnasio y a comportarse en la calle”. También le enseñó a mirarse en el espejo y a cuidar el hígado, porque si te pegan ahí te dejan sin respiración. En el entrenamiento de boxeo el espejo es fundamental: el tío Carlos, cuando empezó, estuvo un mes entrenando con un guante pegado debajo de la axila derecha, tirando golpes rectos con la mano izquierda, mirándose en el espejo. Para Tito lo mejor que tiene Victoria técnicamente es cómo ubica los golpes, sobre todo el izquierdo, como ahora, que mete un zurdazo implacable.
Y también sabe, antes de que termine la pelea, que va ganando. Lo siente. Por eso cuando suena la campana final, antes de que el tipo de esmoquin y moño verde lea el fallo, sonríe. Abraza a “la Bonita” y sonríe. Abraza a su entrenador y a su preparador físico —“el Ruso”— y sonríe. Mira a cámara. Su cara está colorada por los golpes.
Pasan los rounds, y Victoria, como predestinada desde el nacimiento con su nombre glorioso, sólo piensa en ganar. Quiere sacar la mejor diferencia pero haciendo un buen boxeo, elegante y técnico. Quiere que la gente la aplauda por sus movimientos. Piensa en sus referentes: Nicolino Locche, Carlos Monzón, Érik Morales, Óscar de la Hoya. Victoria está confiada. Conoce a “la Bonita” porque la ayudó a guantear. Sabe que “la Tigresa” Acuña, su ídola, la está mirando desde una de las sillas plásticas de los invitados. Y también sabe, antes de que termine la pelea, que va ganando. Lo siente. Por eso cuando suena la campana final, antes de que el tipo de esmoquin y moño verde lea el fallo, sonríe. Abraza a “la Bonita” y sonríe. Abraza a su entrenador y a su preparador físico —“el Ruso”— y sonríe. Mira a cámara. Su cara está colorada por los golpes. Abraza a su tío Carlos, uno de los primeros en subir al ring. Levanta el cinturón dorado para que todos lo vean. Y sonríe.
* * *
A Rodolfo Emilio Cañete Mikoliunas le dicen Rolo. Es empleado administrativo en AMEN (Asociación Mutual de la Educación Nacional) y director técnico de la Federación Argentina de Box. Además es cutman (curador de heridas), hobby que lo lleva a distintos rincones de boxeo: en caso de que durante la pelea haya algún boxeador con una herida cortante su tarea es detener el sangrado para permitir que la pelea pueda continuar. La primera vez que Rolo vio a Victoria se enamoró de sus golpes rectos sin saber que un tiempo después terminaría siendo su entrenador. Después de cuatro peleas como profesional Victoria dejó de entrenar en Sportivo Alberdi con Tito Unzuga y pasó al Ñaró Boxing Club, uno de los gimnasios de boxeo más viejos de Rosario donde trabajaba Rolo. De la zona norte a la zona sur de la ciudad. Rolo y Victoria estuvieron juntos el 21 de septiembre de 2013 cuando “la Leona” le ganó a “la Monita” y gritó campeona por primera vez.
Después de la primera defensa del título, contra Laborde, Rolo se va del equipo técnico porque no se siente a gusto con el entorno. Más tarde Victoria lo busca para que la entrene nuevamente, ahora en la previa a la defensa con Claudia López.
Nuevamente se separan.
Nuevamente Victoria lo va a buscar.
Nuevamente Rolo es el técnico de Victoria.
En 2018 comparten la tercera etapa juntos. Rolo dice que ellos nunca discutieron; que las separaciones siempre fueron por terceras personas; que a Victoria la quiere muchísimo; que para él es su hija; que todos lo cargan y le dicen que es “su debilidad”; que si Victoria se lo pide, van juntos a la Luna.
Las campeonas pelean para defender sus títulos. Esas defensas son mandatorias —cuando la Federación las obliga a pelear— u optativas —cuando el promotor arma la pelea—. Todas las campeonas argentinas tienen el mismo promotor: Osvaldo Rivero. Por eso para las boxeadoras es difícil conseguir rival. Rolo explica que traer una extranjera sale muchísima plata y que entonces hay que buscar en el ámbito local o en países cercanos como Brasil o Venezuela, pero muchas de esas rivales no están a la altura del boxeo argentino. “Los promotores no se quieren arriesgar a traer una rival que se tira en el primer round”. Sumado a que también implica un costo alto ir a pelear al exterior, es habitual que las boxeadoras estén mucho tiempo sin pelear. A Victoria, que pasó entrenando navidades, cumpleaños y bautismos, le alcanzan siete palabras: “Entrenamos como animales y vivimos con lesiones”. El movimiento del cuerpo pone los apodos: “la Monita”, “la Cobra”, “la Tigresa”, “la Gata”, “la Pantera”. Victoria tiene tatuada una leona en su antebrazo derecho.
* * *
En el recibidor de la casa de Juan José “Tito” Unzuga lo primero que se ve son las fotos enmarcadas en distintos cuadros clavados en una pared roja, el color de la pasión, la pasión de recordar viejas victorias. Sobre la pared roja, fotos y recuerdos en blanco y negro posan para la eternidad. Todos los días cuando entra y sale de su casa Tito la ve a Victoria. Dentro de lo que elige no olvidar, ella tiene su lugar. Hasta la Victoria…
Siempre
Siempre tan presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años… pero lo importante no cambia, tu fuerza y tu convicción no tiene edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier telaraña. Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida. Detrás de cada logro hay otro desafío.
Mientras estés vivo, siéntete vivo. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo. No vivas de fotos amarillas… Sigue aunque todos esperen que abandones. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti. Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina, cuando no puedas caminar usa el bastón… Pero nunca te detengas.
Tito tiene colgadas las palabras que Victoria le escribió en un pizarrón el 7 de julio de 2010. En el margen inferior derecho de la pizarra hay una foto de ellos dos: él tiene puesta ropa deportiva y mira al frente. Con la mano derecha abraza a Victoria y en la izquierda agarra una toalla. Ella también mira a cámara y con la mirada parece atravesar el lente. Tiene puesta una bata de boxeo negra con vivos azules. La mano derecha vendada y en guardia le tapa la boca; con la izquierda abraza a Tito por la cintura.
A Victoria, que pasó entrenando navidades, cumpleaños y bautismos, le alcanzan siete palabras: “Entrenamos como animales y vivimos con lesiones”. El movimiento del cuerpo pone los apodos: “la Monita”, “la Cobra”, “la Tigresa”, “la Gata”, “la Pantera”. Victoria tiene tatuada una leona en su antebrazo derecho.
Con las fotos amarillas Tito armó su propio espejo a medida. Cuando elige el lugar para sacarse una foto se para al lado del momento consagratorio. Tito se ve joven, se ve campeón. Puños apretados —músculos marcados— pura fibra.
Ahora Tito posa para otra foto parado en la puerta de su casa, Larrechea 1315, en la zona norte de Rosario, a pocas cuadras del Club Sportivo Alberdi. Remera manga corta negra, jean claro y zapatillas. Los lentes cuelgan del cuello mediante una tira que los sostiene. Las dos patillas de las lentes abiertas y los brazos a cada lado del cuerpo dan un aire de simetría que sólo rompe el reloj pulsera que lleva puesto en su mano izquierda. Para la foto deja los brazos colgando y los dedos de las manos miran al piso.
Tito se crió en una casa llena de boxeo. Sus cinco hermanos varones, todos mayores que él, pelearon de manera amateur. La madre estaba acostumbrada a que sus hijos llegaran a la casa con algún ojo reventado. Por eso fue natural que cuando de chico el médico le dijo que debía hacer gimnasia por su principio de asma, la madre lo llevara a un gimnasio de boxeo. La primera pelea la tuvo a los catorce años, falsificando la cédula de identidad porque estaba prohibido subir al ring con menos de quince. A los dieciocho años fue campeón santafesino en la categoría Liviano. Después estuvo un tiempo inactivo por una operación y cuando volvió había subido de peso y tuvo que pasar a la categoría Medio Mediano. Ahí peleó con grandes como Ramón La Cruz y Manuel Álvarez. Llenaba estadios. Pero en un momento empezó a sentir que ya no pegaba tan fuerte, o que los demás pegaban más fuerte que él. Después de cien peleas, cuando perdió por tercera vez, sintió que era el final. No se quería dejar pegar de viejo. Pero el viejo era joven, tenía 26 años. Y cuando dejó empezó a sentir lo que le faltaba: el gimnasio. Soñaba, de verdad lo extrañaba. Por eso fue aprendiendo el oficio de entrenador hasta que tuvo su propio gimnasio, alquilando el espacio del Club Sportivo Alberdi. Desde que empezó nunca dejó de enseñar hasta el año pasado, cuando tuvo “un malentendido” con el dueño y tuvo que cerrar. Desde ese momento volvió a soñar con lo que le faltaba. Por eso hoy, con setenta y cuatro años, siente que no tardará mucho en volver a abrir su gimnasio aunque dice que la situación económica es complicada. Saca cuentas. “Tenés que tener cuatro o cinco bolsas, cinco pares de guantes y seis pares de guanteletas. Sumá”.
Tito también soñaba con viajar por el mundo con Victoria. “Una vez le dije que cuando llegara a campeona íbamos a estar juntos, íbamos a viajar juntos. Y eso siempre me quedó, pucha, ella llegó y yo no”.
* * *
Es miércoles 25 de abril de 2018 y en tres días Victoria tomará el primer avión de su vida para pelear en Brooklyn contra Katie Taylor. Además de defender el título mundial de la FIB, Victoria intentará ganar el cinturón de la Asociación Mundial de Boxeo. Tito piensa que si pierde en Estados Unidos Victoria puede dejar de boxear. El criterio es autobiográfico: cuando él perdió sintió que no era el mismo. Por eso, una de las últimas veces que habló con ella le dijo que se fuera comprando las cosas para poner un gimnasio.
A Victoria le gusta cantar. Eso es lo que quiere Nora Carmen Tombesi, su mamá: que su hija deje el boxeo y se dedique al canto. Dice que no le gusta el boxeo pero que la apoya porque es su hija. “Me gustaría que se dedique a cantar. Canta bien”.
Victoria está cansada. Dice que le cuesta mucho dar la categoría de 61 kilos. También dice que el título del mundo te impide conseguir rivales porque no es fácil que la Federación te dé permiso para pelear o que el promotor arme la pelea. A las que no son campeonas las llaman seguido para que “les hagan la carrera” a las campeonas. Ella sólo quiere seguir peleando para poder comprar una casa propia. Por eso, aunque gane en Estados Unidos, está pensando en renunciar al título.
—Los dejo vacantes, no los quiero tener más.
A Victoria ya no le interesa ser campeona mundial.
Decide salir para los costados.
Nunca para atrás. ®