Escribirte en la Historia es una colección de crónicas que narran algunos de los casos de violencia de Estado en democracia ocurridos en la ciudad de Rosario y la zona. También es una herramienta para contar qué pasó con esos familiares y amigos que quedaron vivos, cómo resignificaron su lucha, su pedido de justicia, como lograron salir adelante tras la pérdida. El coordinador de esta colección, Leandro Bartolomeo, cuenta a Enredando sobre cómo surge y como se va desarrollando el trabajo fascículo a fascículo.
Cada 23 horas el Estado asesina a unx pibx en algún barrio del país, aseguran los familiares de víctimas asesinadas por las fuerzas de seguridad que con los años se fueron encontrando para unir fuerzas en sus reclamos. Si hay una deuda de la democracia en Argentina es justamente la violencia institucional que en los últimos tiempos recrudeció ante el contexto político, social y cultural al habilitar muchas de las prácticas represivas y sistemáticas. El propio Estados las niega y al mismo tiempo se asegura de que el camino de acceso a la justicia de las víctimas o sus familias sea complicado y sinuoso.
Las calles son parte del escenario de protesta cada año con la Marcha Nacional Contra El Gatillo Fácil que se repite en muchas ciudades del país con el fin de visibilizar los casos de muertes en manos de la policía. Cada familia también encabeza su propia lucha junto con organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos. Surgen además producciones de diferentes disciplinas para registrar y narrar tanto esas luchas como el dolor que las muertes dejan en muchos hogares. Una de ellas es la colección Escribirte en la Historia, publicada por el Museo de la Memoria de Rosario, que busca indagar acerca de las consecuencias que produce en la comunidad la violencia estatal en democracia en su manifestación más letal.
Esta colección ya publicó tres fascículos y el objetivo es llegar a los diez para hacer lugar a las historias de vida de un grupo de jóvenes asesinadxs por el Estado a través de la creación de sus respectivos archivos biográficos que después se van reflejando a través de crónicas escritas por periodistas rosarinxs.
—Carlitos no tenía antecedentes policiales. Tras proclamar la inocencia de su hijo, Vicente hace una pregunta nodal: «Yo quiero saber, que me muestren las leyes. Muéstrenme adónde dice que tienen que matarlo por la espalda». Se desespera. En esa pregunta del padre, queda al descubierto un abanico de responsabilidades y complicidades con un crimen que el Estado cometió y está obligado a castigar— escribió la periodista Sonia Tessa en el primer fascículo de la colección Escribirte en la Historia, al relatar cómo Carlos Godoy fue asesinado en 2015 en el barrio Empalme Graneros por la policía.
—Él estaba dentro de una estructura de impunidad. Todos sabían que tenía antecedentes de violencia. La intención desde el principio era matar. Ya lo venía pensando. Lo mató porque lo podía hacer, porque había un criterio de impunidad que lo avalaba —afirmó Norma Ríos, tía de Aníbal Pellegrini, en relación al policía que lo mató de un balazo en la cabeza para robarle la moto en 1996 en Casilda. Caso que compone el segundo fascículo de la misma colección.
—Su llegada a la militancia fue después de años de ir asimilando la pérdida. Así conoció la Multisectorial contra la Violencia Institucional, la organización que fue creada en 2017 y nuclea a familiares de víctimas de la policía. Un mes después estaba en la calle, en la primera marcha nacional contra el gatillo fácil en Rosario. El cuerpo le temblaba. Entre sus manos levantaba un cartel amarillo: “A Michel no lo mataron policías en defensa propia, lo asesinaron”, denunciaba —narró Lorena Panzerini en el tercer fascículo de Escribirte en la Historia, sobre el camino recorrido por Marisabel, madre de Michel Campero lo mataron dos policías en 2014 en Granadero Baigorria.
La colección gira en torno a aquello que Luis Gusmán nombra en su libro Epitafios como el derecho a la muerte escrita. Esa escritura de la muerte que el Estado debe garantizar y también esas otras formas de escritura que se imprimen y multiplican desde las agencias no estatales que toman a su cargo la generación y circulación de la información. Además, pone en un lugar primordial la voz de amigxs y familiares de las víctimas que a lo largo de los años fueron encontrando distintas formas de hacer en su lucha, se transformaron y muchxs de ellxs devinieron en actores políticos fundamentales en el reclamo colectivo de justicia por estas muertes.
Leonardo Bartolomeo, coordinador de la colección, asegura que el año 2013 fue bisagra para pensar el surgimiento de Escribirte en la Historia. Ese año fue disruptivo para la ciudad porque se alcanzó un pico histórico de crímenes violentos, aunque no solamente por parte de las fuerzas de seguridad.
—Sitúo ese comienzo, que es un comienzo ficticio, porque la violencia de Estado en democracia no comienza ese año, pero si fue un momento que marca un antes y un después. Empieza a darse una serie de casos que se anudan y se visibilizan. Se dan después las muertes de Franco Casco, Pichón Escobar, Jonatan Herrera. Todo esto trasciende ciertas fronteras de sentido que están muy vinculadas a gente cercana a estos movimientos e hicieron que otrxs pudiesen acceder a esa información y se vincularan. En ese contexto con hechos distintos, de diferente naturaleza, empiezan a convivir. Se empiezan a generar territorios comunes para muchas familias para realizar sus pedidos de justicia. Estos espacios, la Multisectorial por Franco Casco, la Multisectorial contra la Violencia Institucional después, la APDH, entre otras, empezaron a ofrecer lugares comunes —recordó Bartolomeo.
Entonces la colección de historias se comenzó a pensar como un dispositivo para intentar armar serie ahí donde muchas veces la serie está por armarse. Aunque los fascículos no tomen todos los casos ocurridos, la idea es poder reflejar algo de ese proceso violento que ocurre en los barrios y, al mismo tiempo, trazar un puente a casos muy anteriores que habían quedado desvinculados de esa memoria al estar alejados en el tiempo. Para su coordinador, la colección está permitiendo ese diálogo entre experiencias muy similares pero que en cierta medida estaban desvinculadas.
—Una vez cerrados los diez fascículos, la expectativa es poder pensar a partir de ahí cómo seguimos trabajando la violencia de Estado en democracia. El Museo no es el único espacio donde se trabaja, pero sí es un espacio en el cual se permitió construir algo que tiene que ver con lo artístico y estético que tal vez otras investigaciones que venimos llevando adelante no la tienen por su naturaleza y porque tiene otro objetivo. Se buscó este soporte estético que permita que tenga una trascendencia mayor y la viene teniendo de a poco. El objetivo fundamental es que esto circule y se lea —afirmó Bartolomeo.
— De acuerdo a tu recorrido en la investigación en las diferentes épocas, ¿Cómo ves hoy el accionar del Estado en este sentido?
—Es muy problemático. Muy tempranamente entrada la democracia, la violencia de Estado tuvo una deriva distinta al gran epicentro de represión estatal que fue la última dictadura pero rápidamente uno puede darse cuenta de que se abre una vertiente distinta que difiere en su objetivo a perseguir, tiene otra naturaleza. La violencia estatal que nosotros recogemos en sus efectos sociales, que se conoce como gatillo fácil, tiene existencia en un tiempo muy primitivo en la democracia. El problema de la violencia de Estado es transversal a la democracia, entender eso es fundamental. Podemos hacer diferentes cortes para poder estudiarlos y poder pensarlos, pero hay una transversalidad que también requiere ser pensada. Hoy por hoy, y sobre todo a nivel nacional, comenzó a darse una legitimación de ese accionar.
— ¿Cuál es el lugar que se le da en la colección a la voz de las familias de las víctimas?
— La colección pretende recuperar la textualidad de las familias por un hecho muy sencillo, pero que le da fuerza a todo esto: generalmente uno conoce a estas familias por un caso policial, ya con decir un caso estamos diciendo un montón de cosas. Pero al decir caso policial queda situado en el marco de la crónica policial, los medios de comunicación lo abordan desde ese lugar lo cual implica un montón de problemas. Hoy se superaron algunas etapas, como por ejemplo que el medio reproducía solamente el comunicado policial, por lo tanto muchas veces se anuncia la muerte de un delincuente pero posteriormente nos enteramos de que no es así. En vez de usar una crónica para reproducir el comunicado policial, queremos usarla como soporte, como vehículo para amplificar un relato que generalmente no se lee en los grandes medios. Con ese relato que cuenta sobre ese pibe que murió, uno puede reconstruir la historia del que quedó vivo, qué hizo con eso, en qué lugares se alojó o no, en qué lugares construyó su pequeño refugio para pedir justicia, con quiénes, cómo, cuándo, en dónde. Nos parecía importante que esa sea la centralidad del texto, que un cronista tome el texto y lo construya, pero que lo construya en la medida en la cual le da lugar a la textualidad de la familia, que son generalmente quienes toman en sus manos la búsqueda de justicia.