El brutal despliegue de fuerzas represivas estatales realizado sobre el fin de la pasada semana en la principal ciudad del país, expone la impronta de ferocidad asesina que caracteriza a esa administración.
Estas escenas ya vistas y no por repetidas menos repudiables, que tuvieron como escenario años atrás el Parque Indoamericano con el desalojo de familias a pura bala, son un eslabón más de la perversa cadena que se inició con el espionaje telefónico ordenado desde la más alta jerarquía gubernamental.
Ahora, las fuerzas policíacas metropolitanas fueron a destruir un taller protegido en el que los internos de un hospital psiquiátrico realizan tareas manuales, es decir labor terapia, una técnica alternativa a los medios disuasivos de la psiquiatría tradicional mortificadora de los yo y atrofiadota de las subjetividades.
A su crónica deserción ante las catástrofes que se abaten sobre la población cada vez que se desatan tormentas y aguaceros, se suma ahora este despliegue destructor de iniciativas autogestivas donde confluyen diversos actores de la comunidad: artesanos, médicos, internos.
Al delirante y omnipotente poder formal que impera en la Capital Federal lo irrita la construcción de ámbitos de libre expresión y libertad por eso los ataca. Temible señal para toda la población de la región, este delirio artillado que se lanza contra las personas con ferocidad por salvar los negociados y la codicia de la minoría prebendaria.
Pero no son sólo los delirios de una élite sino un frío plan de apropiación territorial, la resistencia y la activa solidaridad entre los que somos más podrá frenarlos.
Carlos A. Solero
Miembro de APDH-Rosario
28-04-2013