Son las nueve de una noche fresca y ventosa. Un poema enciende el grito: “son así las pibas, altas bichas de luz”. En la voz de su autora, Paola Santi Kremer, el fuego se enciende. Abajo del escenario, hay miles de esas bichas iluminándolo todo. Iluminándonos a todes.
Por María Cruz Ciarniello
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Son las nueve de una noche fresca y ventosa.
Un poema enciende el grito: “son así las pibas, altas bichas de luz”. En la voz de su autora, Paola Santi Kremer, el fuego se enciende.
Abajo del escenario, hay miles de esas bichas iluminándolo todo.
Iluminándonos a todes.
Cuatro horas antes, en la plaza San Martín, las bichas se preparan para una marcha histórica. Sin glitter no hay lucha. Y entonces, se pintan unas a otras en rondas, haciendo rituales, tribus de bichas haciendo que sus cuerpos vibren.
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El paro de mujeres y disidencias va tomando forma en los diferentes lugares de trabajo. Con más fuerza en algunos sindicatos, con menos en otros. Rondas, asambleas, debates en horarios de almuerzo. La marea lo desborda todo.
En la plaza, una intervención potente interpela. “El 91 por ciento de los asesinatos de las trabajadoras sexuales quedan impunes”. Junto al cartel, un cuerpo semidesnudo, con la cara tapada, tirado en el suelo. La imagen no necesita explicarse. Son las putas visibilizando la impunidad de crímenes que a la justicia y al Estado poco les importa.
“Yo paro porque el promedio de vida de una trans es de 35 años”, dice Michelle Vargas Lobos. “Yo paro porque estamos hartas de muertes por abortos clandestinos”, dice Mabel Gabarra. “Yo paro contra este gobierno facho y macho”, dice Lala Brillos.
“Yo paro porque las mujeres en los barrios nos cagamos de hambre”, dicen las pibas de La Poderosa que acaban de inaugurar la Casa de la Mujer y las Disidencias en el barrio Los Pumitas.
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Voces, gritos, abrazos. Arte que duele. El colectivo Artas camina por la plaza y marcha con carteles cuyas frases reflejan el acoso y el maltrato al que muchas son sometidas en el ambiente artístico. “Acá actúa el que se acuesta con el director”. “Si no te animás a desnudarte en escena dedícate a otra cosa”.
Camila tiene 14 años y está marchando porque dice que está harta “de sufrir lo que sufrimos todos los días”. Dice que quiere ser libre. Tan libre como Lúa que con sus 17 años marcha por todo lo que su mamá le enseñó. Tan libre como Julieta que con 14 años enumera sin titubear cada una de las estrategias de autocuidado que tienen con sus amigas cada vez que salen a la noche. “Caminar rápido, avisar cuando llegamos, mandar ubicación en tiempo real, ir en sentido contrario a los autos, no ir pegada a las casas. Volver siempre juntas”.
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Abril. 15 años. “El feminismo nos hizo sentir a todas más seguras”, dice. Jorgelina tiene 20 y asegura que se siente parte de una revolución. De que no son ni somos todo eso que nos hicieron creer. Somos poderosas”, señala. “Queremos marcar un cambio en la historia, tener el poder sobre nuestros cuerpos y poder decidir si ser madres o no, hoy también estamos acá para pedir por todas las que nos quitaron. Hoy estamos acá, pero mañana no sabemos”, dice Camila.
La plaza es una ronda enorme, llena de colores, banderas, remeras, carteles, intervenciones artísticas. Abrazos y sonrisas. Ansiedad, cantos, gritos. La plaza es una tribu de bichas encendiendo almas.
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Un femicidio cada 31 horas. Un cuerpo de una mujer encontrado en cualquier parte, como si fuera un descarte. Travesticidios que quedan impunes, olvidados, archivados. Niñas violadas que son torturadas por parte de los grupos antiderechos, obligadas a ser madres aun cuando las ampara la legislación nacional. El horror es cotidiano. Frente a esto; las asambleas feministas aportan luz, amor, rabia y también deseo. “Estamos haciendo historia”, gritan las pieles de las cuerpas encendidas. Juan tiene dos años y está en el coche siendo parte de esa historia. “Con mamá feminista yo no crezco machista”, se lee en el cartel que escribió su mamá especialmente para la marcha.
60 mil mujeres y disidencias haciendo temblar las calles de Rosario. El pulso se siente en los bombos que tocan las Mudanceras y en los rituales afro de las chicas de Iró Baradé. En los cantos de las agrupaciones políticas o en la potencia de los centros de estudiantes. En las corridas de las socorristas, en cada grito de las travas y las trans que caminan con la enorme bandera del orgullo. El pulso es un latido que vibra con furia porque además de fiesta, la marcha es contra todo lo que nos oprime: el ajuste, las políticas de hambre, la precarización laboral, el femicidio de todos los días, el aborto que sigue siendo ilegal, la falta de presupuesto que se reduce a tan solo 11 pesos por cada mujer que sufre violencia.
El pulso es un latido feminista y claramente antimacrista.
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Plurinacional también es el grito de este tercer paro histórico. Marchan las mujeres originarias con su lucha, sus miradas, sus pasos.
Noelia tiene 24 años, pertenece a la comunidad qom y milita desde los 14. Dice que este es lugar donde tienen que estar las mujeres originarias. “Proponemos que sea plurinacional, hoy estamos todas acá, como mujeres indígenas. Nosotres sufrimos la violencia desde el Estado y las políticas diseñadas por ellos mismos. Necesitamos que esas políticas sean pensadas por nosotros y para nosotros”. Noelia tiene la bandera originaria envuelta en su cuerpo y además, el pañuelo verde de la Campaña Nacional. “En las comunidades fuimos las primeras que iniciamos los abortos a niñas, mujeres que eran esclavizadas por sus propios familiares, campesinos, y dentro del pensamiento indígena siempre era un tema tabú, hasta ahora que empezamos a caminar junto a la Campaña Nacional. Necesitamos que la salud pública tenga en cuenta la interculturalidad. Estamos a favor del aborto. Hoy es un día histórico para nosotras y estamos presentes las 36 naciones de las comunidades indígenas”.
Rupera Perez, mujer indígena referente en Rosario, marcha y dice: “tenemos nuestras hijas y nuestras nietas que son el futuro, por eso esta reivindicación histórica a nivel mundial es muy importante, para hacer visible nuestra participación. Las mujeres indígenas sufrimos atropellos, maltratos, violaciones y hay muchísimas mujeres pobres”.
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El pañuelo verde es un emblema. Camina, viaja, anda, grita, llora, abraza. Está ahí, siendo carne en los cuerpos, gritando aborto legal ya. Desde el escenario, entre todxs se lee la Proclama consensuada en la Asamblea Feminista. Un grito colectivo que denuncia todas y cada una de las violencias que sufrimos por ser mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, indígenas.
Paramos para que el amor sea libertad y crecimiento, nunca cárcel. Paramos porque nos mueve el deseo de transformar la realidad, de inventar otro mundo donde vivamos como merecemos. Paramos porque vivas, libres, plenas, juntas, gobernando y desendeudades nos queremos!
Abajo del escenario hay pañuelazo. Son las nueve de la noche y hay bichas de luz por todos lados, dirá la poeta Santi Kremer. Es que son así las pibas: «prenden fuego almas con sus propios fuegos”.