Decidieron autoconvocarse y formar una red solidaria y autogestiva frente a una realidad acuciante de la que no son indiferentes. Son aproximadamente 15 docentes que en Nuevo Alberdi Oeste le ponen el cuerpo a las políticas de ajuste, al hambre neoliberal que afecta a lxs pibxs, y a la ausencia de todo en las inmensas barriadas populares. Articulan con el Merendero Granito de Arena para hacer actividades, en su mayoría, ollas populares y almuerzos comunitarios cuando las escuelas no abren. «Educar en contextos de carencia es un compromiso enorme», sostienen.
[dropcap]E[/dropcap]l hambre pica en las panzas vacías. Los labios se parten de frío. El calor quema sobre los techos de chapa. Cuando llueve, el barrio se inunda. Escasea el agua potable y las conexiones de luz son precarias. Falta el trabajo y las pocas changas que antes había ya casi no existen.
Enero 2019. Así describe el barrio Cintia Perez. Es Nuevo Alberdi Oeste pero podría ser la descripción de cualquier otro barrio periférico de la ciudad. No hay demasiadas diferencias. El neoliberalismo se ensaña, siguiendo la regla, contra lxs que menos tienen. Lxs de abajo. Lxs sin tierra. Lxs nadies, lxs hijxs de lxs nadies, los dueños de nada, diría Galeano.
Ese ensañamiento, que en estos tiempos es también una política de Estado, Cintia lo sufre todos los días en la escuela pública donde dicta clases de plástica, de primero a séptimo grado. Es la 133, donde además funciona el comedor escolar todo el año, menos en enero.
“La carencia es total” sentencia. Docentes de distintas escuelas de la inmensa barriada de Nuevo Alberdi y Nuevo Alberdi Oeste, decidieron conformar una red solidaria. Poner el cuerpo, salir de la institución para ir al territorio, para estar presentes.
La bandera habla. Está colgada de un precario portón de madera que le dá la bienvenida a uno de los merenderos que desde hace cinco años, funciona en el barrio. Tres pibes sonríen. La tela lleva estampado el logo de la red: son los Docentes solidarios de zona norte.
Empezaron a juntarse a comienzos del 2017 cuando ya la crisis provocada por el actual gobierno nacional, comenzaba a golpear en las familias más empobrecidas. “Y a la escuela entra todo: el hambre, el frío, la falta de trabajo”. La iniciativa surgió de docentes de la escuela secundaria, la 539, donde no hay copa de leche. “Ahí se empezó a ver la diferencia de chicxs que venian sin comer, que pedían algo para tomar. Entonces, un grupo de profesores empezó a pensar qué podíamos hacer”.
La idea contagió a maestrxs de la primaria y a otrxs de escuelas cercanas, como la 1226 y la 1229, que comparten la misma realidad, la misma tristeza. “Los chicos te lo dicen ‘mi papá esta sin trabajo’. Tienen la AUH pero no alcanza. En invierno hicimos una colecta de zapatillas porque los veíamos descalzos o con el calzado muy roto. Una vez, uno de los alumnos me dijo que le dolían las rodillas. Le pregunté si se había caído o golpeado y me dijo que no. Le pregunté si había tenido frío y me respondió que sí, que todo el fin de semana. Estaba todo contracturado. Y todo eso te interpela”.
Es que para Cintia la escuela no es impermeable a todo lo que pasa en la calle, en el barrio, en las casas. No puede ser indiferente a una situación que indigna: ver a lxs pibxs con hambre. Entonces, se pregunta en qué puede ayudar. Todos los días se hace la misma pregunta porque, todos los días, la realidad la sacude cada vez que intenta hablar de arte en sus clases. No puede. Sabe que sus alumnos no comen desde hace un día. Los labios pálidos de una niña no se le borran de la cabeza. “Me dijo que había cenado solamente un mate cocido. Eran los 8 y media de la mañana, y yo les hablaba de arte y me pregunté…qué estoy haciendo. Dejamos la clase y fuimos más temprano al comedor”, recuerda.
La red está integrada por aproximadamente 15 docentes y entre las actividades que hacen, las principales están abocadas, actualmente, a dar una mano al Merendero Granito de Arena. Ahí hace falta de todo. Colectas en las escuelas, almuerzos solidarios, apoyo escolar, meriendas, festejos del día del niño, ollas populares. En cada actividad, está el grupo de maestrxs que se moviliza y se vincula para estar en el territorio, acompañando, colaborando, escuchando.
Una de las mayores preocupaciones que tienen es cómo afrontar el mes de enero. Hay que pasar el verano. Saben, como docentes, que es el mes crítico porque las escuelas están cerradas y no hay comedores abiertos. Para navidad, lograron juntar 270 budines. Durante el año, organizan comidas para cubrir los días feriados en que no hay clases. “El 20 de junio hicimos un arroz contra el ajuste junto al Merendero. Un arroz amarillo donde se invitó a las familias. Estuvo la banda maestra, que son docentes de músicas que formaron un grupo”.
La articulación con el Merendero Granito de Arena es constante. Cuenta Cintia que hace un año, al merendero concurrían 170 niños. Hoy ya superan los 350. “El barrio está creciendo mucho porque vienen familias de otras provincias en busca de trabajo”. El 5 de enero pasado, Cintia se comunicó con enREDando. El pedido era poder difundir una situación que había padecido una familia que asiste al Merendero. Ambulancias que no llegan a tiempo o no ingresan hasta algunas casas por cuestiones de seguridad dan cuenta, también, de la falta de acceso a la salud que hay en el barrio a pesar de contar con un centro asistencial adónde no siempre se puede ir.
Una práctica política
No ser indiferentes. Esa fue la premisa para que lxs maestrxs se empiecen a juntar, además de estar presentes en las marchas contra el ajuste, la precarización laboral y el reclamo por las condiciones laborales del gremio docente. Es que no solo son trabajadorxs de la docencia, también son militantes, sostiene Cintia. “Es una práctica política y estamos orgullosxs de eso”.
Cintia cree que, como maestra, tiene que estar en el territorio. También cuenta que al interior de la escuela, intentan desarmar los discursos fascistas que el gobierno nacional y los medios de comunicación instalan fácilmente, como por ejemplo, el que criminaliza a lxs migrantes. “Acá en el barrio hay muchas familias que vienen de otros lados, y en la escuela tratamos de hablar de eso, a través del amor, de lo pedagógico. De que sepan que migrar es un derecho. Intentamos desarmar esos discursos que son agresivos y que lamentablemente, entran a la escuela”.
Parece que todo el tiempo es ir contra la corriente. Así están muchxs maestrxs que ponen el cuerpo más allá de las horas de clase que tienen asignadas. Educar en contextos de violencia no es fácil. “Pero siempre algo se puede hacer desde la educación”, opina Cintia y reivindica al arte como una herramienta de transformación social. “Es que empezás a contemplar la belleza, a ver las cosas desde otro lugar. El arte interpela. Podés pintar la realidad con un mural, con un dibujo. Podemos visibilizarla. Hay chicxs que académicamente en otras materias no enganchan, y en plástica se logran expresar y lo hacen muy bien. Encuentran una herramienta para decir lo que sienten, lo que piensan. Para expresar todo el mundo interior que tienen. En el Espacio Yo Leo de La Capital salieron cosas muy lindas. Ellxs mismxs recomendaban lecturas y las maestras se emocionaban. Se trata de escucharlxs. Nuestras escuelas tienen una problemática donde tenés que valorar todo”.
Educar, con un gobierno que reduce el presupuesto en educación, que en la ciudad de Buenos Aires cierra 14 escuelas nocturnas, que pretende bajar la edad de punibilidad a tan solo 15 años y que persigue a cientos de migrantes que llegan en busca de trabajo y posibilidades de vida, se transforma en una tarea militante y riesgosa, además de pedagógica.
El año pasado, una docente de la localidad bonaerense de Moreno fue torturada con un punzón. Le dejaron un mensaje en su propio cuerpo: «ollas no». El cuerpo escrito habla. El cuerpo torturado. El cuerpo politizado. En las escuelas, y afuera de ellas, lxs maestrxs se organizan porque saben, porque sienten, que hacer ollas populares, que colaborar en los merenderos, que intentar paliar el hambre de lxs pibxs, es un compromiso que deben asumir.
“Ser docente en espacios de carencia es un compromiso muy grande. Para mí es una responsabilidad enorme porque no podés ser indiferente a las situaciones cotidianas”. Y es en las escuelas donde, además, directivxs y maestrxs saben de quién estás hablando. “Hay un otrx que sabe de vos, que conoce la situación”, dice Cintia.
En la cara de los adultos se vé la tristeza. En la cara de lxs niñxs también. La realidad es la ausencia de todo. El “no tengo” se repite una y otra vez. Duele. “La respuesta del Estado no alcanza. El Merendero tiene una ayuda de la Municipalidad, pero no es suficiente. Estamos viendo que los chicos que van a contraturno, en gimnasia, se desvanecen. El panorama es cada vez más negro y no sabemos qué hacer. A nosotrxs nos ayuda la gente que tiene un trabajo, de clase media, pero que también la está pasando muy mal. Acá no hay grandes empresas”.
Acercarse. Ir al barrio. Conocer la realidad. Militar, participar, comprometerse. Docentes que hacen del guardapolvo una herramienta de lucha. El compromiso, dice Cintia, “es intentar que nuestrxs alumnxs puedan ser felices. Que tengan calor, comida. Que su palabra valga”. Que sonrían.