En el nuevo Complejo Penitenciario de Mujeres N 5, el taller El Enredo de la ONG Mujeres tras las Rejas y el Ciclo Cabeza de Flor del Centro Cultural Parque España presentaron la muestra «La que soy», autorretratos intervenidos artísticamente, que un grupo de mujeres, lesbianas, travestis, bisexuales y trans realizaron en simultáneo, durante todo el año. Otros modos de estar, el deseo como potencia, y la pregunta sobre quiénes somos, se instala entre el afuera y el adentro, desdibujando los propios límites.
Por Maria Cruz Ciarniello
[dropcap]D[/dropcap]ice Olga que las contó; que las rejas son ocho.Ocho portones bien custodiados son los que hay atravesar hasta llegar al pabellón de Madres. En el medio, solo pasillos y rejas. Lluvia y más lluvia. Hay un afuera adentro de la cárcel: un pequeño espacio de tierra que tiene un tobogán amarillo y en un rincón, una sillita de plástico de color fuccia que rompe con la monotonía de un encierro demasiado gris. De un inmenso encierro donde todo, o casi todo, es gris.
El nuevo complejo penitenciario donde hoy están alojadas más de 150 mujeres privadas de su libertad es una construcción imponente, ubicada en 27 de febrero y Circunvalación, en uno de los límites que tiene Rosario. Es relativamente nueva: la anterior cárcel de mujeres, la ex Unidad 5, era una vieja casa que se encontraba en el epicentro de Refinería, un barrio reconfigurado y diseñado para albergar solo edificios de alta gama.
El frío se condensa en un día que está a tono con la cárcel. No hay colores afuera, adentro tampoco. Al llegar al pabellón donde tendrá lugar la actividad, las paredes de un verde claro revelan otro modo de estar. Hay tanta calidez que pareciera que hubiera sol. Y entonces, todo se ilumina. Bastidores de todos colores se ubican en el piso. Los hay amarillos, violetas, rosas, naranjas, rojos. Todo es diverso. También hay mate.
Cada uno de esos bastidores es un autorretrato trabajado durante meses. Es el resultado de un proceso colectivo que llevó adelante el Taller El Enredo -uno de los talleres que impulsa la ONG Mujeres tras las Rejas- con cuatro años de permanencia adentro de la cárcel, y el ciclo Cabeza de Flor del Centro Cultural Parque España, afuera. En simultáneo, mujeres, lesbianas, travestis, bisexuales, cis y trans, se preguntaron quiénes eran, qué querían mostrar de sí mismxs, cómo querían verse, qué querían contar de ellxs, cómo querían que otras lxs vieran. El afuera, el adentro. No hubo límites, no los hay al ver la trama que dibujan esos bastidores colocados prolijamente sobre el suelo.
Cada autorretrato está intervenido con materiales reciclados: botones, semillas, mostacillas, lanas, telas, hilos, pinturas, lentejuelas y fotos sublimadas. La textura va cobrando relieve en cada uno; el relieve comunica: no es azaroso. Ningún material, ningún elemento aparece, o parece, colocado porque sí. Si hay un signo de pregunta es porque el interrogante se instala. Si hay una costura sobre una imagen pintada, es porque esa tela destaca, resalta. Algo nos cuenta.
Ayelén sonríe al ver cómo quedo su autorretrato donde se la vé llena de brillos y colores. “La que soy” es el nombre que lleva la muestra, y Ayelén asegura que ya no es la princesa que su mamá le dice que es. Con 25 años, y con “todo lo que pasé, soy una guerrera”, afirma. “No soy princesa, soy guerrera” es la frase que pintó sobre el bastidor amarillo. Lo mira y vuelve a sonreir, orgullosa de su arte, de su propio estar: “Esa soy yo, la que juega”, dice y así se muestra, sin nada que la oculte.
La Abuela participa del taller El Enredo, también del de escritura y sus poemas están publicados en las distintas antologías poéticas que nacieron fruto del trabajo que lleva adelante la ONG Mujeres tras las Rejas: “Muertas Vivas” y “Las Leonas”. Le pregunto cuál es su autorretrato y con cierto pudor, lo señala: “es el de las manos”. También sonríe al verlo, al encontrase en ese trabajo que ella mismo intervino. Dos manos hechas con lana de colores se destacan sobre un bastidor azul.
Amalia dice que no quiere tener certezas. Que no hay respuesta a la pregunta sobre quién es, o sí: la respuesta es un presente continuo. “Estoy siendo”, dice. Y un futuro incierto: soy la que seré. Su producción lleva ese signo de pregunta que la atraviesa. También hay botones pegados que hablan del cuidado de su abuela “que fue quién me crió”, cuenta. Amalia fue una de las 15 integrantes que participaron del taller en el Centro Cultural Parque España.
“Esta muestra propone indagar el propio estar en el mundo, nuestros rostros y deseos, procurando nuevas miradas. Este itinerario permite iniciar un archivo de autorretratos intervenidos artísticamente con la potencia de aquello asignado al margen de las representaciones históricamente hegemónicas. La autorepresentación de nuestros estares en el mundo se asemeja a un patchwork donde distintos materiales, texturas, tamaños y colores se disponen para formar un conjunto siempre disponible para la recreación”, señalan en un texto más extenso, dos de las coordinadoras del Enredo, Florencia Sanchez y Cecilia Pascual.
El patchwork es ese colectivo diverso de bastidores, ninguno igual a otro, que nos invita a mirar hacia abajo. Así estamos durante las casi tres horas en las que habitamos un penal tan hostil como el clima. Miramos hacia abajo, buscando, resignificando, acariciando, preguntando, reconociendo a la otra. “Somos sutura de tramas, amasijo de historias enredadas”, leo en el texto que acompaña la muestra.
La trama es diversa. La trama es potencia. La trama teje otros modos de estar en esa pesada urdimbre que es la cárcel. Y cada sutura, cada hilo enredado, cada punto bordado habla de una historia. Son autorretratos, sí, y también son testimonios de vida.
Olga se sumó a colaborar con las talleristas del Enredo, hace dos años atrás. Olga es una ex presa política, una sobreviviente del Terrorismo de Estado, una testigo querellante en juicios de lesa humanidad. ¿Cómo poder volver?, fue la pregunta que se transformó en impulso: Olga quiso volver a la cárcel para compartir esa experiencia que la sostuvo mientras estuvo presa en Devoto, en tiempos de dictadura. Olga quería bordar junto a otras. “Y las chicas me dieron la posibilidad. Al principio no había lugar, y fui varias veces a la cárcel de varones y noté la diferencia porque allá podíamos entrar sin problemas, y acá no te dejan entrar con nada. Fuimos construyendo una relación, y es una experiencia interesante. Fue difícil también porque no están acostumbradas a pensarse ellas solas, a pensar en ellas mismas”. Olga también produjo su propio autorretrato. Su foto la muestra en una marcha del 24 de marzo en San Lorenzo. “Y eso me permitió jugar, porque parece que en la foto estoy mirando el más allá, pero sin olvidarme de las distintas luchas, las de las Madres”. En el bastidor hay, además de la imagen, una estrella bordada que se parece a un barrilete “El primer recuerdo que tengo es que me perdí en mi pueblo, siguiendo un barrilete. Y Sueños de Barrilete es una canción que cantábamos en la cárcel”, cuenta Olga. También está el infinito como símbolo. “Es que estamos hechas del adentro y del afuera, y ese adentro y ese afuera se mezclan”.
“Nos parecía interesante hacer una muestra adentro de la cárcel, como un lugar también de creación y exposición. A partir de una foto de cada una, la sublimamos en la tela, la ponemos en el bastidor, y ellas intervienen, con las técnicas textiles. En la cárcel, las chicas no tienen un registro de su propio cuerpo cotidianamente, no tienen un registro actual de ellas mismas, ellas se sorprenden de su propia imagen, aceptar esa imagen desde su autoestima, desde su trabajo con ellas mismas, lleva un tiempo. En función de cómo querían verse, y que querían decir en este autorretrato es como se realizó el trabajo”, explica Marina Gryciuk, integrante del equipo que coordina el taller El Enredo.
Florencia Sánchez, otra de las coordinadoras, cuenta de qué trata este espacio-taller que, a partir de bordados y costuras, habilita un espacio de libertad, aún en el encierro. “Buscamos utilizar técnicas que ellas ya sepan, como el bordado o la costura, acá no le enseñamos nada, es una instancia de compartir experiencias, saberes y justamente se llama el Enredo porque es eso qué pasa cuando nos sentamos a tomar mate, cada una va contando cuestiones de su vida que remiten a algo, historias”.
“La que soy” habla de esas historias. De esos retazos coloridos, texturados, imaginados. “Somos la que se forma de la sutura de historias, lo que está debajo, lo que subyace. Lo que somos, por un lado, individualmente, y también lo que somos en manada, por eso la muestra está armada así”. El patchwork reúne ese conjunto de retazos donde no se divisan los muros. Donde todo es deseo. ¿Jugar? En eso también consistió la propuesta. “Vayan más allá de los límites de la foto”, sugería Florencia. Ocupar el espacio, expandirse. Virginia Russo fue quien, desde el ciclo Cabeza de Flor que coordina en el Centro Cultural Parque España, convocó al Enredo a participar de este trabajo colectivo. “La idea era poder borrar los límites”, dice. “Y creo que se logró”. También resalta la interdisciplinariedad del taller. Una segunda presentación de taller se realizará en marzo del 2019. Es que la muestra también consistió en elegir partes del propio cuerpo, esculpirlas en yeso, escribir textos, grabar voces.
Afuera llueve y el día es gris. Palabras, sonrisas. Las chicas que participaron de la muestra se encuentran en el penal y se conocen por primera vez. Se reconocen en sus propios autorretratos. Se buscan, se sorprenden. El deseo potencia el encuentro. Posibilita otro modo de habitar el adentro, de estar en el mundo. De poder ser. De estar siendo.