Este encuentro en Trelew, el más austral de la historia, fue único e inigualable. Pareciera un cliché decirlo pero cada Encuentro Nacional de Mujeres lo es.
Bastó poner un pie en la ciudad, para sentir la energía del suelo habitado por las ancestras mapuches y el viento incesante llevándose lejos la culpa, la vergüenza, el miedo, entre otros sentimientos que no debían estar ahí, atosigándonos.
“Valles sonoros de pedregal, piedra por piedra el viento va, borrando huellas a mi dolor, silencio puro en mi corazón” resuena aún la baguala que interpretaba dulcemente una compañera del noroeste con su caja y pañuelo verde en la plaza, que hizo caer las primeras lágrimas de emoción.
Fue en esa plaza que se nutrió de diversidad(es), de charlas, de risas, de abrazos, de cantos, de fútbol, de lecturas, de agite, de música, de glitter, de tetas, de libertad, de feminismos, de amor.
Los más de 70 talleres, lugares en donde nos encontramos, nos registramos, debatimos, consensuamos y no, fueron la instancia en la que nos dimos cuenta de que éramos un montón, que habíamos llegado de todas partes del país.
Tantas verdades simples y poderosas se deslizaban en la intervención de la compañera jujeña, que en voz bajita pero firme decía “necesitamos seguir defendiendo la federalidad del Encuentro, tenemos que llegar a los lugares donde las mujeres ni siquiera saben que tienen derechos (…) Salimos de Jujuy el miércoles, para poder estar el sábado acá. No importan las distancias, estaremos donde hay que estar.” Y otra vez las lágrimas.
No hay palabras que hagan justicia a lo vivido en la marcha. Esa mágica marcha que nos acuerpó por las calles de ripio a más de 70 mil de nosotres, que nos sabíamos juntas y poderosas, cantando nuestras verdades aún con las gargantas roncas, porque estamos decididas hace mucho a hacernos escuchar y a que no nos callan más.
En este tránsito hermoso, en el que también se fundían bailes, risas, llantos y abrazos colectivos, nos encontramos de un momento a otro recorriendo los barrios. Desde las terrazas, puertas o ventanas, se fueron asomando para ver la marea interminable de personas que inundaba sus tranquilas calles.
Una señora de unos 70 años, frente a la puerta de casa, visiblemente emocionada levanta entre sus brazos el pañuelo verde, como en un acto de liberación ¡¿Cuántos años de silencio y de soledad derrumbados ahí nomás!?
A unos metros, en la misma cuadra, una señora con sus hijes pequeñxs sobre la terraza de su casa levantaban un pañuelo y un cartelito que decía “hermanadas”.
Un poco más adelante una mujer, sale con una manguera de su casa, para llenar las botellas de agua de las pibas para que puedan terminar la marcha, sí una vecina de Trelew cuidando a las pibas.
¿Qué nos vienen a hablar del amor? Nosotrxs desde la ternura, la sororidad y la rabia por lxs hermanxs que nos quitó este sistema patriarcal, lo vamos a transformar todo, sí todo. El mundo va a ser como lo soñamos y lo luchamos más temprano que tarde.
¡Arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer!
Texto: Gabriela Santinelli
Fotos: Paula Sarkissian