Frente al decreto del gobierno nacional que habilita a las Fuerzas Armadas a intervenir en «Seguridad interior», un masivo acto de repudio se realizó en la Plaza de las Madres, la 25 de mayo. Imágenes de Elsa Chiche Massa, fallecida hace apenas un mes, abrazaron una ronda multitudinaria bajo la lluvia.
Texto: María Cruz Ciarniello / Foto: Tomás Viu
Llueve y en la Plaza de las Madres cada gota rebota, como eco, en la memoria.
Llueve y se humedecen de tristeza las fotos que recuerdan a Elsa Chiche Massa.
Llueve y refugiadas bajo una lona, las palabras vibran con furia. Llueve y otra vez rondamos, y otra vez y siempre.
Llueve y las extrañamos. Sus pañuelos ahora también se tiñen de verde. Llueve y andamos huérfanos de ellas, andamos.
Llueve y queremos calles libres sin ningún Ejército rondando porque es la memoria la que ronda, otra vez y siempre.
Llueve y nuestra boca sabe a Santiago Maldonado en vísperas de agostos porque duele, a un año, su desaparición forzada seguida de muerte y esa bala prefecta que le quemó la espalda a Rafael Nahuel.
Llueve y la acción es inmediata: acá estamos, intentado construir la unidad como horizonte.
Llueve y apuntamos nuestra mirada de broncas a este gobierno que ahora decreta la muerte como estado de sitio.
Llueve y somos miles.
Llueve y no hay más tiempo: las calles son nuestras porque no hay más tiempo.
Llueve y en la voz de los organismos de derechos humanos, APDH, Hijos, Familiares, de ellos, de todos, nos refugiamos, aunque afuera, en esta intemperie de julios fríos, llueva.
Llueve y abrazamos el recuerdo de Norma, de Chiche, de las Madres. Todavía fresca la memoria, ellas miran con esa dulzura que abriga en tiempos difíciles. En tiempos hostiles, tiempos de retrocesos.
Llueve y el nieto de Chiche dice que ella está “rezongando porque llueve”. Chiche está, vuelve a decir. “Ella no abandonó la lucha ni su sonrisa mientras luchaba. Nos toca ahora a todos nosotros ser un poco más Chiche”.
Llueve y sonreímos poco, porque cada día duele. Pero llueve y no hay gotas que detengan las huellas de la ronda.
Entonces llueve y la plaza está llena de paraguas de todos los colores.
Llueve y se hace difícil respirar sin ellas. Llueve y si las lágrimas caen de algún cielo, queremos creer que es la emoción de las Madres las que arman gotas en el aire. Porque con alegría venceremos, dicen. Decimos. Porque la poesía de Aída nos recuerda que estar en la Plaza no es casual, porque es “la plaza de las Madres, de la ronda, de sus pasos, de sus pañuelos, de su luz que ilumina el pasado y abre camino ante la sordidez del presente”.
Llueve y la tormenta de Macri nos reúne para repudiarlo. A él, a su gobierno, a sus políticas de ajuste, a sus estrategias del odio.
Llueve y el presente de los desaparecidos se hace grito bajo la lluvia.
“No las detuvo la crueldad del frío, la tempestad más impiadosa o el calor más intenso. En su naturaleza no hubo tormentas que las doblegaran. No hubo espacio para el desgano o la debilidad aunque a veces marcharon casi solas. Ellas aguantaron, caminaron, sostuvieron, resistieron, dieron el ejemplo de estar unidas y firmes ante las adversidades porque sabían quién era el enemigo”, escribe Aída. Y si todo eso habla de Ellas, entonces nosotrxs abrazamos su lucha, su camino. Porque el tiempo es ahora, defender los derechos, repudiar la represión, y gritar que no, que no queremos un país de pocos, de tristezas, de armas largas y botas negras.
Llueve y la plaza nos convoca, otra vez y siempre. Hasta que todo sea como lo soñamos.