El acceso a internet de las comunidades territoriales ha sido desde hace décadas un desafío para quienes trabajan por lograr igualdad de derechos de las personas, especialmente cuando se trata de grupos que ven afectados – por uno o más motivos – el acceso a esos derechos. En esta línea hay un camino recorrido por experiencias que reunieron lo tecnológico y lo comunitario para colaborar con el fortalecimiento de estos grupos. Dos hitos en ese camino son los telecentros y las redes comunitarias. En este artículo recorreremos estas dos formas que las comunidades encontraron para avanzar en su acceso a la tecnología.
Por Florencia Roveri (Nodo Tau), publicado en APC
En los años 90 afloraron en numerosos rincones del mundo experiencias que apostaron a extender el uso de las tecnologías de información y comunicación a toda la población. Cibercafés, cabinas, tiendas telefónicas y telecentros fueron algunas de ellas. Los telecentros especialmente tuvieron una variedad de formatos y denominaciones como telecentros básicos, telecentros en cadena, telecentros cívicos, telecentros comunitarios multipropósito, centros tecnológicos o telecentros comunitarios.
Estas iniciativas surgieron en el auge de las políticas neoliberales que comenzaron a aplicarse en la última década del siglo pasado liberando al sector de las telecomunicaciones para sujetarlo a las reglas del mercado, en la mayoría de los casos con marcado involucramiento de capitales extranjeros a los que no les interesaba el desarrollo tecnológico local. Este modelo de extensión del acceso, basado en la lógica empresarial empeoró las posibilidades de ciertos sectores, en especial de aquellos que se encontraban en zonas rurales, regiones geográficamente complejas o periferias urbanas, ya que para las empresas resultaban zonas costosas de conectar y de baja rentabilidad.
Sin embargo, muchos gobiernos asumieron el desafío de masivizar el acceso a la población, desarrollando políticas públicas con diferentes modalidades, estrategias y variado grado de relación con el sector privado y la sociedad civil, a través de la creación de espacios institucionales como comisiones, direcciones, secretarías o programas para diseñar políticas que buscaban reducir la brecha digital y sumar a la población a la reinante sociedad de la información en expansión. La Declaración de Florianópolisexpresa y promueve esta tendencia en la región de América Latina y el Caribe a mediados del año 2000. Los telecentros surgen en parte de la mano del desafío asumido por los gobiernos de universalizar las TIC y responder a imperativos de impulsar el desarrollo mediante su uso y apropiación. Las políticas de acceso universal, que obligan a las telefónicas a destinar un porcentaje de sus ganancias a la conectividad de zonas no rentables también se inscriben en esta tendencia, aunque si bien fueron impulsadas en muchos países, no siempre fueron implementadas.
Telecentros comunitarios
¿Qué son los telecentros? ¿Qué los diferencia de otros espacios de acceso a internet? Los telecentros son espacios públicos de acceso a la tecnología para ser utilizados por una comunidad en pos de su desarrollo y fortalecimiento, posibilitando el acceso a los equipos, a la conectividad y a los contenidos. Para la Fundación Telecentre.org los telecentros comunitarios son “lugares donde las personas pueden utilizar computadoras, internet y otras tecnologías para incorporarse a la sociedad del conocimiento en sus propios términos. Por medio de las redes y organizaciones que trabajan con los telecentros, se empoderan a las personas que desean usar la tecnología para promover el desarrollo comunitario, cualquiera sea su opción de desarrollo y el lugar donde viven”.
En otra definición “los telecentros pretenden dar acceso a las TIC de una manera realista y económica a los usuarios de las zonas rurales y urbano-marginales, concentrando los servicios y las infraestructuras básicas de telecomunicación en un solo lugar dentro de las comunidades” señala Moisés López, quien desarrolló una tesis que releva experiencias de telecentros en todo el mundo. López atribuye el auge de los telecentros a que numerosas organizaciones, “tanto agencias de cooperación como organizaciones no gubernamentales, instituciones multilaterales y gobiernos, detectaron el potencial de desarrollo social que encierran las TIC, y el peligro que supone que gran parte de la población mundial quede fuera del acceso a estas tecnologías”.
Sin embargo este autor advierte que este impulso se realiza como forma de aumentar el mercado global e incentivar el comercio internacional a través de la creación de nuevas redes de comunicación y de nuevos servicios. “Las motivaciones económicas se solapan muchas veces con las motivaciones sociales a la hora de potenciar las TIC en los países más desfavorecidos. Pero prime la rentabilidad económica o prime el potencial de desarrollo social, lo cierto es que se están diseñando estrategias para extender y garantizar un acceso universal a estas tecnologías, como manera de reducir la “brecha digital” desde una perspectiva comunitaria, como una forma de ahorrar costes y crear sinergias entre los diferentes agentes participantes. En este sentido, una de las iniciativas que más expectativas ha despertado ha sido el desarrollo de los telecentros” señalaba el autor español en el año 2002 al escribir su tesis.
Numerosos análisis de los telecentros destacan el anclaje comunitario aportado por las organizaciones sociales involucradas. Fernanda Di Meglio y María Soledad Oregioni (2006) analizaron la función que las organizaciones cumplen en la construcción de la sociedad de la información, especialmente en América Latina, teniendo en cuenta fundamentalmente la incorporación de telecentros como herramienta para cumplir con dicho propósito, como complemento del Estado, y de los organismos internacionales que elaboran políticas para tal fin. Estas autoras señalan que “si bien no existe una definición que contemple las distintas modalidades de telecentros, la característica que los nuclea, es la de ser un espacio físico que proporciona acceso público a las TICs para el desarrollo, a nivel educativo, personal, social y económico, basándose en la premisa de que no todas las personas pueden acceder a las TIC. Pero, si bien el acceso es importante, la apropiación de tecnología es fundamental”.
Esta investigación realiza un estudio comparativo de dos países latinoamericanos, Argentina y Perú, destacando las experiencias argentinas de los Centros Tecnológicos Comunitarios, la red de Telecentros de Nodo TAU, la experiencia de la Asociación de Teletrabajo y la Red Científica en Perú, una red de instituciones académicas creada en 1991 que coordinó espacios de acceso público. El trabajo subraya también el rol de las organizaciones internacionales en el impulso y la sustentabilidad de las experiencias, entre las que destaca la tarea desarrollada por APC.
A la vez, otros estudios hacen hincapié justamente en la falta de anclaje comunitario, siendo ésta una de las principales críticas a las experiencias de los telecentros por haber sido definidas con enfoque de arriba hacia abajo, o el así llamado modelo top down. En este sentido el eje de los análisis apunta a evaluar si las comunidades por sí mismas participaban del establecimiento, mantenimiento y gestión de los telecentros o eran meras usuarias de modelos provistos por agentes externos.
En este contexto del desarrollo de internet, con grandes sectores de la población sin acceso a la tecnología, con un mercado creciente y un estado en retirada, se fueron consolidando debates que aún hoy siguen vigentes: cómo se articulan los diferentes actores involucrados en las políticas públicas, cuáles son las posibilidades, potencialidades y limitaciones de las organizaciones sociales en sus acciones conjuntas con el estado, cuáles son los intereses del mercado y que lógicas imprimen a estas políticas, cuál es el rol de las organizaciones, de los organismos internacionales y del financiamiento internacional, especialmente en momentos en los que las organizaciones ocupan lugares que debe detentar el estado.
Desde el seno de las comunidades
Eduardo Rodríguez es miembro fundador de Nodo TAU, organización miembro de APC que coordinó una red de diez telecentros comunitarios entre 2001 y 2008 en la ciudad de Rosario, Argentina. “Lo esencial en la experiencia de los telecentros es lo comunitario”, inicia Rodríguez. La experiencia de Nodo TAU se desarrolló con grupos ya organizados y con trayectoria y reconocidos en sus lugares, junto con personas comprometidas en sus proyectos, que fueron quienes llevaron adelante la gestión y coordinación de los telecentros. “El telecentro es un espacio en el que una comunidad comparte las nuevas tecnologías, desde el uso de una PC hasta la conexión a internet. Un lugar físico donde la gente se encuentra cara a cara. El objetivo es acercar una cierta población a recursos que tengan que ver con las TIC a los que de otra manera no hubieran tenido acceso porque nadie pone un cibercafé en las parroquias o centros comunitarios en los que nosotros lo hacíamos. Ese es el sentido de los telecentros”.
Entre los desafíos que enfrentaron los telecentros, Eduardo menciona tanto lo tecnológico como lo comunitario. “Los telecentros surgen en un momento del desarrollo de internet en que la conectividad era un desafío muy grande que recién campeó sobre el final de la experiencia”. No solo la conectividad no llegaba a estos lugares; a veces ni siquiera llegaba la electricidad. Entre otras de las dificultades afrontadas, Eduardo menciona la coordinación de estos espacios. “Era muy difícil mantener a una persona que se dedicara solamente al telecentro y lograra recursos para que esa coordinación sea estable y sostenible. Nos costó mucho y fue uno de los motivos por los que los telecentros fueron cayendo en el tiempo. Otras experiencias en otros países lograron que eso funcione bien, tal vez en condiciones de más aislamiento, de más exclusividad del recurso, en lugares más inhóspitos, en los que la gente destinaba recursos a ese uso porque no había otras opciones al telecentro. En la ciudad es más complicado, hay más oferta, y hay otros modelos de acceso. Hoy lo tecnológico desde el punto de vista de los equipos está resuelto. Lo que no está resuelto es el tema de la conectividad. Es de baja calidad o no hay. Sigue siendo un tema crítico en los barrios, más aún en las zonas rurales y en el interior del país. ¿Quién va a invertir en esa conectividad?“
Rodríguez también levanta una alarma sobre el modelo de las redes: “pueden transformarse en una red de individuos, cada uno en su lugar compartiendo la conexión y sus contenidos. Ahí veo una gran diferencia con el telecentro. Si bien la red exige del esfuerzo comunitario para el despliegue y su mantenimiento, pasado ese momento puede convertirse en un compartir en línea con individuos cada uno en un lugar. Pasar del compartir cara a cara a compartir en línea no es lo mismo. Si se quiere es uno de los principios del capitalismo: aislar al individuo. En ese aislamiento se atienden todas sus necesidades, su entretenimiento, hasta sus deseos, pero permanece aislado. Para sostener el modelo comunitario, las redes tienen que redoblar esfuerzos en todas las instancias que impliquen real colaboración. Desde la propiedad del medio y la infraestructura hasta los contenidos”. En este sentido, Eduardo destaca la experiencia de Guifi.net, miembro de APC en Cataluña, que desarrolla redes comunitarias. “Ellos pudieron darle una vuelta desde el punto de vista ideológico al núcleo de la red. No involucran solo la conectividad, sino el derecho a la comunicación y la definición sobre qué hacer con esa conectividad, con qué contenidos, con qué idea de seguridad”.
Redes comunitarias
Una estadística difundida por Naciones Unidas en 2016 señala que un 47% de la población mundial tiene acceso a internet. Lo cual define que un 53% de los habitantes del mundo carece de acceso. En este contexto siguen surgiendo iniciativas que se proponen “luchar por el derecho a la conectividad de las poblaciones que actualmente no acceden a internet o lo hacen de forma restringida”. Para lograrlo se puede intentar concretar la conectividad, lograr conexiones de mejor calidad y a mejor costo; democratizar la producción de contenidos y circulación de discursos en la web; capacitar en el uso y desarrollo relacionados con las telecomunicaciones; trabajar por lograr marcos regulatorios que favorezcan experiencias comunitarias, o se puede hacer todo al mismo tiempo. Las redes comunitarias tienen el potencial de ir por todo ello.
“Son redes que permiten el acceso inalámbrico a diferentes tipos de recursos y servicios disponibles ya sea en internet o en una red local, y que se caracterizan por ser diseñadas e implementadas esperando contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de las comunidades. En este punto se puede entender la importancia de que la comunidad sea parte activa del proceso de concepción, implementación y mantenimiento de la red”. La definición proviene del documento “Redes Inalámbricas para el Desarrollo en América Latina y el Caribe” desarrollado en 2008 por Lilian Chamorro y Ermanno Pietrosemoli en el marco del Proyecto TRICALCAR (Tejiendo Redes Inalámbricas en América Latina y el Caribe) impulsado por APC.
Para lograr su cometido, las redes comunitarias presentan dos grandes desafíos: lograr la participación y el compromiso de la comunidad y sortear mecanismos regulatorios necesarios para su implementación, “para que los servicios de telecomunicaciones ofrecidos a través de esta infraestructura puedan ser suministrados por prestadores no tradicionales (cooperativas, consorcios comunitarios, asociaciones civiles, grupos vecinales, etc.), allanando en estos casos los requisitos legales necesarios”, señala el mismo documento. Chamorro y Pietrosemoli explican que “la prestación de servicios de telecomunicaciones en una comunidad requiere de la adquisición de licencias y permisos para los cuales se establecen condiciones que no pueden ser cumplidas por organizaciones comunitarias. Es así que el acceso al licenciamiento está limitado a los grandes operadores. En muchos casos, las características de esas licencias no se corresponden con las necesidades que se desean cubrir con las redes comunitarias, sino que se adaptan a redes privadas o de explotación comercial, restringiendo así las posibilidades de brindar algunos servicios o compartir los costos de conexión”.
De mercados y derechos
El 53% de la población que aún no está conectada es un gran atractivo para el sector privado que ve allí un potencial para sus negocios, un mercado, para el cual mencionan hasta el derecho a la comunicación como motivación. Es por lo que van iniciativas como Free Basics de Facebook (antes llamada Internet.org) o Loon de Google, “que ofrecen un acceso al que llaman inclusión digital y que no es más que una estrategia de ampliación empresaria concentrada, más que una iniciativa para atender a las necesidades de aquellos aún no conectados”. Estas iniciativas no solo no actúan en pos de ampliar el derecho a la comunicación de la población sino que ellas mismas afectan especialmente el derecho al acceso, en toda la amplitud del término, y a la libertad de expresión, restringiendo el acceso en otros sentidos.
Cuando la iniciativa de Facebook para promover la conectividad fue anunciada en Brasil organizaciones de la sociedad civil advirtieron sobre estas limitaciones “ya que la propuesta de la empresa traería inicialmente serias limitaciones a un acceso efectivo a internet, potencialmente violando el principio de la neutralidad de la red y resultando también en fuertes efectos anti competenciales a largo plazo”, señala un artículo de Observacom. Como contrapartida, el artículo define a las redes comunitarias como“redes autogestionadas que conforman una infraestructura de comunicación no elitista, abierta, descentralizada y gestionada por sus propios usuarios”, al que llaman “modelo de proveedores comunitarios” y que se caracteriza por no basarse “en un simple suministro de acceso a internet, sino que también proporciona a la comunidad donde está insertado, interacciones sociales alrededor de la tecnología, como suelen hacer los telecentros y los cafés internet”.
Soberanía en las redes
Una red comunitaria pone sobre la mesa de discusión temas de acceso, cambios en marcos regulatorios, y también puede discutir los contenidos de la red. ¿Qué información precisamos? ¿A qué información accedemos? ¿Qué información compartimos? son preguntas que conducen a una soberanía informacional en contextos en los que la manipulación es tema de debate cotidiano y en los que las necesidades informacionales de cada comunidad quedan postergadas por más de una razón.
Las redes comunitarias invitan incluso a revisar el sentido originario de internet y repensar el concepto mismo de acceso. Nicolás Echániz, del colectivo Altermundi, señala que “el uso del término acceso para identificar este derecho no es casual. Implica la perspectiva del usuario, que accede a un servicio o contenido que no produce, no le pertenece y lo hace en una relación de consumo. Pero existe otra perspectiva: la de construir desde la base las infraestructuras y tecnologías que el pueblo necesita para satisfacer sus necesidades de estar comunicados, de intercambiar cultura, de conectarse sin ser controlados. El derecho de acceso a internet se transforma en el derecho a la co-creación de internet”.Para Echaniz, “internet es -como la cultura, el cuerpo o la tierra- un territorio en disputa; pero no es un territorio cualquiera, es un fenómeno multidimensional. Hay una dimensión física (la infraestructura), una dimensión lógica (protocolos, estándares, software) y una dimensión cultural (contenidos, mensajes). Lo importante para quienes pretendemos intervenir en esta disputa es comprender que en los tres planos existen estrategias, prácticas y tecnologías que habilitan o inhabilitan ciertos usos, libertades y capacidades”.
“Que las IP sean variables, que sea más costoso subir contenidos que bajarlos, que no se favorezca la interacción regional, y que la red termine en la casa del usuario, no pudiendo colaborar a extenderla e incluso siendo penalizado por eso”, son algunas de las características que distorsionan el sentido de internet”, enumera este referente de Altermundi. “Las redes libres nos permiten conectarnos de extremo a extremo en igualdad de condiciones, publicar y acceder a servicios de forma simétrica y favorecer la interacción entre habitantes de cada región geográfica. Pero por sobre todas las cosas, en una red libre compartir no sólo está permitido sino que representa su misma esencia. Cada miembro, en lugar de ser el punto final, es una nueva oportunidad de extender el alcance de la red y sus beneficios”.
Altermundi crea infraestructura de internet utilizando software libre y hardware de muy bajo costo. Estas redes ofrecen conectividad en poblados donde no hay acceso a los servicios de compañías comerciales, son muy sencillas de gestionar y administrar por personas de la propia comunidad, sin necesidad de conocimientos especializados en electrónica o informática y a un precio accesible. Las personas tienen acceso a un servicio de chat local, a la transmisión en línea de la radio comunitaria local, a hacer llamadas VoIP, a compartir archivos entre pares y a jugar.
Experiencias en red
Existen también otras experiencia que llevaron adelante estos principios y consolidaron redes comunitarias en sus territorios. La ya mencionada experiencia de Guifi·net , con base mayoritariamente en Cataluña, es otro proyecto “tecnológico, social y económico impulsado desde la ciudadanía que tiene por objetivo la creación de una red de telecomunicaciones abierta, libre y neutral basada en un modelo de procomún. El desarrollo de esta infraestructura mancomunada facilita el acceso a las telecomunicaciones en general y a la conexión a internet de banda ancha en particular, de calidad, a un precio justo y para todo el mundo. Además, genera un modelo de actividad económica colaborativa, sostenible y de proximidad”, según su propia definición.
Zenzeleni, por su parte se desarrolla en Mankosi, una comunidad en el Cabo Este de Sudáfrica. Es una cooperativa cuyo nombre en isiXhosa significa “hazlo tu mismo”. Su principal impulso fue el de mejorar los costos de conexión a telefonía móvil. Esta experiencia utiliza una red mesh, un sistema económico que usa dispositivos de nodos dispersos en vez de centralizados. Cada nodo se comunica con los nodos más cercanos, pero los datos pueden pasar por la red pasando por tantos nodos como sea necesario. Estas redes pueden tener un portal o no hacia una red tradicional. Los miembros de la red pueden compartir llamadas telefónicas gratuitas incluso con la red de internet caída. Una característica importante de esta red es que funciona a energía solar e incluso provee de luz a las casas.
Mankosi cuenta con una autoridad tribal, la cual debió sesionar y aprobar la creación de la red. “Como cada red comienza en un área determinada, usted necesita conectarse con otras personas en su área que también quieran ser parte. Tal vez usted pueda persuadir a un grupo existente que comenzó por algún otro motivo a interesarse por las telecomunicaciones comunitarias.» Así explicita el sitio web de Zenzeleni uno de los aspectos más profundos del sentido comunitario de estas redes.
De los telecentros a las redes
En México, la experiencia de Rhizomática logró la conectividad de 17 localidadesen el suroeste del país, a través de un sistema de telefonía celular comunitaria, reuniendo en el proyecto a las comunidades de pueblos originarios y personas dedicadas a las telecomunicaciones con sistemas abiertos. Rhizomática obtuvo la concesión para operar una frecuencia, hito de la telefonía comunitaria y gran logro de la organización.
Erick Huerta, miembro de Rhizomática estuvo a cargo en el año 2002 de la Dirección de Acceso a Tecnologías de Información y Comunicación de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Por esos años el gobierno mexicano instaló telecentros dirigidos a los pueblos originarios. “Vimos que el problema con los telecentros era metodológico, la forma en que se introducía la tecnología a las comunidades. Creamos entonces un manual que se llamó “Uso de Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) para el desarrollo local: apropiación comunitaria de telecentros”. Un proyecto bastante exitoso basado en una experiencia piloto que había tenido un inicio fallido y que con la aplicación de la nueva metodología se convirtió en sustentable. Sin embargo la situación de los telecentros como política ha venido cambiando hacia políticas de acceso a internet en plazas públicas, escuelas o cibercafés. En un momento fueron muy importantes y hay muchas historias de trabajos muy buenos” destaca Erick.
En la actualidad, Rhizomática está abocada a las redes comunitarias. “Las redes surgen con el objetivo de satisfacer una necesidad propia de las comunidades, de brindarse a sí mismas un servicio o de abaratar el costo. Podemos tener redes urbanas o rurales que toman una conexión Wi-Fi y la reparten, que es el modelo más básico, y otros, como el que nosotros manejamos, a través de telefonía celular. Sus desafíos son muchos: la formación técnica en el acceso a una tecnología adecuada y fácil, como lo están haciendo en Libre Mesh, y el desafío que las redes logren que se las considere como operadores porque no tienen las licencias para ofrecer estos servicios”. Este fue un escollo superado por Rhizomática, que demuestra que en el actual ecosistema dominado por enfoques de mercado, el trabajo de incidencia en los marcos regulatorios y políticos es tan importante como el trabajo comunitario, la definición metodológica y la formación técnica.
A la hora de comparar las redes con los telecentros Erick encuentra más diferencias que similitudes. “En el caso de los telecentros creo que uno de los desafíos era que todo se orientara a la capacitación en el uso. Las actuales redes superan aquella etapa porque estamos hablando de capacidades para la creación de infraestructura. El telecentro básicamente proveía los dispositivos y la conexión a internet. En ese momento estaban asociadas las dos cosas. Hoy los dispositivos son independientes y la mayoría de la gente tiene uno. No necesita una computadora, simplemente un teléfono y ya con eso puede hacer bastantes cosas y conectarse a la red. Creo que esa es la principal diferencia. La red comunitaria prioritariamente provee el servicio de internet, aunque también puede desarrollar contenidos, y alcanzar niveles más sofisticados”.
Huerta sostiene que las redes comunitarias se parecen más a lo que fueron en sus inicios los pequeños ISP (Internet Service Providers) que proveían servicios de internet a las organizaciones. “Yo compararía a las redes comunitarias con aquellos servicios de internet que se prestaban en esos momentos a través de pequeños operadores. APC fue pionera en este campo y se fundó en estos esquemas. Hay que revisar esas historias, ver qué fue lo que pasó, cómo el mercado las fue debilitando. La historia de estas redes comunitarias es muy distinta porque estamos hablando de una capa de infraestructura que es mucho más duradera y no evoluciona tanto como el software”. Y con la mirada hacia adelante, la inclusión de las comunidades sigue su camino. Erick concluye: “pensando hacia el futuro pienso que si podemos articular estas redes de una manera adecuada, pues podemos llegar a tener una red bastante grande y controlada por la gente”.
Tecnologías comunitarias
En diferentes contextos tecnológicos las comunidades han encontrado y siguen encontrando estrategias de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación a través de las cuales atienden sus necesidades, y lo hacen junto a otros actores decididos a comprometerse con el camino de la inclusión y el desarrollo social
Organizaciones sociales, no gubernamentales, internacionales, gobiernos e incluso el sector privado han creado o se han sumado a diferentes iniciativas.
En estos contextos, las experiencias de los telecentros y las redes comunitarias conjungan dos ejes que son determinantes al momento de analizarlas: sus modos de abordar lo comunitario y sus modos de resolver lo tecnológico. Si bien telecentros y redes comunitarias se anclan por definición en las comunidades, esto debe ser revisado en cada experiencia, considerando la autodeterminación de las comunidades en cada una de ellas.
En cuanto a lo tecnológico, si bien ambas experiencias presentan diferencias y semejanzas, cuando ellas son impulsadas para promover el desarrollo de las comunidades afrontan desafíos y contradicciones semejantes. La tensión presente entre modelos respetuosos y promotores de derechos, que abordan la tecnología como un recurso de interés o bien público, y otros modelos que promueven lógicas mercantiles, de apropiación privada y centralización del control, llevan este análisis al terreno de la gobernanza en el que estas tensiones se dirimen en decisiones y regulaciones a favor de las comunidades y sus derechos o de los sectores concentrados. Y es en este camino que es posible seguir apostando a la apropiación social de las tecnologías.