La guerra que en 1982 y durante poco menos de dos meses enfrentó a la Argentina con Gran Bretaña es, quizá, el hecho de la historia reciente más silenciado por los poderes de turno. Una construcción del olvido proporcional al dolor y las resistencias cotidianas de las víctimas directas de la guerra: los soldados que pelearon en las islas, al sur de tanto frío.
Por Jorge Cadús y Ariel Palacios (Bloque Prensa Regional)
[dropcap]R[/dropcap]odolfo Caminos, Herminio Farías, Oscar Cabral y Aureliano Díaz, miembros de la Asociación Civil Veteranos de Guerra -«civil quiere decir que somos simplemente ex-colimbas, ex-conscriptos. No hay personal de cuadros», aclararon- son sobrevivientes del conflicto bélico librado en el Atlántico Sur.
Parte de su historia está reflejada en el video documental «No somos héroes», una crónica que descubre los costados silenciados de aquel enfrentamiento que, desde abril a junio de 1982, puso a nuestro país (entonces bajo una dictadura militar) frente a Gran Bretaña. Ellos son los encargados de trazar el mapa de un territorio todavía por pensar: el de los soldados sobrevivientes de Malvinas. Lo que sigue son apenas retazos de un relato por ser, ecos de voces de ese gran fantasma colectivo que, de vez en vez, se levanta para interpelar a toda una sociedad.
El desembarco
A mediados de marzo del año 82 fuimos a hacer prácticas de desembarco en el Golfo San José, al sur, cerca de Puerto Madryn. Yo hacía el servicio militar en el Batallón de Vehículos Anfibios, los vehículos que desembarcan las tropas del barco a las playas. Cuando volvimos al Batallón, el 28 de marzo, nos dieron la orden de poner todos los vehículos en condiciones. No sabíamos qué pasaba, pero el Jefe de Batallón nos dio la orden, así que a trabajar. Nos preguntábamos qué pasará, porque también veíamos en el Batallón una fila de camiones con soldados. Ese día llegamos a las diez de la mañana, a las tres de la mañana terminamos de preparar los vehículos, nos llevaron a comer, a bañarnos y a dormir, y a las seis de la mañana arriba otra vez. Fuimos al pañol y retiramos todos equipos «zona sur»: botas, ropa, todo. Nadie sabía dónde íbamos, qué pasaba.
De ahí otra vez a los vehículos, a Puerto Belgrano, y a embarcar en el Cabo San Antonio, que es el buque de desembarco de la Marina. El día 29, a las ocho de la mañana, nos formaron en cubierta y nos pusieron marchas militares. El buque zarpó, salíamos de ahí, pero no sabíamos a dónde. El 1 de abril, como a las diez de la noche, paró el barco. Después de un par de horas viene el contra-almirante Carlos Alberto Busi, el comandante de la operación, habla por los micrófonos del barco, y dice: «Estamos aquí en Islas Malvinas. Nosotros tenemos la obligación de recuperar las Islas. Y mañana ustedes serán los vencedores. Viva la Patria». Vino el capellán de la fuerza y nos entregó las cadenitas con nuestros nombres. Imagínense la desesperación nuestra. Nosotros no sabíamos adónde íbamos, y de repente te venían los cargadores con balas de verdad, granadas, lanzacohetes, todo eso. Al otro día, a las cinco cuarenta desembarcamos.
La vida por error
Uno tiene que dar gracias a Dios por estar aquí, porque en realidad el barco le erró la entrada: teníamos que parar en un lugar, y fue a parar a otro. Por suerte, porque los ingleses ya sabían todo, los norteamericanos le daban información por satélite, así que nos estaban esperando. Por error el barco paró en otro lado, y a las cinco cuarenta desembarcamos. Primero los comandos anfibios y después nosotros. Y a las nueve de la mañana ya estaban recuperadas las Islas. Avanzamos a Puerto Argentino, ellos se replegaron, y nosotros tuvimos cinco bajas: el capitán Giacchino (un torturador, que entró a la guerra pensando que iba a secuestrar estudiantes, y no se dio cuenta que enfrente había otros oficiales militares), un cabo enfermero, y tres colimbas del Batallón 1 de Infantería. A las diez empezaron a llegar los aviones argentinos con las tropas. Yo estuve dos o tres días y pegamos la vuelta. Esa fue nuestra tarea: desembarcar, tomar las islas, y después se hace cargo el Ejército.
La banderita
Era emoción, porque de chiquito me habían enseñado en la escuela que las Malvinas eran nuestras, y que en algún momento la teníamos que recuperar. Teníamos entre 19 y 20 años. Tuvimos una adolescencia tan jodida, tan vacía, estaba todo limitado a lo que a la dictadura se le ocurriera. No había debates. Desaparecía gente. La colimba, como la guerra, era algo nuevo. Eran muy pocos los que por ahí pensaban diferente. Todos estaban de acuerdo con la locura de la guerra. El pueblo estaba de acuerdo, toda Argentina salía con la banderita.
Alistados
Nosotros estábamos de campaña en Cabo Peña, y cuando volvimos quedamos acuartelados. Teníamos que estar dentro del cuartel, sin poder salir. Nosotros pensábamos que era por los disturbios en Plaza de Mayo, cuando la gente salió a protestar contra la Junta Militar, y pensábamos que nos tocaba ir a reprimir a civiles. La noche del primero al dos de abril estábamos durmiendo y de golpe y porrazo entra el cabo tocando pito, gritando «Al pie de la cama. Formen»; y nos dicen «A la Sala de armas. Alistarse». Alistarse era ir a buscar todo el equipo de combate, ir a las camionetas y esperar. Yo cargué todo, me tiré en la caja de la camioneta, me tapé y chau. Me desperté en el Polígono de tiro de Río Grande. Cuando encendemos la radio oímos una marcha militar y el Comunicado Nº 1 de las Fuerzas Armadas, «se tomaron las Islas Malvinas». Así que yo me enteré por la radio.
Ultimos días en Malvinas
Hay una imagen muy usada que es por una ruta del aeropuerto, van tirando las armas, hay montañas de fusiles. Ahí dejamos las armas al tercer día. Las balas, las armas, las granadas, todo.
Después, durante los días que permanecimos prisioneros en las Islas nos tocó trabajar, limpiar todo el pueblo, que había quedado un desastre. Dos días en el pueblo, cuatro días al aeropuerto, donde ya estaba todo destruido. Desarmamos la pista de aluminio, las entradas a la pista, unas franjas anchas, y juntamos los tarros de 200 litros del combustible para los helicópteros, y hacíamos el techito con eso. No había otra cosa. Los galpones estaban todos destruidos.
Uno de esos días fuimos a los galpones, que ocupaban los de Aviación. Y ahí nos encontramos con una cantidad increíble de mercaderías, de comida, galletitas, chocolate, leche condensada, leche en polvo, latitas de arvejas. Todo lo que uno puede imaginar en un supermercado. Había dos galpones llenos, dos galpones de ésos en donde entran aviones, así que calculá. Y eso no fue repartido, no fue usado. Todo eso quedó ahí.
El silencio impuesto
No hay que olvidarse que la guerra terminó en junio del 82, y la dictadura recién terminó en diciembre del 83. Hubo más de un año en el que los militares seguían gobernando, y no les convenía que nosotros contemos la verdad. Entonces nos ocultaron, decían «estos están locos». Hasta hace poco tiempo no se habló de las torturas, los estaqueamientos, los fusilamientos por parte de las Fuerzas Armadas argentinas hacia los soldados. No eran los soldados ingleses los que nos estaqueaban: eran cabos, suboficiales, tenientes argentinos, a soldados argentinos. Y nos estaqueaban por robar una oveja para comer.
En Corrientes hace muchos años que hay denuncias, y recién ahora hay una causa por torturas y fusilamientos de tropas argentinas a soldados. Pero nos llevó muchos años hacer esto. Y en estos años estamos hablando de aproximadamente 700 suicidios después de la guerra. Todos los que estuvimos allá tenemos, por el llamado stres post-traumático, como mínimo el 25% de nuestro aparato psíquico destruido. Es normal en estas situaciones. Y hay chicos que no han podido soportar esta carga y se han suicidado. Pero fundamentalmente es porque en esos años en que vos tenés que contener psicológicamente al que vino de la guerra hubo un vacío muy grande. Nos largaron como Tarzán: en bolas y a los gritos. Así quedamos nosotros.Pero hay que tener en claro que no los mataron los ingleses, no se suicidaron. Esto fue producto de la dictadura. Esto es lo que hay que decir. No que el inglés vino y te mató. No. Porque si no el concepto está equivocado. En el fondo la cuestión es que la dictadura nos mandó a una guerra que no tenía sentido. Entonces ¿quién es responsable? Los militares. De cada suicidio que hubo después de Malvinas, los únicos responsables son los militares. Y todos los civiles que colaboraron con ellos. Dirán, ‘y los ingleses, imperialistas…’ Está bien. Yo sé bien qué son los ingleses. Pero ellos tenían la pólvora y nosotros llevamos el fósforo.
Continuidades
No se puede hablar de Malvinas sin hablar del Golpe de Estado del ’76. Y no se puede hablar del Golpe de Estado del ’76 sin hablar de la masacre del ’55 en Plaza de Mayo, o de la matanza de los basurales del ’56. Hay muchos hechos protagonizados por los militares donde siempre hemos pagado el pato los civiles, la clase trabajadora, los estudiantes, los intelectuales. El hecho más profundo, mas marcado fue el bombardeo a Plaza de Mayo en 1955. Si nuestros políticos hubiesen sido más lúcidos y hubieran interpretado de qué son capaces los militares, que bombardean Plaza de Mayo en pleno día, cuando había miles de personas…
Todo cae en lo mismo. La dictadura generó un hecho bélico para salvar su situación política. ¿Quiénes fueron entonces los que mataron a los chicos? ¿Quiénes hasta el día de hoy los siguen matando? Fueron los militares. Ni más ni menos que los militares. Esto es lo que tiene que entender la gente. Es imposible hablar de la guerra de Malvinas sin hablar de todo esto. Malvinas no es un hecho aislado, es una cadena. Y estoy convencido que Malvinas terminó con esta cadena de asesinatos de estos delincuentes. Lo que tenemos hoy lo podemos pelear, lo podemos mejorar. Pero lo otro era la muerte.