El 14D fue registrado en imágenes y palabras. La labor de fotógrafxs organizadxs y sueltxs, mostrando lo que hay que mostrar: las imágenes de una época que asusta pero no paraliza. Todo lo contrario. El día jueves, una enorme pueblada logró levantar una sesión legislativa bochornosa en la que se pretendía aprobar una «reforma» inconstitucional, un verdadero saqueo a quienes más vulnerables están. El lunes, la calle será otra vez el lugar donde se exprese la organización popular.
Por María Cruz Ciarniello – Foto: Federico Imas, cobertura Revista Cítrica
[dropcap]L[/dropcap]os diez balazos de goma incrustados en el cuerpo del fotorreportero Pablo Piovano son las marcas que pretenden cegar un oficio que denuncia con los ojos y habla con la mirada.
Tomar una foto en el momento indicado, en tiempo y espacio. Hacer estallar la imagen para que recorra el mundo como un testimonio irrefutable. Y ser baleadx, y ser gaseadx porque esa cámara molesta, porque ese ojo interpela.
Cientos de imágenes retratan lo que fue la represión, una más, del gobierno de Mauricio Macri contra el pueblo. El día histórico en que la calle escupió el repudio a un proyecto de ley que busca saquear a quienes menos tienen para llenar las arcas de los que más recaudan en este país. El día en que la movilización de gremios y cientos de personas sueltas levantó una sesión bochornosa en el Congreso de la Nación. Porque de un lado, en el Palacio, la “política” intenta aún con trampa, sancionar para ajustar. Del otro, en la calle, la rabia organizada pone el cuerpo para frenar lo que ya parece un manual de estilo de los gobiernos neoliberales: cortar por el hilo más delgado. De eso se trata, en líneas generales, la reforma previsional que a fuerza de palos, aprietes y golpes, sueña con aprobar el gobierno nacional.
El fotoperiodismo goza de buena salud en Argentina aunque ejercerlo represente un peligro. Desde fotógrafxs independientes hasta colectivos y cooperativas: todxs haciéndole honor a ese oficio necesario en tiempos oscuros. Capturar el momento para mantener viva la memoria; para que el registro no nos permita olvidar tan fácilmente.
La imagen de una señora aferrada a los brazos de un joven con su cara tapada para protegerse del ardor de los gases habla de la solidaridad que brota en las calles, esa que nace cuando el enemigo es claro: siempre es el que te apunta.
La imagen de un referente sindical con el ojo destruido por un balazo de goma; la de una chica siendo manoseada y arrastrada por gendarmes, todos varones. Porque la violencia estatal en las manifestaciones siempre es violencia machista contra las mujeres.
La de una jubilada enfrentándose, ella sola, contra un piquete de camiones hidrantes.
El llanto otra vez. Y las corridas. Y la bandera argentina en lo alto mientras dos policías te violentan de todas las formas posibles. Y el canto del himno argentino mientras avanzan las botas. Y un puñado de diputadxs siendo hostigados por las fuerzas de seguridad. Y el gas pimienta entrando por los ojos, quemando como fuego mientras lo descargan a medio metro de distancia. Y un legislador oficialista avalando la violencia. “Me parece perfecto”, fue la apreciación del diputado Eduardo Amadeo ante la foto que muestra a un efectivo policial arrojando gas en el rostro de la legisladora Mayra Mendoza.
Y el humo amarillo, porque siempre es amarillo. Y la pintura que te marca para llevarte presx. Y el infierno de un diciembre que se sufre en cada foto que circula por redes sociales y portales de noticias. Y la furia de los perros en su boca y la sonrisa del cinismo de un gendarme apuntando a la distancia mientras un jubilado, parado solo en una esquina, se acurruca frente al despliegue inusitado. La revolución del horror está eufórica. Vienen por todo, por todxs. “Con los viejos, no”, dicen las pintadas sobre vallas metálicas. El aerosol y la tinta dejando inscripciones de la historia.
La tan mentada reforma previsional que recorta las magras jubilaciones, pensiones y asignaciones universales por hijo es el bastión del saqueo que impulsa Cambiemos. Porque a la par que beneficia con regalías cero a las grandes corporaciones mineras y condona deudas multimillonarias a las grandes compañías eléctricas, el gobierno avanza con recortes brutales para el sector más débil de la sociedad, recortes que además vuelven afectar especialmente a las mujeres. “Entre los más de 2 millones y medio de personas que accedieron a jubilarse sin haber completado los 30 años, la mayoría son mujeres. Son mucho más que la mayoría: representan el 85%. Mujeres que, como mi mamá (o la tuya), trabajaron en el hogar. Cuidando pibes, limpiando, cocinando, cosiendo y llevando adelante una labor vital para el funcionamiento de nuestra sociedad. O que laburaron un poco adentro de casa y otro afuera. A veces sin contrato, rebuscándosela. O como tu abuela, que vivió una época en que no se estilaba que las mujeres trabajen fuera de la casa. Algunos prefieren ponerlo como viejas chetas de Recoleta, pero al margen de que ellas también se lo merecen, mientras sigan considerando el trabajo que se realiza en los hogares como rascarse el pupo, vamos a seguir con problemas de desigualdad crecientes. La jubilación para las amas de casa debería ser un derecho indiscutible. Otra gran parte de las mujeres que no se podían jubilar eran las empleadas domésticas. ¿Ustedes saben que casi el 20% de las trabajadoras argentinas trabaja en servicio doméstico? ¡La rama más informal y peor paga de nuestro país! ¿Saben además que aún hoy, con una ley que regula su trabajo, más del 76% no tiene acceso a vacaciones, aguinaldo, días de enfermedad, licencia por maternidad, entre otros derechos? Bueno, ellas también se jubilaron gracias a las moratorias después de toda una vida limpiando casas ajenas”, escribe la economista feminista Mercedes D’Alessandro.
Silvana Melo, periodista de la Agencia Pelota de Trapo tituló su nota: “Chicos y viejos: tapones sistémicos”. Y allí escribe con precisión: “la economía macro se devora a las personas. Especialmente si son débiles, frágiles, se enferman, no producen y generan gasto constante. Con ellas se suelen tapar los agujeros. Fiscales, políticos, publicitarios. No tienen cara ni historias ni huesos ni sangre. Son tapones sociales. Para que el engranaje funcione hay que aceitarlo con miedo, con parálisis, con terror. Con miles de gendarmes lejos de las fronteras y puestos a castigar y a matar cuando es necesario. Como en el sur, lejos del corazón de la patria, donde nadie ve y se puede mentir alegremente. Pero acá está todo: las cámaras, los espejos, los celulares, el centro del mundo, la OMC, el G 20, el kiosco del FMI, el ombligo del sistema. Todo en la más aterradora de las vidrieras.”
Parece siniestro pero la postal vuelve a repetirse en Argentina. Otra foto más que nos duele como un deja vú insistente, perpetuo. En imágenes se recorre lo que fue el jueves 14 de diciembre de 2017. Cuando faltan apenas días para rememorar los 16 años de la pueblada del 2001, el país late en las calles. El pulso está ahí, hirviendo en cuerpos que siguen aguantando la ferocidad de un gobierno de gendarmes y ceos. ¿Cuántas represiones carga en su lista el gobierno que ganó con el falso slogan de la “revolución de la alegría”?. Docentes, niños murgueros, trabajadores despedidos, mujeres y activistas feministas. Jubilados, comunidades indígenas. 111 hechos represivos en tan solo dos años de gobierno. Dos muertos: Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Un tiro por la espalda y un joven “ahogado” mientras intentaba escapar de otra represión en la soledad del sur argentino. Porque a Rafael y a Santiago los mató la represión. Si en pleno centro porteño y a plena luz del día las fuerzas de seguridad despliegan toda su furia. ¿Cómo no imaginar el terror implantado en las lejanas montañas de la Patagonia argentina o en sus lagos helados forzando a una huida fatal? Siembran miedo y cosechan muertes.
Arrestos y racias. Cacería. Eso hacen: salen a cazar. En Buenos Aires, en Bariloche. Lo hacen a punta de pistola. Inventan causas y justifican la violencia estatal. 44 detenidos en esta última represión. La lista se engrosa con procesadxs e imputadxs en otras marchas. La criminalización de la protesta social, que es un derecho constitucional, es parte de la política central de Cambiemos. No hay excesos ni “víctimas inocentes”. Ni una sola persona debería ser objeto de la arbitrariedad con la que operan. Así actúan las fuerzas de seguridad porque la orden es esencialmente política. El delito y la causa penal es por “intimidación pública”. Toda una ironía. El Centro de Estudios Legales y Sociales lo explica claramente: esta figura tiene una explicación más política que jurídica. “Al federalizar supuestos delitos cometidos en una protesta pública, se intenta transmitir el mensaje de que los hechos de violencia que se atribuyen a los manifestantes o aprehendidos son más graves que un mero disturbio y que en cada acto de violencia hay una finalidad de generar temor colectivo”.
“Desde el 1 de enero de 2016 hasta el mes de noviembre de 2017 se registraron 111 hechos represivos en distintos conflictos socio-laborales. Los datos relevados dan cuenta que en estos hechos se detuvo a 354 manifestantes, y resultaron heridos alrededor de 328. El promedio indica: un caso cada siete días, un detenido cada dos días y un herido también cada dos días. En el año 2016 se produjeron 55 hechos de represión y en 2017 hasta el mes de noviembre totalizan 56 casos. Es decir, en 2016 el promedio alcanzó los 4,58 casos por mes, mientras que en 2017 el promedio asciende a más de 5 casos por mes.” Los datos se desprenden del informe elaborado por el CEPA. Más de la mitad de los hechos represivos se llevaron a cabo contra la movilización de trabajadores –formales e informales-, el 24% contra militantes de movimientos sociales, el 14% contra familias en condiciones de vulnerabilidad, el 6% contra pueblos originarios y el 4% contra familias y/o vecinos que protestaban reclamando justicia por hechos de gatillo fácil e inseguridad. El 31,5% de estas protestas responden a los despidos y reclamos salariales, el 18% a reclamos de alimentos y asistencia mediante programas sociales y al derecho a poder trabajar en la vía pública, el 17,1% fueron protestas contra las políticas de ajuste y el reclamo de fuentes de trabajo, el 13,5% se refirió a reclamos contra desalojos y por daños causados por temporales (inundaciones).
Entonces, volvemos a las fotos. Nos aferramos a esas imágenes, las replicamos y viralizamos en estos tiempos de ciberespacio. Ahí también se milita, de otra forma sí. Pero las redes, en ciertos casos, funcionan, aunque insulten y difamen los ejércitos de trolls que actúan tan eficazmente como lo hace la Gendarmería y la Federal en los otros espacios, los reales, los que dejan esos agujeros de sangre en la piel. Los que te revientan un ojo y te perforan la espalda, las piernas, el cuerpo entero. Los que te quitan el aire, te ahogan la garganta y te fusilan los ojos.
“Me apuntaron y me tiraron a medio metro”, declaró Piovano. Es que el lente de su cámara hoy es un arma de lucha como los lentes de todas las cámaras de todxs lxs fotógrafxs. Ahí están también, los ojos de lxs fotógrafxs de M.A.F.I.A, haciendo un registro histórico. Está la Sub Cooperativa de Fotógrafxs. Están los ojos de los medios autogestivos y sus coberturas punzantes hablando de lo que los medios comerciales no hablan, como la de la lavaca.org, revista Cítrica y Emergentes. Todxs, haciendo de la foto una herramienta de lucha, como otrxs lo hacen con la palabra.
“Todavía sentimos el olor del gas lacrimógeno, todavía arden los balazos de goma, todavía hay personas presas por manifestarse, por pasar cerca del Congreso o por tropezar con un gendarme. Todavía estamos de duelo por Santiago y por Nahuel, pero ayer levantamos la cabeza de las mil formas y no la vamos a bajar fácilmente”, escribieron en su post de Facebook la Sub cooperativa de fotógrafos.
“En un instante, en medio del desmadre y la corredera, quedé muy cerca de un milico disfrazado de robocop (en la galería esta la foto). Apunté con mi cámara y lo fotografíe. Me miró fijamente con su arma por un segundo. Sentí pavor pero, a su vez, pensé que era imposible que me pudiera disparar tan cerca y menos a un fotoperiodista. No lo hizo pero acto seguido lo encontré al colega Pablo Ernesto Piovano ensangrentado con diez corchazos en su cuerpo que uno de estos policías le disparó a menos de un metro; también a una señora con un balazo en la pierna; a cientos de personas ahogados por los gases… Sí, Pablito o esa señora podría haber sido yo, cualquiera de mis colegas o sencillamente las personas que fueron a reclamar por sus derechos”, señaló otro fotógrafo, Kaloian Santos Cabrera.
Ajuste y represión van de la mano. Una crónica brillante del día en que “la sociedad levantó la sesión” escrita a cuatro manos por periodistas de la cooperativa de prensa La Vaca, señala: “Luego de los primeros gases, un cordón de policías en moto apunta sus escopetas, a metros de la calle Rodríguez Peña, sobre Avenida de Mayo. Disparan a mansalva. Lo que sucede los supera. Hay dos, tres segundos, durante los cuales los policías se quedan inmóviles, sin disparar un tiro. Luego, corren. Una ola de cientos de personas avanza hacia ellos con un grito que estremece. Los policías reaccionan y vuelven a disparar. Nadie retrocede. La columna avanza con su grito de guerra: “Paro general, paro general”. Los gases lacrimógenos cruzan el cielo y obligan a un nuevo repliegue.Y así, una vez más. Y así varias veces más.”
Las fotos, son índices, íconos y símbolos. En ella aparecen esos cuerpos vulnerados, reprimidos, castigados, impidiendo que una reforma regresiva e inconstitucional empobrezca aún más las condiciones de vida de los que soportan la asfixia del neoliberalismo. Pero también está la cara de los que odian y los que ejecutan la orden de represión.
Son los testimonios de una época que asusta pero no nos paraliza.