Las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron con enorme felicidad el encuentro de una nueva nieta, la hija de Violeta Graciela Ortolani y Edgardo Roberto Garnier, nacida en enero de 1977 durante el cautiverio de su madre. Ella podrá conocer a su abuela paterna, Blanca Díaz de Garnier, que vive en Concepción del Uruguay, donde nació su padre y podrá charlar con sus familiares paternos y maternos, con los compañeros de militancia de sus padres, que ya la están acompañando para abrazarla en la verdad.
Por Abuelas de Plaza de Mayo
Los padres
Violeta nació en la Ciudad de Buenos Aires el 11 de octubre de 1953. A los tres años su mamá murió y la crió una tía, en Bolívar. Era muy buena compañera, sensible, alegre. Le gustaba mucho la matemática y le apasionaba la investigación espacial. También le gustaba el fútbol. Era católica practicante. No era de salir ni ir a bailar. Era charlatana y vivaz. Se fue a estudiar a La Plata Ingeniería Química y obtuvo una beca. También trabajaba como mucama en el Hospital de Niños. Comenzó su militancia política en la facultad, donde conoció a Edgardo.
Edgardo nació el 7 de agosto de 1955 en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos. Ya de niño era muy ingenioso: desarmó y volvió a armar su primera bicicleta. Fue a la escuela N° 1 Nicolás Avellaneda y era excelente alumno. Leía historietas y prefería las materias humanísticas. Era hincha de Independiente. Le interesaba mucho todo lo relacionado con la conquista del espacio. Era juicioso y callado. Se mudó a la ciudad de La Plata para estudiar Ingeniería Electromecánica.
La pareja militó en la FAEP, Edgardo también militó en la JP y Violeta en la JUP. Luego, ambos formaron parte de Montoneros. Sus compañeros la llamaban «La Viole» y, a él, «La Vieja Bordolino» o «El Viejo».
Durante sus estudios y militancia, Edgardo y Violeta vivieron en Ensenada en la misma casa que otros compañeros estudiantes de ingeniería, entre ellos Marita Aiub y Rafael Caielli, también desaparecidos junto con su hijo, a quien seguimos buscando.
En esa casa habían puesto un taller de reparaciones eléctricas que se llamaba “El pollo eléctrico”. Y en el fondo tenían una huerta.
Violeta y Edgardo se casaron el 7 de agosto de 1976 en una sencilla ceremonia religiosa realizada en Bolívar. Ella estaba embarazada de 3 meses. La pareja pensaba llamar a su bebé Vanesa, si era nena; Marcos o Enrique, si era varón.
Violeta fue secuestrada el 14 de diciembre de 1976 en el Barrio La Granja de La Plata, con un embarazo de 8 meses. Desde entonces, Edgardo buscó por cielo y tierra a su mujer y luego regresó a su pueblo en Entre Ríos. Cerca de la fecha probable de parto, emprendió nuevamente la búsqueda. Se despidió diciendo que iba a buscar a su hijo y, al poco tiempo, el 8 de febrero de 1977, en La Plata, él también fue secuestrado.
Desde entonces, su familia continuó la búsqueda y fue una de las primeras en hacer la denuncia en Abuelas de Plaza de Mayo. Pero nunca se obtuvo ningún dato fehaciente y concreto sobre la pareja ni sobre la niña o niño que debió nacer en cautiverio. Hasta ahora.
La búsqueda
Como en muchos de los últimos casos, una joven se acercó al área de Presentación Espontánea de Abuelas de Plaza de Mayo luego de que alguien de su entorno le confesara que no era hija biológica de quienes la habían criado. Hasta entonces, ella no tenía dudas sobre su identidad.
Su partida de nacimiento falsa está firmada por la médica Juana Franicevich, quien ya había fraguado las partidas de nacimiento de tres nietos que fueron restituidos recientemente.
Desde el área de Presentación Espontánea fue atendida y luego derivada a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) para completar la información documental y, después, realizar el análisis en el Banco Nacional de Datos Genéticos.
Ayer, esta joven supo que es la hija de Violeta y Edgardo. Recibió la noticia en la CONADI con enorme felicidad e inmediatamente accedió a acercarse a Abuelas para encontrarse con su familia y compañeros de militancia de sus padres, con quienes ya pudo intercambiar algunas anécdotas y abrazos.
Estos encuentros nos llenan de esperanza y nos dan fuerza para redoblar la búsqueda.
Este caso vuelve a demostrar la importancia de que quienes tienen algún dato sobre un posible hijo de desaparecidos hablen con él o con ella, o nos acerquen esa información. Lejos de causarles un daño los ayudarán a vivir en la libertad que solo ofrece la verdad.
Vamos quedando pocas Abuelas, hace pocos días tuvimos la tristeza de despedir a dos grandes compañeras, Raquel y Marta, que no pudieron lograr el ansiado encuentro.
Con la urgencia del tiempo que corre, volvemos a hacer un llamado a la sociedad a que nos ayuden en esta búsqueda, que ya lleva 40 años.
Y, a nuestros nietos y nietas, les reafirmamos que acá solo los espera el amoroso abrigo de la verdad. ¡Bienvenida, nieta 126!