El director de la Editorial Municipal Rosario, Oscar Taborda, conversó con enREDando. ¿De qué forma se piensa una política literaria desde una editorial estatal?. ¿Cómo piensan al lector desde la editorial?. ¿Cómo es la convivencia entre el escritor y el editor?. ¿Cómo se afectan mutuamente las tareas?. Preguntas y respuestas que también navegan por sus libros, «Las carnes se asan al aire libre» y «40 watts» que después de años fueron reeditadas por la editorial porteña Mardulce y la local Neutrinos.
Por Lucas Paulinovich
[dropcap]E[/dropcap]n 1996 Oscar Taborda publicó una novela de baja tirada en la incipiente Editorial Municipal –EMR-. Las carnes se asan al aire libre era un texto raro, de frases largas, ambientes misteriosos, descripciones puntillosas y opacas, personajes sin nombre, códigos indescifrables, una forma de salir del atolladero “al que había entrado con la poesía”. Así lo dice Taborda más de dos décadas después, sentado en su escritorio en la oficina que tiene como director de la EMR tiene en el planetario.
En el medio pasaron años y lecturas y comentarios entre esos pocos lectores que se pasaban la novela. Hasta que en 2016 la editorial porteña Mardulce decide relanzarla. Llegó a las manos de Beatriz Sarlo, que la elogio en La Nación y como tocada por la suerte de los medios masivos, la novela rompió su coraza de mito y se convirtió en una realidad que interpela el presente desde un lugar inesperado.
– Soy medio torpe oralmente, si pretendías algo fluido… -Taborda hace un gesto con la mano, que acompaña con una mueca-. Oralmente a veces decís una cosa y con el tiempo la vas elaborando y en una de esas te contradecís.
Este año la editorial local Neutrinos reeditó 40 watts el otro de los libros que Taborda había publicado y navegaba en esas zonas subrepticias, entre lectores que lo iban constituyendo como una suerte de leyenda.
– Me genera entre sorpresa y alegría. Es medio extraño. El libro se publicó hace veintipico de años. Entra dentro de un ciclo raro. También se publicó un libro que es anterior pero que nunca se había publicado. Para la publicación de la ciencia ficción no tuve problemas porque no estuve para preparar el libro y la idea era que fuera estrictamente histórica: atender a lo que se había publicado en el Diario de Poesía en esa época. No ocurrió lo mismo con la novela, porque dije muy suelto de cuerpo que sí y después, al leerla, no entendía algunas partes, tenía algunos chistes malos, hice algunos retoques y me costó mucho entrar en la novela para restaurar el momento de escritura.
– Hay una particularidad que se hace muy clara en Las carnes… que es una forma distinta de leerlo desde la actualidad, con esa imagen del río tan distinta a la acostumbrada, el lado tenebroso, dónde está la muerte y se deposita un cuerpo. ¿Cómo te parece que se leen hoy esos libros?
– Es cierto, es muy actual el tema de los cuerpos flotando, con la policía acá en Rosario o lo de Maldonado, eso le otorga una actualidad medio rara. Ahora, ¿por qué quisieron publicarlo los editores? Porque les gustaba y creían que tenía algún valor.
– Respecto a la rareza literaria, son dos libros diferentes a los tonos de la época. ¿Cómo crees que aparecen y encajan?
– No se acostumbran más esas oraciones largas, las parrafadas con derivativas. Eso está emparentado con las lecturas de ese momento y lo que circulaba. Por un lado se puede hacer una genealogía, pero también hay cosas parecidas, con cierto trabajo en la lengua, menos espontáneo. Hay mucha variedad. En algún momento se crea un mecanismo de producción que permite encontrar lecturas similares a lo que estaba haciendo.
– Y en relación al movimiento del libro, ese irse y volver, ser reeditado en Buenos Aires para caer otra vez en Rosario, ¿cómo lo vivís?
– Cuando se la editó en la Editorial Municipal tuvo poca circulación. No tuvo difusión, había poca distribución en esa época, era más complejo. Era diferente la forma en que circulaban los libros. Ahora se suman las páginas web y otras herramientas.
– ¿Y como ves ese mundo que recibe tus libros?
– Puedo hablar desde el trabajo en la editorial. Veo cosas muy buenas, hemos publicado novelas muy lindas. Encuentro una producción muy interesante. Cuando la escribí, era un poeta y tenía contactos con amigos que escribían poesía, pero de narrativa tenía muy pocos conocimientos y no había pares para compartir y procesar lo que uno escribía. La novela surgió, en parte, como una etapa de agotamiento en lo que venía escribiendo. Es usual generacionalmente estar haciendo un poema durante meses, haciendo quinientas versiones, donde se sumaba que se escribía a máquina y se tiraban hojas y hojas. Cambió mucho, ahora hay una idea de darle cierta inmediatez. Así es que me agoté y nunca alcancé a publicar ese libro de poemas en ciernes, porque siempre estaba en una noria, giraba sin concretar nada. Y la novela fue un elemento para enfocar de otra manera a ese deseo de escribir. Fue un proceso de acumulación y de avanzar. Fue un momento feliz, estuvo bueno, me hizo bien.
– ¿Qué cambios detectas en el ambiente literario, en ese público lector que habita la ciudad?
– Hay un súper cambio, hablamos de 20 años. Antes nos pasábamos papelitos, nos reuníamos para pasarnos cosas. Las redes sociales, la manera de editar, hay una mayor posibilidad de publicación y de circulación de material.
– En ese sentido, ¿cómo piensan al lector desde la editorial?
– Lo estamos buscando. Estamos atentos al lector. De alguna manera, la constitución del catálogo de la editorial es una búsqueda, no solamente para atender a los autores locales o regionales, sino que esa misma producción funcione como insumo para los otros escritores. Queremos que fluya de mayor manera la circulación de textos en la ciudad. Un camino es la visibilidad de la editorial, eso realimenta la producción. Con el Concurso Nacional de Poesía atendemos a un público más amplio que funciona como refresco de la producción local. En el desarrollo de la editorial, comenzó con una atención hacia géneros limitados, y la idea de tejer una red hizo que cada vez estuviéramos más atentos a diversidades, con nouvelles, cuentos infantiles, fotografía. Yo lo imagino como un gran caldo que hay que nutrirlo desde varios lados.
– ¿De qué forma se piensa una política literaria desde una editorial estatal?
– Tiene muchas aristas. Por un lado, nosotros somos orgullosamente estatales pero también estamos luchando contra lo que puede suponerse a priori que es estatal. Hay como una línea de desmarque sobre eso. Pienso en protocolos. Muchos libros aparecen con una chorrera de funcionarios. Es un logro mimetizarse con la producción común, apartando ese carácter institucional que suelen tener como una carga y afectan a la lectura del material. La editorial cuenta con un presupuesto anual que le permite hacer cosas que quizás a un privado no pueda. Pienso en las antologías que publicamos, la colección Mayor es muy difícil hacerla desde una editorial privada, siguiendo durante un año una investigación o una recopilación. Es como un aporte que nosotros podemos hacer, aunque no se agota en nuestro aporte.
– Ese trabajo con un sentido por fuera de lo institucional, más vinculado a las editoriales independientes, se refleja en el diseño del catálogo.
– Una de las maneras para transparentar la producción pasa por los concursos. Para que ese catálogo sea rico, necesita de un montón de etapas. Ese concurso hay que orientarlo, encontrar jurados, es toda una serie de movimientos para hacer esos libros que pensamos que están buenos, que dimos con textos interesantes y podemos acompañarlos con un cuidado en la edición. Somos muy acompañantes y lectores de lo que publicamos. Nuestro catálogo se puede armar con esto de los concursos; el rescate de obras agotadas o dispersas; y el otro elemento que es la colección Naranja, que es lo más propio que tenemos.
Los oficios literarios
Taborda habla pausado. Pertenece a una generación que marcó la historia literaria reciente y a la que, en algún momento, se la intentó agrupar, darle rasgos específicos, volverla una corriente o un bloque delimitado en el tiempo. Después de esos libros, Taborda no volvió a publicar. “No estoy en el mismo estado que cuando escribía”, comenta. Se detiene en mitad de una frase y vuelve a elaborarla. Tantea, va desarmado las afirmaciones. Habla desde el rol de editor, ya no escribe. Lo dice y vuelve hacia atrás: escribe, pero no como antes.
– ¿Cómo es la convivencia entre el escritor y el editor? ¿Cómo se afectan mutuamente las tareas?
– Lo que pasa es que estas publicaciones que salieron son como rescates de cosas anteriores. En algún momento tenía una rutina. Ahora mi rutina es de editor. A veces tengo planes y voy haciendo algo, pero no es el mismo sistema o algo que suplante el sistema que tenía antes. Es algo re asistemático, a veces me pongo con algo que venía arrastrando. Lo que genera una cosa bien de placer escritural. El trabajo editorial me obliga a estar a full.
– Y haber sido escritor, ¿cómo juega a la hora del laburo editorial?
– Que puedo transmitir taras que tenían en la escritura, las mismas cosas que problematizaba las puedo traer acá. Cuando uno escribe tiene titilante una oración. Lo mismo el editor, no es una lectura de lector común, sino de mucha atención y con diversas facetas. Uno cuando lee no con función de editor es más placentero y de corrido. Cuando escribía quizás estaba horas y horas con algo, quizás para nada, pero estaba.
– ¿Te parece que hay algún rasgo propio en la literatura rosarina?
– Diría que no. Esa singularidad que en algún momento se dice porque aparecen cuatro, cinco, seis textos que están buenos y dialogan entre sí, como hoy se dice del rock de La Plata, no sé si está. Tal vez haya que buscar una especie de efervescencia o de simultaneidad. Pero yo lo pienso más de tipo individual. De tal texto, tal autor. No sé si cuando leo alguna cosa de un cordobés empiezo a hacer un acumulado y tengo una perspectiva de Córdoba. Por estar acá uno lo tiene más armado y visibiliza algo rosarino, pero eso pasa.
Taborda corta la frase. Se queda pensando y concluye:
– He sido poco claro.